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OCCIDENTE UNIVERSITARIO
N° 80(Ver todos los números)

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Publicación informal, editada en la UNIVERSIDAD FRANCISCO DE PAULA SANTANDER
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Director-Editor: JAIRO CELY NIÑO l 8 pp l LUNES 16 DE JULIO DEL 2007


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A MODO DE «EDITORIAL (O ALGO ASÍ)».

«ALCA-ído, caerle»

Salomón Kalmanovitz era profesor de carrera de la Universidad Nacional de Colombia, adscrito a su Facultad de Economía, cuando fue nombrado codirector del Emisor. Y supone «el suscrito» Director que al concluir su período constitucional se pensionó, porque ahora escribe en el semanario El Espectador una columna.
Y en la de la edición del 20 al 26 de mayo de este año se lee, entre otros:
(…) los incentivos que tienen las universidades (públicas) para pensionar masivamente a sus profesores de 55 años de edad (…) son perversos. Académicos que están en la plena madurez de sus capacidades y a quienes les faltan al menos dos décadas de vida activa y productiva pasan al retiro y alimentan las universidades privadas, que reciben con beneplácito tan generoso subsidio. (…)
Si uno trata de seguir laborando en la institución a la que le entregó 30 años de su vida o más, el tratamiento es indignante, como el de cualquier contratista del Estado: pasado judicial del DAS, que es como el Gobierno colombiano martiriza a sus ciudadanos, a quienes considera culpables a menos que traigan un certificado en contrario; póliza de seguros para garantizar que no se va a robar la plata; inventarios mal elaborados, por los cuales la universidad persigue por siempre a sus abrumados ex profesores, e indiferencia general de las directivas que disponen con alegría de la plaza que uno abandonó.
Pues bien. A eso agréguenle lo que en el «Editorial (o algo así)» de la edición 75 de Occidente Universitario, titulado ¿Quién responderá por la catorce? (martes 13 de marzo de este año), se intuyó que ocurriría:
Que a los profesores y administrativos jubilados que cumplieran 60 años entre julio del 2006 y lo que iba transcurrido del 2007 (o que cumpliera 55 en ese lapso, si era administrativa o profesora), y que por tal razón dejarían de percibir de la Universidad la pensión de jubilación y pasarían a percibir del Seguro Social la horrorófonamente denominada «pensión de vejez», el Seguro Social no les pagaría la mesada 14 el 30 de junio de este año. (Ni el 30 de junio de los años de vida que les queden a pensionada y pensionado, o a su cónyuge supérstite.)
Y no se las pagó, de acuerdo con lo que hace una semana le contó un colega pensionado al «suscrito» Director: que a su cuenta de ahorros el Seguro Social le consignó sólo la mesada 6 (de junio), mientras la Universidad le consignó la «diferencia» de tal mesada 6 y la ídem correspondiente a la 14, entendiendo por «diferencia» la ídem (indexada) que, en el momento en que el Seguro Social le reconoció la condición de pensionado, resultó de restarle, a la mesada «de jubilación» que percibía, la «de vejez» que iba a percibir.
Como desde el 30 de junio subsiguiente a la fecha en que la Universidad les reconoció la condición de jubilados y hasta el 30 de junio del recién pasado año la Institución les pagó la mesada 14 a los mencionados compañeros pensionados, en el «Editorial» de la edición 75 de Occidente «el suscrito» Director, extrapolando la letra del Acuerdo (de jubilación) Nº 12 de 1991, se preguntó si la Universidad no debería responder por la 14. Sobre todo por aquello del derecho internacional que se aplica a los tratados o acuerdos o convenios: Utis possidetis iuris («Como poseías, poseerás»), por cuanto tales compañeros estaban devengando la 14.
En todo caso, al respecto y a la fecha, la Rectoría ha estado más muda que una tapia.
Pero retomando a saltos lo transcrito del ex colega Kalmanovitz, en cuanto a que Si uno trata de seguir laborando en la institución (…) el tratamiento es indignante, vean esta perla criolla o made in house:
«El suscrito» Director leyó la fotocopia de un memorando de hace 3 semanas dirigido por el vicerrector académico al director de un Departamento, en el cual, tras un sutil regaño por no asistir a una PRI, le anexa fotocopia de un comunicado de 9 numerales, no firmado —pero cuyo origen, entre líneas, el vicerrector atribuye a Rectoría—, que tiene este encabezado: Para tener en cuenta en la programación académica.
El lacónico texto del numeral 5 (2 renglones) ambienta la directriz implícita en el exuberante texto del numeral 9 (una docena de renglones): que a los profesores de hora cátedra no se les asignen más de 8 horas de clase semanales.
Pero como el numeral 9 trae a cuento que la Constitución prohíbe percibir más de una asignación del tesoro público (¿será un pleonasmo?) y desempeñar simultáneamente más de un empleo público, y que la ley 4ª de 1992 exceptúa como doble asignación, entre otros, lo percibido por concepto de horas cátedra sin exceder su programación máximo (sic) de 8 horas (¿entendidas «semanales»?)… pues entonces, Elemental, mi querido Watson: el «blanco» principal es el colega jubilado o pensionado.
Ante eso, y por ser jurídicamente analfabeta, «el suscrito» Director plantea 3 preguntas:
1ª ¿Un jubilado o pensionado no lo es porque se retiró de un empleo público o privado?;
2ª ¿El jubilado de la Universidad Francisco de Paula Santander, implícitamente y «porque sí», sigue estando en un empleo público?; y
3ª ¿La limitación legal de no más de 8 horas (entendidas «horas extras semanales») no es para el «activo», por ser adicionales a su jornada laboral de 40 ó 48 horas semanales?
Hasta donde entiende «el suscrito» Director, la jornada laboral se reduce a cero horas al jubilarse o pensionarse y, de acuerdo con la ley, los profesores de hora cátedra no son empleados públicos ni trabajadores oficiales. n
editorial-occidente-universitario@hotmail.com

