PRECURSORES Y PERSONAJES DE NUESTRA INDEPENDENCIA / jose_antonio_galan
|
BIOGRAFÍA
JOSÉ ANTONIO GALÁN (Charalá, 1740 - Santa Fe de Bogotá,
febrero 1 de 1782) Caudillo de la revolución de los comuneros. Líder
santandereano de la insurrección de los Comuneros en 1781. José Antonio Galán
es una de las figuras más recordadas de la historia colombiana, debido a su
ejecución por las autoridades españolas y a que su memoria se ha perpetuado
como símbolo de la lucha de los grupos sociales más débiles de la sociedad
colombiana. Nacido en Charalá, un pueblo tabacalero de la provincia del
Socorro, su origen era humilde, tanto por ser hijo de campesinos como por su
color mestizo, un grupo socioracial cuantitativamente predominante pero de
segundo orden en la pirámide social del siglo XVIII. Galán apenas aprendió a
firmar. Casi toda su vida la dedicó a trabajar como jornalero, pero no llegó a
poseer tierra propia; cuando el alcalde de Charalá quiso cumplir con el punto
de la sentencia que ordenaba embargar su casa y regarla con sal, debió
comunicar a las autoridades de Santa fe que en su jurisdicción no se había
encontrado «el importe de un cuartillo, ni menos que José Antonio Galán
tuviese casa ni domicilio formal en ésta». Es poco lo que se conoce de la vida
de Galán antes de 1781; tan sólo que se casó y que fue condenado por las
autoridades a pagar el servicio militar en el Regimiento Fijo de Cartagena,
acusado por su esposa de haber cometido incesto con una de sus hijas. Galán negó
la acusación pero reconoció que «tuvo sugestiones del demonio y algunos
tactos lascivos con ella, que en lo demás todo es falso cuanto se dice». No se
conocen las circunstancias en que Galán se vinculó al alzamiento del común,
pero el haber sido nombrado suboficial en el ejército del Común, indica que
debió tener alguna ascendencia entre los círculos plebeyos que se vincularon
al alzamiento. Por lo general, los sectores sociales prominentes de la región
socorrana se parapetaron en la dirección del movimiento tras los cargos de
capitán, permitiendo que los jefes naturales de la plebe se colocaran como
suboficiales para garantizar la cohesión y la obediencia de la tropa. Galán
fue ascendido a capitán volante luego de la escaramuza de Puente Real, el 7 de
mayo de 1781, cuando las tropas comuneras dieron cuenta de un pequeño
destacamento realista que trató de impedir el avance del ejército del Común
hacia Santa fe. En el ascenso a ese puesto, que significaba el permanente
desplazamiento territorial y la calidad de agitador, influyó la experiencia
militar adquirida por Galán en su estadía en Cartagena y su manera de imponer
orden y disciplina a los combatientes durante al asalto a Puente Real. Las
contradicciones entre Galán y la dirigencia del movimiento comenzaron durante
la marcha a Zipaquirá. No fue bien visto que Galán declarara libres de
tributos a los indígenas, ni que despojara de sus armas y del bastón de mando
a las autoridades realistas de Nemocón. Por estos hechos Galán fue encarcelado
en esa población, el 24 de mayo, pero debió ser puesto en libertad al día
siguiente debido a la ascendencia de que gozaba sobre la tropa, que lo juzgaba
como «un hombre pobre y de mucho ánimo»; y por intervención del generalísimo
Juan Francisco Berbeo, quien consideró que Galán era la persona más indicada
para dirigir el destacamento comunero que habría de obstruir la comunicación
entre Santa fe y Facatativá, y de interceptar las armas que había enviado el
virrey desde Cartagena. No es descartable que Berbeo pretendiera entrar en
conversaciones con las autoridades realistas y que buscara excluir a Galán del
campo de Zipaquirá, debido a la radicalidad que mostraba parte de la tropa
comunera, particularmente la proveniente de la región del Socorro, y por el
