EN ESTA EDICIÓN :
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A MODO DE «EDITORIAL (O DE ALGO ASÍ)».
JAVIER SOLÍS.
BEIJING 08-08-08: OLIMPÍADA FANTÁSTICA.
JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ.
EL ÉXITO DEL ÉXITO: DOS «PERLAS CRIOLLAS» DEL LLAMADO «CAPITALISMO SALVAJE».
MIS COMPADRES DE PARRANDA.
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A MODO DE «EDITORIAL» (O DE ALGO ASÍ).
¿Amor a la patria» intempestivo
o simple oportunismo?
Un «mini-discurso» atribuido al dramaturgo Bertolt Brecht, sobre las consecuencias de guardar silencio ante las arbitrariedades de quienes detentan el poder, tiene esta lapidaria conclusión: Cuando vinieron por el resto, ya era demasiado tarde.
Pues bien: Milimetría perniciosa se tituló el Editorial (o algo así) de la edición Nº 28 de Occidente Universitario, del 4 de marzo del 2004. Esto es: de hace cuatro años y medio, más casi tres semanas.
En dicho escrito «el suscrito» Director le cuestionó a la Rectoría su curiosa e inexplicable milimetría salomónica de repartir «equitativamente», entre las seis Facultades de esta Institución, «la bolsa de cupos» cada vez que se convoca un concurso público de méritos para vincular profesores de carrera.
Con dicho «frentenacionalismo rectoral», la Facultad más perjudicada es la que tiene más carreras: Ingeniería, a la cual están adscritos el rector y «el suscrito» Director. Y como la actual estructura orgánica le quitó a Ingeniería hace 13 años la administración académica del ciclo básico de todas sus carreras y se la transfirió a la Facultad de Ciencias Básicas, que no tiene carreras o «programas», «el suscrito» Director concluyó así el mencionado Editorial (o algo así):
(…) con esa curiosa e inexplicable milimetría salomónica de darle a cada Facultad el mismo número de cupos, dentro de un trienio o un quinquenio en esta Universidad ocurrirá el contrasentido de que habrá tantos o más profesores licenciados que (profesores) ingenieros.
Claro que, por limitaciones pecuniarias, de las ediciones de Occidente no se le puede dar un ejemplar a «Raimundo y todo el mundo»; ni siquiera a cada uno de los pocos profesores de carrera. Pero «el suscrito» Director sí se ocupa de llevar sendos ejemplares a los despachos del rector y los decanos.
Y el hecho es que, 54 meses más casi tres semanas después de escrito aquello, «el suscrito» Director desconoce si tal cuestionamiento del «frentenacionalismo rectoral» disgustó o divirtió o le fue indiferente al rector de aquel entonces, que es el mismo de hoy, y al decano de Ingeniería de ese entonces.
En todo caso, como Maña vieja no es resabio, hace una semana el rector reincidió en su «frentenacionalismo rectoral», a lo mejor «cebado» por el silencio que los decanos de Ingeniería (antecesores del actual) guardaron cada vez que el «alto mando» le dio ese trato miserable a la Facultad de Ingeniería.
De dicha reincidencia se enteró «el suscrito» Director hace cuatro días, en la reunión que convocó el actual decano para informarle al profesorado de carrera de la Facultad de Ingeniería del nuevo desobligante tratamiento del «alto mando» contra dicha Facultad.
¿Y cómo reaccionó el profesorado de carrera tras el informe del decano? Pues sorpréndanse, lectores: con rechazo vehemente contra los «equitativos» cinco cupos asignados a cada Facultad. Como la de Ciencias Básicas, que no justifica su existencia por tener cero carreras o «programas». O como la de Ciencias de la Salud, que tiene sólo una carrera de sólo ocho semestres. O como la de Ingeniería, que tiene siete carreras de diez semestres cada una, más dos «carreras intermedias».
Ante dicha reacción, sobre todo de los profesores veteranos, de los cuales algunos fueron altos directivos de la Institución o de la Facultad de Ingeniería, «el suscrito» Director se preguntó si eso era oportunismo o un intempestivo «amor a la patria», como diría el presidente Uribe Vélez.
Para «el suscrito» Director, lo de «amor a la patria» intempestivo no es creíble, porque esa reacción debieron tenerla hace más de cuatro años, cuando eran más de cuatro años menos viejos. Pues por algo será que para «defender la patria», como diría el presidente Uribe Vélez, no reclutan viejos sino chamos.
Y como por exclusión, si entre dos opciones no es creíble la segunda entonces debe serlo la primera, «el suscrito» Director se hizo la inevitable pregunta adicional: ¿a título de qué el oportunismo? Entonces recordó que la elección de rector (y de decano de la Facultad de Ingeniería) será dentro de casi nueve meses.
Pero como es posible que el estudiantado de la Facultad apoye este movimiento pro reivindicación del maltrato que consuetudinariamente el «alto mando» le ha infligido a Ingeniería, y como el utilitarismo recomienda el «pragmatismo», al «suscrito» Director se le antojó que se debería reformar el Estatuto General para que el período rectoral sea de un año y no de un trienio. n
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Exactamente a mitad de septiembre (la noche del 15 al 16) se
celebra el Día de la Independencia de México. Por tal razón,
esta edición se ocupa de algunos de sus charros. n
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Javier Solís
GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es
Gabriel Silva Levario, más conocido como Javier Solís, nació en Ciudad de México en 1931 y murió 35 años después en la misma ciudad. Fue criado por sus tíos, ya que su madre, abandonada por el esposo, no pudo hacerse cargo de la criatura. Desde los 9 años de edad se vio obligado a colaborar con el sostén de la casa, razón que le impidió seguir con el estudio.
Empezó como recolector de basura, para seleccionar el material reciclable. Con el transcurrir del tiempo fue lavacoches, repartidor de pan, aprendiz de mecánico y, por último, carnicero, oficio en el que permaneció más tiempo. Sus pasatiempos favoritos fueron el fútbol, el béisbol y el boxeo; en éste tuvo algún reconocimiento en la categoría de aficionado, pero cuando dio el paso hacia el profesionalismo no se le dieron sus deseos, pues su talento para los golpes no era tan contundente como él creía, así que renunció a los guantes.
Pero su gran pasión era el canto. No había concurso de aficionados en el que no participara. En sus comienzos, fue integrante de dúos y tríos, pero no pasó nada con esos intentos artísticos. Sus primeros pinitos como solista los hizo en la Plaza Garibaldi, lugar de encuentro de los serenateros de la época (1948). Alternó con distintos grupos, complaciendo a las parejas de enamorados o llevándole serenata al balcón de la engreída. Ese era su mundo: carnicero en la mañana y cantante por la noche. Pronto, su voz y su estilo fueron llamando la atención de los empresarios de rango medio, hasta que logró ingresar como cantante de planta a la mítica cantina “Mi Tenampa”, hoy, un ícono del folclor mexicano.
Fue un ferviente admirador de Pedro Infante; tanto, que se volvió su imitador más reconocido, algo que le trajo una serie de dificultades, pues sus fans no comprendían que alguien con esa calidad de voz no luchara por buscar su sitial en el mundo artístico y, por qué no, en el cine.
Se cuenta que durante el entierro de Pedro Infante se paró sobre una cripta y empezó su recital de imitaciones, lo que produjo un abucheo general, ya que para los seguidores del gran Pedro era un insulto que cualquier serenatero de medio pelo fuera a equipararse con su ídolo.
Durante varios años no pasó de ser un cantante más, pues el medio artístico estaba copado por esos monstruos como Jorge Negrete, Pedro Infante y Miguel Aceves Mejía. Como siempre, las casas disqueras querían ir a lo fijo y no se arriesgaban con un humilde cantante, sin ningún prestigio.
Fue, sin embargo, el compositor Rafael Carrión el que creyó en sus cualidades y vio en ese muchacho un diamante en bruto, ya que no sólo tenía una voz notable sino que sus presentaciones despertaban el entusiasmo del público. ¿Qué le hacía falta para triunfar? Ganas y fe en sí mismo. Empezó por educarle la voz e inculcarle la idea de que él tenía el bagaje, no para imitar a los demás, sino para que lo imitaran a él.
El maestro Carrión percibió y condujo a Javier Solís a lograr la media voz, que consiste en alcanzar altas tonalidades y posteriormente descolgarse a tonos bajos, sin desafinar. Además poseía una memoria prodigiosa, ya que cantaba todos sus temas sin necesidad de ningún tipo de ayuda. Así nació el estilo que le dio resonancia nacional e internacional y que le hizo merecedor, muy bien ganado y sin ningún tipo de controversia, del título de “El rey del bolero ranchero”, que lo llevó al estrellato tanto en el acetato como en el celuloide.
El bolero es una expresión musical lenta, que hace relación al amor, la seducción, la traición y el desengaño. El bolero es pasión, es dolor, es éxtasis. Son miles los amantes que han puesto fin a su existencia por culpa de un bolero, que les desgarra el alma al recordarles “al otro” o a “la otra”. Cuando a este género se le suma el acompañamiento de un mariachi, aparece “el bolero ranchero”. Y fue el gran Javier Solís el que lo llevó a la cúspide. Su primer éxito fue Llorarás, llorarás. De ahí en adelante todo fue: presentaciones en vivo, premios y reconocimientos.
Llorarás, llorarás mi partida,
Aunque quieras arrancarme de tu ser;
Cuando sientas el calor de otras caricias,
Mi recuerdo ha de brillar donde tú estés.
Has de ver que mi amor fue sincero
Y que nunca comprendiste mi penar:
Cuando sientas la nostalgia por mis besos
Llorarás, llorarás, llorarás.
Has de ver que mi amor fue sincero…
Luego vino la cascada de exitazos como: Sombras, El peor de los caminos, Payaso, Las rejas no matan, Renunciación, Cuatro cirios, Cuerdas de mi guitarra, Despreciado me voy, Cuando vivas conmigo, Esta tristeza mía, y así hasta pasar de las 300 canciones. Igualmente, participó en 33 filmes y un gran sinnúmero de presentaciones personales, en extensa giras por todo el continente. Todo un ídolo.
