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OCCIDENTE UNIVERSITARIO
N° 93(Ver todos los números)

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Publicación informal, editada en la UNIVERSIDAD FRANCISCO DE PAULA SANTANDER
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Director: JAIRO CELY NIÑO l 6 pp (la edición en papel) l Martes 22 de Julio del 2008


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EN ESTA EDICIÓN :
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A MODO DE «EDITORIAL (O DE ALGO ASÍ)».
ANÉCDOTAS CIENTÍFICAS.
MEDIANTE BURDA ANTIOQUEÑADA SECUESTRAN AL CÚCUTA DEPORTIVO
DE ESPANTO Y MIEDO.
CHILES, O AJÍES O PIMIENTOS.


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A MODO DE «EDITORIAL» (O DE ALGO ASÍ).


Si el Gobierno viola el DIH,
¿qué le espera al «madeinjaus»?


Poco después del mediodía del recién pasado 2 de julio, «el suscrito» Director se reunió con cuatro de los cinco colegas jubilados con los cuales de cuando en cuando se reúne para lo mismo de ese día: degustar un elíxir escocés.
Tres de esos compañeros continúan colaborando con la Universidad en la modalidad de «profesor de hora-cátedra», de los cuales uno (el que estuvo ausente dicho día por encontrarse fuera del país) es «furibista» hasta los tuétanos, como lo son los otros dos colegas que se divorciaron de la docencia al jubilarse.
De modo que, con la excepción de dicho 2 de julio, en las demás ocasionales reuniones se presenta un «empate técnico»: tres «furibistas» y tres especímenes de ese lánguido porcentaje no unanimista «en vías de extinción», según las encuestas que cada vez acrecientan más la popularidad del presidente Uribe Vélez.
En algún momento del mencionado 2 de julio, la esposa del dueño de la tienda salió muy exaltada (lo que no debía, por estar embarazada) e informó que el Ejército acababa de rescatar a 15 personas que estaban secuestradas por las Farc; entre ellas, a la colombo-francesa Íngrid Betancour.
Uno de los dos colegas «furibistas», en vez de preguntarle si «¿Vivos o muertos?», sentenció muy entusiasmado: «¡Ahí está la segunda reelección de Uribe, asegurada!». «¡Sí, señor!», exclamó sobre-excitado el otro «furibista» y estrelló la palma de su mano derecha (imposible que la izquierda) contra la ídem de su par, y lamentó: «¡Lástima que no esté aquí R..!».
«El parte» oficial lo dio el ministro de Defensa, secundado por el comandante general de las Fuerzas Militares, alardeando de que fue una operación de inteligencia militar limpia e impecable.
Sin embargo, el día siguiente (3 de julio), la emisora estatal Radio Suiza Romanda informó que tal operación «fue signada por el dinero y no por la destreza o inteligencia de las autoridades colombianas»; que «el guerrillero conocido como César, uno de los dos subversivos capturados, recibió 20 millones de dólares a cambio de entregar a los rehenes»; y que «el gobierno de Estados Unidos estuvo detrás de ese acuerdo» y puso esa cantidad porque tres de los secuestrados eran gringos que «trabajaban para la FBI y fueron cedidos a la CIA para que realizaran un trabajo».
Por su parte, el canal gringo de noticias CNN denunció que un militar (y no por bruto, pues pertenece a la inteligencia militar) utilizó abusivamente el símbolo de la Cruz Roja Internacional en el rescate, lo cual constituye un violación del Derecho Internacional Humanitario, como quiera que eso está expresamente prohibido por el Protocolo II adicional a los Acuerdos de Ginebra, ratificados por Colombia.
Si ello fuerza a la Cruz Roja Internacional a inhibirse de realizar su labor humanitaria en favor de las víctimas del conflicto interno colombiano, en razón de que cualquier grupo armado e ilegal disparará contra cualquiera de sus miembros «por si las moscas» es otro impostor, cabe preguntar: ¿lo que pretendió el gobierno colombiano fue precisamente deshacerse de testigos en las próximas operaciones de rescate «limpias e impecables»?
Porque resulta sospechoso: ante todo, que el Presidente no sólo perdonó al violador del Derecho Internacional Humanitario, sino que encubrió su identidad; y sobre todo, que ya no quedan secuestrados por los cuales responder ante gobiernos extranjeros.
Y como si este grotesco «Todo vale» no fuera suficiente, los militares (y no por brutos, pues pertenecen a la inteligencia militar) también utilizaron los símbolos de una ONG humanitaria, con sede en Barcelona.
En todo caso, al «suscrito» Director el tal rescate «limpio e impecable» sí le suena a transacción. Porque, cuando el pasado 10 de enero las Farc liberaron a Clara Rojas y a Consuelo González de Perdomo, estas da-mas no lucían langarutas. Pues, como tal liberación la pactó las Farc con nuestra senadora Piedad Córdoba y el presidente venezolano Hugo Chávez, hubo tiempo para que este par de damas se repusieran y «arreglaran». ¿O no lucían como recién llegadas de las playas de Cancún y no de un infame cautiverio?
¿Y acaso el 2 de julio de este año Íngrid Betancour no lucía rozagante, cuando debía estar peor de langaruta de lo que apareció en aquel video fechado «24 de octubre» del recién pasado año?


