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OCCIDENTE UNIVERSITARIO
N° 88(Ver todos los números)

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VIERNES 29 DE FEBRERO DEL 2008 l 8 Páginas l DIRECTOR: JAIRO CELY NIÑO l Publicación informal.
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Editada en la Universidad Francisco de Paula Santander, de Cúcuta (Colombia) l Licencia: Artículo 20 de la Constitución Política
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A MODO DE «EDITORIAL» (O DE ALGO ASÍ).

Un afán, ¿«de repente y tal»?

El viernes 15 de este mes un compañero profesor le comentó al «suscrito» Director que no lo vio en el foro o el debate del día anterior en el auditorio Eustorgio Colmenares, sobre si los llamados «departamentos aca démicos» eran buenos o eran malos.
«El suscrito» respondió que de tal evento no cono-ció algún cartel o alguna circular que lo anunciara. Entonces el compañero replicó que el presidente de la Asociación de Profesores lo anuncio en la asamblea general del martes 12, ante lo cual «quien suscribe» co mentó que el doctor Dulcé debió anunciarlo en alguna de las dos ocasiones en que «el suscrito» salió a la café-tería o el pasillo a fumarse un cigarrillo.
Claro que, de haber sabido de la realización de tal foro o tal debate, a «quien suscribe» no le habría entu-siasmado ir al auditorio porque lo que tenía decir, que nunca fue a favor de tales guetos, lo escribió en otros años. Primero, como presidente de la Asociación de Profesores en las dos rectorías de Patrocinio, en cuyo primer trienio se crearon tales guetos. Después, como director de Occidente Universitario en las tres recto-rías de Héctor Parra; como, por ejemplo, en los «Edito rial (o algo así)»: Sin gente pa’ tanta cama, de la edi-ción Nº 13 (del jueves 13 de marzo del 2003); Una qui-mera: replantear el tótem, de la edición Nº 35 (del mar-tes 13 de julio del 2004); y Su encuentro (el de Héctor Parra) con la historia, de la edición Nº 63 (del miérco-les 28 de junio del 2006).
Y como la difusión de tales textos debió ser muy re-ducida por limitaciones pecuniarias, «el suscrito» le dio prelación a quienes más debían decir sobre el asun to «Esta boca es mía», por lo cual dejó una fotocopia o ejemplar de cada escrito en el despacho del rector, y sendas fotocopias en los despachos de vicerrectores y decanos. Y nadie dijo «Esta boca es mía».
Incluso, hasta en Oriente Universitario —que es el periódico oficial— escribió en contra de los guetos, co-mo quiera que alguna vez le publicaron UPAC y estruc- tura orgánica, y nadie del staff dijo a tal respecto «Esta boca es mía».
Pero hay algo más curioso: el 7 de marzo del 2001 el Consejo Superior dictó el Acuerdo Nº 007 ordenán-dole al rector —y en consecuencia, al resto del staff— replantear la burocrática y costosa —¿no fue eso un pleonasmo?— estructura orgánica por departamentos académicos, con el fin de devolverle su autonomía a las Facultades y Carreras. Y durante casi siete años el staff pretermitió aquel mandato del máximo órgano de gobierno y dirección.
De modo que, si durante casi siete años les importó un comino el mandato del Consejo Superior, menos ha bía de importarles la opinión de un jornalero, como «el suscrito» Director. Así que, ¿para qué demonios iba a ir «quien suscribe» al auditorio, y menos cuando ya va de salida, habida cuenta de que desde hace quin-ce días puede jubilarse cuando quiera?
Ahora bien: independiente de qué tan concurrido estuvo el auditorio en dicho debate o dicho foro, ¿cuál fue la conclusión?
Al respecto, ayer, cuando «el suscrito» Director fue al último piso de la Torre Administrativa a hacer una diligencia, se topó un ejemplar de la edición del 25 de febrero del boletín oficial Siente la U, en una de cuyas páginas aparece el antetítulo «Pregunta de la semana» (no precisa cuál) y el título «¿Está de acuerdo con la es tructura académica por departamentos en la Universi-dad?», y hace referencia al «foro realizado el Jueves 14 de febrero en el auditorio Eustorgio Colmenares», pe-ro no precisa cuál fue la conclusión.
Todo lo que informa intercaladamente en ocho pá-rrafos es que se dijo que sí se está de acuerdo porque (…) y que no se está de acuerdo porque (…). Incluso, el último párrafo está incompleto, por lo cual el cuento quedó como cortado a machetazos.
Pareciera, pues, que un día de estos «el suscrito» Director se jubilará sin respuesta a dos preguntas. La primera: ¿a qué obedeció el intempestivo afán de que-rer saber lo que durante trece años no se quiso averi- guar? Y la segunda: sobre lo que se quería averiguar después de trece años, ¿cuál fue la conclusión?

«Increíble, pero cierto»: las clases del primer semestre de este año comenzaron en la fecha programada (el lunes 18 de febrero). O sea que esta vez no se le aplicó a la primera semana la «desaparición forzada» que los uniformados (guerrillos, paracos, policías y militares) les aplican en este país a las personas.
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El derecho de pernada

GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es

En la edad media existió una horrorosa costumbre contra la integridad física y moral de la mujer, pues los señores feuda- les no sólo eran dueños de las mejores tierras sino que mante nían a sus vasallos en una permanente humillación: trabajos extenuantes, poco descanso, condiciones sanitarias inmundas y menosprecio por la mujer.
Cuando alguna joven de su feudo contraía matrimonio con un varón de su misma condición social, el desfloramiento de la chica, en su noche de bodas, era ejercido por su señor y no por su marido. Es lo que se conoce como el DERECHO DE PERNADA, cuyo origen se pierde en el tiempo, ya que hay evi dencia histórica de que siempre ha sido compañero de toda forma de esclavitud. Cuando ésta dejó de existir en Europa, al menos formalmente, gracias a la influencia y mandato de la Religión, algunas costumbres malsanas se mantuvieron por mandato real; como esta, que es tema de este artículo.
Los vasallos, por temor u otra razón, lo admitían sin pro-testar, pues era una costumbre ancestral. Esto no se veía co-mo una violación, sino como el ejercicio de un derecho divino de su amo, que le permitía, a este miserable, resaltar su con-dición de superioridad. Es decir, antes que esposa o madre, la mujer era un ser sumiso ante su señor. La negativa, por parte de la chica o de sus allegados, a cumplir este precepto, acarreaba grandes castigos para todos, pues esto significaba un acto de rebelión frente a la autoridad, llegando, incluso, a la pena de muerte.
Tengamos presente que los territorios de los señores feu-dales, a veces, eran de miles de kilómetros cuadrados, con u-na población repartida en muchas veredas, lo cual hacía difí-cil el control y el cobro de los tributos, razón por la cual ellos mantenían verdaderos ejércitos privados, conformados por vasallos de otros feudos. Como quien dice, los vasallos de un lado se jodían en sus hermanos de clase de otros lados. ¿Ha cambiado el mundo?
Entre otras, una de las funciones de esos militares era mantener un registro completo de las niñas, con el claro pro-pósito de asegurarse para cuándo estarían “en edad de mere-cer”; es decir, preparando el banquete sexual del sádico. Lle-gado el día del matrimonio, la joven era bañada, perfumada y vestida con las mejores galas, para luego ser conducida a la brava, si era necesario, al castillo del h.p., mientras el novio y los invitados, resignados e impotentes, quedaban vueltos u-na chicuca ante semejante barbaridad. Al otro día, o días des pués —de acuerdo con el gusto del amo—, la chica era devuel ta a la aldea para que iniciara su nueva vida de esposa.
Sólo el avance de la civilización hizo posible que, poco a poco, esta ceremonia diabólica fuera desapareciendo, pero no extirpada del todo, ya que en ciertas zonas rurales, de paí ses subdesarrollados, sigue mostrando los colmillos, a pesar de que las autoridades permisivas se nieguen a aceptarlo co-mo un hecho real. Analicemos el relato que hace el periodista Ramy Wurgaft, en un artículo titulado EL DERECHO DE PER NADA PERVIVE, sobre un caso acaecido en la civilizada, blan ca y cristiana Argentina de hoy:
«Una bandada de pájaros echó a volar, dando graznidos, cuando el patrón la tumbó en el claro y comenzó a hurgar en tre sus ropas. “Sentí como si me hubieran clavado un puñal en el vientre y perdí el conocimiento. Cuando desperté, el hom- bre se había ido y las hormigas se paseaban por la sangre que manchaba mis piernas”. Gruesas lágrimas ruedan por las me jillas de Gabriela, de 15 años hoy, al evocar la tarde de hace 3 años en que don Eulalio Figueroa la llevó de paseo al caña-veral. Es como si no pudiera despertar de su desfloramiento precoz.
»“Había regresado de la escuela y me encontré con que la casa estaba vacía. El zaguán donde mamá desgranaba las ha-bas y el trapiche donde mi padre hacía la molienda, estaban desiertos. Me sobresalté, pues era raro que a esa hora no hubiera un alma”. Gabriela pensaba acudir donde sus tíos, cuando apareció la camioneta que todas las mañanas recogía a la gente para llevarla a la zafra. El vehículo venía haciendo zigzag y espantaba a las gallinas con sus bocinazos, pues el chofer era travieso y apestaba a alcohol. Cuando don Eulalio se apeó, Gabriela bajó la mirada para observar sus pequeños pies descalzos, asumiendo la actitud servil que los peones se transmiten de generación en generación. Es una cuestión de supervivencia, pues todavía persisten enclaves donde el inqui lino y su prole están sujetos a los caprichos del amo. Si aban-donan el feudo se les considera vagos o díscolos y ningún em- pleador les dará trabajo.
»Los Figueroa son una de las familias más respetadas de la provincia de Salta por sus posesiones y abolengo. Habían heredado de sus antepasados, los encomenderos españoles, grandes extensiones de tierra, donde cultivaban caña de azú-car. Orgullosos de sus blasones, se empeñaban en mantener vivas las tradiciones, entre ellas, el DERECHO DE PERNADA.
»“Comencé a atar cabos. Mi familia se había alejado para dejar libre el terreno al patrón”. Gabriela comprendió por qué, un tiempo antes de la visita, su padre se había vuelto taciturno y le esquivaba la mirada. En cambio su hermana mayor, que siempre había sido arisca, comenzó a darle un trato cariñoso. “Una noche se metió en mi cama y me estuvo hablando de que las campesinas pobres tenemos que armarnos de resignación”.
»La chica, que entonces tenía 12 años, no podía sospechar que su hermana, que había pasado por el mismo trance, la es taba preparando para su inmolación. “Yo sola, sin ayuda de nadie, salí adelante. Tengo un novio y conseguí trabajo en una tienda, lejos, muy lejos de ese horrible cañaveral. Me complace saber que don Eulalio Figueroa haya tenido una gran pérdida económica y que se esté muriendo de cáncer. Castigo divino. Que Satanás lo queme en la paila mayor”.»
(Cúcuta, febrero de 2008)
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Influencia árabe en el castellano

JESÚS ENRIQUE LINDARTE DUARTE,
Profesor Asociado emérito de la UFPS.
eutherpheing@yahoo.com

La revisión reciente de uno de mis cuadernos de apuntes de mis años de estudiante de Filología e Idiomas en la Universi- dad Nacional de Colombia, me motivó a escribir acerca de la gran influencia del árabe sobre nuestro idioma Castellano con el propósito de divulgar, en alguna medida, la proceden- cia de algunas palabras que entraron al Castellano con la in-vasión árabe a España, para compartirlas con los lectores de este medio de expresión.