Pese a los esfuerzos de su mentor, el maestro Rafael Carrión, que trató de pulirlo en sus modales y en su vocabulario, Javier Solís nunca pudo superar su complejo de inferioridad, ya que sus orígenes de extrema pobreza —física y cultural— se imponían en su pensamiento. Sólo era imponente en el escenario; en los recintos sociales se sentía un extraño y no articulaba palabra para no hacer el ridículo. Sin embargo, tuvo 5 matrimonios tormentosos, de los cuales dejó 9 hijos.
Desde muy joven, el artista tuvo serios quebrantos de salud, que no recibieron la debida atención profesional a tiempo. Su medio cultural lo conllevó a creer en curanderos y yerbateros, que lo acompañaron por el resto de su corta existencia. Cuando se enfermó de la vesícula, siendo todo un personaje rico y famoso, acudió donde su médico personal: un brujo que le recetó unas pócimas inmundas que aceleraron sus padecimientos. Obligado por su esposa, fue internado en una clínica, donde rápidamente le hicieron una intervención quirúrgica. Una de las recomendaciones que los cirujanos le hicieron fue que en el post-operatorio no fuera a tomar agua fría. Se le dijo. Se le advirtió. No quiso hacer caso. Se pasó por la faja el hidrófobo consejo. Y se murió. Fue enterrado en el panteón de la ANDA (Asociación Nacional de Actores), en 1966.
(Cúcuta, septiembre de 2008) n
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Beijing 08-08-08:
Olimpíada fantástica
ALFREDO DÍAZ CALDERÓN, socio
honorario de la ACORD. Carnet N° 025.
Para llegar a la perfección que vimos en esta XXIX Olimpíada que culminó esplendorosamente el 24 de agosto del 2008 en Pekín, fueron necesarios 4.608 años de práctica deportiva.
Los distintos deportes tienen su origen en la práctica de la Gimnasia y los primeros tratados de ésta tuvieron su origen en China, alrededor del año 2.600 antes de Cristo. Incluso, del antiguo Egipto hay representaciones de juegos gimnásticos en las pinturas de los templos.
Posteriormente, los griegos le dan categoría de arte y denominan su práctica con la palabra Gimnasia, que significa en su idioma: arte desnudo.
La gimnasia helénica se fundamentaba en el pensamiento de Pitágoras: “Los cuerpos bien desarrollados y sanos son más fáciles de gobernar por la voluntad”.
Con el nombre de Gimnasio los griegos identificaron los lugares donde se realizaban las pruebas y entrenamientos atléticos. En estos sitios públicos, la gimnasia se practicaba paralela al ejercicio de la poesía y de la filosofía, conforme a la concepción griega del desarrollo integral del hombre. Aristóteles escribió: “La Gimnasia no sólo es un arte, sino también una ciencia; ciencia antropológica con un fin social”.
En el año 1453 antes de Cristo, con motivo de la institución de los Juegos Panatenaicos en honor de Palas Atenea, la diosa griega de la Sabiduría, se celebraron en Grecia los Primeros Juegos Atléticos. Estos juegos fueron los precursores de los antiguos Juegos Olímpicos.
Las competencias se realizaron en tres modalidades: carrera a pie, saltos de longitud, y lanzamientos de discos de piedra y de jabalinas de madera que, tras alcanzar su máxima altura, debía caer dentro de un círculo dibujado en la tierra.
La pista de carrera, en forma de óvalo, medía 192 metros y 27 centímetros. La prueba que cubría esa distancia recibió el nombre de Estadio, y a una doble vuelta a esa pista se la llamó Diaulio. La prueba de 4.500 metros (la más larga) era conocida con el nombre de Carrera Dólica.
En el año 776 antes de Cristo, el atleta Corebus, originario del pueblo griego de Elis, triunfó en una carrera y en otras pruebas, y se convirtió en el primer campeón olímpico que se conoce.
Homero narra en La Ilíada, al referirse a los funerales de Patrocio, un combate a puñetazos entre dos atletas: Epeos y Aurialo, junto a los muros de Troya. “Se oían crujir las mandíbulas bajo los golpes”, dice el poeta griego. Epeos ganó ese combate. Posteriormente, Epeos sería el famoso constructor del “Caballo de Troya”.
El Pugilato fue oficialmente acogido en las olimpíadas celebradas 800 años antes de Cristo, y en el siglo XVIII después de Cristo resurgió con el nombre de Pugilismo. En 1719, en Londres, James Figg fundó la primera academia de pugilismo, con un sistema de enseñanza que incluía todos los movimientos y ejercicios de un esgrimista: ataques, paradas, juegos de pies, etc.
Hoy, ya no se llama pugilato sino Boxeo y, gracias a sus reglas olímpicas, este deporte se ha transformado en una competencia eminentemente técnica, donde no solamente cuentan la fuerza y la resistencia física, sino donde la habilidad, la experiencia y la inteligencia del boxeador han de asegurar la victoria. Las reglas del boxeo olímpico moderno son: científicas, técnicas y humanísticas. En ellas, lo primordial es cuidar la integridad física del boxeador.
La historia de estos tres deportes, gimnasia, atletismo y boxeo, es prácticamente la historia del olimpismo antiguo y moderno.
Nos situamos entonces en el mes de enero del año 2008, cuando ya está en marcha la cuenta regresiva para la iniciación de la XXIX Olimpíada Moderna en Beijing, cuenta que se había iniciado en Sidney (Australia) en agosto del 2000, cuando se oficializó a Pekín como anfitriona de esta olimpíada.
Además de los tres deportes históricos ya nombrados, el programa a desarrollar en Beijing comprende: lucha libre y grecorromana, halterofilia, esgrima, canotaje, yudo, taekwondo, natación y nado sincronizado, remo, saltos desde trampolín y plataforma, vela, waterpolo, tiro, tiro con arco, equitación, pentatlón moderno, fútbol, ciclismo, tenis, tenis de mesa, basketbol, balonmano, bádminton, béisbol, hockey, softbol, voleibol, vóley playa, y triatlón. En total son 31 deportes para 10.472 atletas inscritos hasta ese momento.
El 1º de mayo del 2008 el Comité Olímpico Internacional (COI) y el Comité Organizador informan que todos los escenarios deportivos están listos para la iniciación de la XXIX Olimpíada de la era moderna.
Desde ese momento se inicia una campaña mediática contra la Olimpíada, orquestada por la ultraderecha occidental con el apoyo de algunos gobiernos, sectas religiosas y organizaciones de prensa, radio y televisión. Piden que se cancelen los juegos para salvar a los deportistas, alegando que el aire o atmósfera de Pekín es nociva, tóxica, venenosa y que en China se violan los derechos humanos.
El COI no da marcha atrás. “Los Juegos van”, dice su presidente, el belga Jacques Rogge.
Entonces se pasa a las vías de hecho contra la marcha de la antorcha olímpica en su recorrido de 136.000 kilómetros desde Grecia hasta China, a través de los cinco continentes. Las mayores agresiones se presentaron en el recorrido por Inglaterra y Estados Unidos.
Sin embargo, ninguno de los miles de atletas, hombres y mujeres, que portaron la antorcha olímpica se dejó intimidar en ninguna de las calles, avenidas o caminos de nuestro planeta. Se comportaron como verdaderos seres humanos, y demostraron honor y carácter de auténticos deportistas.
A las 8 p.m. y 8 minutos del día 8 del mes 8 del año 8 del siglo XXI (y del III milenio) se prendió la fiesta inmensa del deporte mundial, con un espectáculo jamás visto en cuanto a sincronización y precisión multitudinaria, con arte individual y colectivo presentado por más de 15.000 actores que también eran atletas, gimnastas, trapecistas, equilibristas, bailarines; artistas, en el sentido completo de la palabra.
Durante más de dos horas, casi hipnotizados, viajamos 5.000 años atrás y vimos la historia milenaria del pueblo chino, desde la creación del papel (papiro), el tambor, la pólvora, la imprenta, la porcelana, las telas, signos numéricos, caracteres, letras, ropa, muralla china, pintura, escultura, etc., hasta llegar a la música, la ciencia y la tecnología actual.
Sólo regresamos al presente cuando empezó el desfile de los 10.708 atletas que representaban a 205 países participantes. Creo que igual les sucedió a los 91.000 espectadores instalados en las graderías del majestuoso e imponente Nido de Pájaro, como se le llamó por su forma al estadio, y a los 4.400 millones de televidentes.
Cuando se encendió el pebetero olímpico en lo más alto del estadio y terminó aquella fantasía de fuegos artificiales, no podíamos imaginar lo que desde el día siguiente nos ofrecerían en las pistas, en las piscinas y en las canchas de Beijing, los atletas masculinos y femeninos del mundo.
A las 8 a.m. del sábado 9 de agosto empezaron las competencias individuales, y empezaron a caer los records olímpicos y también los mundiales.
Natación, pesas, tiro, tiro con arco, clavados, gimnasia y atletismo produjeron la mayor cantidad de records durante esos 16 días de competencia, que culminaron a las 6 de la tarde el domingo 24 de agosto en la pista atlética del “Monumental” Nido de Pájaro, con la llegada y premiación de la Maratón ante 91.000 espectadores esperando la fastuosa clausura.
El balance técnico final de esta XXIX Olimpíada es impresionante: 205 países; más de 10.500 deportistas participantes, de los cuales el 42% fueron mujeres; reducción del dopaje al mínimo, con sólo 6 casos detectados y sancionados; 85 records, entre mundiales y olímpicos, superados por mujeres y hombres como demostración de las inmensas capacidades mentales, físicas y técnicas que tiene el ser humano para mejorar su existencia.