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Anécdotas científicas

GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es

Navegando en la red, en una tarde de ocio, me dediqué a averiguar curiosidades acerca de la vida de esos seres tan especiales como son los científicos, y me encontré con que, definitivamente, esos privilegiados de la naturaleza son de una casta especial pues sólo a ellos se les presentan algunas ocurrencias como estas:

EL CHOFER DE EINSTEIN
Se cuenta que en los años 20 cuando Albert Einstein era una persona casi que desconocida para el común de la gente y apenas se hablaba, en el ámbito científico, de algo denominado “La Teoría de la Relatividad", se le invitaba, de vez en cuando, a dar algunas charlas en el mundo restringido universitario.
Dado que no le gustaba conducir, pues era un distraído y elevado conductor que, varias veces, se salió de la carretera por estar pensando en tochadas raras, contrató los servicios de un chofer. Después de varios días de conocerse, el sabio le hizo este comentario, un poco despectivo:
—Mi estimado Johan: lo vengo observando detenidamente y me he dado cuenta de que usted es un buen conductor, pues toma bien las curvas, acelera o desacelera a su debido tiempo, pasa con calma los baches del camino; en fin, estoy conforme con su trabajo. Sin embargo, me parece una labor tremendamente rutinaria y aburrida, pues es repetir siempre lo mismo una y otra vez.
—Mi estimado doctor —le contestó el chofer— le puedo afirmar que los dos somos casi que colegas. Le he escuchado tantas veces su conferencia sobre la relatividad que he llegado a pensar igual que usted: su trabajo consiste en repetir siempre lo mismo una y otra vez. Me conozco tanto la charla, que la puedo recitar palabra por palabra. Si quiere lo sustituyo un día.
El sabio le aceptó el reto y, antes de llegar al próximo lugar, intercambiaron las ropas y Einstein tomó el volante. Llegaron a la sala de la conferencia y, como ninguno de los académicos presentes conocían de cara a Einstein, el fraude se llevó a cabo. El conductor hizo, con gran seguridad y aplomo, la exposición, que al final recibió los merecidos aplausos de tan selecto auditorio. Antes de retirarse, uno de los asistentes le lanzó una complicadísima pregunta, a la cual el chofer le respondió con desdén: “su pregunta es tan simple y elemental que hasta mi conductor, que está atrás sentado en la última silla, la puede contestar. Por favor, Johan, le cedo la palabra”. Y así salió de ese embrollo.

EL PESO DEL CEREBRO
Theodor Bischoff fue uno de los anatomistas de mayor prestigio en Europa en los años finales del siglo XIX. Una de sus investigaciones consistía en pesar el cerebro de cada uno de los cadáveres que ingresaban a la morgue, producto de las disecciones que por ley se realizan por muertes trágicas o sospechosas.
Su hipótesis de trabajo consistía en que el hombre, por tener un cerebro más pesado, genera más conocimiento que la mujer. Como quien dice, la naturaleza privilegió al macho, no sólo en lo físico sino en lo mental.
Después de miles de autopsias tenía una información lo suficientemente extensa, hablando desde el punto de vista estadístico, como para formular un soporte comprobable a su postulado. Sus resultados indicaban que, en promedio, los pesos eran:
Cerebro masculino: 1.350 gramos.
Cerebro femenino: 1.250 gramos.
Durante el resto de su vida, Bischoff hizo un uso extensivo de esta información, con tanto furor y apasionamiento, que logró crear una escuela de admiradores y defensores de su discurso, obviamente más en los hombres que en las mujeres; tanto, que se llegó a decir que era la prueba reina de la selección natural de Charles Darwin. Se convirtió en un ídolo, en una estrella de la ciencia, con millones de fans en todo el mundo.
Pocos meses antes de fallecer, Bischoff dispuso, con bombos y platillos, que al morir le hicieran la autopsia, con la más refinada técnica de la época, para que le extrajeran el cerebro y lo agregaran a su colección. En la etiqueta de identificación se leía:
Cerebro de Theodor Bischoff: 1.245 gramos.
Qué desilusión. Qué desinflada para el ego masculino. Qué desbandada de seguidores.

CITAS FAMOSAS
Hagamos una minúscula selección de algunas sobresalientes.

De William Thomson Kelvin (matemático y físico escocés):
La radio no tiene futuro.
Los rayos X resultarán una farsa.
Las máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles.

De Thomas Alva Edison (inventor gringo):
El genio es 1% de inspiración y 99% de transpiración.