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No pida favores abusivos

GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es

Hace unos cuantos años, cuando yo era profesor activo de la Universidad, tuve el placer de conocer a varios docentes canadienses, vinculados al convenio suscrito entre la UFPS y la Escuela de Agricultura de la Universidad de Nueva Escocia, ubicada en la provincia canadiense del mismo nombre. El mencionado convenio fue muy positivo para la Facultad de Ciencias Agrarias y del Ambiente, por cuanto el aporte de asistencia técnica y de inyección económica (250.000 dólares) hizo posible contar con los recursos básicos para darle vida a la naciente Facultad.
Desafortunadamente, por distintas causas que no valen la pena mencionar, el convenio no tuvo una mayor extensión en el tiempo y, de esta manera, la U perdió una buena fuente de ingresos. Digamos, para ser sinceros, que al interior de la Facultad hubo especímenes que vieron con indiferencia, casi con alegría, que esto hubiera sucedido. Siempre esgrimiendo la pendejada de la “intervención extranjera”, caballo de batalla de los mamertos criollos.
Como es natural, el profesorado en general les brindó un trato amistoso, muy propio del cucuteño. Tuvimos la oportunidad de intercambiar conceptos sobre distintos aspectos culturales, sociales, académicos, políticos, religiosos. Todo dentro del espíritu universitario, guardando el debido respeto por las ideas contrarias.
Recuerdo, con mucha precisión, el interés que uno de esos profesores canadienses mostraba por nuestras costumbres. Cuando se enteró de que en Colombia la gente se presta dinero entre sí, me buscó para que le explicara ese rollo, pues no comprendía ese modelo, ya que en Canadá las personas recurren a los bancos, y no a los particulares. Después de varias revueltas, le hice entender que en nuestro país la gestión bancaria se basa en la desconfianza, razón por la cual el cliente se ve abrumado con tantos requisitos —pagarés, autenticaciones, balances, fiadores, etc.—, que prefiere recurrir al crédito particular, ya que los prestamistas no exigen esta maraña de papeles. Digamos que el prestamista le hace el FAVOR de facilitarle un dinero, a cambio de un interés.
También me hacía referencia a que él había notado que los estudiantes eran muy dados a prestarse las tareas académicas, cuando la responsabilidad exigía que era el esfuerzo personal el que debía responder, y no pedirle el FAVOR a quien cumplió con lo que el profesor puso como ejercicio. Según él, existía una falta mayor: la que cometía el estudiante cumplido al permitir que su compañero obtuviera una calificación fraudulenta.
Ahí sí me dejó viendo un chispero, ya que el planteamiento tiene que ver con la ética, la moral, la psicología y hasta con la religión, campos que van más allá de lo cotidiano. ¿Por qué los colombianos pensamos que eso es un rasgo de viveza? ¿Por qué aceptamos, pasivamente, a que otros nos manipulen para lograr sus propósitos? ¿Será el temor a que nos califiquen de sapos, envidiosos, egoístas, lo que nos lleva a agachar la cabeza?
No fui capaz de darle una respuesta convincente, dado que no existe justificación para la permisividad. De nuevo, afirmó: “Guillermo, en el caso del dinero, vaya y venga, porque es lícito cobrar un interés razonable. Pero en el caso de la tarea, no hay explicación valedera, ya que los verdaderos amigos no piden FAVORES abusivos”.
Basado en esta pequeña regresión en el tiempo, me he permitido plantearles esta corta lista de favores indeseables y que, posiblemente, los conocemos por experiencias propias:

PRÉSTEME EL CARRO
Nunca falta el afanado que, por cualquier motivo simple, pretende que le suelten las llaves del coche ajeno para hacer una diligencia personal, sin pararse en pelos en los resquemores que esta petición causa en el dueño, pues en lo primero que se piensa es: “Si le da un tochazo al carro, ¿sí me responde?”.
Otra faceta de este abuso se da cuando algunos padres de familia les permiten a sus hijos adolescentes que asistan a las fiestas de sus compañeros. La advertencia de despedida, a modo de ejemplo, es de este estilo: “Yo no me voy a levantar a las 2 de la mañana a irlos a buscar; pídanle el favor al papá de las Carrillo, que ese sí recoge a las hijas”. Y este fulano terminaba, en la madrugada, como busetero: repartiendo un poco de cafres alaracosos, mientras los papis roncaban como cocido de maduros, gracias al FAVOR del zoco este.

PRÉSTEME UN CHEQUE EN BLANCO
Casos se han visto en que personas de buena fe aparecen enredadas en problemas financieros por culpa de elementos inescrupulosos, que no han tenido la más mínima consideración con quien tuvo la gentileza de hacerles un favor. Por lo general, después de una larga cháchara ablandadora, lanzan el sablazo, prometiendo toda clase de agradecimientos, lo cual no es más que una burla.
Otras veces no es un cheque sino escrituras de confianza. Algunos padres, en el ocaso de su vida, tratando de evitar costos de herencia, deciden escriturarles, como compra-venta, los bienes raíces a sus adorados vástagos. Nunca faltan los desgraciados que, valiéndose de su nueva condición de propietarios, le dan por la cabeza al cucho, con el triste argumento de que “él está muy viejo y no necesita casi nada; en cambio, nosotros estamos vaciados”. Y por ahí derecho convierten en fiesta lo que les llegó gratis.

DÉME UNA RECOMENDACIÓN
A comienzos del 2006 hice un comentario, en este mismo medio, acerca de las cartas de recomendación, que algunas veces se convierten en dolores de cabeza para quienes las expiden. No hay nada más jarto que tener que plasmar en el papel una realidad falsa. Verse casi obligado a manifestar que el confianzudo que nos la solicita es “una persona seria, cumplidora de sus compromisos y que honra la palabra empeñada”, causa más de un escozor. Lo más complicado de la situación es que, por lo general, quienes las solicitan son personas muy allegadas al firmante, el cual se ve abocado a no tener margen de maniobra, pues de por medio hay años de amistad o vínculos de sangre.
Las certificaciones laborales también forman parte de este género. Con toda la confianza y sin mostrar la mínima vergüenza, al interesado se le hace muy sencillo pedirle al amigo que desempeña un cargo de responsabilidad, que le expida una constancia, en papel membreteado, en la cual afirme que el fulano se desempeñó, durante determinado tiempo, como funcionario de la misma. Qué desfachatez.

PRÉSTEME LA CUENTA
A raíz del neorriquismo se ha impuesto una nueva modalidad de manejar el dinero mal conseguido. Es el de buscar personas que, por diversas situaciones, se encuentran en dificultades económicas y son sensibles a buscar una solución desesperada. Es el momento indicado para que los poderosos los involucren, a cambio de cualquier chichigua, en un lío de marca mayor.
No es raro que terminen en la cárcel, pues en su cuenta bancaria aparecieron grandes cantidades de dinero, sin justificación alguna. Casi siempre son sumas originadas en el narcotráfico, la extorsión, el secuestro y el chantaje.

Retomando el título de este artículo, digamos que hay que cuidarse mucho de esos amigos que creen que la amistad es para obtener el mayor beneficio, sin mostrar ningún respeto por el afectado. Eso es lo que se conoce como la “amistad interesada”. Se ve bastante en el ambiente social: hay elementos que buscan, desesperadamente, hacerse amigos de determinado personaje, con el fin programado de sacar provecho. En la política, eso es lo que prima.
(Cúcuta, julio de 2007)

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Modismos Cucutoches (14):
Personajes típicos


CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
kafrica_55@hotmail.com

En Cúcuta han habido muchos personajes típicos, pero de ellos recuerdo cuatro de los tiempos cuando éramos jóvenes y bellos: Carlos Julio, la loca María, Siete Machos y Carevieja. Cada uno de los cuales vivía en y por su locura: la de Carlos Julio era la de jugador estrella del Cúcuta Deportivo; la de la loca María era la de reina de belleza; la de Siete Machos era la de abogado; y la de Carevieja era la de empleado municipal. Desde luego, ni más faltaba, con la mamadera de gallo cucuteña, a cada cual se le tenía su dicho relacionado con su locura: “No canse, Carlos Julio” o “Cansa más que Carlos Julio”, “Más pintada que la loca María”, “Más rápido que Siete Machos”, “Más puntual que Carevieja”.