Y como “Una cosa lleva a otra”, me acordé de algo que en mis últimos años de docente en la Universidad Francisco de Paula Santander hacíamos de vez en cuando algunos compa- ñeros, de los cuales sólo el director de Occidente Universita- rio continúa “jornaleando, por haber nacido tarde” —y lo en comillado es textual de él—: la comida de un cabrito delicio-samente preparado por Don Miguel, el mayor de los tíos ma-ternos de Luis Rodolfo Dávila Márquez.
La velada se hacía en la casa de Carlos Africano, con Scotch por “guarilaque”. Como era nocturna, el comienzo pa recía un ágape de mudos, tal vez porque durante el día cada uno había hablado horas en una y otra aula sobre uno y otro tema. Pero, después de media hora, el “elíxir escocés” —co-mo llama el director de este periódico al Scotch— le soltaba la lengua a todo el mundo, y aquello se volvía una Babel por-que se hablaba “De todo un poco, como los locos”, y sólo uno exigía silencio para hablar.
Ese era Carbuco, a quien don Jesús Bustamante —su pa-pá— dizque le dijo que “Cuando un burro viejo habla, los bo rricos se callan y paran las orejas”. Y lo decía tras gritar: “¡Déjenme hablar, almojarifes, jenízaros, turiferarios, nefelí-batas, tránsfugas y crápulas!”. De este corpus que nos regala ba Carbuco de forma reiterada, sólo almojarife viene al caso.
Pues bien, por los tiempos de la dominación árabe en Es-paña, almojarife era el oficial encargado de cobrar el almoja rifazgo y otras rentas, siendo el almojarifazgo cierta alcaba-la, como la DIAN de nuestros tiempos, que revisaba, a la en-trada de los pueblos, las mercancías que entraban y salían.
La civilización árabe-española comenzó con la invasión de España en el año 711 por los árabes, cuando Don Rodrigo Díaz de Vivar (el Mío Cid o el Cid Campeador), último rey visigodo, fue derrotado por las huestes árabes de Tarik en la batalla de Guadalete y esta dominación produjo un aluvión de palabras que fueron incorporadas al castellano (ahora de-cimos “español”, por facilismo), y que son de uso diario de los hispanohablantes del mundo.
Las tribus dispersas de Arabia, electrizadas por las doctri nas de Mahoma escritas en el Corán, encontraron un credo y una empresa aglutinante en el yihad (palabra árabe de géne-ro masculino) o “guerra santa”. Es sabido que hoy día los musulmanes se encuentran más electrizados, más fundamen-talistas y más divididos que nunca.
Según Rafael Lapesa, en su libro Historia de la Lengua Es pañola, en menos de medio de siglo los árabes se adueñaron de Siria, Persia, el norte de África y Sicilia. Siete años les bas taron para conquistar España, y a continuación se apodera-ron de casi todo el sur de Francia, momento en el cual se alza el islam contra toda la Europa cristiana. En España se desa- ta la guerra contra los moros (así se les llamaba en ese enton- ces a los árabes), la cual dura más de ochocientos años y ter-mina con la derrota de Muhammad XII (Granada, España, 1452; Fez, Marruecos, 1528) conocido como Abú Abdalá —o Boabdil, en la tradición cristina—, último emir o rey moro de la dinastía Nazarí, quien a su vez le había quitado el trono a su padre, Muley Hacén.
El 2 de enero de 1492, muy cerca del descubrimiento de las Indias Occidentales, Boabdil entregó Granada a los Re-yes Católicos. Según una extendida leyenda española, al salir de Granada camino de su exilio en las Alpujarras, al llegar a una colina Boadbil volvió la cabeza para ver su ciudad por úl tima vez y lloró, a lo cual su madre Aixa, o Fátima, le repli- có: “No llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Esa colina recibe el nombre de: Suspiro del Moro.
Es sabido que la continua guerra contra los moros le dejó a los Reyes Católicos una España en bancarrota que debía a-larmantes sumas a la banca alemana, pero también es sabido que Fernando e Isabel se sacaron la lotería, pues, sólo ocho meses después de la toma de Granada, Christoforus Colum-bus, apoyado por los escasos recursos con que contaba la rea leza, se lanzó al descubrimiento de las Indias Occidentales. Lamentablemente, en Colombia no se ha contado con la mis-ma suerte, pues, por causa de la corrupción y la guerra con-tra el narcoterrorismo, la deuda eterna con la banca mun-dial se incrementa todos los días; y a diferencia de España, Colombia no se ha sacado la lotería y a esto se suma la desi-dia generalizada para explotar nuestros inmensos recursos naturales con la tecnología que poseemos.
Pero retomando el hilo, hay un hecho que quiero resaltar en este artículo, pues explica en parte la gran influencia del árabe sobre la lengua castellana, y es que los árabes, sirios y berberiscos que invadieron la península ibérica no traían mu jeres consigo; por lo tanto, se emparentaron con las hispano-godas y tomaron como esclavas a mujeres nativas. Los mozá-rabes eran los cristianos españoles sometidos a la dominación árabe, quienes siguieron profesando el cristianismo; escri-bían a veces en árabe y solían tomar nombres árabes.
El elemento árabe, después del latín, es, entre otros, el de mayor importancia por su gran influencia sobre el vocabula- rio castellano; este elemento está prácticamente inmerso en nuestro idioma y a él le debe el castellano, incluyendo forma-ciones derivadas, más de cuatro mil (4.000) palabras, mu-chas de las cuales las produjo la guerra. Los moros organiza-ban contra los reinos cristianos expediciones anuales llama-das aceifas, además de incesantes correrías o algaras; iban al mando de adalides; los escuchas y centinelas se llamaban atalayas y la retaguardia, zagas. Entre las armas figuraban el alfanje y la adarga. Sus ataques o rebatos los acompaña- ban con el ruido del tambor. Los alféreces o caballeros que montaban a la jineta, con estribos cortos espoleaban a las ca balgaduras con acicates. Entre sus caballos ligeros o alfara-ces había muchos de color alazán. En los arreos de las bes-tias entraban jaeces, albardas, jáquimas y ataharres.
A la agricultura, que no podía escapar a esta gran influen cia, llegaron palabras como acequia, aljibe, alberca, azud, noria, arcaduz. En sus alquerías y almunias se cultivaban alcachofas, algarrobas, alubias (una clase de fríjol), zanaho rias, chirivías, berenjenas, alfalfa, albudeca (del árabe albo teija = badea). Se conoció el algodón, el azafrán, la caña de azúcar con la cual se produce alcohol.
La aceituna se molía en almazaras. En la España mora había patios con arriates y surtidores, azucenas, azahares, adelfas y alhelíes, guarecidos por setos de arrayán. Algu- nos árboles son conocidos como el alerce y el acebuche. En la flora silvestre se introdujeron denominaciones como jara, retama, alhucema (diferente a la loción “patico” de nuestras nonas). Alfareros y alcalleres fabricaban tazas y jarras. Los maestros joyeros del arte de la ataujía hacían ajorcas, arra-cadas y alfileres. De la minería de la España mora quedan azufre, almagre, albayalde y alumbre. El curtido y elabora- ción de cueros dejó: badana, guadamacil y tajalí.
El azogue lo extraían de los yacimientos mineros de Alma dén. La actividad comercial pagaba como impuestos por aranceles y tarifas de aduana. Almacén, almoneda, zoco, alhóndiga, rememoran el comercio árabe. El almotacén ins-peccionaba pesas y medidas, y de éstas han perdurado mu-chas palabras como: arroba, arrelde, quintal, fanega, cahiz