De William Osler (médico canadiense):
En la ciencia el reconocimiento se le da a quien materializa la idea, no al que la formula.

De Werner Heisemberg (físico alemán):
Todas las cualidades del átomo de la física moderna, que sólo puede simbolizarse en derivadas parciales en un espacio abstracto multidimensional, son inferidas y no le puede atribuir directamente propiedad material alguna. Así pues, cualquier representación suya que pueda crear nuestra imaginación es intrínsecamente deficiente: la comprensión del mundo atómico de ese modo primario y sensorial... es imposible.
¿Sí entendió?
Porque “Más claro no canta un gallo”.
(Cúcuta, julio de 2008)


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Hablando de anécdotas, un viernes en la noche estaba «la patota del suscrito Director» en la «Tienda Mixta La Campiña» cuando, de repente, el fallecido compañero Publio Quito saltó como impulsado por un resorte y empezó una atropellada retacada. Cuando hizo una pausa para que no colapsaran sus pulmones, un contertulio le inquirió: «Oiga, Publio: ¿y a qué viene la arrechera?». Publio respondió: «Es que yo no admito, ni concibo ni tolero que me llamen “pusilánime”». Otro contertulio preguntó: «¿Y quién toches le dijo “pusilánime”?» Y Publio respondió: «El doctor Ciro Espinosa». Entonces, otro contertulio le aclaró: «Lo que Ciro dijo fue que usted es muy “ecuánime”».
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Mediante burda antioqueñada
secuestran al Cúcuta Deportivo


ALFREDO DÍAZ CALDERÓN, socio
honorario de la ACORD. Carnet N° 025.

Hace dos años, el 14 de julio del 2006, nuestro Doblemente Glorioso Cúcuta Deportivo cayó en manos de un secuestrador extraterrestre el cual, como quien le rapa el chupo a un bebé, engatusó a sus directivos y se apoderó ese mismo día, sin invertir un solo peso, de una institución deportiva con 84 años de historia. Este señor extraterrestre se presentó con el pomposo nombre de “El hincha + fiel”.
(La cruz quiere decir “más”, pero lleva implícito un mensaje místico relativo a la pasión y muerte de Cristo.)
Parece mentira, pero El hincha más fiel convenció a la directiva cucuteña de que sólo él podía llenar las arcas de nuestro equipo, que porque en Cúcuta los cucuteños eran minoría. Tan pronto le mostró a la junta el mamotreto del contrato o del convenio, alguien de ésta se lo rapó y lo firmó. (¿Para que nadie más se diera ese lujo?) Esa misma noche el extraterrestre regresó a su planeta para, desde allá, manejar a su antojo lo que ya era de él. Como dirían nuestros abuelos: “el hincha + fiel” se alzó con el santo y las limosnas.
El domingo 23 de julio del 2006, Cúcuta Deportivo empató 1 por 1 con Deportivo Cali en nuestro estadio. Antes del partido aparecieron algunas barras con banderas rojas que tenían una gran cruz negra, y con escudos negrirrojos ovalados y con cachos. Algunas de las barras más tradicionales protestaron, y la directiva explicó que se trataba de un error cometido por una fábrica de confecciones deportivas.
El domingo 6 de agosto del 2006, cuando Cúcuta empató aquí 1 por 1 con Real Cartagena, pusieron en venta camisetas y gorras con el escudo ovalado y cachón, lo cual encendió los ánimos de las barras más tradicionales.
El domingo 29 de octubre del 2006, cuando Cúcuta derrotó aquí 1 por 0 al Deportes Tolima, se presentaron incidentes entre barras a la salida del estadio, pues un sacerdote había dicho en una misa que el escudo con cachos era un símbolo satánico. Lo cierto es que “el hincha + fiel” había ordenado el cambio de los emblemas históricos de nuestro equipo negrirrojo sin pedir permiso a nadie, pues para eso era el mandamás según al mamotreto firmado 107 días antes.
El miércoles 20 de diciembre del 2006 Cúcuta empató 1 por 1 con Tolima en Ibagué, ganando su primera estrella en el Fútbol Profesional Colombiano. Al día siguiente hubo gran recibimiento con multitudinario desfile por toda la ciudad, que concluyó con concentración en el Estadio General Santander. El negociazo ese 21 de diciembre de “el hincha + fiel” fue de unos $4.000’000.000, pues vendió más de 50.000 juegos de gorra y camiseta a razón de $75.000 cada kit.
Durante el 2007 Cúcuta Deportivo jugó los dos torneos de la Dimayor y la Copa Libertadores, y “el hincha + fiel” vendió gorras, camisetas y banderas en cantidades apreciables. Igualmente, en los 6 meses transcurridos del 2008, siguió vendiendo e imponiendo a la afición cucuteña sus gorras, camisetas y banderas con sus emblemas caprichosos: la cruz negra en la bandera roja, y el escudo ovalado y cachón.
El martes 8 de julio del 2008 llegó un ultimátum del extraterrestre exigiéndole $1.500’000.000 al Cúcuta Deportivo. ¿A título de qué, acaso importa? Para él, ser “el hincha + fiel” significa ser el amo del Cúcuta Deportivo. No sería extraño, pues, que el próximo ultimátum sea el de exigir la “mesa limpia”, para nombrarle junta directiva a nuestro equipo negrirrojo y, por qué no, meterlo en un “ovni-chárter” para llevarlo a su planeta y ponerlo a jugar allá con otro nombre.
Las explicaciones o “descargos” que han ofrecido los directivos de la entidad negrirroja en este par de años apuntan a que un avivato “se aprovechó de la nobleza” de ellos y que ellos, “sin querer queriendo”, le vendieron (¿cuál fue el monto?) el premio gordo y la máquina de fabricar billetes.
Muchos cucuteños están llamando a este tumbe El Sansimoncito Deportivo, comparándolo con el tumbe que les dieron a los dirigentes políticos los avivatos del “Consorcio San Simón”, quienes instalaron peajes en las autopistas que van a las ciudades de Ureña y San Antonio, del vecino y hermano país de Venezuela, cobrados en burdas casetas que parecen letrinas ambulantes. Nada tendría de raro que un tumbe y otro lo haya dado un mismo extraterrestre, con nombre diferente: “el hincha + fiel”, en el tumbe deportivo; y “el recaudador + patriota”, en el político.
(Cúcuta, 11 de julio del 2008.)