“NO CANSE, CARLOS JULIO”
Carlos Julio fue y será por siempre el más ferviente hincha del doblemente glorioso Cúcuta Deportivo. Se sabía de memoria la vida y milagros de todos sus jugadores, conocía todas las jugadas hechas y por hacer, conocía todos los esquemas y técnicas y por tanto se creía su jugador estrella.
Andaba siempre metido en el fútbol, vivía y comía fútbol. Por la calle siempre iba desarrollando jugadas, de modo que siempre se andaba tropezando con alguien. Llevaba entre sus pies una imaginaria “número cinco” con la cual driblaba a sus contendores, hacía gambetas, sombreritos, ochos, la bicicleta, los pasaba, se adelantaba, retrocedía, lance aquí, lance allá, quiebre de cintura, impidiéndoles el paso, hasta que la persona le decía: “No canse, Carlos Julio”. Entonces él decía: “A ver, quítemela si puede”. De modo que, “para quitárselo de encima” (de enfrente, más exactamente), había que patear su bola imaginaria, y entonces él remataba la faena diciendo: “Me la quitó, pero tuvo que fauliarme”, y se iba a buscar otro contendor.

“MÁS PINTADA QUE LA LOCA MARÍA”
María siempre quiso ser reina de belleza y sus deseos se le cumplieron. Salía todos los días al centro de la ciudad ataviada con sus mejores galas, maquillada, arreglada, zapatos de tacón alto y cartera en el brazo, siempre con la esperanza de que alguien “descubriera” sus dotes y su porte de reina de belleza. De ahí que se escucharan algunos dichos que nunca agarraron vuelo: “Más arreglada que la loca María”, “Más pintada que la loca María”.
A María algunas veces le daban sus arranques de locura. Era cuando había que huir, porque empezaba a voliar piedra y, con la mamadera de gallo cucuteña, se decía que era socia de la fábrica de vidrios Peldar, porque siempre le apuntaba a los vidrios de las vitrinas de los almacenes y no era raro que también le cayera alguna al parabrisas de uno que otro carro por ahí mal parqueado. Por lo demás, María era un personaje típico que hubiera pasado desapercibido, a no ser por su atavío y vestimenta de colorines y cara pintoreteada con exceso de colorete, porque siempre andaba con ropa limpia y completa, peinado con cinta y corbatica al frente, que debía ser obra de otras manos.
Pero un día cualquiera a María se le cumplió su sueño de ser reina de belleza. Algunos lo hicieron posible. Un grupo de cucutoches mamadores de gallo (lo cual es un pleonasmo), entre los que estaban Carlos Delgado y Carlos Cuéllar, vistieron a María con una capa, le pusieron cetro y corona y la llevaron a la Foto Eléctrica (avenida 6ª entre calles 12 y 13) de don Fermín Delgado, padre del periodista homónimo, y allí le tomaron fotos. Luego la bajaron por la avenida sexta hasta el parque Santander, donde le tomaron nuevas fotos: de ellos con la reina, de ella con un grupo de niños, y de la reina saludando y besando a la gente. Más tarde, el grupo, al que se sumaron Plutarco Vargas y Pedro Yepes Ruiz, la montaron en un camión y la pasearon por las calles céntricas de la ciudad con gran algarabía.
El reinado de María duró muchos años porque no tuvo sucesora y, para perpetuarlo, la foto de reina ocupó sitial de honor en la Foto Eléctrica, hasta cuando cerró sus puertas tras la muerte de don Fermín Delgado, su propietario.

“MÁS PUNTUAL QUE CAREVIEJA”
Todos los días llegaba a las 7 a.m. en punto al Palacio Municipal montado en su Vehículo Oficial, como rezaba la placa de su bicicleta, que parqueaba en el patio interior del edificio. De no ser porque era tan puntual, se habría podido decir que llevaba en su interior la llama del empleado oficial. Y a medias lo fue, pues era “el lustrabotas oficial del Palacio Municipal” y “el primer embolador” del alcalde de turno. Pero además, era el utilitil todero de la administración municipal: “Carevieja, lleve estos papeles para allá”, “Carevieja, tráigame unos pastelitos con gaseosa”, “A mí, unos cigarrillos”, “Carevieja, vaya a ver si están haciendo la nómina”, Carevieja para aquí, Carevieja para allá. De modo que era un empleado a medias con sueldo de nada y de todos: lo que le daban de propinas y por lustrar los zapatos de la fauna municipal.
Ah, pero a Carevieja también se le cumplió su sueño de ser empleado municipal. Bueno: si no de empleado, sí de jubilado oficial, por la gracia de Dios y del Concejo Municipal de San José de Guasimales de los valles de Cúcuta. Pues en un acto de certera justicia y reconocimiento, el Concejo expidió un Acuerdo otorgándole a Carevieja algo así como una pensión especial de gracia por los servicios prestados al municipio de Cúcuta durante N años ininterrumpidos. De modo que al fin Caravieja entró a formar parte, si no de la nómina de empleados, sí de la de jubilados del municipio de Cúcuta.