y azumbr (que no “arrechumbe”) como medida de capaci-dad de 2,0160 litros.
El tango nació en los arrabales de la Boca, de Buenos Ai-res, así mismo los árabes vivían con sus casas agrupadas en arrabales (sin la connotación peyorativa que le hemos dado a esta palabra) y vivían en pequeña aldeas. A su vez, estas casas árabes tenían zaguán, alcobas y azoteas.
En la construcción, los alarifes y albañiles levantaban ta-biques, colocaban azulejos, y resolvieron el problema del sa-neamiento con alcantarillas y albañales. El ajuar de la casa lo componían muebles de taracea, almohadas, alfombras y jofainas. Entre los manjares figuraban las albóndigas y el cuzcuz o alcuzcuz. En la repostería prepararon y hoy nos de leitamos con el almíbar, la alcorza, el arrope; y entre las pas tas, el alfeñique y la alcorza. Vestían los árabes aljubas o ju bones, almejías, albornoces y zaragüelles; y calzaban babu chas y borceguíes. Se entretenían con el juego de ajedrez y los juegos de azar (del árabe azahr = dado).
Las instituciones, costumbres jurídicas y fiscales adopta-ron de los moros las consiguientes palabras: alcaldes y zal-medinas; ellos se entendían de los pleitos y juicios. El algua- cil (de alwazir = lugarteniente) era el “gobernador”, pero más tarde descendió a la categoría de oficial subalterno. Los pleitos por testamentos crearon el término albacea.
Las matemáticas deben a los árabes muchas palabras. El sobrenombre de Alxuarizmi, llevado por uno de sus eminen- tes cultivadores, dio lugar al algoritmo, ‘cálculo numérico’ y ‘guarismo’. También la palabra Sifr<arb> vacío, de donde viene cifra. Los árabes fueron los iniciadores del álgebra. De la alquimia, en donde hicieron grandes esfuerzos quedaron palabras como: alambique, la alquitarra y redoma. Tam-bién alcohol y álcali para obtener el elíxir o piedra filosofal. La farmacia conserva jarabe y alquermes. La astronomía, cenit, nadir y auge.
Otras palabras de origen árabe son: marras, de balde, en balde, hasta. En el léxico castellano de procedencia arábiga faltaron palabras referentes al sentimiento, emociones, de-seos, vicios y virtudes. Sólo aparecen las manifestaciones rui-dosas de alegría como alborozo, alboroto, albuélbola, las cuales entraron en la lengua de los hispanohablantes. Sin embargo, la palabra hazaña desciende del árabe hasana, que significa: “buena obra”.
Al ser admitidos los arabismos por los mozárabes, estos experimentaron los cambios fonéticos propios de las lenguas romances. La palabra tarifa la entienden los hablantes ára-bes hoy día y para ellos significa una moneda de centavo. Oja lá es un arabismo que usamos con mucha frecuencia, el cual puede significar invocación a Alá (¡Oh, Alá!) con sonido gutu ral, fricativo, sordo como la jota de algunos españoles. O tal vez el significado sea el que dio mi profesor de Morfología, doctor Carlos Patiño Rosselli, en mis años mozos en la Uni-versidad Nacional de Colombia: “quiera Dios”. Existen mu-chas palabras de origen árabe que están en los diccionarios y son de uso corriente o están en desuso. Como ejercicio didác-tico para los lectores, les pido agregar a este corpus esos descubrimientos y ojalá, agregarlos a la vitalidad de nuestro castellano.
(Viernes 1º de febrero de 2008) n


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«Que no somos iguales,
dice la gente»


CARLOS BUSTAMANTE CORZO (CARBUCO),
profesor de la Facultad de Ciencias Básicas de la UFPS.

Aunque las féminas juran y comen tierra que los hombres y las mujeres son todos iguales y tienen los mismos deberes y privilegios, a Carbuco le corre un aire fresco por la nuca cuando considera las “ventajitas” de orden anatómico, fisio- lógico y de comportamiento que diosito lindo, en llave con mamá y papá, le otorgan a los integrantes del sexo masculi-no; a los puros machotes, y no a la contraparte femenina.
A continuación se describen algunas de esas ventajas:

VENTAJAS ANATÓMICAS
Peso corporal: Si tienes unos kilos de más o de menos, tus amigotes no te reprochan absolutamente nada y te siguen tratando igual.
Trasero: Para solicitar empleo no se necesita tener un “culeco” voluminoso para impactar al que contrata.
Barba: Constituye una satisfacción muy agradable te-ner que afeitarse solamente del cuello para arriba.
Cabello: Rapado, como un bombillo, o larga cabellera, como un cavernícola, a nadie le importa un comino.
Tetillas: Si eres futbolista, puedes intercambiar camise-tas con el rival al final del partido. No necesitas camisas con escote. Con tetillas sí hay paraíso, porque no las usas para na da; y menos, para que te las chupen o te las muerdan.
Orgasmos: Cuando haces ñongo-ñongo no tienes que fingir nada porque, cuando se te viene “la caballería”, los estertores sólo son comparables con las convulsiones de un pez atrapado en una red.
Cabello gris y arrugas: Te conceden prestancia y cate-goría, excepto si eres un pedófilo.

VENTAJAS FISIOLÓGICAS
Libido: Basta con observar a una chica con un escote hasta el ombligo o con una “culifalda” atrevida para que la parte más noble de tu cuerpo reaccione automáticamente y quede como pata de perro envenenado.
Cuando la vejiga está a punto de estallar, qué felicidad poder ir solo y orinar sin tener que acurrucarse.

VENTAJAS DE COMPORTAMIENTO
Puedes darte una ducha y estar vestido en 10 minutos.
Las vacaciones de cinco días requieren sólo una maleta.
En una fiesta puedes ir al baño sin “guardaespaldas”.
La conversación telefónica dura máximo 30 segundos.
Si tienes automóvil y se te pincha una llanta, el mecáni-co no te cobra $50.000 con el cuento de que, además de la parchada, “Tuve que echarle aceite al pito y ponerle una bu-jía y un parlante de frecuencia modulada”.
Puedes comprar condones en la droguería sin que el vendedor te desnude con la mirada. n
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Sobre el artículo de CHUCHO: «El suscrito» Director alguna vez leyó que a una lengua se la reconoce como idioma si su nombre está asociado a un país; si no, es un dialecto. Que por eso, a la nuestra no la llaman castellano.
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Ochenta años del himno original
del CÚCUTA DEPORTIVO


ALFREDO DÍAZ CALDERÓN, socio
honorario de la ACORD. Carnet N° 025.