POST-SCRIPTUM. Hace tres días, el martes 8 de julio del 2008, nos quedamos sin agua desde las once de la mañana. Ayer, jueves 10 de julio, a la una de la tarde comenzó a llegar el agua “a cuentagotas”. El diario La Opinión informó que la emergencia afectó a toda Cúcuta y que fue causada por la empresa constructora que destruyó lo que el municipio, originalmente (hace 40 años), y después la Universidad Francisco de Paula Santander (durante casi 30 años), construyeron en lo que con acierto se llamó El Bosque Popular; y que, luego de reducirlo a escombros, taló todos los árboles de este gran y céntrico pulmón de la ciudad.

Y como a tan voraz obsesión destructora de esta empresa constructora no la sació la reducción a ripio del Bosque Popular ni la devastación ecológica, el martes 8 de julio reventó el tubo madre que viene de la planta de tratamiento de El Pórtico, y nos sometió a 50 horas sin agua en nuestras casas.

¿Será que los cucuteños estamos “salados”? ¿Será que estamos ante “el mismo gringo con diferente churumbela”? Recordemos que esta tercera versión sansimoncita se apareció ofreciéndole a Cúcuta obras, desarrollo, inversión y respeto ambiental. Y a los cucuteños, trabajo y billete.

Me atrevo a pensar que esta Terminator “se aprovechó de la nobleza” de la anterior administración municipal, y le embutió el proyecto devastador del Bosque Popular y del tubo madre con el pomposo nombre de: El ecologista + puro. ¿Serán tres sansimoncitos distintos en un solo extraterrestre verdadero?