“MÁS RÁPIDO QUE SIETE MACHOS”
Quienes personalmente lo conocieron sabían que se trataba del único loco a quien por una decisión de la justicia, fue declarado cuerdo. Y no sólo eso, sino, además, el único que, sin haber dibujado jamás las letras del abecedario, fue graduado de abogado en un acto solemnemente imaginario.
(Pablo Chacón Medina, un domingo en el diario La Opinión, rememorando al “doctor” Jacinto.)
Primero ejerció en Pamplona de lotero, lustrabotas y celador nocturno, profesiones que combinaba con la de tinterillo; esto es, aún no “abogado de las ánimas”. Después se trasladó a Cúcuta donde las siguió ejerciendo junto con la de, ahora sí, “abogado de las ánimas”, como se hacía llamar, y hasta llegó a ser miembro auxiliar de la defensa civil, lo que le permitió obtener licencia para portar revólver.
Su nombre era Jacinto Hernández y su apodo, Siete Machos, le viene de su atuendo cuando era celador. Era un auténtico Sheriff del lejano oeste: botas tipo militar (él decía que vaqueras), jean de color negro con bota recogida de 10 a 15 centímetros, sujetado con correa ancha de cuero y hebilla metalizada en la que refulgían, cuidadosamente brilladas, dos balas cruzadas entre sí, chaqueta negra, cruzada y tallada a la cintura, solapa ancha donde resplandecía la respectiva estrella de hojalata de cinco puntas sobre la que decía Sheriff, pañuelo rojo anudado al cuello y, en el cinto, un auténtico revólver “ocho y medio” de seis tiros.
Por su profesión de lotero tenía contacto con muchas personas. A cuanto abogado conocía lo llamaba “colega” y una día, algunos de ellos, entre los que se cuentan los doctores Pablo Chacón Medina, Rafael Angarita Serpa, Fabio Peñaranda y Miguel Méndez Camacho, hicieron posible el sueño de Jacinto: en una parodia que llevaron a efecto, graduaron a Jacinto Hernández de abogado, advirtiéndole al graduando que su título era el de “abogado de las ánimas” con énfasis en “derecho mortuorio”.
El día que se recibió de abogado, cambió su atuendo texano por un riguroso traje negro de paño inglés confeccionado en España, que había pertenecido a su amigo, el poeta y ex gobernador Eduardo Cote Lamus, de quien testamentariamente heredó toda su indumentaria. Dicen quienes conocieron el texto del documento que en vida firmó el poeta, que la justificación para declararlo heredero universal de todos sus trajes, camisas, corbatas y zapatos, era que ninguno de los personajes por él tratados, calzaba tanto a la medida de un poema suyo de corte exclusivamente sub-realista.
(Pablo Chacón Medina, en el mismo escrito.)
Graduado ya de “abogado de las ánimas”, mandó a imprimir sus tarjetas de presentación con este texto:
Doctor Jacinto Hernández Contreras,
Abogado en derecho mortuorio.
Defensas ante el Ser Supremo.
Audiencias, rezos y novenarios.
Enfrentamientos con Satanás.
Triunfo absolutamente asegurado.
Tarifas a la medida del muerto.
Su ejercicio profesional era el de asistir a los muertos en el “Último Juicio” ante el Creador, abogando por ellos con rosarios, jaculatorias, credos y oraciones en la noche del velorio y durante las nueve noches del novenario. Seguramente él estimaba que ese tiempo era lo que duraba el juicio.
Ah, ¿pero de dónde viene el dicho: “Más rápido que Siete Machos?”. No es, como muchos pudieran pensar, por lo rápido con el revólver, como cualquier pistolero del lejano oeste. No, sus duelos eran en las salas de velorios y novenarios, a punta de rosarios. Era extremadamente rápido. Un pistolero no alcanzaba a desenfundar, cuando ya Jacinto había terminado un rosario. La primera parte del Avemaría la rezaba así: “Dios te salve, María, vientreee Jesuuús”. Y la segunda parte: “Santa María, muerteee ameeén”.
A este genial personaje, sacado de un mundo sub-realista, como lo anota el doctor Pablo Chacón Medina, desgraciadamente lo mataron unos malvados ladrones cascareros por robarle su también famoso revólver “ocho y medio”.
(Cúcuta, julio de 2007)

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Generalísimo, benefactor
y padre de la patria (1)


RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.