liderazgo que sobre la misma había adquirido el capitán comunero. Esa pretensión
de Berbeo quedaría clara en los días siguientes; el 31 de mayo Berbeo dio
orden al cacique Ambrosio Pisco para que pasara con su tropa hasta las
proximidades de Santa fe, y se asegurara que nadie entrara a la capital del
Virreinato. Galán cumplió la orden de interceptar el correo al apresar al
piquete realista que lo conducía, pero luego desconoció al generalísimo,
desobedeciendo su orden de regresar y emprendiendo por su cuenta una campaña de
agitación por algunos pueblos ribereños del río Magdalena. Documentalmente se
puede demostrar que Galán desobedeció a Berbeo al expandir el movimiento por
la provincia de Mariquita, por esto no tiene sentido la acusación de «traidor»
que el escritor Enrique Caballero Escobar lanzó contra Galán con ocasión del
bicentenario del levantamiento comunero. El escritor se basaba en una carta
atribuida a Galán, donde supuestamente éste prevenía al regente visitador
Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, el funcionario español que con sus
medidas fiscales precipitó el alzamiento del común, de la orden expresa de
Berbeo de entregar su cabeza. Es obvio que Galán no tenía dicha comisión, por
cuanto su campaña por esos lugares provenía de su iniciativa, y porque Berbeo
siempre se cuidó de incurrir en conductas que luego fueran difíciles de
justificar ante las autoridades. La sanción que Berbeo y los dirigentes de la
sublevación pretendían sobre el visitador no era la muerte, sino el extrañamiento,
como quedó consignado en el artículo 16 de las capitulaciones. De otra parte,
es bien significativo que Berbeo no hubiera sido llamado por las autoridades a
rendir descargos por la supuesta orden, y en cambio rindiera explicaciones sobre
asuntos de menor trascendencia. Igualmente cuenta que Galán no haya intentado,
en el curso del proceso, aminorar las acusaciones que se le hicieron probando
que le había salvado la vida al regente. En conclusión, lo más probable es
que la carta haya sido una artimaña del propio Gutiérrez de Piñeres para
tratar de disculpar la cobardía con que enfrentó el alzamiento; la
pusilanimidad del regente visitador fue, en varias ocasiones, criticada incluso
por las propias autoridades de Santa fe. De la carta, además, no se conoce
original y su existencia fue certificada por un funcionario subordinado de Gutiérrez
de Piñeres. Fue durante la campaña de Galán por la hoya del río Magdalena
que el levantamiento del común mostró su faceta más revolucionaria. En las
antiguas provincias de Mariquita y Neiva, el levantamiento se dirigió por igual
contra los hacendados criollos y españoles, como contra las autoridades
realistas. Los dueños de las grandes haciendas tuvieron que buscar refugio en
las poblaciones más seguras, debido al alzamiento de sus trabajadores negros,
indios, mestizos y blancos pobres. En los centros urbanos hubo también fuertes
enfrentamientos, sin que los levantados pudieran hacerse al dominio de los
mismos, como ocurrió en la provincia del Socorro. Esa guerra social contra los
propietarios y funcionarios blancos pareció resumirse en el grito: ¡Mueran los
blancos! En su recorrido por la zona, Galán pasó por Guaduas el 4 de junio,
comandando un ejército de 200 a 300 hombres. A1 llegar a Mariquita, el 16 de
junio, contaba con 400 soldados armados con picas, espadas, lanzas, machetes y
algunas armas de fuego. En esa población le dieron a conocer el contenido de
las capitulaciones de Zipaquirá, sin que aceptara por ello reintegrar los
dineros expropiados al rey y los particulares, de los cuales dejaba recibos e
invertía en el sostenimiento del ejército. El 18 de junio Galán se tomó la
hacienda de Malpaso y el 6 de julio, por intermedio de su subalterno Javier
Reyes, promovió la rebelión en la hacienda cacaotera de San Juan de la Vega.