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De espanto y miedo

CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
kafrica_55@hotmail.com

Hace pocas semanas leí en el diario El Tiempo un artículo sobre “la inspiración”, donde les preguntaban a varios reconocidos autores sobre el momento de “la aparición de la musa”. Todos respondieron que “esa aparición” es apenas un instante, cuando surge la idea, y que a partir de allí lo demás es, como dice Uribito: trabajar, trabajar y trabajar.
Bueno, ayer (jueves 3 de julio) “me atropelló la diosa inspiración”. Se me atravesó en el camino como mula resabiada, porque la venía esquivando con este temita, que me lo presentaba de manera insistente y yo eludía abordarlo. Pero ayer se me atravesó la condenada y pensé, después, que hasta se había presentado personalmente, pues fui sorprendido por una encantadora dama quien, aunque tiene poca afinidad conmigo, amablemente, con una espléndida sonrisa en sus labios, puso en mis manos el diario La Opinión y con su dulce voz me dijo: “Tome, profe, lea”. El periódico traía el artículo del amigo Gustavo Gómez Ardila “De las cosas de antes”, que habla de esas cosas que ya desaparecieron, como la mecedora de mimbre, el aguamanil y la bacinilla. Pero, además, decía Gustavo que no eran sólo ellas, sino que también desaparecieron las costumbres, como aquella de salir al atardecer al andén a refrescarse con la brisa de esa hora.
Recordé que no sólo era a refrescarse, sino a charlar en familia y con los vecinos. Hoy, esa buena costumbre se perdió. En la familia, hoy sólo hay incomunicación entre espectadores mudos frente a la odiosa pantalla de plasma o de cristal. Se acabó la camaradería y la amistad con los vecinos; o “la conocencia”, como decía mi nona Justina. Hoy todo es impersonal y se trata a la gente con recelo, con desconfianza y hasta con intolerancia.
Y fue ahí donde por fin la acosadora logró su cometido con su “misteriosa aparición” en la forma de mujer hermosa. En ese momento, nuevamente “la musa me aporreó” con los recuerdos de las cosas desaparecidas y no pude rehuir el recuerdo de que, hablando de apariciones y desapariciones, cómo será que hasta “las apariciones” desaparecieron, pues los espantos y los aparecidos se acabaron. Aquellos diablos, brujas y duendes se esfumaron como por encanto. Desaparecieron como por arte de magia los pactos con el diablo, los pactos con los muertos para que “cantaran la zona” sobre dónde enterraron sus guacas repletas de morrocotas; las ánimas en pena y los muertos aparecidos a la media noche. Desaparecieron los hombres lobo, las mujeres serpiente, las gritonas, las lloronas, los patasolas y los descabezados.
Ahora sí ya no tenía escapatoria, había sido atrapado por la musa. Así que juntos (con la musa, no con la dama) nos escapamos por el camino de mi amigo Gustavo Gómez Ardila. Con ella acariciándome, disfruté de sus placeres, al recordar que a las 7 de la noche, después de la comida (nosotros al último “golpe” lo llamamos comida, no cena), como no existía el odioso aparatico, nos sentábamos en el andén a “ver” y oír “las películas” de espanto y miedo que contaban los nonos o las nonas con espeluznantes narraciones, sobre personajes venidos del más allá. La película la contaban con todos los detalles y pormenores, que conocían íntimamente y que nos ponían los pelos de punta, porque ellos mismos eran los protagonistas de encuentros, combates, pactos, carreras y escondrijos con aquellos asustadores seres.
Qué susto tan hijuemíchica: el alma empezaba a salirse del cuerpo, los ojos se brotaban, la sangre empezaba a hervir en las venas, un sudor frio recorría nuestro cuerpo, las manos sudaban copiosamente en ese delicioso pero a la vez temeroso momento del inicio de otro viaje al desconocido más allá, cuando veíamos que el nono o la nona empezaba la tarea parsimoniosa de encender el respectivo tabaco “Villamizar”, por el que ya había el primer roce nervioso por quedarnos con el anillo de papel del empaque. Después de la primera bocanada de humo, para llamar la atención, empezaba con su cansada voz: “Recuerdo (otra bocanada) cuando aquí mismito, en San… me topé de manos a boca con…”, y el nombre del fatídico personaje desataba la ola de sustos y miedos. Era el “detente” de todos, que quedábamos petrificados y, como autómatas, con ojos desorbitados seguíamos el expectante relato de esa película que no ocurría allá en la pantalla sino aquí en la vida real. Era un viaje a lo desconocido con esos diabólicos seres descabezados, mancos o cojos esqueletosos, gritonas o lloronas cuyo lamento se oía lejos cuando estaba cerca y en cambio, cuando estaban lejos, el lamento se percibía al oído. ¡Qué susto! Era un encuentro con mulas que echaban candela por las patas; caballos negros que parecían dragones; diablos con sus botas de fuego, ardiendo; espantos, sustos y miedos personificados y materializados como translúcidas almas en pena; fantasmagóricas calaveras; fosforescentes ataúdes; muertos conocidos que saludaban con la mano fría, entierros (guacas) que sacaban y luego desaparecían a la vista porque “tenían pacto” con el muerto. Y todo esto ocurriendo en sitios por donde nosotros transitábamos, que en ese momento se transformaban en oscuros y peligrosos caminos de borrascosas tempestades con ensordecedores truenos e iban acompañados con personajes reales que teníamos a nuestro lado, pues siempre estaban en el reparto: la tía, el tío, ño fulano, ña fulana, el padrino, la madrina, el compadre o la comadre. Pero lo más impresionante eran los espectaculares efectos especiales que cada uno le ponía a sus cuentos. Eran bellas alucinaciones dignas de Edgar Allan Poe: el carro fantasma echando chispas por debajo; el desfile del entierro invisible; el gato negro de ojos maledicentes que se transforma en diablo, o en mujer o en pantera; el duende chiquito, rechoncho, cojo y gruñón que se llevaba a los muchachos malos a rastras y, para que los devolviera, sus familias tenían que hacer mucha bulla; el perro diabólico con dientes de piraña; el diablo grandulón de capa negra y sombrero grande, flotando por los aires; la bella dama volando que, cuando ríe, muestra su dentadura desmueletada y sus filosos colmillo; el diablo jugando con monedas de oro por los aires; la clásica bruja volando en la escoba, que se transforma en serpiente, pero que, cuando se reza el Credo de para atrás, se transforma en la persona que es o se convierte en gallinazo, pero cuando se le arrojan unos granos benditos de mostaza también se transforma en la persona que es, y para que lo deje en paz a uno hay que regalarle sal bendecida y con esto también se conoce a la bruja, pues al otro día, unos decían que, la primera mujer con la que uno se encuentre, esa es, o que ella misma iba a solicitar que le regalaran un poquito de sal.
Pero, además, como la película ocurría en un tiempo inmemorial que podía ser el del momento, los tenebrosos personajes podrían estar por ahí cerca, al acecho, de modo que con mucho sigilo para no levantar sospechas del temor que nos embargaba, echábamos furtivas miradas hacia las esquinas o hacia los lugares oscuros “esperando no ver” al diablo llamándonos, o a la bruja bailando, o a la dama desmueletada sonriendo, o al carro sin ruido desapareciendo, o, peor aún, al duendecillo carcajeándose en la rama de un árbol, amenazando con su dedo maléfico, indicando que uno de nosotros sería el secuestrado de esa noche. Para completar el cuadro, en la semioscuridad y el silencio de la noche cualquier ruido o movimiento perece sospechoso, de modo que los gatos maullando por los tejados eran motivo suficiente de preocupación y de miradas inquietantes y el pulso se aceleraba en ese momento porque algún gracioso, con lo peligrosa que estaba la vaina, gritaba con voz de ultratumba: “Aaaquí estaaamooos”, y todos nos carcajeábamos nerviosamente. En ese momento, otro gracioso se reía con la quejumbrosa risa que ahora los efectos especiales le ponen a los seres de ultratumba en las películas, para más risas y más miedos. Al rato, otro susto más por el revoleteo de algún pato jirirí o de una garza extraviada. Ahora era el mismo nono quien confirmaba la llegada de esos seres: “Ya están por ái, óiganlos”, decía, y el miedo se acentuaba por el graznido de un pato, que era aprovechado por el tío o la tía para reforzar al nono, preguntando en tono quedo: “Esa es la llorona, ¿la oyen?”. Y en ese momento alguien del grupo pegaba un grito o hacía sonar unas latas. Qué susto tan hijuep… Más lueguito, el canto “a deshoras” de un gallo era el clímax de la película porque, según el nono, aquello era un mal presagio y sentenciaba que algo malo ocurriría aquella noche. Para colmo, todo aquello era el recuento de lo que ayer les había ocurrido a ellos, con el mensaje de que mañana nos podría ocurrir a nosotros. Con cuentos así, ¿quién podría irse a la cama a dormir tranquilo?
Unas veces “la película” era aquí y otras, allá, porque los nonos de nuestros vecinos de cuadra también hacían sus relatos. De modo que cuando por alguna razón algún nono no salía a presentar “su función” de esa noche, sus espectadores cogían para donde estuviera el nono más cercano “pasando” su película. Lo bueno era que no había lugar para el aburrimiento por ver la misma película dos, tres o diez veces (como sí ocurre ahora) porque cada película era distinta, pues cada nono contaba la suya con él de protagonista, director y editor, con sus propios personajes de reparto, con sus propias locaciones, con argumento y guión propios. Todo esto hacía más interesante el ambiente entre nosotros, pues era la rivalidad de saber cuál nono era el más arrecho por haber tenido más y mejores encuentros con los seres del más allá.
Porque no eran cuentos, eran realidades. Su mayor éxito y nuestra admiración y creencia en ellos estaba en que teníamos la certeza de que sus relatos eran propios y reales. Porque a los pocos libros que había sobre el tema, ellos no tenían acceso; los demás, aún no estaban escritos, y el cine aún no había llegado a Cúcuta. De modo que eran ellos quienes inventaban la ficción con sublime fantasía e imaginación convirtiéndola en realidad, a diferencia de lo que ahora ocurre, donde la espeluznante realidad parece ser una copia de una repugnante película de horror repetida N veces. Hoy, todo aquello es un recuerdo almacenado en libros y películas que fueron escritos y sacadas de los relatos de nuestros nonos, que ahora reposan al lado de aquellos otros libros y películas que sólo son copias de esta cruda realidad que nos ha tocado vivir.
Pero como tenían que variar el repertorio, también hacían relatos con personajes criollos que igualmente ellos creaban con su exuberante imaginación. Relatos que fueron recogidos, algunos de ellos, en una versión personal por Beto Rodríguez, en el diario La Opinión. Así aparecieron:

La dama del puente: una chica muy bella que se aparecía en el puente, antes de los dos cementerios que hay hoy en la vía a Los Patios, que pedía el aventón y, después de que se montaba en el carro, se convertía en un esqueleto.
 El diablo del King Kong: que se aparecía en el “desnucadero” de ese nombre, que quedaba cerca de “Tarapacá” (por ahí en la avenida 13 con calle 16), como un parroquiano grandulón, negro, rigurosamente vestido también de negro, bigotón, luciendo sombrero alón, sacando chispas con sus botas, deslumbrando y agraciando a las chicas con monedas y objetos de oro que sacaba de la nada y luego desaparecían de la cartera de ellas, e invitando a los caballeros a unirse a su mesa.
(“Desnucadero” es el genérico cucuteño para “motel” o burdel. Parece que la versión original de este cuento data de los años 20 del siglo XX en el sitio donde actualmente está el convento de las monjas clarisas, que era originalmente el bar King Kong y que, según la leyenda, hubo de edificarse el convento para quitar la maldición y correr al diablo. Pero después “reapareció” en el Nuevo King Kong.)
La monja clarisa: una agraciada dama que se aparecía en las noches oscuras por la Columna de Padilla, caminado con un bebé en los brazos. Era la llorona criolla que había sido obligada a entrar al convento de las clarisas, que queda por esos lados, porque “se comió el avío antes del recreo” con su novio.
 El muerto de El Casino: un personaje que se suicidó cuando quedó arruinado por las continuas pérdidas de juego en El Casino, que quedaba en la esquina de la avenida 7ª con calle 9ª, y que después de su muerte se aparecía penando, vestido de paisano, jugando a las cartas con los parroquianos.
 El teniente de El Castillo: El Castillo es una casona de rara arquitectura medieval, que queda en la avenida 4ª con calle 6ª, cuyo dueño era un teniente del ejército que encontró a su “amada y fiel” esposa en gimnasia sexual con otro hombre y “sucedió lo que tenía que suceder”. En ese castillo nadie podía y aún nadie puede vivir porque…
La Casa Encantada: una casa que aún existe y queda en la avenida 5ª con calle 17, en la que nadie podía vivir porque los objetos adquirían vida propia. Así, los platos volaban, los cuadros se zafaban de sus soportes, los muebles bailaban, los objetos pequeños desaparecían.
La Casa Embrujada: una casa que aún existe y queda al inicio del camellón del cementerio, en la “Esquina Miraflores” (calle 11 con avenida 15). A diferencia de “La Casa Encantada”, los objetos volaban, pero eran arrojados con violencia contra las paredes y contra el piso. Además, un fuerte olor a excremento se sentía en la casa y aparecían por todos lados heces de humanos y animales.
El descabezado del puente de San Luis: un loquito del más allá que andaba con su cabeza debajo del brazo, o a veces pateándola como si fuera balón de fútbol, que se aparecía furtivo, saliendo de entre las sombras en ese sitio y que perseguía a transeúntes, ciclistas o vehículos.
El niño de la muralla: un niño que murió ahogado en alguno de los pozos del río Pamplonita y que después se aparecía corriendo en la muralla de contención (lo que llaman hoy El Malecón) con su piel translúcida y fosforescente, en el barrio San Rafael, por ahí al frente de lo que ahora es el DAS. El peligro eran sus ojos inyectados de fuego y a quien mirara…