Rafael Leonidas Trujillo fue dictador de República Dominicana de 1930 a 1961 y, por lo largo del período, les contaré el cuento en dos entregas.
República Dominicana fue ocupada por los marines norteamericanos de 1916 a 1924. Después de que éstos abandonaron la isla hubo inestabilidad y turbulencia, hasta que en 1930 llegó el “feliz elegido”: el general Rafael Leonidas Trujillo, quien la gobernó como matón hasta que 31 años después fue abatido por ráfagas de ametralladora.
Recién llegó al poder hubo el huracán más furioso de la historia, cuyos estragos sólo fueron superados por la maldad de ese monstruo. Al tiempo que reconstruía lo que arrasó el huracán, desató la más exagerada megalomanía que ni a Calígula ni a Nerón se les ocurrieron. Por todas partes había grandes letreros luminosos que decían: “Dios y Trujillo”. Lo primero que hizo fue rebautizar la capital, Santo Domingo, por: “Ciudad Trujillo”. En las escuelas se enseñaba que no era Dios el que aplacaba los huracanes que azotan el Caribe, sino la mano del “Generalísimo, Benefactor y Padre de la Patria”, como se le tenía que llamar.
Luego se dedicó a aniquilar a los caudillos regionales que se le oponían, considerados por él como la escoria de la sociedad. Uno de ellos fue el famoso guerrillero Desiderio Arias, quien lo humilló creando una república independiente.
Un día lo invitó a dialogar y, ante la mirada azorada de sus áulicos, Trujillo aceptó todas las condiciones de Arias. Para sellar el pacto le obsequió mil fusiles y toneladas de pertrechos, y lo invitó a una orgía con mujeres para sus soldados y grandes pipas de ron. Ellos se entregaron a la fornicación y, cuando estaban todos jinchos, Trujillo les dijo a sus esbirros: “Ahora, partida de pendejos, no dejen uno solo vivo”.
Los trujillistas dispararon sin tregua sobre la patética montonera de borrachos. A Desiderio Arias le cortaron la cabeza, la metieron en un costal de fique y se la llevaron como trofeo al dictador, quien la asió por el cabello grasiento, la miró con desagrado y la estrelló contra las paredes, como si fuera una pelota de béisbol.
Cuando su hija Flor de Oro regresó de París, para tenerla protegida le construyó un palacio en la montaña. Al batallón de soldados que la custodiaba lo comandaba el teniente Porfirio Rubirosa que tenía 23 años, era fuerte, manejaba bien las armas y además era muy apuesto.
Rubirosa, que también estuvo en París, tenía un gran poder de seducción ante las hembras. Y como le gustaba el jolgorio, le disgustó ese nombramiento que lo sepultó en la montaña. Cuando en esa soledad le cogían las ganas de echarse un polvito, se desesperaba y dizque le confesó a sus amigos que casi cae en el “yo con yo” durante el destierro.
Inicialmente, Flor de Oro miraba al teniente y sus soldados como a perros sarnosos. Un día que él la acompañó a una cabalgata, se le acercó tanto que ella lo miró como a una plasta de mierda y le dijo que se alejara de ella. Eso el dolió mucho a Rubirosa quien decidió “indemnizarse” y, como no era bella pero tampoco fea, se propuso seducirla.
Una mañana se le acercó y ella le sonrió fugazmente. Se le acercó más y le hizo un comentario sobre París.
—¿Es que usted conoce París? —le preguntó ella.
—Si, señorita; viví allá dos años... ¿Disfruta este paraje?
—No —contestó ella—, me aburre demasiado. Le voy a decir a mi papá que me regrese a Ciudad Trujillo. Esto es peor que un convento.
“Esta vieja ya mordió el anzuelo”, se dijo Rubirosa. A partir de ahí, él la llamó “Florecita” y ella lo llamó “Rubi”. Una tarde no aguantaron más: se bajaron de sus caballos, los amarraron y se besaron con avidez. El teniente estaba enveranado y a ella la apremiaban las urgencias venusinas. Se echaron un polvo a las carreras, pero quedaron en que en el cuarto de ella, por las noches, culiarían sin afán. Follaban como locos hasta la madrugada, pero los polvos nocturnos no producían inapetencia diurna: culiaban de pie contra los troncos de los árboles y donde las ganas apremiaran.
Ya en el paroxismo de ese frenesí, acordaron follar en un sitio excitante y escogieron hacerlo en las grupas de los caballos, totalmente empelotos. Parece que el experimento les resultó maravilloso, pues lo hacían con mucha frecuencia. Pero los espías del general los pillaron y, como un rayo, le contaron a Trujillo. Éste ordenó que lo encerraran en la fortaleza Ozama, “A la que nadie sobrevive”.
El berrinche que armó Florecita fue mayúsculo. Llamó maricones a los que lo apresaron. A su padre lo llamó tirano y desalmado, y le notificó que haría huelga de hambre mientras Rubi no fuera su marido. En vano el general trató de convencerla de que ella estaba para mayores designios, como casarse con un militar de altísimo rango o un diplomático de carrera. Así que la huelga de hambre duró hasta cuando su padre aprobó la boda y excarceló a Rubirosa. El teniente fue llevado ante el dictador, quien le preguntó:
—¿Con qué recursos piensa sostener a mi hija?
—Con los ingresos que perciba por el desempeño de algún cargo importante bajo sus órdenes, mi general.
Su franqueza le granjeó la simpatía de Trujillo. Al otro día Rubirosa era capitán y secretario privado del generalísimo. Ahí comenzó una carrera inatajable. La boda se celebró en 1932 con gran suntuosidad en la catedral más antigua de América, la cual, dicen, guarda los restos de Cristóbal Colón. Jamás se supo si el himen de Florecita fue desbaratado por Rubirosa, o si venía así desde París. Esto último es lo más probable, dada la destreza de Florecita en el tálamo o donde la cogieran las ganas de follar.
Asegurada Florecita, Rubirosa empezó a beber y a frecuentar guarichas. Cuando Flor de Oro le pedía un polvito, que debía ser matinal porque él llegaba amaneciendo, el vagabundo ya no tenía ni los cunches. Flor le dio quejas a papito y éste lo destituyó en par-patadas. Él le enrostró a su mujer haberle llevado chismes a Trujillo y le pegó un par de tochazos que casi le desfiguran el muelero. La nena se presentó energúmena en palacio y le mostró a su taita lo que le había hecho su marido. Trujillo lo hizo comparecer y le dijo:
—Mi muy querida hija está con el rostro desfigurado. Eres un cobarde y un miserable, y no mereces vivir. ¿O tienes alguna explicación?
—Si, jefe —le dijo Rubirosa—: la castigué como se merece, pues es una autentica fiera. Porque llegó el momento de definir quién debe llevar los pantalones en la casa, pues no estoy dispuesto a que ninguna mujer, así sea una hija suya, me ponga enaguas. Usted, mi general, tiene la palabra.
Al dictador lo impresionó la poderosa personalidad de su yerno y, pensando que podría ser el más útil y eficiente de sus colaboradores, le dijo: “Te voy a dejar con vida, pero vas a reconciliarte inmediatamente con mi hija”. Y dispersó el pelotón que lo iba a fusilar. Esa noche Rubirosa le echó todos los polvos que le adeudaba y la nena los devoró con emoción, uno por uno, sin mostrar ningún cansancio.
Un día el dictador le dijo a Rubirosa:
—Quiero que me des nietos cuanto antes.
—Imposible complacerlo —le dijo Rubirosa—. Cuando tenía 15 años, me dieron paperas que se me bajaron a las güevas y quedé estéril. Puedo hacer muy felices a las mujeres, pues estoy muy bien cargado, pero no puedo fecundarlas.
—Entonces vamos a tramitar el divorcio —replicó Trujillo—, pues si no haces madre a mi hija, jamás podrás domarla. Y porque si le da otra tandanga de tochazos, no volvería a perdonarte. Te vas ya de secretario a la embajada en Berlín. Serás más útil así, que como merienda de tiburón.
Pero duró en Berlín muy poco tiempo, pues su color de piel no lo favorecía en la Alemania hitleriana. Y como no tenía acceso a las teutonas (que son tetonas, además) para desahogar su libido insaciable, debió jalarle al regocijo solitario.
(CONTINUARÁ)
––––––––––
FUENTE: El libro Bestiario Tropical, de Alfredo Iriarte.


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Una trascendental intrascendencia

JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.
jairocely@hotmail.com

A final de la tarde del miércoles 27 de junio ocurrió la «Imposición» de un «Botón» a las y a los integrantes del personal docente y administrativo de la sede central de la Universidad Francisco de Paula Santander que recién habían cumplido 20 ó 25 ó 30 años de servicio, y se les hizo un reconocimiento a quienes recién se habían jubilado y un homenaje a quienes recién habían muerto. Yo figuraba entre quienes habían cumplido 25 años de servicio, y no asistí a dicho acto.
Temprano, el día siguiente, en la cafetería del 4º piso del edificio Fundadores, una funcionaria administrativa de servicios generales me dijo que no me vio en el acto y me preguntó por qué no había ido.
—Para evitarle a mis nietas y a mis nietos, quienes aún no han nacido —respondí—, la sorpresa de que su nono se dejó condecorar por hacer lo que debía.
Ella arqueó las cejas, encogiéndose de hombros, y… «No más preguntas, Señoría».
A media mañana de ese día, en el 2º piso de la Torre Administrativa, una secretaria me hizo similar observación e idéntica pregunta, y le di igual respuesta. Pero ella «retacó»:
—¿Por qué usted es irreverente?
Entonces le comenté que, hablando de reconocimientos, venía de reclamar el cheque que me reconocía pecuniariamente el haber trabajado el mes de junio.
—Es que no sólo de pan de vive el hombre —insistió.
Le hice entonces una digresión, aclarándole que era estrambótico el ejemplo:
—A un soldado no se lo condecora por simplemente combatir, pues ese es su deber en el campo de batalla. Y, por lo que he visto en las películas, la más alta condecoración gringa en la milicia es El Corazón Púrpura, que le otorga el Congreso a aquel soldado, cualquiera sea su rango, que haya ido más allá de lo que su deber se lo imponía.
Y retorné al ámbito académico:
—Así que vaya y venga que a un profesor universitario se lo condecore por haber recibido un premio internacional; o al menos, nacional. Y si no recuerdo mal, ningún profesor de esta Institución ha recibido un premio de esos; ni siquiera alguno de quienes tienen postgrado de Doctor, cuya consecución, salvo una única excepción, si no recuerdo mal, le costó a la Institución ingentes recursos pecuniarios. Aunque de pronto, mademoiselle, hasta vaya y venga que se me condecorara explícitamente por ser uno de los profesores más baratos, como quiera que la Universidad no ha invertido en mí ni siquiera lo que cuesta un Diplomado.
—¡Jmp! —murmuró, encogiéndose de hombros, y… «No más preguntas, Señoría».
Poco después, en la larga y cuasi inamovible fila del Banco Popular, recordé que la única «condecoración» que recibí fue un modesto trofeo hace 20 años por ser el primero, en la categoría 30 años a 40, en uno de los eventos conmemorativos de las bodas de plata de la Universidad Francisco de Paula Santander: una caminata nocturna por parejas, habiendo sido mi pareja una estudiante del ciclo básico de Ingeniería de Sistemas, quien no tenía 20 años. Y en ese entonces lo acepté, no por tener 20 años menos de madurez respecto a hoy, sino porque había hecho algo más de lo que reglamentariamente se me exige, aunque fuese tan irrelevante que a lo mejor no quedó registro escrito.
De modo que, con 20 años más de madurez, me parece hasta infantil que se premie el simple cumplimiento del deber, pues para eso se le paga al funcionario; aunque el sueldo sea modesto. Porque si alguien se cree un genio intergaláctico y considera, por lo tanto, que su desbordada inteligencia está muy mal remunerada, pues que se largue para la NASA que, si aprueba el examen de ingreso de científicos de alto turmequé, el Tío Sam lo remunerará con muchos dólares.
Pero, más que «infantil», me parece hasta riesgoso que se exalte el simple cumplimiento del deber. Porque alguien moderadamente suspicaz inferiría que en esta Institución casi nadie hace ni lo mínimo, y que por eso se le exalta a quien de mala gana no llega una hora después del comienzo oficial de la jornada de trabajo ni se larga una hora antes del final oficial de tal jornada, aunque nada haga en la jornada o cumpla a medias su deber.
Incluso, alguien morbosamente suspicaz diría que entonces es verdad aquel «run-run» de que hay casos en los cuales, cuanto más millones invirtió la Institución en postgraduar a un profesor, éste más infiel le es «pirateando» en alguna institución de secundaria o en alguna institución universitaria «de garaje», y que entonces debe ser la lealtad lo que se premia.