Los deportistas de esta XXIX Olimpíada ganaron: 302 medallas de Oro, 303 medallas de Plata y 353 medallas de Bronce, para un gran total de 958 preseas, que son los únicos premios, lo cual representa algo más del 11% de los competidores de esta cita olímpica, cuyos tres más brillantes fueron:
Michael Phelps, en natación, por Estados Unidos, quien obtuvo 8 medallas de Oro y batió 7 records;
Usain Bolt, en atletismo, por Jamaica, quien ganó 3 medallas de Oro, y fue record mundial en 100 metros planos con 9 segundos y 69 centésimas, record mundial en 200 metros planos con 19 segundos y 30 centésimas, y record mundial en posta de 4 por 100 con 37 segundos y 10 centésimas; y
Yelena Isinbáyeva, en atletismo, por Rusia, quien llegó a Beijing con 23 records mundiales, 2 de ellos ganados este año, y con 9 medallas de Oro ganadas a partir de Atenas-2004 en grandes campeonatos, y quien en el Nido de Pájaro logró 5,05 metros en salto con pértiga: nuevo record mundial; el tercero suyo de este año y el vigésimo cuarto en su vida.
El orden final de Medallas Doradas por países fue:
1º, China: con 51 de Oro, y 100 en total.
2º, Estados Unidos: con 36 de Oro, y 110 en total.
3º, Rusia: con 23 de oro, y 72 en total.
4º, Reino Unido: con 19 de Oro, y 47 en total.
5º, Alemania: con 16 de Oro, y 41 en total.
6º, Austria: con 14 de Oro, y 46 en total.
7º, Corea del Sur: con 13 de Oro, y 31 en total.
8º, Japón: con 9 de Oro, y 25 en total.
9º, Italia: con 8 de Oro, y 28 en total.
10º, Francia: con 7 de Oro, y 40 en total.
11º, Ucrania: con 7 de oro, y 27 en total.
12º, Holanda: con 7 de Oro, y 16 en total.
13º, Jamaica: con 6 de Oro, y 11 en total.
14º, España: con 5 de Oro, y 18 en total.
Brasil, Cuba, Argentina México, República Dominicana y Panamá fueron los mejores de Latinoamérica:
23º, Brasil: con 3 de Oro, y 15 en total.
28º, Cuba: con 2 de Oro, y 24 en total.
34º, Argentina: con 2 de oro, y 6 en total.
36º, México: con 2 de Oro, y 3 en total.
46º, República Dominicana: con 1 de Oro, y 2 en total.
52º, Panamá: con 1 de Oro, y 1 en total.
Colombia ocupó el puesto 65 con 1 medalla de Plata en pesas, ganada por Diego Salazar; y 1 de Bronce en lucha libre, ganada por Jacqueline Rentería.
No puedo terminar este resumen olímpico sin decir algo que está ahí, a la vista de todos; por supuesto, de todo el que quiera ver la realidad:
Jamaica fue el verdadero ganador de esta Olimpíada. Un país con menos de 3 y medio millones de habitantes ganó 6 medallas de Oro, lo cual da una Medalla Dorada por cada 583.000 habitantes, promedio que están muy lejos de alcanzar China, Estados Unidos, Rusia y los otros 201 países que compitieron en esta XXIX Olimpíada, verdaderamente fantástica, de Beijing o Pekín. La hazaña de Jamaica equivale a que China hubiese ganado más de 2.000 medallas de Oro.
(Miércoles 27 de agosto del 2008.) n
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José Alfredo Jiménez
RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
cardingarcia@hotmail.com
José Alfredo Jiménez Sandoval, sin lugar a dudas el más grande compositor popular de México y quizás de América Latina, nació en la cuna de la independencia mexicana, la ciudad de Dolores Hidalgo (estado de Guanajuato), el 19 de enero de 1926 en la casa Nº 7 de la Avenida Escuela Real, a una cuadra del parque principal de tal ciudad.
En el museo de Dolores Hidalgo, una fotografía muestra a un niño güero (rubio) y ojizarco, con cierto grado de temor. Tiene pantalón de charro, revólver y cananas. En la mano lleva un enorme sombrero blanco, en el hombro carga un sarape (una manta) y en el cuello tiene un moño muy grande, como para el cuello de un adulto. Ese niño es José Alfredo.
Cerca al museo está la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, cuya campana tocaron a rebato la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810 cuando su párroco, el padre Miguel Hidalgo y Costilla, llamó a insurreccionarse contra España al grito de ¡Mueran los gachupines!, históricamente conocido como El Grito de Dolores pues así, a secas, se llamaba entonces la ciudad. De tan histórico momento se acuerda el turista al escuchar todos los días, a las seis de la mañana, los golpe del badajo de tan histórica campana.
En una esquina, diagonal al parque y frente a la iglesia, hay una posada (o pensión) llamada “Cocomacán”, que ofrece comida y alojamiento al visitante. Cuando el turista entra al comedor encuentra un gran cuadro con un hombre de bigote, que lleva sombrero ancho, un sarape y un moño en el cuello, tan discreto, que parece para niño, por lo que pasa casi inadvertido; contrario al del niño de la foto del museo, que parece para adulto. El cuadro tiene como fondo la iglesia de Dolores Hidalgo, y el hombre es José Alfredo.
Al poco tiempo de nacido José Alfredo, su familia se trasladó a Ciudad de México. Dicen que allá, de joven, José Alfredo fue mesero, jugador de fútbol y compositor anónimo. Pero en poco tiempo sus canciones salieron del anonimato gracias a la radio, lo cual lo hizo popular.
Se cuenta que en 1947 se inició como cantante y que en 1950 se grabó su primer disco, titulado: “Yo”. A partir de entonces, las disqueras no dejaron de grabar sus rancheras, corridos, huapangos, boleros y otros ritmos que han conformado el repertorio más rico, admirado y cantado de América Latina, y las emisoras no dejaron de poner sus discos.
Entre las más importantes canciones mexicanas, son muy pocas las que no compuso José Alfredo. Recordemos algunas: “Corazón, corazón”, “El jinete”, “No me amenaces”, “La araña”, “El Rey”, “La media vuelta”, “Si nos dejan”, “Un mundo raro”, “Guitarras de media noche”, “Amanecí en tus brazos”, “Que te vaya bonito”, “Paloma querida”, “Cuatro caminos”, “Pa’ todo el año”, “Llegó borracho, el borracho”, “La retirada”, “Sonaron cuatro balazos”, “El corrido del caballo blanco” y “Camino de Guanajuato”.
De entre sus 248 canciones registradas, las letras de las dos últimas mencionadas ofrecen la disculpa perfecta para recorrer parte de la geografía mexicana.
La penúltima comienza: Este es el corrido del caballo blanco / que un día domingo feliz arrancara; / iba con la mira de llegar al norte / habiendo salido de Guadalajara. Si usted observa el mapa, se dará cuenta de que la distancia recorrida por el caballo blanco es muy larga, pues atravesó de sur a norte los estados de Jalisco, Nayarit, Sinaloa y Sonora, y concluyó atravesando de oriente a occidente el estado de Baja California del Norte. Tan larga es tal distancia, que en un buen caballo se echaría por lo menos un mes en recorrerla.
Claro que hay que decir que el famoso “caballo blanco” no fue tal, sino que el maestro José Alfredo se inspiró en su “pichirilo” (su carrito) en el cual atravesó desiertos y zonas inhóspitas y riesgosas, como La Rumorosa.
Lo contrario es “Camino de Guanajuato”, pues la geografía descrita sí es fácil recorrerla, como de hecho la recorren los turistas. “Camino de Guanajuato”, que se refiere a la ciudad y no al estado del cual es capital, se inicia filosofando al afirmar que: La vida no vale nada. Si observamos, a partir de la segunda estrofa la canción se encarrila por la vía de la geografía descriptiva: bonito León, Guanajuato, / su feria con sus jugadas / allí se apuesta la vida / y se respeta al que gana. / Allá en mi León, Guanajuato, / la vida no vale nada.
No se sabe a ciencia cierta si cuando José Alfredo compuso esta canción, León era una ciudad o un pueblito. Porque actualmente es una ciudad, a dos horas de Dolores Hidalgo, dedicada a la fabricación de calzado, por lo que hoy hay allá algo que vale menos que la vida: los zapatos.
A León se llega desde Guadalajara subiendo por Los Altos de Jalisco, mencionados en una ranchera cantada por Jorge Negrete. También se pasa por Jalostotitlán, famosa por sus mujeres bonitas. Por esta misma región se pasa por azulados campos de agave, del cual extraen el tequila.
José Alfredo fue un tomador empedernido de tequila. Por eso, a los 45 años el médico se lo prohibió debido a una cirrosis. Pero era imposible que quien había compuesto las mejores canciones que motivaban a tomarlo en las cantinas, lo dejara “así como así”. Por eso murió dos años después.
Si hubiera dejado la bebida y por eso hubiese tenido larga vida, hoy tendría 82 años. Pero seguramente viviría atormentado por haber traicionado su mundo musical que, como dije, gira en torno al tequila y en torno a éste giran las cantinas, las serenatas, las parrandas, los cuates, los amores, las venganzas, los olvidos, los charros, los mariachis...
Camino de Guanajuato, / que pasas por tanto pueblo, / no pases por Salamanca / que allí me hiere el recuerdo. / Vete rodeando veredas, / no pases porque me muero. José Alfredo implora esto, no porque Salamanca parezca un pueblo “sucio” por su principal actividad (la venta de lubricante y combustible), sino porque allí murió un hermano suyo.
El Cristo de tu montaña / del Cerro del Cubilete / consuelo de los que sufren / adoración de la gente. Al Cerro del Cubilete se llega recorriendo 13 kilómetros de “pavé”, parecido al que torturaba a los ciclistas colombianos en el Tour de France. Es una carretera que sube en espiral, llena de mujeres con niños pidiéndoles plata a los peregrinos.
En la cumbre del Cerro del Cubilete el turista encuentra una larga fila de comederos populares, en donde reinan los tacos y las tortillas. El más famoso se llama: “La Panza Feliz”. En dicha cima hay una iglesia redonda: la del famoso Cristo con los brazos extendidos sobre el paisaje.
Al bajar del Cerro del Cubilete se inicia la parte final del viaje a Guanajuato. Son unos 20 kilómetros de buena carretera para llegar a esta bella ciudad. En este trayecto se sube una colina y se pasa por un pueblo llamado Santa Rosa. (Camino de Santa Rosa / la sierra de Guanajuato.)