El 20 de julio, el jefe comunero salió victorioso de una emboscada que le
preparó Juan Antonio Fernández, vecino de Purificación y quien tenía la misión
del Real Acuerdo de Santa fe de entregarlo vivo o muerto. En su campaña Galán
favoreció el enfrentamiento interracial, con la destrucción de los
instrumentos de tortura que se usaban en las grandes haciendas, y con la
liberación de esclavos negros. Esa lucha en pro de la abolición de la
esclavitud y del orden social jerarquizado con base en el color de la piel y la
"pureza de sangre", aparece vinculada con la idea de proclamar al inca
del Perú como nuevo rey del Nuevo Reino, noción política hasta el momento
ignorada por una historiografía empeñada en ubicar los idearios
independentistas con posterioridad a la revolución francesa de 1789, y entre
los círculos ilustrados del Virreinato. Esa idea, que se contrapone al grito
inicial de ¡Viva el rey y muera el mal gobierno!, se relaciona con la campaña
de Galán por la hoya del río Magdalena y es acreditada por funcionarios reales
como Francisco Amaya, de la parroquia de Mariquita, quien afirmaba que Galán
había llegado a «sembrar la semilla de que con este Reino no se juntaría más
mío monarca y que al inca era a quien iban a proclamar de tal». La idea no podía
tener mucha elaboración pues era pregonada por sectores iletrados, pero es
significativa en la medida en que a la legitimidad de la monarquía invasora, se
opuso la legitimidad ancestral del imperio más poderoso del sur del continente;
resalta, además, el hecho de que hubiera sido apropiada en medio de un proceso
insurreccional, por negros, indios, mestizos y blancos pobres, sectores sociales
discriminados y que soportaban todo el peso del orden colonial. Desde la
perspectiva del proceso republicano y democrático del siglo XIX, se podrá
alegar que dicha noción política representaba una marcha hacia atrás, porque
significaba el retorno a una monarquía indígena ya superada; sin embargo, debe
tenerse en cuenta que esa invocación a una forma política del pasado se hacía
a partir de la experiencia de la dominación española, y con la práctica
revolucionaria de la apropiación de tierras, de la abolición del tributo indígena
y de la liberación de los esclavos negros. Históricamente era una utopía,
pero al fin y al cabo un sueño creativo y liberador. El 26 de julio Galán
inició la retirada de la hoya del río Magdalena, al recibir una comunicación
de un espía comunero que le informaba de la llegada a la Villa de Honda de las
tropas realistas anunciadas. Su retirada no fue sigilosa: pasó por Llano
Grande, El Espinal, la Mesa de Juan Díaz, Facatativá, y el 3 de agosto llegó
a Zipaquirá, donde prorrumpió en insultos contra el corregidor Carlos de
Burgos. En la primera quincena de agosto llegó a Chiquinquirá, donde se
encontró con el dueño de la hacienda de San Juan de la Vega, aquella donde había
liberado esclavos; el hacendado lo trató de azotar, mientras lo insultaba
calificándolo de perro y ladrón. Galán se dirigió entonces hacia Santa Rosa
de Cerinza, y el 2 de septiembre, a la parroquia de Mogotes, donde contaba con
sus más fieles adeptos. Su llegada tranquilizó a los sectores populares de la
zona donde se había originado el alzamiento, porque habían circulado rumores
sobre su muerte, y porque esperaban que encabezara un nuevo movimiento contra
las autoridades realistas. La idea de ese sector social era que Berbeo y la alta
dirigencia del Común los había traicionado y que nada había cambiado. Por
ello, las gentes de la región se habían manifestado en más de dieciséis
tumultos, entre el 20 de junio y el 3 de septiembre, contra las autoridades, los
capitanes del Común, la negociación en Zipaquirá y el posterior
desconocimiento de las capitulaciones. Galán no mantuvo ninguna esperanza sobre
las supuestas diligencias del arzobispo Antonio Caballero y Góngora, quien pidió
una tregua de un mes, contado a partir del 10 de septiembre, con el objeto de
intentar hacer cumplir las capitulaciones. Con ese convencimiento, Galán se
preocupó por persuadir a sus aliados de ganar tiempo y no esperar a que
concluyera la tregua propuesta por el prelado y con ella la llegada de tropas de
Santa fe. Desde el 23 de septiembre propuso acordar bajo la gravedad del
juramento, los objetivos y la ruta del nuevo avance para atajar «este
pernicioso cáncer que amenaza nuestra ruina en honra y haciendas, y cuando no
las vidas, el infame borrón y sucesivo reato de una sonrojada esclavitud».