Como una hora después de estar haciendo cola en el banco mencionado, «de buenas a primeras» recordé que entre diciembre de 1988 y junio de 1992 fui representante profesoral ante el Consejo Superior, y que de cuando en cuando el rector proponía la «imposición» de la «medalla en oro» o de la «medalla en plata», o el otorgamiento de una «placa», a algún funcionario o a alguna funcionaria docente o no docente.
Tales condecoraciones se crearon 19 meses antes de que yo debutara como representante profesoral ante el Consejo Superior: el 29 de mayo de 1987 (el acto administrativo es el Acuerdo 29), año en cuyo 5 de julio la Universidad oficialmente cumpliría 25 años de fundada. (¿Acaso porque «el protocolo» o «la ortodoxia» obligan a conmemorar una efemérides condecorando «hasta el gato de la casa»?)
Y si en cada vez voté positivamente tales propuestas del rector, fue porque, un año antes de que tales condecoraciones se crearan —cuando yo era un «mocoso» profesor de apenas 5 años de servicio—, le oí a más de un colega veterano comentar que, cuando un obrero cumple 20 ó 25 ó 30 años de servicio, la empresa lo exalta con alguna condecoración y hasta con una «prima quinquenal», mientras aquí: «ni siquiera una medalla». Incluso, un ex maestro mío comentó: «Mejor les fue a las monjas del chiste que sabemos».


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Religión, ¿necesidad o conveniencia?

JOHN MARIO ESPINOSA IBARRA, estudiante de
primer semestre de Ingeniería Electrónica en la UFPS.