En el mes de enero del año 1928, El Cúcuta Fútbol Club se transformó en Cúcuta Sport Club y alquiló la mitad de una casa grande situada en la calle 8 entre avenidas 3 y 4, precisa mente en frente de la “Plazuela Libertador”, la cual desde 1914 se había convertido en el estadio oficial del fútbol cucu- teño. En esa rústica cancha de tierra ya se cumplía, desde el año 1924, el Campeonato Municipal de Fútbol, que la “Aso-ciación Deportiva Cucuteña” realizaba cada año entre mar-zo y noviembre.
Los hermanos Alfredo y Alejandro Lindarte, comercian-tes cucuteños muy reconocidos y acreditados, ocuparon la parte exterior (que da a la calle) del inmueble y allí estable-cieron una tienda de víveres “al mayor y al detal” que fue muy conocida en la ciudad, porque vendía “de todo y para todo” —como decía un letrero adentro— y porque tenía tres puertas grandes que los cucuteños llamaban “portones”.
El Cúcuta Deportivo, nombre ya popular del club en esos días (de 1928), ocupó la parte interior de aquella casona. En dicha parte había habitaciones, baños, comedor, cocina y so-lar. El club instaló allí muebles y elementos para que sus so-cios y seguidores (hinchas) practicaran billar, ajedrez, domi-nó y bolo campesino; incluso para que organizaran fiestas pa ra chicos y grandes, que llamaban “vespertinas bailables”.
A esta sede deportiva se entraba por un corredor (llama- do “zaguán” en esos días) que tenía portón y anteportón. En aquél se leía: “Cúcuta Sport Club”.
En el mes de febrero de 1928, el maestro Elías Mauricio Soto dio a conocer la música de un vals que interpretó, bajó su propia dirección, la Banda Departamental como homena- je al Cúcuta Sport Club.
El maestro Elías M. Soto fue admirador de El Cúcuta Fú-tbol Club desde su fundación en septiembre de 1924 y contri-buyó diligentemente en el viaje histórico de nuestro equipo a Caracas, en noviembre del año 1926, pues su hijo Pedro Elías Soto Ramírez fue titular de El Cúcuta Fútbol Club en los dos partidos que nuestro equipo jugó en la capital venezo lana, hace ya 82 años, contra la selección de Caracas y con-tra la selección de La Guaira.
Esta composición, en ritmo de vals, quedó registrada des-de ese momento con el nombre de Cúcuta Sport Club y los cucuteños la adoptaron como himno del Cúcuta Deportivo, a pesar de que no tenía letra, y a través del tiempo siguió sien- do interpretada por conjuntos y por bandas en forma pura-mente instrumental.
El 17 de agosto de 1949 la señora María Elisa Ramírez Matamoros recibió del Registro Nacional de Propiedad Inte-lectual, cuya sede es Bogotá, el certificado Nº 52 donde cons- ta que desde 1947 están inscritas allí 59 obras musicales com puestas por su difunto esposo, Elías Mauricio Soto (fallecido en 1944).
El certificado Nº 52 enumera una por una cada obra del maestro con el nombre de la obra y su ritmo, y confirma te-ner sus partituras debidamente registradas. Cúcuta Sport Club, en ritmo de vals, es la obra número 13 en el listado de tal certificado.
En el año 2005 la Cámara de Comercio de Cúcuta, con
motivo de sus 90 años de existencia, costeó la grabación en compact disk de 20 obras musicales del maestro Elías M. So-to, interpretadas bajo la dirección musical del maestro Luis Enrique Parra Muñoz. Allí, en ese disco, como Nº 19 aparece Cúcuta Sport Club, interpretado en piano pero en ritmo de pasillo.
De modo que a los 77 años de su creación, el himno origi-nal del Cúcuta Deportivo logró ser rescatado del olvido y escu chado, gracias a este gesto de la Cámara de Comercio de Cú-cuta, con motivo de sus 90 años de existencia.
Para los verdaderos hinchas del Cúcuta Deportivo es moti- vo de orgullo y satisfacción, tanto que nuestro himno cumpla 80 años en febrero de este año, como el que nuestro equipo negro y rojo fuera el primer equipo colombiano de fútbol que tuvo su propio emblema musical, como lo es el vals Cúcu ta Sport Club creado en 1928 por el maestro Elías M. Soto.
(Cúcuta, 31 de enero del 2008.) n

POST-SCRIPTUM. Definitivamente, como dicen, casi siempre “la historia se repite”. Y en este caso es casi idéntica.
En 1928 el Cúcuta Sport Club estrenó sede social y deporti va en la calle 8 entre avenidas 3 y 4. Hoy, esa casona de los hermanos Alfredo y Alejandro Lindarte ya no existe. En su lugar hay un edificio de dos plantas. La placa de la puerta del zaguán, por donde se entraba a los salones del club, tiene en la nomenclatura de hoy el número 3-74. (Las tres puertas que siguen hasta el número 3-90, corresponden a los tres por tones de la tienda o abasto que los hermanos Lindarte tenían en 1928.)
Hoy, 2 de febrero del 2008, el Cúcuta Deportivo está repi-tiendo lo de hace 80 años: tener su sede social y deportiva lo más cerca posible a su estadio. Por eso, el año antepasado compró una casa de 2 plantas situada en la Avenida Cero-A entre calles 3 y 4. Allí están sus oficinas y su sede social, en línea recta, a menos de 70 metros del moderno Estadio Gene-ral Santander.
Y la placa de la puerta principal, la de entrar a nuestra se de social de hoy, tiene el número 3-56.
(Cúcuta, 2 de febrero del 2008.) n
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Aunque no se dan silvestres,
hay esposas que no son impulsivas


RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
cardingarcia@hotmail.com

En un artículo anterior se mencionó que hombre pillado con moza, es hombre muerto por su esposa; o capado, al menos, si a ella le faltó valor para oprimir el gatillo o envenenarle la comida. Pero como no hay verdades absolutas, no es comple- tamente cierto que, ante una catástrofe o tragedia, el hombre tiene autocontrol y la mujer es impulsiva.
Porque hay mujeres resignadas, que no son sólo las que económicamente dependen totalmente del marido. Y entre éstas hay algunas raras especímenes que son como sadomaso quistas, por cuanto hasta anhelan que sus maridos sean in-fieles. ¿Por qué? Porque necesitan un pretexto, tanto para re criminarlos día a día, como para auto-compadecerse ante sus vecinas, su familia y sus amigas.