Al final de la carretera se pasa por cerros llenos de cabras y casi sin gente. Y dice la canción: Allá, no más tras lomitas, / se ve Dolores Hidalgo. / Yo allí me quedo, paisano, / allí es mi pueblo adorado. Y en las goteras de Dolores Hidalgo, en una de las “lomitas” tras las cuales está el pueblo natal y adorado de José Alfredo Jiménez, aparece una estatua solitaria. Es José Alfredo Jiménez, quien mira a su pueblo adorado extendiendo sobre él un brazo protector.
José Alfredo fue varias veces a su pueblo, y se recuerda de manera especial el viaje que hizo en diciembre de 1972 para recibir el homenaje que le tributaban sus paisanos por sus 25 años como compositor y cantante, pues los dolorenses querían homenajearlo en vida y para entonces ya se presentía que le quedaba poco tiempo en este mundo.
Para responder al homenaje, José Alfredo compuso la canción “Gracias”: ¿Cómo puedo pagar / que me quieran a mí / por todas mis canciones? / (…) / Si tuviera con qué / compraría para mí / otros dos corazones. / Para hacerlos figurar / y llenar otra vez / sus almas de ilusiones / y poderles pagar / que me quieran a mí / y a todas mis canciones. En septiembre de 1973 hizo su última presentación, en “Televisa”, y cantó esta canción para despedirse de todo su país.
El 23 de noviembre de 1973 murió en Ciudad de México. Como fue su voluntad que en su pueblo adorado lo enterraran, los dolorenses recibieron su cadáver 4 kilómetros antes de Dolores Hidalgo, por la vía de Santa Rosa, donde se levanta la loma desde la cual “se ve Dolores Hidalgo”. Lo acompañaba un cortejo fúnebre de varios kilómetros de largo: gente llorando que venía de todo México con todo tipo de arreglos florales y cantando sus canciones.
Un año después, su yerno diseñó y construyó en Dolores Hidalgo el mausoleo familiar, en el cual los restos de José Alfredo yacen bajo un gigantesco sombrero ancho de concreto. Sobre dicho sombrero hay una enorme serpiente, que emula la del escudo mexicano, y un sarape, en el cual están esculpidas algunas de sus canciones más famosas.
Encima de la cripta jamás falta un vaso de tequila. Es un ritual perpetuo que se impusieron sus paisanos, quienes le esculpieron un lógico epitafio: La vida no vale nada. n
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El éxito del Éxito: dos
«perlas criollas» del llamado
«capitalismo salvaje»
JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.
jairocely@hotmail.com
Hace quizá un par de meses estuve de compras, como todos los sábados, en el almacén Éxito: el que se engulló al cuasi centenario almacén Ley.
En la caja registradora adyacente a la cual yo «le hacía la cola» había lo que no tenía ésta: un joven que le empacaba a cada cliente su compra y, al entregarle la bolsa, le pedía una propina.
Otras cajas registradoras tenían el mismo servicio, ya prestado por un muchacho o bien por una muchacha, que tenían en común estar uniformados de azul.
Cuando la cajera me empacó los corotos, fui a donde el joven que empacaba en la mencionada caja registradora adyacente y le pregunté por qué pedía propina si eso no lo hacían las cajeras (que tienen uniforme amarillo), siendo ellas y él empleados del Éxito.
La respuesta del chamo no pudo ser más deplorable: las cajeras sí son empleadas del Éxito pero no los que empacan, por lo que el «sueldo» de éstos se reduce a lo que les den de propinas.
«¡Se mandan güevo estos capitalistas de estiércol!», pensé en voz alta y luego agregué:
«Vea, chamo: lo que practican los hijos-de-mala-madre dueños de este almacén es esclavismo. Sólo que peor que el que abolió el general presidente José Hilario López el 21 de mayo de 1851, pues al menos a esos esclavos sus amos les daban techo y comida. Si yo fuera su padre no alcahuetearía contra usted ese trato infamante, con lo cual me ahorraría lo del desplazamiento suyo en buseta».
El chamo me miró estupefacto y no articuló ni un monosílabo, pero la dama (a lo mejor cincuentona) a la cual él le había empacado la compra me miró como con odio conyugal… pero no dio la propina.
Y como «Una cosa lleva a la otra», eso me hizo acordar de una frase bíblica oída en mi adolescencia cuando en el colegio me tocaba ir a misa, atribuida a Jesús: es más probable que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al Reino de los Cielos.
Un par de semanas después en el mismo almacén, cuando le di a la cajera un billete de veinte mil pesos para pagarle la compra, la dama, antes de darme los vueltos, tomó de al lado de la caja registradora una tarjeta en la cual se veía en letras grandes la palabra «Goticas» y al lado de dicha palabra se veía el logotipo de dicho almacén.
—¿Va a colaborar con esta campaña? —me preguntó la cajera refiriéndose a lo promocionado en dicha tarjeta, a la cual devolvió a su sitio sin permitirme leerla.
—¿Y en qué consiste dicha campaña, mademoiselle o madame? —le pregunté a la cajera.
—Es una obra benéfica —me respondió sin darme detalles.
—Y claro —agregué—: cuando se entregue el recaudo, quienes aparecerán en la gran prensa, sacando pecho como los grandes filántropos, serán los propietarios del Éxito y no los miles de clientes que pusieron la plata.
—Haz el bien y no mires a quién —dijo instintivamente la dama.
—Ese es uno de los refranes que vienen al caso —repuse—. Pero así como hace quizá 20 años a la Iglesia católica se la cuestionó por practicar la «caridad cristiana» haciendo obras benéficas con las narco-limosnas de Pablo Escobar o sus pares, también hay otro refrán lapidario: el de que no hay que ganar indulgencias con avemarías ajenas. Si los propietarios del Éxito quieren pontificar de filántropos, y a lo mejor van a misa y comulgan todos los días, que se metan la mano en su propio bolsillo y financien grandes obras sociales con una mínima parte de sus enormes ganancias. Pero que comiencen por ser justos, pagándoles sueldo a las muchachas y muchachos que empacan las compras, de las cuales devengan sus enormes ganancias… Por cierto: ¿me entrega los vueltos?
Y como «Una cosa lleva a la otra», una vez más me acordé, en el mismo almacén, de aquella frase bíblica atribuida a Jesús. Entonces me pregunté: si el cielo existiera, ¿sería cierta tanta belleza?
POST-SCRIPTUM. Como septiembre no tenía fiestas, los mercaderes pequeños y grandes, agremiados en alguna federación nacional, aprovecharon para sobre-engordar sus cuentas bancarias explotando la sensiblería del tercer mundo, y se inventaron el dizque «Día del Amor y la Amistad».
Como si el resto de días del año fuera para practicar los aberrantes deportes de la guerra, del genocidio (con moto-sierra paraca incluida), de la violencia intrafamiliar, de la violación sexual contra las y los menores de edad… y pare de contar.
Definitivamente, como dice un antiguo refrán: El vivo vive del bobo; y el bobo, de taita y mama. n
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El domingo 26 del próximo octubre se cumplirán siete
años de haber aparecido la primera edición de
Occidente Universitario.
Y puesto que lo usual es difundir una edición de
Occidente Universitario por mes, en febrero del próximo año,
mes en el cual «el suscrito» Director cumpliría 56 años de
edad, se difundiría la edición número cien de Occidente.
(Así, como suena: en tiempo potencial lo uno y lo otro.) n
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Mis compadres de parranda
CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
kafrica_55@hotmail.com
Desde que Occidente Universitario se consolidó como una publicación, cada año, por este mes de septiembre, el director de la publicación nos insta a escribir sobre “México Lindo y Querido”, dado que el 15 de septiembre se celebra el Día Nacional de ese país. Para nosotros, lejos de ser una dificultad, lo hacemos con agrado porque llevamos a México metido muy dentro de nuestro corazón. Así, los “columnistas exclusivos” de Occidente hemos escrito sobre tacos mexicanos, tequilas, sobre artistas como Agustín Lara, sobre historia de México, sobre cine y música mexicana.
En esta oportunidad quiero recordar a dos personajes que en su época fueron los grandes ídolos de nuestra adolescencia y juventud, con quienes cantamos sus canciones en bares y cantinas, dimos apasionadas serenatas, nos emborrachamos con ellos en “el rincón de una cantina”, lloramos por los amores perdidos, imploramos “deja que salga la luna” para conseguir otro amor, fuimos abandonados otros, por “mil amores” y por “aventurero”, todo dentro de ese ambiente popular de los años 50 y 60, con fuerte influencia mexicana, debido al cine y a la música mexicana de rancheras, huapangos y corridos, a la que sólo le hacía competencia la música colombiana de guabinas, bambucos y pasillos.
ANTONIO (TONY) AGUILAR
Su nombre completo era Pascual Antonio Aguilar Barraza y fue conocido como “El Charro de México”, porque desde su aparición como cantante representó la bravía raza mexicana, de hombres de pelo en pecho, de fuerte estampa y dura voz a lo mero macho y fue reconocido como la persona que introdujo el deporte mexicano de la Charrería a audiencias internacionales, razón de más para que lo apodaran “El Charro de México”. Tal vez algún lector de juventud acumulada, como yo, recuerde con inmensa satisfacción aquel gusto y placer de haber ido a presenciar este espectáculo con el ídolo, en el año de 1957 en la plaza de toros de San Fermín, de Pamplona (Norte de Santander, no España).
Nació el 17 de mayo de 1919 y vivió su infancia en la hacienda “La Casa Grande de Tayahua”, de propiedad ancestral de la familia desde 1596, en la ciudad de Villanueva, estado de Zacatecas. Se le atribuye a su madre su vocación por el canto, y a su tío Mariano, que intentó pagarle una carrera de aviación, pero le retiró el apoyo cuando se enteró de que la había cambiado por una beca para cantantes en la cuidad de Nueva York.