A lo largo de la historia el ser humano se ha obsesionado en la búsqueda de respuesta a todos aquellos fenómenos que ocurren en su entorno, tal vez como resultado de su innata e inquebrantable ansia de poder, ya que desde tiempos remotos la posesión de conocimiento ha marcado una gran ventaja sobre masas ignorantes ansiosas de respuestas. O sencillamente lo ha hecho para alivianar las necesidades de sus propios miedos y frustraciones.
Esto probablemente llevó al hombre a plantearse interrogantes de tipo existencial, los cuales, al generar cierto grado de inconformismo y temor, fueron encargándose de forjar una seria necesidad de justificar cada evento de nuestra cotidianidad y clasificarlo dentro de un escenario al que denominamos en nuestra sociedad actual: “Religión”.
Más, aún: cuando nuestra cotidianidad se siente ampliamente familiarizada con el término, ¿quién puede decir con exactitud qué es Religión? O ¿de dónde proviene?
No hace mucho tiempo se pensaba que la Religión no era sino una ciencia rudimentaria que en la evolución del hombre fue antecesora de las demás ciencias existentes y, aunque podría afirmarse de manera más acertada y objetiva que la Religión no es más que la relación humana establecida con lo sagrado —“Dios”, cuya existencia puede ser creída por fe o bien puede ser objeto de polémicas de carácter metafísico—, no escaparíamos a la enorme controversia que se desenmarañaría en torno a su real caracterización.
De algo sí podemos sentirnos seguros y es que bajo ninguna circunstancia la Religión puede considerarse una cualidad o disposición innata del hombre, pues generalmente la experiencia, sumada a la influencia de generaciones devotas en el transcurso de nuestras vidas, son las que marcan el curso de nuestras tendencias religiosas. Tampoco podemos suponer un origen específico para la Religión, pues se sabe que el hombre ha poblado la Tierra desde tiempos remotos, muchos de los cuales se encuentran escasamente documentados y, en otros casos, la información existente sobre las costumbres y tradiciones del hombre en esas épocas es nula.
Hoy por hoy, y continuando sobre el acelerado curso de la evolución tecnológica e intelectual del ser humano, existen innumerables y diferentes tipos de religiones por todo el mundo. Hay religiones naturales en las cuales las personas reconocen su dependencia de un ser supremo (Dios), el cual sólo es posible comprender con ayuda de la fe. Hay religiones de tipo más sobrenatural en las cuales Dios se manifiesta por medio de preceptos y enseña la forma de cumplirlos. En esta categoría podríamos clasificar a la Religión Islámica, cuyo libro sagrado, “El Corán”, según sus fieles, fue escrito por Mahoma, el cual se hallaba inspirado por Alá (Dios). También existen religiones politeístas las cuales, como en la antigua civilización Griega, admitían la existencia de varios dioses. Además, existe un pequeño grupo de personas que consideran improductivas e innecesarias las tendencias religiosas, por lo cual generalmente se clasifican dentro de una tendencia denominada “Ateísmo”, que niega rotundamente la existencia de cualquier ser superior y sobrenatural.
Se estima que, en la actualidad, religiones como el cristianismo, el hinduismo y el islamismo abarcan la mayor cantidad de adeptos entre la población mundial. Pero, ¿a qué se deberá tanta variedad en materia de creencias? Tal vez este fenómeno sea producto del vertiginoso auge de la industrialización, que ha llevado al hombre a un estado tal de excesos y sofoco, que ha buscado exasperadamente refugiarse en cualquier tipo de fe que alivie las frustraciones ocasionadas por circunstancias adversas y que al mismo tiempo satisfaga la necesidad de encontrar algo en lo cual depositar la esperanza de tiempos futuros llenos de abundancia. Probablemente este fenómeno ha sido el responsable del auge de centenares de religiones, muchas de ellas con características y especificaciones especiales de acuerdo con las diferentes necesidades de las personas. Esta singular situación podría ser equiparable a un gran centro comercial, en el cual las religiones exponen sus argumentos al público y cada quien escoge la que mejor se adapte a su necesidad o conveniencia.
La Religión también ha ocupado un lugar importante en el desarrollo de nuestra historia. Podemos afirmar, sin temor a exagerar, que la Religión ha desempeñado un rol trascendental en más del 85% de los eventos que han marcado radicalmente el curso de la historia y es en este hecho en el que se reflejan claramente las más arraigadas necesidades espirituales del ser humano. Se conoce, gracias al trabajo de historiadores y especialistas en el tema, que en la época de la Inquisición, por ejemplo, el desarrollo de la tecnología se vio radicalmente entorpecido debido a la enorme represión que ejercían los grandes eclesiásticos de la época sobre quienes se apartasen de los preceptos dictaminados por ellos; por ende, cualquier descubrimiento de carácter científico que implicase controversias de carácter religioso era destruido y el responsable, llamado “hereje”, en muchos de los casos recibía como castigo la pena de muerte en la hoguera. En contraste, tenemos que la Religión también ha inspirado el desarrollo y florecimiento de grandes imperios y civilizaciones de tiempos muy remotos, como los antiguos Griegos, quienes basaban sus creencias en una multiplicidad de dioses cuyas características eran muy similares a las de los seres humanos, es decir, de procedencia Antropomórfica y de quienes obtuvimos, entre otros, un enorme legado cultural y social.
Aunque en nuestros días una gran parte de las religiones existentes planteen en sus doctrinas estilos de vida irreprochables, existen comunidades que sólo intentan aprovecharse de la vulnerabilidad de ciertas personas para obtener lucro o conseguir objetivos políticos a costas de su fe ciega. En el mundo ocurren a diario los eventos más insólitos en los cuales el hombre ha pretendido usar la Religión como máscara para disfrazar los actos más lamentables. Hoy día estamos siendo testigos de uno de los episodios más sangrientos que ha registrado nuestra historia: la interminable guerra que se vive actualmente en Oriente Medio entre miembros de las comunidades Judías, pertenecientes a Israel, y miembros de las comunidades Islámicas (musulmanes), procedentes de Palestina. Cientos de personas son víctimas de individuos que sacrifican sus vidas en actos terroristas, según ellos, en nombre del Dios de su Religión, siendo que se ha constatado que ni el Islam ni el Judaísmo promueven el suicidio como acto de fe. Análogamente, se conocen casos de individuos que se han autoproclamado “Enviados de Dios”, o “Mesías”, y por medio de este tipo de presunciones han logrado someter a otros, impulsándolos a cometer toda clase de actos.
Mas no podemos responsabilizar a la Religión por los desventurados acontecimientos que le han ocurrido a nuestra civilización. No podemos culpar a la máscara que contemplamos durante el engaño. Debemos observar al verdadero autor, quien se encuentra tras el disfraz, el que actúa con ocultas intenciones. El animal intelectual llamado “hombre” es a quien debemos responsabilizar, porque ha sido el causante de que a diario se cometan las más graves injusticias en el mundo, además de destruir su propio hogar colmando de suciedad y decadencia todo aquello con lo cual tropieza. Acaso… ¿el ser humano ha creado la Religión con el fin de justificar sus errores? ¿No le es posible al hombre moderno observar a simple vista lo que está ocurriendo en nuestro planeta a causa de su ignorancia?
En el ámbito de la Psicología se dice que los errores ayudan a las personas a alcanzar la madurez por medio de la reflexión acerca de cada uno de sus actos, pues al final se comprende mejor la naturaleza de la sociedad y la manera de convivir con nuestro entorno sin alterarlo radicalmente. Por esta razón sería muy inadecuado pretender justificar a cada momento nuestras acciones erradas, ya que estaríamos saltando este pequeño pero importante paso. Si reflexionáramos cada día sobre nuestras acciones tanto positivas como negativas, si intentásemos situarnos en la posición de las demás personas, si por un instante nos sentáramos a meditar sobre la forma de ayudar a mejorar nuestro mundo, y si en algún momento dentro de nuestra corta existencia nos dedicáramos a mejorar un poco nuestra forma de actuar, entenderíamos el verdadero significado de la Religión, pues ésta no sólo se limita a la creencia en un ser divino todopoderoso y vengativo al cual hay que temer. Tampoco se trata de andar por ahí actuando como un ser salvaje: mintiendo, odiando, ultrajando y asesinando para luego pretender que, con un sencillo acto de contrición, resultaremos santificados y libres de toda culpa para así poder volver a empezar ese círculo vicioso en el cual el hombre ha pretendido usar la Religión como el chivo expiatorio de su mezquindad. La Religión abarca mucho más que eso. Se trata de un estilo de vida idóneo para el hombre, fundado en la fe y basado en la virtud.
La gran mayoría de religiones existentes promueven valores como la honestidad, el perdón, el diálogo y el amor como principios elementales para lograr la comunicación con ese ser supremo y obtener como resultado la tan buscada y anhelada felicidad de la que han hablado ya innumerables autores. Pero, dadas las circunstancias por las cuales está atravesando actualmente el ser humano —hambrunas, enfermedad, tragedias, violencia y guerra, todas carentes de alguna mínima señal de felicidad—, podríamos concluir que tal vez existe una seria tendencia del hombre a confundir y manipular la información para darle el sentido que mejor se adapte a su condición o conveniencia. De esta forma, es muy fácil y cómodo llevar una vida llena de abusos y excesos sin sentir la menor culpa o remordimiento y, no habiendo lugar a reflexiones, se llega a un estado de inconsciencia en el cual los propios defectos pueden ser enmascarados y sometidos, lo que consecuente e inevitablemente termina por convertir al hombre en su propio gran obstáculo.
La Religión debería ser fuente de inspiración de grandes obras y de hombres cuyos cometidos sean ejemplo de virtud para sus semejantes; de jóvenes creativos dispuestos a luchar porque las próximas generaciones vivan en un mundo sin guerra y para que ésta sea sólo el recuerdo de un dramático episodio más de nuestra historia. Nuestro mundo necesita de la conciencia de todos. No basta sólo con palabras. Se requiere de la honestidad de todos aquellos que dicen llamarse religiosos o practicar determinada doctrina, y ser ejemplos de vida para las generaciones venideras, ya que no se necesita ser un erudito en la materia para notar que, independiente de la Religión o credo que se profese, existen normas naturales y elementales de conducta basadas en la razón, las cuales, sumadas a un poco de espiritualidad y mucha voluntad, podrían conducirnos hacia un estilo de vida ideal… en lo cual no concuerdan la mayoría de las religiones existentes.
Mas, con esto, no necesariamente estamos proclamando la total decadencia del ser humano. Y aunque desafortunadamente se trate de un fenómeno bastante globalizado, aún existen personas y comunidades concientes de esta situación y a su vez ansiosas por aportar su pequeño grano de arena a favor del cambio. Aún existen soñadores e idealistas trabajando en la creación de un mundo nuevo: un mundo en donde la solidaridad sea más que una palabra y donde el amor abandone su reclusión en la utopía para ocupar un sitio en cada acción y pensamiento del hombre y así lograr detener el acelerado curso del ser humano a la destrucción y, por consiguiente, asegurar nuestra propia supervivencia.