Así que si usted es un marido infiel y tiene por cónyuge a una de estas raras especímenes, no le discuta cuando le enros tre que tiene moza. Recuerde que Para pelear se necesitan dos y, quien no se presta para ser “el segundo pugilista”, se ingenia sus salidas como, por ejemplo:
Si el reproche se basa en “Me dijeron”, él arguye: “Estás histérica. Hablaremos otro día”. Y esa noche duerme afuera (seguramente, en la casa de la moza), mientras su mujer se gasta la noche pidiéndole al Altísimo que a él le pase la arre-chera y regrese al otro día.
O si fue porque ella le encontró una carta de amor en un bolsillo, él tranquilamente dice: o que no sabía de esa carta y por lo tanto debe ser otra broma pesada de sus compañeros de oficina; o que se la envió una ex novia a la oficina y que no sólo pensó en no leerla sino en romperla en mil pedazos, pero que apareció su jefe y le puso un trabajo “¡Para ya!”. Y tras una u otra explicación, le pide que la rompa.
Y si una de estas raras especímenes recibe la información gratuita (de un “sapo” o una “sapa”) o paga (de un detective contratado) de en qué motel se metió su marido con la moza, seguramente irá a allá, lo describirá fisonómicamente y ame-nazará con llamar a la policía si no le abren el cuarto en el cual se ha metido.
Y como el motel querrá todo menos un escándalo, apenas vea a su marido haciendo acrobacias sexuales con la moza quedará, tan consternada, que sólo le dirá: “¿Qué estás ha-ciendo?”, como si se hubiera vuelto ciega.
Pero como él no es “invidente”, ve que ese tipo de mujer no lo matará ni capará para tener, tanto por qué auto-compa decerse, como a quién joderle la existencia; y que, por eso mismo, si no “capotea” la situación antes de que ella se re-ponga del impacto, le armará un señor escándalo. Así que adopta alguna de estas poses:
La del amnésico: “Te juro que no sé quién es ella”.
La del cínico: “No es lo que tú piensas”.
La del desubicado: “¿Qué estoy haciendo aquí?”.
La del mago: “¡Amor: te tengo al mismo tiempo en la puerta y en la cama!”.
La del violado: “Ella me obligó”.
La del autosuficiente: “Puedo explicarlo todo”.
La del legalista: “¿Cómo allanas sin orden judicial?”.
La del súper padre: “¿Y con quién dejó a los niños?”.
La del cumplidor: “Siéntate un momento. Termino esta faena y nos vamos a casa a repetirla”.
La del aprovechado: “Hágame un favor, cariño: llama a recepción y pídame un jugo de naranja”.
La del dormilón: “Duermo la siesta y luego hablamos”.
La del pragmático: “¿Dónde firmo para el divorcio?”.
La del adivino: “Yo sabía que me estabas vigilando”.
La del crítico: “Tu blusa no combina con tu falda”.
La del galante: “El arreglo del cabello te hace ver con 20 años menos”.
La del observador: “No te pusiste pestañina”.
La del confundido: “Mija —se dirige a la guaricha—: ¿quién es la dama de la puerta?”.
La del responsable: “Espero que tengas una explica-ción para no haber ido por los niños al colegio”.
La del políglota: “¡My God!, ¡Meus Deus!, ¡Mother Fucker!, ¡Puta que o pariu!”.
La del devoto: “¡Dios, Virgen María, Espíritu Santo!”.
La del romántico: “Eres el sol que me ilumina”.
La del pulcro: “Me ducho y nos vamos pa’ la casa”.
La del vidente: “Yo soñé que esto ocurriría”.
La del inerme: “Eres el ángel de la guarda que vienes a
salvarme de ser abusado por esta guaricha violadora”.
Y un largo etcétera, pues al fin y al cabo tiene una esposa, tan dizque “resignada”, que jamás pensará en matarlo, ni en caparlo ni en optar por el divorcio.
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FUENTE: El libro Manual para hombres infieles, de Marce-lo Puglia (uruguayo). Editorial Vergara.
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El fallo más infame
del Tribunal Supremo


JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.
jairocely@hotmail.com

INTRODUCCIÓN
En la edición Nº 87 de Occidente Universitario se publicó el artículo La Enmienda Miranda, escrito por el autor del pre-sente artículo, en el cual se destacan tres fallos que enalte-cieron a la Corte Suprema de los Estados Unidos por su de-fensa de las libertades individuales. Tales fallos fueron dicta-dos al revisar los casos: Gideon contra Wainwright, en 1963; Miranda contra Arizona, en 1966; y Dickerson contra los Esta dos Unidos, en el 2000.
Pero, como los tribunales están conformados por seres de carne y de sangre y hueso, también incurren en escachadas. Y eso que se supone que sus integrantes fueron investidos por ser los más doctos para ese cargo; que la justicia debe ser imparcial y justa; y que, como en el caso del Tribunal Supremo, la posibilidad de equivocación debe ser práctica-mente nula porque, si «dos cabezas piensan más y mejor que una», ¿no cabe esperar que nueve no se equivoquen?
Así que el fallo más infame, al menos en la percepción del autor del presente escrito, es el que el Tribunal Supremo dic-tó el 7 de marzo de 1857 al revisar el caso denominado Dred Scott contra John Sandford.