Ante la insistencia de esperar que culminaran los días de la tregua, el jefe
del Común propuso que fuera el último día, el 10 de octubre, cuando se
iniciara la movilización hacia la capital del Virreinato. Su plan consistía en
concentrar ese día a comuneros de 15 parroquias pertenecientes a las
jurisdicciones de Pamplona y Sogamoso, en la población de Santa Rosa, para
luego salir hacia Tunja y llegar a Guachetá, donde se reuniría con la otra
división del ejército del Común, compuesta por gentes del Socorro y de San
Gil, la cual debía seguir una ruta similar al desplazamiento que culminó con
las capitulaciones. En Guachetá, se pensaba hacer Consejo de Guerra para
definir el plan de ocupación de Santa fe. Galán aplazó la concentración en
Santa Rosa para el 15 de octubre, y cuando se dirigía a Soatá a reclutar
gente, fue apresado en el sitio de Chaguanete, en proximidades de Onzaga, antes
de la medianoche del 13 de octubre. Tres días después, Galán y sus compañeros
llegaron como prisioneros a la Villa del Socorro. Ningún herrero quiso
colocarles y remacharles los grillos; el apresor, Salvador Plata, tuvo que
mandar que lo hicieran sus esclavos. Por el camino hacia Santa fe los procesados
fueron planeando lo que iban a decir a las autoridades; un escolta testimonió
que Galán les insistía a sus compañeros que lo que fueran a decir al «principio,
eso era lo que habían de decir hasta el final». El juicio contra Galán y sus
compañeros comenzó en los primeros días de noviembre y culminó con la
sentencia del 30 de enero de 1782. No se conocen los argumentos ni de Galán ni
de la defensa, debido a que no se ha encontrado la totalidad del expediente
contra el jefe comunero. De cualquier manera, Galán no hubiera podido salvar su
vida, pues anteriormente se había dado la orden de entregarlo vivo o muerto, y
luego, cuando se conoció de su apresamiento, las autoridades dispusieron que
debía ser ejecutado inmediatamente. La medida no se cumplió en el Socorro,
debido a que se conoció cuando el reo iba en camino hacia Santa fé. En ese
sentido, también es significativo que en la sentencia a muerte se hubiera
expresado que contra la misma no operaba ni súplica ni recurso, pues se trataba
de reos «convictos, confesos y notorios». El 30 de enero de 1782, Galán
escribió su testamento, nombrando a un negro esclavo de Charalá como primer
acreedor. Debía 31 pesos y le adeudaban $ 48; el texto concluía diciendo: «En
lo que me deben es mi voluntad pagar lo que debo y en lo restante se le dé a mi
mujer e hijos». Galán no murió en la horca como mandaba la sentencia, sino
que fue arcabuceado, debido a que el verdugo, un negro, no estaba diestro en el
oficio. Posteriormente, fue colgado en la horca y sus compañeros pasaron por
debajo de la misma como parte del escarmiento. Era el día viernes 1 de febrero
de 1782. Ni la memoria de Galán ni la de los Comuneros será recogida por los
próceres de la Independencia, seguramente porque el acento social de tal lucha
y el comportamiento de sus dirigentes era una referencia inconveniente para los
objetivos que se proponía la guerra de Independencia. El recuerdo del líder
comunero permanecerá en la memoria y en la leyenda de los campesinos de la
provincia del Socorro, con unos rasgos que lo identifican con un bandolero
social, antes que con un precursor de la independencia política frente a España.