Tuvo la oportunidad de iniciarse como cantante en la emisora de radio XEW en julio de 1950, y a partir de ahí empezó a despuntar como estrella. Se inició como cantante en el género operático, igual que sus antecesores Jorge Negrete y Pedro Infante, pero, a diferencia de ellos, que desembocaron en el bolero ranchero, con canciones como “Luna de Octubre”, “Flor sin retoño”, “Solamente una vez”, Antonio Aguilar, que en un principio también incursionó en ese género, fue arrastrado a su verdadera pasión: la canción ranchera, cantinera mexicanota, que surgió en una visita a Puerto Rico.
Y aquí es donde se conjuga el sentimiento y el recuerdo con el deseo vivo de hacer esta nota, que me la estaba debiendo y tal vez se la estaba debiendo a mis colegas asoviches (Asociación de Viejitos Chéveres), pues Antonio Aguilar era por los años 60 uno de los reyes de la canción ranchera en las cantinas y bares de Cúcuta, junto con otros exponentes de este género, como Miguel Aceves Mejía, José Alfredo Jiménez, Luis Aguilar —con quien apenas eran “primos amigos”—, Pedro Infante, Lola Beltrán, Flor Silvestre.
Qué buenas perras nos amarrábamos con sus temas musicales como: “El Aventurero”, “La cama de piedra”, “Ay, Chabela”, “Rosita Alvírez”, “El corrido de Lucio Vásquez”, “El hijo desobediente”, “Bala perdida”, “Mil puñaladas”, “Alta y delgadita”. Y no nombro más porque el sentimiento y los recuerdos de aquellas tardes y noches en que las oíamos, me atropellan. Como dato biográfico, dice una fuente consultada, hizo 160 álbumes de música y vendió más de 25 millones de copias, el último álbum lo editó en 2006, un año antes de su muerte, acaecida el 20 de junio de 2007 y que además tiene un record: Antonio Aguilar es el único hispano en llenar el Madison Square Garden, de Nueva York, en seis noches consecutivas.
Antonio Aguilar también incursionó en el cine. En el cine mexicano. Aún Hollywood no había hecho “desaparición” y para entonces era el único que se veía en estas tierras por allá en los años 60. Y nosotros estábamos con nuestro ídolo, viendo sus películas y oyendo y cantando sus canciones. En 1952, debutó en “El casto Susano” y fue coestelar con Pedro Infante en “Un rincón cerca del cielo”. Trabajó con el actor estadounidense John Wayne en el film “Los indestructibles”, de 1969. En 1956 recibió su primera oportunidad estelar, en “Tierra de hombres”. Se destacó en comedias rancheras y en la caracterización de personajes populares e históricos, como Heraclio Bernal, Pánfilo Natera, Benjamín Argumedo, Emiliano Zapata, Felipe Carrillo Puerto, Gabino Barrera y Lucio Vázquez. Desde mediados de los años sesenta fue argumentista y guionista, y produjo un número importante de cintas, entre ellas varias de las que fue protagonista. Actuó en 167 películas, la última de ellas “La güera chabela”, filmada en 1994 y de la que fue productor.
La anterior información fue recopilada de varias fuentes consultadas en Internet, que contienen además el listado de todas sus películas, de las que no recordaba ningún nombre, ni menos el tema. Mirando el listado, tal vez pude recordar: “¡Aquí están los Aguilares!”: dos gavilanes pendencieros, Antonio y Luis, que, como dije, apenas eran “primos amigos”. “Los muertos no hablan”: película de suspenso, con el acompañamiento del cómico Chicote. “Aquí está tu enamorado”: romántica, con canciones, amores y despechos. “El alazán y el rosillo”: película de acción, donde el protagonista y antagonista apuestan el caballo, la chica y la vida en una carrera de caballos. Y tal vez la que nos llenaba el corazón de amor y el espíritu de justicia: Mauricio Rosales, “El rayo justiciero”: un enmascarado, enamorado de la mujer más linda, que luchaba “por la justicia y la libertad de los más desvalidos” a punta de canciones, tiros y látigo, compitiendo con los otros paladines de la época: El Zorro, El Enmascarado de Plata, El Llanero Solitario, El Halcón Negro, cuando ya hacía su entrada “Supermán” que vino a tirarse todo.
MIGUEL ACEVES MEJÍA
En los años 60, los ambientes de diversión y recreación en Cúcuta se reducían a muy poco. Uno de esos ambientes era la cantina o bar, al estilo mexicano, tal vez copiado del cine mexicano. Esto lo he mencionado en varios escritos. En ese ambiente, otro de los reyes indiscutibles era don Miguel Aceves Mejía, quien para el gerente de catálogo de Sony, Jorge Ibarra, fue, con Jorge Negrete y Pedro Infante, uno de los tres grandes de la época dorada de la canción ranchera.
Para nosotros, los asoviches, “El rey del falsete”, como se le conocía, fue uno de nuestros ídolos más querido y admirado. Sus canciones, que interpretaba con su timbre de voz muy especial, eran las preferidas para dar nuestras serenatas. A diferencia de Antonio Aguilar, quien cantaba en un tono más subido canciones en ritmo de corrido norteño —como “Caballo prieto alazán”, “Adolorido”, “Por una mujer casada”, “La Martina”, “Noches tenebrosas”—, Miguel Aceves Mejía cantaba con su voz de falsete, canciones de ritmo ranchero, como: “La del rebozo blanco”, “Ni contigo ni sin ti”, “Cuando salga la luna”, “Me equivoqué contigo”, “Orgullosa y bonita”, “Serenata huasteca”, “No soy monedita de oro”, “Guitarras de media noche”, “Cucurrucucú, paloma”, con las que le dábamos serenatas a esas chicas remilgosas, que no daban ni un piquito.
Su transcurrir por la vida fue el de un hombre corriente. “Aceves Mejía fue un hombre hecho en la vida. No tuvo título universitario, pero estudió cuando cursar la primaria era equivalente a secundaria o preparatoria de ahora. Sabía mucho, pero de la vida”, cita una fuente. “Formó parte de una compañía teatral ambulante y en 1938 grabó por primera vez con el trío Los Porteños. Esta actividad la alternaba con la mecánica, en Ciudad de México. Cantaba en la radio boleros y ritmos afrocubanos”, cita otra fuente.
A partir de 1945 se dedicó exclusivamente a cantar rancheras y, tras la muerte de Jorge Negrete y Pedro Infante, quedó reinando como el mejor exponente de la canción ranchera. Hablando sobre el tema con algunos de mis amigotes, uno de ellos me comentó que fueron Jorge Negrete, con su “vozarrón” y estampa, y Pedro Infante, con su melódica voz, quienes, acompañados del Mariachi Vargas, fueron quienes sacaron la canción ranchera del anonimato, del ambiente campirano, del folclorismo criollo y la llevaron a estadios internacionales.
Yo acepté el comentario como válido. Pero al recopilar información para este escrito, encontré aseveraciones en contrario, como que Miguel Aceves Mejía, pese a su modesto origen y vida modesta llevada, se jactaba de haber sido el primer artista en grabar con un mariachi sinfónico, creado por el mexicano Rubén Fuentes. Este mariachi fue el “Mariachi Vargas de Tecalitlán”, con quien grabó más de mil canciones, de todos los géneros folclóricos mexicanos. Fue Miguel Aceves Mejía el primer cantante mexicano en llevar el mariachi a Sudamérica y, gracias a esto, la canción ranchera es la que le dio nombre a México en todo el mundo.
Además, agrega la fuente, durante más de 50 años Miguel Aceves Mejía portó con gran dignidad el traje de charro. Cita que el cantante y actor nunca aprobó el bolero ranchero, adjudicando esta modalidad de la música a aquellos que no podían cantar música ranchera como tal, ni tampoco lograban hacer un falsete, precisamente una de las principales características de su voz.
Sea lo que sea, lo cierto es que es difícil decir cuáles son sus mejores canciones. La más representativa fue La malagueña, pues era en ella donde le ponía los más preciosos tonos de su falsete y tal vez fue la más difundida. Pedro Infante y Jorge Negrete grabaron temas que estuvieron primero en la voz de Aceves Mejía y la obra del autor de Camino de Guanajuato, José Alfredo Jiménez, la dio a conocer nacional e internacionalmente Miguel Aceves Mejía.
Quiero agregar que nuestra generación no cantó con Jorge Negrete, y muy poco con Pedro Infante. Nuestro iconos fueron Antonio Aguilar, Luis Aguilar, José Alfredo Jiménez, Miguel Aceves Mejía y, más tarde, Javier Solís. Entre las más populares melodías que interpretó y que aún rondan en mi cabeza están: “Yo tenía un chorro de voz”, “El Pastor”, “Vaya con Dios”, “El jinete” y “Cuatro caminos”.
Pero es que al hablar de nuestro cantante preferido, me llegan los recuerdos nítidos de aquellos viejos tiempos de los talleres de zapatería en los que yo trabajaba en mis ratos libres, donde don Miguel era el artista exclusivo, pues todos los días la radio estaba prendida: a las 6 a.m. en el dial de Radio Guaymaral, con el programa “Amanecer tapatío”; y a las tres de la tarde en el de La Voz del Norte, con el mocho Barreto y su programa “Los charros y sus canciones”. Con esos recuerdos, vuelvo a escuchar (en este momento), al mocho Barreto diciendo: “¡Échaaale, Migueeel!” y a éste, cantando: “Vámonos”, “Entre copa y copa”, “Eso merece un trago”, “Tú y las nubes”, “La feria de San Marcos”, “Échame a mí la culpa”, “Bala perdida”, “Que me toquen las golondrinas”. ¡Échele, compadre!
Miguel Aceves Mejía, como casi todos los artistas mexicanos de la época, también incursionó en el cine. Actuó en 60 películas de la llamada época de oro del cine mexicano y, aunque no fue un gran galán de la pantalla, como lo fueron Pedro Infante o Jorge Negrete, su presencia en los primeros años de la crisis del cine mexicano, a comienzos de los años 50, fue de gran importancia, pues “hizo cine con dignidad y con gusto”, ganándose el respeto del público. Crisis que se dio cuando, por un lado, apareció la televisión; y por otro, el cine europeo con el neorrealismo italiano, y las superproducciones de Hollywood, y en México mueren los grandes iconos del cine nacional, como Joaquín Pardavé (1900-1955), Jorge Negrete y poco después, Pedro Infante.