ANTECEDENTES
Dos de los zafarranchos que se presentaron en la Convención Constitucional de 1787 tuvieron que ver con la esclavitud.
El primero ocurrió porque los delegados de los estados del Norte querían que el Congreso tuviera facultades para legislar sobre la esclavitud, y la mayoría de los del Sur no querían que las tuviera. Ante esto se llegó a un acuerdo o «avenimiento» por el cual al Congreso se le otorgaría poder para legislar sobre dicho asunto… a partir de 1808. Pero el 1º de enero de dicho año, al legislar sobre la esclavitud, todo lo que hizo el Congreso fue proscribir la importación de es-clavos —que eran traídos de África—, con lo cual en princi- pio quedó al arbitrio de cada estado determinar en su respec tiva Constitución si consentía o abolía la esclavitud.
El otro zafarrancho se presentó porque, como los esclavos no tenían estatus de ciudadanos, los delegados de los estados del Norte —industrial y antiesclavista— querían que no se los tuvieran en cuenta para determinar el número de miem- bros que tendría el estado en la Cámara de Representantes —que sería de un diputado por cada 30.000 de sus habitan- tes—, pues en el Senado cada estado tendría dos, indepen-diente de su tamaño y su población. Como los del Sur —agrí- cola y esclavista— sí querían que los incluyeran, se llegó al acuerdo o «avenimiento» de que sólo se tendrían en cuenta las tres quintas parte de los esclavos para tales cálculos.

Pero las fronteras occidentales de los trece estados fundacionales se fueron extendiendo hasta llegar, en los primeros años del siglo XIX, hasta las riberas del Mississippi y los vastos territorios que se iban adicio-nando eran declarados territorios federales por el Con-greso, por lo cual quedaban bajo administración de és-te. Como tales territorios serían estados cuando alcan-zaran un número importante de habitantes, los sudis-tas se conmocionaron ante la perspectiva de perder más peso específico en el Congreso.
Porque en 1819 eran esclavistas la mitad de los 22 estados, lo cual determinaba un «empate» en el Senado pero no en la Cámara de Representantes. Pues, aun-que los estados esclavistas tenían una mayor superficie que los norteños, no llegaban a los cuatro millones y medio de habitantes —de los cuales eran esclavos una tercera parte—, mientras los «estados libres» conta-ban con cinco millones de habitantes. Y para colmo, los inmigrantes preferían el Norte.
De modo que si la población del Norte aumentaba la diferencia respecto de la del Sur, aquélla acapararía la Presidencia —del Sur habían sido cuatro de los cin-co presidentes habidos hasta el momento— y accedería a la «peligrosa» mayoría de dos tercios en la Cámara de Representantes. Pero el problema sería peor si de los territorios federales surgían estados antiesclavistas, porque el Norte terminaría imponiendo la abolición de la esclavitud y el Sur perdería la ventaja comercial que les representaba la mano de obra gratis.
Así que en 1820 Henry Clay, oriundo del sur (Virgi-nia) y presidente de la Cámara de Representantes, pro movió entre los congresistas esclavistas y antiesclavis- tas lo que se llamó el Compromiso de Missouri —tam- bién llamado el Compromiso de 1820—, por el cual el Congreso establecería que en los territorios federales al norte del paralelo 36º 30’ quedaba prohibida la es-clavitud. Pero, como el paralelo 36º 30’ de latitud nor-te era la frontera sur de Missouri, cuya incorporación a la Unión no se había considerado por esclavista, se aceptaría a Missouri como estado esclavista al norte del paralelo a cambio de crear Maine como estado li-bre para mantener el empate en el Senado.
La esclavitud era, pues, una inmoralidad para los del Norte, y una necesidad para los del Sur. A tal pun-to de que los cuáqueros, por ejemplo, «excomulgaban» a sus feligreses que poseían esclavos, mientras en el Sur se consideraba al negro inferior al blanco, y hasta se jactaban de que la esclavitud lo había liberado del estado de salvajismo en que vivía en África. De modo que el Compromiso de 1820 apaciguó por algunos años la confrontación por la esclavitud.
Pero la Unión no se conformó con llegar hasta el Mi ssissippi, sino que pronto traspasó tal caudaloso río y se extendió más hacia el oeste. Pero también se exten- dió hacia el sur, pues en 1845 el recién posesionado pre sidente James Knox Polk promovió la incorporación a la Unión de la República de Texas, le declaró la guerra a México en 1846 y el 2 de febrero de 1848 le puso fin imponiendo el «Tratado de Guadalupe Hidalgo» por el cual México cedió a los Estados Unidos, a cambio de 15 millones de dólares como una compensación, 1,36 mi-llones de Km2 que fueron declarados territorios federa les por el Congreso y que comprenden los hoy estados de California, Utah, New Mexico, Nevada, casi todo el de Arizona, y parte de los de Wyoming y Colorado.
No obstante, los antiesclavistas cuestionaron las con quistas territoriales del presidente sureño Polk como expansión de la esclavitud, por cuanto la mayor parte de los territorios anexionados estaban al sur del para-lelo 36º 30’ de latitud norte. De hecho, el enorme Texas ingresó a la Unión como estado esclavista, pues como «República de Texas» ya permitía la esclavitud. Y la «babel» que se generó puso en peligro, tanto al Com-promiso de Missouri, como a la Unión.
Los sureños esclavistas propugnaban porque no se les cerraran las puertas a los dueños de esclavos en los territorios que México había cedido. Los norteños anti esclavistas exigían que en todas las nuevas tierras se proscribiera la esclavitud. Un grupo de moderados su-gerían que la línea del Compromiso de Missouri se pro longara desde el río Mississippi hasta el océano Pacífi- co. Otro grupo proponía que el asunto se dejara a la «soberanía popular», entendida como que el gobierno federal permitiría que los colonizadores entraran a ca-da nuevo territorio con esclavos o sin esclavos de acuer do con sus deseos y, cuando llegara el momento de or-ganizarse como un estado, sus pobladores decidirían si éste sería libre o esclavista. Y algunos sureños radica-les instaban abiertamente a la secesión.
En enero de 1848 se descubrió oro en California, lo cual precipitó una inmigración masiva, al punto de que en sólo 1849 llegaron más de 80.000 colonizadores. California solicitó su admisión como estado libre, aun-que su territorio estaba prácticamente mitad al norte y mitad al sur del paralelo 36º 30’ de latitud norte. Pero a esa altura de mitad de siglo había 15 estados esclavis tas y 15 libres, por lo cual admitir a California como estado antiesclavista desequilibraría la «balanza» en el Senado, y la única forma de restaurar el empate sería desmembrándole un estado esclavista a Texas, pero sus pobladores lo rechazaron. El zafarrancho estaba, pues, «como para alquilar balcón».
Entonces reapareció Henry Clay como compone-dor, ahora como senador por el estado de Kentucky, quien promovió en el Congreso lo que se llamó el Compromiso de 1850.
Por este acuerdo los estados del Sur aceptarían la admisión de California como estado libre y, en contra-prestación, la esclavitud no se prohibiría expresamente en el resto de los territorios que México había cedido. Además, el estado de Texas renunciaría a su reclama-ción de una parte del territorio federal de New Mexico y, en contraprestación, el gobierno federal pagaría las deudas que contrajo como «República de Texas». Tam