Con la misma inventiva nos echaban cuentos locales del barrio: el duende cojo de la esquina tal; el carro fantasma de la cuadra tal; la niña, o mujer o anciana del callejón tal; el susto, o miedo o aparición frente al sitio tal. Y casi siempre este era el remate de la velada a las 9 ó 10 de la noche y a esa hora, con la semioscuridad reinante en las calles y el silencio nocturno, irse para la casa a dormir, era para mearse del susto.
Fue por esos tiempos que llegó a Cúcuta la primera película de miedo y que curiosamente era la única que no había sido contada por nuestros nonos: Drácula.
Y claro, con todos esos cuentos de espanto y miedo, el fervor por lo desconocido era un culto y estos cuentos estuvieron de boca en boca, como los cuentos de caballería en tiempos de Cervantes, y por supuesto que, para ponerle más suspenso a la proyección de la película, ésta fue presentada a media noche.
También por esos años de sustos, miedos y apariciones se inició el nadaísmo, y el abogado, poeta y (quien sería) gobernador de Norte de Santander, Eduardo Cote Lamus, se trajo a Jota Mario Arbeláez a dar un recital poético. Como era obvio en este ambiente fantasmal que se vivía, la citación para el recital no podía ser en otro sitio que el Cementerio Central; y la hora, naturalmente fue la media noche.
(Cúcuta, julio de 2008)