Pese a todo, el cantante y actor compartió créditos con un gran número de actrices, como la española Lola Flores, con quien protagonizó “Échame la culpa”, con el puertorriqueño Fernando Cortés, con Lola Flores, con Lola Beltrán. Además, en Argentina filmó varias películas: “Dos tipos con suerte” (1960), “Amor se dice cantando” (1958) y “La despedida” (1957). “Sus películas estaban dirigidas a un público poco exigente en términos dramáticos, pero muy conocedor en términos musicales”. (Información tomada de varias fuentes de Internet).
Finalmente, Aceves Mejía, intérprete y actor, que nació en Chihuahua el 15 de noviembre de 1915, murió en Ciudad de México el 14 noviembre de 2005, a la edad de 90 años, pero su hijo, Miguel Santiago Aceves, dijo a la prensa: “Mi padre no falleció a los 90 años, sino a los 92, casi a punto de cumplir los 93, porque nació el 15 de noviembre de 1913. El problema es que siempre se quitaba la edad. Inclusive mi mamá, Antonia Ramona Martínez, no sabe bien cuántos años tenía”, comentó.
(Cúcuta, septiembre de 2008) n
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N O T A S :
Cualquier nota que no tenga explícitamente autor, debe ser
atribuida exclusivamente al director de Occidente Universitario.
Por limitaciones pecuniarias, las ediciones «en papel» de
Occidente Universitario, que se difunden completamente
gratis, es de 40 ejemplares, en promedio.
La edición Nº 96 de Occidente Universitario saldrá
(probablemente) el viernes 24 de octubre del 2008.
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No alcanzaste a celebrar con nosotros el nacimiento de esta nueva publicación.
Esto lo entusiasmó y, como hombre inquieto y proactivo, nos propuso otra de sus locuras. La creación de una fundación para el desarrollo de la literatura en Norte de Santander. Con su personalidad arrolladora nos convenció de las bondades del proyecto y le comimos cuento. Los cuatro quijotes (Edgardo, Machi, el Loco y el suscrito) ya estábamos haciendo aportes pecuniarios con la intención de que en un año tendríamos un pequeño capital, para iniciar labores. También esta vez: Me (Nos) quedaste mal, Virgilio.
En esas charlas que sosteníamos en la Academia, me ofreció una copia del libro Los alemanes en el Táchira, de Heinrich Rode. La había sacado para hacer en ella las glosas de sus investigaciones. Leí la obra con interés, pero no sé qué es más interesante, si lo escrito por Rode o las Glosas de Virgilio.
Siempre me preguntaba cómo iban mis investigaciones lexicográficas y me estimulaba a que no dejara esa actividad. En esas me prometió otro libro sobre el tema. Un día, hace menos de dos meses, en una de esas tertulias y discusiones francas, no sé por qué causa me dijo:
—Siga jodiendo y verá que no le regalo el libro. —Y con esa chispa que lo caracterizaba y esa sutil ironía, agregó:— Y peor vas a quedar con lo pobre de tu biblioteca.
Para no quedarme atrás, le dije:
—Le voy a contestar con palabras de Oscar Wilde: “Yo no sé por qué los amigos regalan más libros que estantes”. —Soltó su sonora carcajada de Papá Noel, y me dijo:
—Buena esa —y brindamos. Pues: Me quedaste mal, Virgilio. No buscaste en tu biblioteca mi libro.
Hace menos de un mes nos encontramos en unas conferencias sobre la Teoría de la Relatividad, tema al que se había aficionado últimamente. De nuevo me preguntó por mis investigaciones lexicográficas. Le comenté los últimos avances y le dije que estaba buscando un mago que supiera de léxico y de gramática para que revisara los textos. Me dio un consejo: “Hágalo usted solo, así no tiene que deberle nada a nadie. Qué mago ni qué ocho cuartos. El mago es usted, que está haciendo ese trabajo, y cualquiera puede revisar los textos; por ejemplo, yo”, se me ofreció. Así que: Me quedaste mal, Virgilio.
Así era Virgilio Durán Martínez: un amigo a carta cabal. Sin reservas, sincero, ferviente, con todas esas dotes que le conocimos. Cuántos proyectos se nos quedaron en el vacío, sólo porque se le ocurrió echarnos el peor chiste: morirse “de buenas a primeras” hace 3 días.
(Cúcuta, jueves 24 de noviembre de 2005.) n
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Sube, Amigo
JOSÉ RICARDO CASTILLO CASTILLO,
profesor Titular emérito de la UFPS.
Estaba tranquila la mañana
del lunes 21 de noviembre
del año 2005.
Entre nubes de su refugio
un carruaje de ruedas brillantes
tirado por briosos caballos alados
estacionó...
Bajó una figura como luz
de ropas resplandecientes
como el relámpago.
Acarició su vida y le susurró:
“Virgilio: sube, amigo,
no temas;
ya has cumplido tu misión”.
Virgilio replicó:
“Paséame en tu carruaje
por mi ciudad, mi Universidad,
México y mis amores”.
De salida a su viaje sin regreso
lanzó a su ciudad
Viaje fantástico
por el tranvía de Cúcuta,
Cúcuta libertada,
y la ciudad Antes del terremoto;
y a México le lanzó Cronología
de la Revolución Mexicana.
Cuando pasó
frente a su amada Universidad
le dejó su Memoria escrita
40 años de fundación
de la Universidad Francisco
de Paula Santander.
Al pasar frente
a sus grandes amores,
su esposa doña Graciela,
sus hijos Pedro,
Ángela María y Lina Margarita,
rodaron por su mejillas
dos lágrimas muy grandes
como océanos.
Entonces les dejó
sus bendiciones, sus alegrías.
Virgilio se resistió a partir,
pero el cochero
de rostro resplandeciente
soltó las riendas
de los caballos alados
y se llevó a Virgilio,
al lado del Creador,
más allá del sol
a la eternidad.
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Una partida inesperada
RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
El 19 de octubre de 1968, cuando Edgardo aún ejercía el ministerio sacerdotal en la parroquia de San Antonio de Padua (en Cúcuta), monseñor Rafael Sarmiento Peralta (obispo de Ocaña), Edgardo y otro sacerdote —cuyo nombre Edgardo ya no recuerda— casaron, lógicamente en una misa concelebrada, a un joven profesional llamado Virgilio Durán Martínez y a una joven y bella dama llamada Graciela Barajas.
Cuatro años más tarde, en 1972, el joven Edgardo ingresó a la Universidad Francisco de Paula Santander como profesor, después de haberle escrito al papa Pablo VI (a Roma) solicitándole la dispensa para retirarse del sacerdocio.
Un día de ese año 72 Edgardo se encontró en la Universidad con el profesor Virgilio. Éste, quien era 4 años mayor que Edgardo, le dijo:
—Oiga: sé que usted se retiró del sacerdocio, pero le recuerdo que usted me casó; yo tengo en mi casa fotos del matrimonio. Un día de estos lo invito para que las vea.
Edgardo no se acordaba, pero en ese momento empezó su trato con quien llamaban: “El Gran Virgilio”.
Se veían poco y la amistad era muy distante: de constantes choques por razones personales y académicas. Pero siempre con la altura que debe tener una disputa entre universitarios.
Edgardo siempre se preguntaba el por qué de esa actitud del doctor Virgilio con él: tan antipática y hostil. Un día Edgardo le preguntó sobre esa situación a un amigo de los dos, y éste le contestó:
—Virgilio es así: hay que intimar con él para medio conocerlo. La amistad con él nace de simpatías o antipatías. A él se le quiere o se le rechaza. Es polémico, iconoclasta, y nunca se pone de acuerdo con nadie. Es encaramador, si uno se deja encaramar o se le achicopala. Aparentemente es soberbio y ofensivo. Para ingresar al círculo de sus amistades, hay que contar con el “placet” de él.
Así se trataron Virgilio y Edgardo durante 28 años, y Edgardo nunca acabaría de comentar sobre el carácter avasallador y hasta antipático del doctor Virgilio, quien, para colmo, era hasta enigmático.
Cuentan que fue muy liberal y apasionado en sus años mozos. Pero poco a poco, al pasar los años, se fue apaciguando esa caldera humana, y se volvió tolerante y comprensivo. Fue en esta época de su madurez cuando Edgardo más intimó con Virgilio, quien un día le dijo:
—Me llegó la hora de hacer amigos, pues perdí mucho tiempo buscando camorra y enemistades. Como que me cogió el tarde. Por eso: hagámonos pasito, reverendo padre.
Fue en esta época (desde hace unos cinco años), como si ya presintiera el final, que Edgardo y Virgilio se hicieron “cachas”. Cuando Edgardo conoció a un Virgilio ya reposado, que buscaba con quién trabajar en equipo. Lo acompañaba ciertos días a algunas libaciones y, aunque seguía siendo cáustico y duro en sus expresiones, se le notaba su nobleza y su afán por dejar un buen recuerdo en la Universidad Francisco de Paula Santander.
Edgardo admiraba a Virgilio porque, siendo un ingeniero, era un humanista. Era amante de la historia y en especial de la de Cúcuta, a la cual tanto quiso y le cantó en todas sus obras, que fueron cinco. Virgilio era, a pesar de parecer otra cosa, un hombre polifacético: declamaba, tocaba guitarra y cantaba; sobre todo, rancheras y tangos. A veces parecía otra persona y no la que se conocía.
Edgardo nunca supo por qué Virgilio amaba tanto a México y su historia. En varias ocasiones invitó a Edgardo a celebrar en su casa la fiesta de la Independencia de México, con tequila y tacos. Últimamente fundó con él, el Machi y el Africano un fondo editorial llamado QADRIGA, nombre que él escogió y que explicaba así:
—Somos como cuatro caballos que tiran de un carruaje literario. Somos unos quijotes. Más tarde compraremos una imprenta para publicar lo que escribamos.