bién se proscribiría el comercio de esclavos —que no la esclavitud— en el Distrito de Columbia, en razón de que no pocos congresistas repudiaban semejante activi dad tan cerca del Capitolio. Pero también se aprobaría la Ley del Esclavo Fugitivo, por la cual se perseguiría y capturaría a cualquier esclavo fugado para entregarlo a quien bajo juramento declarara su propiedad.
La ley del esclavo fugitivo fue asumida por los esta- dos del Sur como un resonante triunfo —al punto de que de momento los esclavistas más radicales silencia-ron sus discursos secesionistas—, pero en los del Norte produjo animosidad contra los sureños. En 1852 se pu-blicó la novela La cabaña del tío Tom, escrita por Ha- rriet Elizabeth Beecher-Stowe, motivada por su recha-zo a dicha ley. Además de su éxito comercial —más de 300.000 ejemplares se vendieron en dicho año—, el li- bro exacerbó en el Norte, tanto el rechazo contra la ley del esclavo fugitivo, como el sentimiento antiesclavista.
Este alto nivel de sentimientos exacerbados entre esclavistas y antiesclavistas lo empeoraría el Tribunal Supremo con su deplorable fallo de revisión del caso

DRED SCOTT CONTRA JOHN SANDFORD
Dred Scott era un esclavo descendiente de africanos, nacido hacia mediados de la última década del siglo XVIII en el sureño estado de Virginia. En 1827 su amo se lo llevó al también esclavista estado de Missouri y en 1834 se lo vendió a John Emerson, un cirujano mili- tar. En dicho año Emerson fue trasladado a un puesto militar en Rock Island, Illinois, y en 1836 fue traslada- do al Fuerte Shelling, ubicado en Wisconsin, que enton ces era un territorio federal al norte del estado de Illi-nois; tanto allá como acá la esclavitud era ilegal de acuerdo con el Compromiso de 1820, y a uno y otro si-tio Emerson llevó a Scott como parte de su «menaje». En 1838 Emerson regresó a Missouri con su esclavo, quien se había casado con una esclava del mismo amo con la cual procreó dos hijos.
Emerson falleció en 1844 dejando sus bienes a su esposa para beneficio de su hija y designando albacea a un cuñado, John Sandford, pues a la mujer no se le reconocía autonomía para administrar sus bienes. La viuda se casó con el viudo Sandford y en abril de 1846 Dred Scott los demandó, alegando que por haber pisa-do tierra libre, como la del estado de Illinois y la del territorio de Wisconsin, había quedado libre aunque al estado esclavista de Missouri lo hubiesen regresado.
John Sandford expuso que la corte carecía de com-petencia para avocar el caso, en razón de que los pa-dres del demandante habían sido esclavos y el hijo de esclavos nacía esclavo, y éste no puede presentar de-mandas. A mediados de mayo de 1854 el tribunal falló en contra del demandante, cuya defensa apeló ante el Tribunal Supremo. En 1856 éste aceptó revisar el caso y el 7 de marzo de 1857 dictó su fallo, adverso al de-mandante.
Cuando el caso saltó de lo «parroquial» a lo nacio-nal, los periódicos plantearon que la sentencia permiti-ría saber si esa Suprema Corte era un tribunal de justi cia o un tribunal político, en razón de que sólo dos de sus nueve jueces eran oriundos de estados antiesclavis-tas mientras los otros siete lo eran de esclavistas; entre éstos, Roger Taney, su presidente. Y en todo caso, el fallo adverso se adoptó por siete contra dos votos, y tal vez por eso no pudo ser más infame.
«Por la voz autorizada de su Chief Justice» (Roger Taney) la Corte dictaminó que cuando la Declaración de Independencia sostuvo como verdad incontroverti-ble que «todos los hombres son creados iguales», exclu yó a la raza africana esclavizada. Que las primeras palabras de la Constitución, «Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos», se refieren exclusivamente a la raza blanca porque, cuando se redactó la Constitución, «los negros eran considerados, tan inferiores, que care cían de derechos que los hombres blancos estuvieran obligados a respetarles». Que por lo tanto, los negros no forman parte del pueblo de los Estados Unidos y, en consecuencia, están excluidos de los derechos que la Constitución consagra para ese pueblo.
Pero lo peor de la sentencia fue que no se detuvo en el objeto de la demanda sino que, sin que otra opinión le hubiese sido solicitada, dictaminó que el Congreso no tenía autoridad para prohibir la esclavitud en los territorios, como el de Wisconsin; y sobre todo, que el Compromiso de Missouri violaba la Quinta Enmienda por cuanto privaba de su propiedad a los propietarios de los esclavos sin el debido proceso judicial y sin una compensación justa, y que por lo tanto el Compromiso de Missouri era inconstitucional y nulo.
De modo que, en todos los lugares en donde se ha-bía proscrito la esclavitud, no se les podría impedir el ingreso a los colonizadores o inmigrantes que arriba-ran llevando esclavos.
Cuarenta y nueve meses después estallaría la Gue-rra de Secesión, que duraría cuarenta y ocho meses.

UN DESENLACE DEPLORABLE Y OTRO, TRISTE
Œ Roger Taney presidió el Tribunal Supremo durante 28 años y remplazó en el cargo a John Marshall, quien lo pre-sidió 34 años. Pero, mientras John Marshall pasó a la histo-ria enaltecido por el trascendental fallo que promovió en la resolución del caso Marbury contra Madison, del 24 de febrero de 1803, Roger Taney pasó a la historia repudiado por el infame fallo que promovió en la revisión del caso Dred Scott contra John Sandford, del 7 de marzo de 1857.
 Dred Scott fue liberado voluntariamente por su nuevo amo a finales de mayo de 1857, cuando ya superaba los 60 años. Pero no disfrutó mucho de la libertad por la que tanto había luchado, pues falleció en Saint Louis (Missouri) a mediados de septiembre de dicho año.
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