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Chiles, o ajíes o pimientos

RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
cardingarcia@hotmail.com

Leí que los laboratorios fabrican chiles (o ajíes o pimientos) que son más picantes que los ajíes “de la mata”. Y aunque no sé bien si el ají o los “saborizadores” picantes son del agrado de pocos o de muchos, para mí, comerme un pastel, sobre todo si es de yuca, sin echarle ají, es como darle un beso con lengua a una boba, o como mamar teta sin sacarla del brasier. (O debe ser “como mamarlo con condón”, como dijo una conocida mía, muy lanzada, en una charla sobre sexo.)
A la India, y a México y Perú, se les conocen como amantes del picante. Por lo demás, éste parece estar en decadencia, ya que se pusieron de moda las “comidas rápidas”, que prescinden del picante y lo reemplazan con pepino, el cual, aunque es ligeramente amargo, no es picante.
Los gringos, franceses y españoles, especialistas en “comidas de masas”, ya en pocos platos emplean el ají; o la “guindilla”, como le dicen los ibéricos. Los italianos tienen muy pocos platos que lleven ají. El más famoso es el penne a la arrabiata, que no es un “pipí arrebatado” sino una pasta en forma de tubos cortos, aderezados con ají, porque en italiano penne significa “pluma” y no lo que usted está pensando.
Hay un plato típicamente bogotano, que es el ajiaco. Aunque, según el diccionario, ajiaco es “salsa de ají. Guisado de carne sazonado con ají”, en Bogotá es una sopa. Sin embargo, tal vez por concordancia fonética, antes se le echaba ají, pero hoy ya no es uno de sus elementos esenciales. Así que a quien le guste el ajiaco y el ají debe recurrir a un frasco de Tabasco, definido como “salsa muy picante hecha con pimienta de Tabasco” (uno de los Estados Unidos Mexicanos).
La Ingeniería de Alimentos vino a mermar “la adición” por el ají, por cuanto prescindió de las especias como preservadoras de alimentos. Antes era imposible concebir la vida sin especias, que provenían de plantas exóticas, porque eran las que evitaban que los alimentos se pudrieran, además de transmitirle a éstos sus sabores agradables.
Los más expertos en preservar alimentos con especias fueron los aborígenes precolombinos mexicanos. Cuando los españoles llegaron a lo que hoy es México, lo que más les llamó la atención fue la gran cantidad de productos picantes que encontraron. El chilli, palabra del náhuatl —la lengua de tales aborígenes— que se pronuncia chili, era parte de la economía y la cultura de estos “indios”. Tales productos, y la sal, fueron los más empleados en el trueque.
Fray Bernardino de Sahún, el sacerdote que escribió la Historia General de las cosas de Nueva España (como llamaron los conquistadores españoles al México antiguo), hace muchísimas referencias a los chiles o el ají de todos los colores y de todas las capacidades de picar, que, según él, “hace las cosas más sabrosas”. Tan emblemático es México en cuanto a esos pimientos llamados chiles o chilis o ajíes, que, según los “ajicólogos”, existen platos picantes mexicanos que tienen el honor de ser los mejores del planeta.
Entre éstos hay dos platos de aquellos aborígenes, que han trascendido al México de hoy: el Zicata Natli, que es un exquisito asado de hormigas salvajes con chile Tecpitl, el cual es más picante que los insectos adobados; y el Meocuiltli Chiltepin Mollo, que son gusanos frescos del maguey (nombre popular del “agave”, que es la planta de la cual destilan el tequila) adobados con una buena dosis de chili molido. Y para los amantes de “frutos del mar” está el plato Mazaxo Comuli Iztac, que es una cazuela de pequeños peces en salsa agridulce de ciruela, con tomate y chili amarillo.
Dice la historia que cuando los españoles apresaron y torturaron al emperador azteca Moctezuma II, éste comentó: “Mi corazón se encuentra en gran tormento. Como si lo lavaran en agua de chilli, que verdaderamente pica y escuece”.
Como cosa interesante, el “Índice de Pungimiento”, o capacidad de picar del ají o chili o chile, se puede medir por una escala denominada Unidades de Scioville. Dicha escala la diseñó en 1912 un farmacólogo gringo llamado Wilbur Scioville, disolviendo ajíes de cada tipo en una sustancia acuosa y dulce para saber cuán picante era cada mezcla.
Independiente de si el método fue muy artesanal o muy científico, Scioville le aplicó su escala a los chiles mexicanos, estableciendo que los menos picantes tienen entre 1.000 y 1.500 sciovilles; que el ají cascabel tiene entre 2.000 y 3.000; que el famoso Tabasco tiene entre 30.000 y 50.000; y que el habanero supera el cuarto de millón.
Hoy, la ciencia ha mejorado el poder de pique de los chiles. Así, por ejemplo, el sabinarojo, un producto gringo, llega a los 577.000 sciovilles. Pero la marca mundial la tiene el ají Naga Jolakia, un producto de la India, que alcanza los 855.000 sciovilles. ¿Qué tal adobar uno su changua o su ajiaco o su sancocho con este “ajicito”?
Por último, la sustancia química que le da el “pique” o el “pungimiento” al ají se llama Capsidina, que sobrepasa los 16’000.000 de sciovilles. Con tal cantidad de sciovilles, ¿qué tal adobar una sopa con capsidina pura? Creo que, si la probara un macho de Jalisco (que no se raja, según una ranchera), lloraría a moco tendido, como si se le hubiera muerto la guaricha (que no la cónyuge o “legítima”).
En todo caso, creo que el ají sí es del gusto de “Raimundo y todo el mundo”, aunque a algunos les guste en “cobardes” cantidades, que por eso es que a la persona amargada o deprimida se le dice que le ponga picante a la vida. n


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