En esta época Edgardo conoció más intensamente a Virgilio. Parecía que el tiempo se le estuviera acabando.
Cuando Virgilio estaba pensando y actuando en futuros proyectos, le llegó la muerte. Esa muerte que nadie quiere aceptar como parte de la vida. Y así, casi sin que se dieran cuenta, Virgilio dejó a sus amigotes. Edgardo no lo creía. Pero de manera abrupta se les fue ese gran cuate.
Ante esta muerte intempestiva y desconcertante, Edgardo recomienda leer, en el evangelio de San Mateo —capítulo 24, versículos 42 al 45—, esta gran verdad para los cristianos, válido para los jóvenes y no tan jóvenes:
Por eso estén despiertos. Ni el día ni la hora en que vendrá el Señor, la sabremos. Vendrá como un ladrón. Estemos siempre preparados, porque el día que menos pensemos llegará la muerte.
Y así fue: una partida inesperada y sin retorno, con la cual cogió “fuera de base” a sus “amigotes”. Su muerte fue como fue su vida: sorprendente. n
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Mi amigo Virgilio Durán Martínez
HERNANDO CASTILLO CHAUSTRE,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
En abril de 1973 ocurrieron dos hechos muy impactantes en mi vida, que me dejaron huellas imborrables por su gran significado. Uno, la muerte de mi queridísimo padre, don Pablo Emilio Castillo. Y el otro, el nacimiento de una gran amistad: la del doctor Virgilio Durán Martínez.
Recomendado directamente por el doctor Eustorgio Colmenares Baptista (q.e.p.d.), dos meses antes había llegado a la sede de la calle trece de la UFPS a iniciar mi carrera docente en el área de Mercadeo, para lo cual siempre puse dedicación y empeño, pues era inmensa la responsabilidad que había asumido: preparar a la juventud universitaria.
En una de esas reuniones que nunca se convocaban pero que —lloviera, tronara o relampagueara— se realizaban en la cafetería del señor Suescún (calle 13 entre avenidas 5ª y 6ª), me presentaron al doctor Virgilio Durán Martínez, a quien de ahí en adelante llamaría Virgilio a secas, y quien, con su inagotable vena humorística, sentenció que veía en mí “un gran futuro para la ciudad, el departamento y la Universidad”. Gracias a su respaldo fui nombrado profesor de medio tiempo y luego, en agosto de 1974, ascendí a tiempo completo.
Tuve el altísimo honor de acompañarlo en su lucha por la Universidad en momentos difíciles, estando con él en las memorables asambleas de profesores en el cuarto piso del edificio Fundadores, donde con su discurso exponía y hasta imponía sus posiciones. También compartí con él cargos en la Junta Directiva de la Asociación de Profesores: él como presidente y yo, como secretario.
Recuerdo, como si fuera hoy, que ante el ataque de un grupo de profesores antioqueños que pedían mi cabeza académica, el doctor Virgilio Durán Martínez se opuso rotundamente a tal “despropósito”, como lo llamó él, y con el doctor Luis Eduardo Lobo me brindaron su absoluta confianza y respaldo, a lo cual respondí con creces.
En este breve recuento de mi amistad con Virgilio quiero recordar de manera especial, pero sin nombrarlos —para no omitir a alguno—, a los integrantes de esa “patota” con la cual “fundamos” algunos sitios de sano esparcimiento como: el de el Flaco Gonzalo, el de Jaime Gamboa y el de la Llanta. Mención aparte merece las veces en que, junto con Virgilio y Luis Eduardo, nos sentábamos a mediodía en la Llanta a “solucionar problemas” de la Universidad, el país y el mundo. Evoco la mofa que hacía Virgilio de ese “lujo de sillas” de Manolo —su propietario, quien murió hace poco— y sus vetustas mesas incambiables quizá desde los años 70.
Por último, quiero recordar algunos apodos cariñosos que él se inventó para algunos de nuestros compañeros, como: grumete pata-picha, Panterita, el Cura, Machicambiao, el Zarrapastroso, el Alpargatudo, el del Inglés miserable, la Paticortica, Taconazo, el Júnior, el Tendero, Pollo frío, el Señor del Humilladero, y tantas otros que se me escapan de la memoria.
Hago llegar a su esposa Gracielita, a sus hijas Ángela María y Lina Margarita, y a su hijo Pedro Jesús, mi voz de consuelo ante la ausencia del esposo y padre. Ellos me brindaron ese calor de amistad y muchísimas veces tuve el privilegio de estar en reuniones en su casa, algunas de ellas celebrando el tradicional “Día de México”.
Quiero terminar este breve artículo recordando aquel inolvidable paseo o tour que hicimos en compañía de su hija Ángela Maria y de mi hija Sandra Liliana por los municipios de Salazar, Arboledas y Cucutilla, hasta llegar a Pamplona.
Bien, Virgilio: te recordaré siempre. n
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En recuerdo de Virgilio Durán
ALIRIO NÚÑEZ CORREA, profesor de
la Facultad de Ciencias Básicas de la UFPS.
NO ME DESPIDO
Yo no me despido
para que no sufras mi ausencia,
para que no haya pena
en tu corazón.
Yo no me despido
para que no notes mi ausencia,
para que no comentes
de algo que existió.
Yo no me despido
para que en cada latido
de tu corazón mi vida
esté presente.
Yo no me despido
para que en el aire
que respires
esté mi amor.
Yo no me despido
para que dudes siempre
si mi viaje es eterno o efímero
para que te preguntes
si la vida es un sueño
algo real o una imaginación. n
QUISIERA SABER
Quisiera saber
cuánto vale una vida
para volver a nacer
y borrarme las heridas.
Quisiera saber
qué es más importante
morir, vivir, parar
o seguir adelante.
Quisiera saber
cuál es la razón
que existe en el ser
para no querer vivir con amor.
Quisiera saber
qué estamos haciendo,
las luces se apagan
se acaba el aliento.
Quisiera saber
amigo, hermano,
¿cuál es tu solidaridad
en esta etapa aciaga?
Quisiera saber
por qué eres tan insensible,
la muerte ronda en la esquina
y tu finges y sigues.
Quisiera saber
¿dónde está la fe, dónde la esperanza
dónde está el orgullo
de esta raza humana?
Quisiera saber
por qué tanto dolor humano.
Si son reales las profecías,
Señor, ten piedad
de nuestros hermanos. n
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ASPIRANDO A QUE, POR LO «AÑEJO»,
ESTE TEXTO NO PAREZCA UN «REFRITO»...
A propósito de la obra
Viaje fantástico por el tranvía de Cúcuta
Palabras leídas por su autor, el
profesor ingeniero Jairo Cely Niño,
en el Parque de los Benefactores de la
Universidad Francisco de Paula Santander,
en la noche del jueves 2 de septiembre de 1999.
El martes de la semana pasada (martes 24 de agosto de 1999) se conmemoró el primer centenario del nacimiento del escritor argentino Jorge Luis Borges. Nueve días después, en el acto académico de la noche de hoy, con el cual concluye la celebración de los 37 años de fundación de la Universidad Francisco de Paula Santander, se hace la presentación oficial del libro Viaje fantástico por el tranvía de Cúcuta, escrito por un profesor emérito del primer centro de estudios superiores de Norte de Santander: el doctor Virgilio Durán Martínez.
Cuentan que a Jorge Luis Borges le preguntaron si había leído La Vorágine, del escritor colombiano José Eustasio Rivera, y que el maestro Borges dijo que «¡claro!», pero que no le había dejado la sensación de haber leído un libro sino la de haber estado en un determinado lugar.
Pues bien: nadie me lo está preguntando, ni siquiera el doctor Virgilio Durán, pero la lectura de su libro también me dejó la sensación de haber estado en un lugar demasiado especial. Sólo que ese lugar ya no era de este mundo cuando yo llegué a él, en el mes de febrero del año 1953.
Yo nací, y viví mi primera infancia, en uno de los cerros del barrio Sevilla. Durante muchos años hubo en Sevilla una tienda que se conocía hasta en el sitio más insospechado de Cúcuta: La X Roja. (Hasta la conocían en las ciudades de San Antonio, San Cristóbal y Ureña, de nuestro vecino y hermano país.) Esa tienda hace años dejó de existir, pero sobrevive su nombre. Si alguien no me lo cree, párese unos minutos en el cruce de la Guaimaral con Faroles —a muy pocas cuadras de aquí— y verá pasar una buseta con ese nombre estampado en la tabla que describe su ruta.
Al frente de La X Roja, exactamente al oriente, está la iglesia más hermosa de Cúcuta: Nuestra Señora de la Candelaria. A tienda e iglesia las separa una amplia avenida: la «7ª-A», que se denomina «Avenida 8ª» desde la redoma de la Terminal hacia el sur.
Por cierto, inmediatamente al sur de esta redoma hay una vieja locomotora sobre un rústico pedestal, como recuerdo del ferrocarril que Cúcuta tuvo una vez. Y por cierto, también, que a una cuadra en línea recta al oeste de tal monumento nació y vivió el vicerrector administrativo, doctor Héctor Miguel Parra López.
Por la orilla oriental de la avenida 7ª-A, casi rozando a la iglesia, pasaba el tren. Por vivir en el cerro sur del barrio Sevilla, muy pocas veces vi el paso del tren. Pero de las pocas veces en que lo vi en movimiento, recuerdo la actitud suicida de los mozalbetes del barrio tapizando con tapas de gaseosa y cerveza los rieles del tren, para que las ruedas de aquél las convirtieran en hostias de metal cuyos orillos nada le podían envidiar a un bisturí. Con cada una de esas latas aquellos muchachos —a quienes los adultos les decían «bolañeros»— construían un «runcho». Un juego que, en nuestro juicio de hoy, nos parece suicida; pero con el cual se divirtió la juventud, adolescencia y niñez de aquellos viejos tiempos.
De modo que yo tenía conciencia cabal de la existencia del tren. Pero de lo que ni pizca de idea tenía, era de que en Cúcuta hubo una vez un tranvía.
Y lo vine a saber por el libro del doctor Virgilio Durán.
Tal vez se asombren ustedes por mi, entre comillas, «falta de ignorancia». Pero ocurrió que la campesina y el campesino que habían respectivamente de ser mi madre y mi padre, un día decidieron anochecer pero no amanecer en su departamento de Boyacá, y, huyendo de la violencia política de aquellos años aciagos, llegaron a aquel cerro del barrio Sevilla trayendo en brazos a mi hermano mayor. Para entonces, ya había desaparecido el tranvía.
Lo que no he podido entender, tras la lectura del libro del doctor Virgilio Durán, es: ¿por qué jamás le oí a alguien mencionar que Cúcuta tuvo una vez un tranvía?
¿Acaso fue que nuestros antepasados llamaron indistintamente «tren», al tren y al tranvía? Cualquiera fuere la causa, ¡qué vaina haber nacido uno tarde!
Luego si eso ha ocurrido con uno, haber sido testigo de excepción del paso del tren y desconocer que aquí hubo una vez un tranvía, ¿qué se puede esperar de los muchachos de hoy? Y sobre todo, ¿cómo culparlos por desconocer la historia de nuestra hermosa ciudad?
Por eso, en mi modesta opinión, Viaje fantástico por el tranvía de Cúcuta constituye un valiosísimo aporte a la historia de nuestra esplendorosa ciudad capital. Que tiene, entre tantas virtudes, la de ser la única ciudad del mundo fundada por una mujer, según escribía como Sinopsis Histórica de Cúcuta en nuestros antiguos directorios telefónicos el desaparecido doctor Eustorgio Colmenares Baptista.
Recuerdo que hace 16 años me encontré con una anciana venerable quien, entre veintiún y diecinueve años atrás, había sido mi maestra de 1°, 2° y 3° primaria. Nos encontramos, ¡vaya ironía!, en la velación simultánea de la esposa y el hijo de un profesor.
Como me recordó por mi primer nombre y mis dos apellidos, le pregunté si recordaba que ella no había tenido que enseñarme a leer, y que nadie en el mundo podía darse el lujo de decirlo y probarlo. Me respondió que cómo no iba a acordarse de éso, pero sobre todo del esfuerzo magno que tuvo que derrochar para que yo aprendiera a escribir.
Casi me fui de «pa’ tras», porque nunca tuve conciencia de aquel incidente. Y no la tuve, quizá porque mi primer año en la escuela lo pasé imbuido en la lectura de fábulas y cuentos de hadas y de cuanto papel llegaba a mis manos. Era que doña Ana Julia Núñez de Peñuela, mi inolvidable maestra, nos animaba a leer hasta la placa de una volqueta. Hasta leía un periódico comunista proscrito por el clero de misa y olla, Voz Proletaria, que mi papá le compraba a un tipo que lo camuflaba entre ejemplares de El Catolicismo, que era el periódico oficial de la Curia.
Saber, 21 años después, que cargaba y cargaría el lastre de aquella innata torpeza, me hizo entender que, más allá de mi gusto por la lectura, lo que había en mí —cada vez— era una secreta admiración por ese generalmente anónimo ser que había redactado el texto que yo disfrutaba.
Por eso, Virgilio Durán es motivo de doble admiración para mí. Porque ha escrito esta hermosa y nostálgica obra, que yo no habría sido capaz de escribir. Y porque fue mi maestro en cuatro importantes asignaturas durante mi ciclo básico de Ingeniería, a mediados de los años setenta.
Como maestro, Virgilio era jodido. Nos calificaba las evaluaciones con cero o cinco porque, decía, el examen o el previo no es la Lotería de Cúcuta, que paga aproximaciones. Porque el ingeniero no tiene término medio: o el trabajo le queda impecable, o como la cara de él. Advertía que si un estudiante de Ingeniería comete un error, lo califican con cero, y lo peor que le puede ocurrir es que tenga que repetir la materia; pero, si como ingeniero comete un error, se va «pa’» la cárcel. Creo, 25 años después, que si nos andaba tan duro era porque quería amainar el impacto de encontrarnos después con que la vida profesional iba a tratarnos peor.
En cambio, como colega, Virgilio también era jodido. Si en una asamblea de profesores se le venía a uno con una arremetida argumental, y uno no era capaz de rebatirlo con argumentos también, ni el saludo le merecía después; pero, si uno le enfrentaba el discurso, se ganaba un amigo de quien no se podía esperar más, pero menos tampoco, de lo que había derecho a esperar. Creo que su premisa era simple: no sería amigo de quien, por cobardía o por ignorancia invencible, fuera incapaz de controvertirlo.
Algo siempre me llamó la atención de Virgilio, como maestro y colega: nunca llevaba algo escrito. Me hice a la idea de que si no se molestaba en garrapatear siquiera una síntesis de lo que iba a exponer, era porque le daba jartera escribir, pero lo compensaba con una prodigiosa memoria.
Así que cuál no sería mi sorpresa el día en que me informaron que estaba escribiendo un libro sobre la Revolución Mexicana, del cual, por cierto, no conozco la primera cuartilla. Pero mi sorpresa mayor fue saber que había escrito Viaje fantástico por el tranvía de Cúcuta.
Obra que muchas sensaciones induce. Entre tantas, para mí fue conmovedor saber por su libro que, parafraseando al poeta Jorge Robledo Ortiz, hubo una vez una Cúcuta cuyas amplísimas avenidas y calles no tenían números fríos, como los «tiques» que expulsa por una ranura la caja registradora de cualquier almacén, sino nombres que exaltaban la memoria de los Padres Fundadores de nuestra nacionalidad colombiana.
Comenzando por la del fundador civil de la República, nuestro paisano el general don Francisco de Paula Santander, cuyo nombre lleva orgullosa la mejor universidad de este mundo. Universidad cuyo trigésimo séptimo aniversario de fundación estamos conmemorando.
Por eso reitero mi modesta opinión de que Viaje fantástico por el tranvía de Cúcuta constituye un valiosísimo aporte a la historia de nuestra esplendorosa ciudad capital.
Y creo que, definitivamente, la valoración más elocuente del libro del doctor Virgilio Durán la hace el señor rector, doctor Patrocinio Ararat, en la nota de presentación de la obra.
No leerlo equivale, para un cucuteño, a perderse de mucho.
Muchísimas gracias. n
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PARA RELLENAR ESTA PÁGINA:
(OBVIO: LA DE LA «VERSIÓN EN PAPEL»)
¡Ay, la educación!
MANUEL GUZMÁN HENNESSEY.
Diario El Tiempo, lunes 12.12.2005, p. 1-15.
Cuando las universidades de antes les pedían a los estudiantes que presentaran un trabajo, diga usted sobre las teorías del método en Feyerabend o la importancia de Foucault en la lingüística, lo primero que los estudiantes hacían era ir a las fuentes de las ideas.
Había que leer los libros y después relacionar unas ideas con otras para producir, finalmente, un pensamiento más o menos propio. Y lo que se calificaba era eso: la habilidad para producir ideas más o menos originales, o enfoques adecuadamente contextualizados sobre los autores, las tendencias y los descubrimientos.
Hoy, los docentes saben que muy pocos estudiantes resistirán la tentación del copy paste. Ese artilugio cibernético que consiste en acceder al conocimiento con la punta del dedo índice, para después “fusilarlo” con el anular. Pero casi todos se hacen los bobos, porque ellos también acuden al copiar-pegar cuando tienen que presentar sus trabajos del postgrado, que les representará un mejoramiento de sus condiciones. El anhelado “tiempo completo” o la mullida coordinación de departamento, peldaños superiores al del catedrático, que en las universidades de estrato alto tienen pago de $25.000 por hora, y en las de bajo, de $12.000.
Cuando los directivos escuchan del extendido método, se rasgan en público las vestiduras académicas que luego se ajustarán en privado, pues ninguno ignora que la trampa es nada más que un medio que justifica el fin en la perversa axiología de los “ismos” salvajes. Las universidades alientan la despiadada competencia porque son parte de un engranaje de negocios, donde el debe y el haber pertenecen a una categoría superior que la vocación docente, el conocimiento y la investigación.
Y el Icfes, preguntarán los lectores, ¿dónde está el Icfes? Muy bien: está en ECAES, el último invento de la burocracia educativa para evaluar lo que todos sabemos, que el sistema sufre la más aguda crisis de las últimas décadas.
Pero en la época del copiar-pegar hay esforzados investigadores científicos en esas cuatro o cinco universidades “de verdad” que aún nos quedan, que trabajan, día a día, como antes: leyendo libros, ventilando ideas, generando país.
He conocido algunos, pero el esguince pedagógico que uno de ellos se ha inventado contra el “cortar y pegar” es muestra elocuente de lo que aún se puede hacer, cuando uno logra liberarse del “leseferianismo” de la mediocridad. Ricardo Puentes les dice a sus estudiantes que le escriban los trabajos a mano, y él les pone en sus cuadernos carita feliz o triste, según sea el nivel de originalidad, pertinencia y rigor, que con el exclusivo uso de sus manos hayan sido capaces de demostrar. n
guzmanhennessey@yahoo.com.ar
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El miércoles 19 de octubre del 2005 la Corte Constitucional, en un exceso de culiprontismo gobiernero sin par, «bendijo» la reimplantación de la reelección presidencial, con la gabela de inmediata. Pero siete semanas después, el miércoles 7 de diciembre del 2005 («El Día de la Infamia», llamó el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, al mismo día de 1941), dicha Corte «le sacó el culo» a la despenalización del aborto en tres circunstancias muy específicas.
¿Cuál sería la posición de la única mujer, magistrada Clara Inés Vargas, que hay en la Corte? n
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Al cerrar esta edición dedicada al doctor Virgilio Durán, «el suscrito» Director deplora que la tal «parca» no le haya pospuesto, a su ex maestro y colega, 20 días la muerte… para propiciarle morir con la dicha de ver a su Doblemente Glorioso Cúcuta Deportivo regresar a Las Ligas Mayores.
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