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El dictador que quiso ser
el trasunto físico de Napoleón


RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.

El general Jorge Ubico gobernó Guatemala desde 1931 hasta 1944, cuando fue derrocado por un movimiento popular.
Siempre tuvo una obsesión maniática para la cual trabajaban febrilmente sastres, maquilladores y fotógrafos: la de ser físicamente parecido al emperador Napoleón Bonaparte. Pasaba horas mirándose en el espejo para ver los adelantos de la semejanza, y comía dulces y carbohidratos para tener una barriguita parecida a la de “Su Imperial Majestad”.
El general Ubico era extremadamente rudo, como su padre Mamerto, quien amarraba a sus siervos a un árbol y los vapuleaba hasta desollarlos por cualquier desacato o negligencia en el trabajo. A menudo don Mamerto le decía a su hijo Jorge: “Los hombres son, en su gran mayoría, bestias que no entienden sino el lenguaje del garrote”.
Se dice que en la época del general Ubico la seguridad en Guatemala era tan increíble, que se dormía con las puertas abiertas. A los delincuentes de “alto rango” los fusilaba sin ninguna explicación. A los ladrones les amarraba las manos y los arrojaba desnudos a una alberca y, una vez allí, les aplicaba baños eléctricos que les hacía dar saltitos muy chistosos. De esas experiencias de alto voltaje, a los raterillos les quedaban imborrables “lecciones de honradez y buena conducta”.
Con sus enemigos políticos tenía dos opciones. A los más peligrosos los fusilaba, no sin antes darles una golpiza en las partes nobles (en las güevas). A los que él creía que merecían cierta benignidad les amarraba las manos y les colocaba un torniquete en forma de corona en su cabeza, que todos los días iba apretando hasta que morían o enloquecían.
Ubico tomaba fotografías de esos actos, que luego observaba con regocijo. Cuando se aburría de las fotos, bajaba a las mazmorras para verificar la aplicación de sus muy originales métodos de corrección y enmienda. A quien no le cumplía las órdenes o las cumplía mal, lo hacía empelotar, sujetar a una columna y flagelar, hasta cuando él levantara el dedo pulgar como signo de perdón.
Como Trujillo, el dictador de República Dominicana, Ubico visitaba a los campesinos para llevarles ayudas en especie. Un día un campesino le solicitó una marimba y el general le hizo llegar la mejor a la menor brevedad. Otro día un campesino le pidió una tierrita para trabajar y el general le echó un largo sermón sobre el carácter sagrado de la propiedad privada y le aconsejó paternalmente resignarse a su pobreza, por cuanto ella obedecía a los designios de Dios.
Uno de sus compañeros de armas intentó hacerle un levantamiento, cansado de tanta sangre, chivateo y terror. Esa insurrección no prosperó y su cabecilla fue aprehendido, encarcelado y torturado para que delatara a los demás.
El malogrado conspirador les dijo a los guardias que “cantaría”, pero sólo en presencia de Ubico, quien bajó a las mazmorras para escuchar al insurrecto y, cuando estuvo frente a él, éste le dijo: “Escucha bien, Jorge: no es cierto que yo te haya llamado para delatar a nadie, porque yo no soy un asqueroso sapo. Lo hice sólo para recordarte que eres un cochino bastardo y un hijo de la peor puta”. Inmediatamente, y sin darle tiempo al general, lo escupió en el ojo derecho con puntería militar. Como es lógico, sus esbirros lo acribillaron, dejándolo como un mazacote irreconocible y grotesco.
Pablo Neruda fue invitado a Guatemala a un recital poético en la época de Ubico. El teatro estaba repleto la noche del recital, en especial de militares. Neruda no cometió la temeridad de presentar un repertorio de poesía política y combativa, sino que leyó la primorosa selección de poesías juveniles de amor, que fueron su seguro de vida.
El recital fue todo un éxito y, cuando Neruda se inclinó varias veces para agradecerle al público sus aplausos, miró con disimulo el palco principal y a derecha e izquierda vio potentes ametralladoras emplazadas, apuntando a su cabeza. Según lo supo después Neruda de manera oficial, tenían orden de disparar si él recitaba poemas “subversivos”. Y lo más grave de todo fue que la decisión de disparar o no, según el contenido de los poemas, fue dejada al criterio de los matarifes, que lógicamente no eran doctos críticos literarios.
Cuando recitó el poema 15, “Me gustas cuando callas porque estás como ausente (…)”, fue ovacionado largamente porque, según los áulicos del general, podía acuñarse como el slogan del gobierno contra la oposición.
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FUENTE: El libro Bestiario Tropical, de Alfredo Iriarte.


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De Lisandro Duque Naranjo en su artículo Los once diputados (del Valle, asesinados), publicado en la página 20-A del semanario El Espectador del 1º al 7 de julio del 2007:

«El presidente Uribe va a tener que decidir si gobierna como representante de todos los colombianos, o por lo menos tiene alguna piedad con quienes se encuentran en condición altamente vulnerable, o si actúa desde palacio estrictamente como hijo de don Alberto Uribe, (su papá) una víctima de las Farc, pues esa rabia y ese dolor tan personales están ampliando en exceso el número de huérfanos causados por esa organización.»

Una semana después, en primera plana del mismo semanario apareció una caricatura del maestro Héctor Osuna, en la cual el presidente Álvaro Uribe le dice a un grupo de familiares de secuestrados: «El dolor por el ser querido los obnubila.» Y uno de dichos familiares le pregunta: «¿Y usted, cuánto lleva obnubilado?»

(A propósito de tal apreciación o percepción del caricaturista y del cineasta-columnista, remember el artículo La salud mental del gobernante, publicado en la edición Nº 30 de Occidente Universitario.)

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N O T A S :

Cualquier nota que no tenga explícitamente autor, debe ser
atribuida exclusivamente al director de Occidente Universitario.

Por limitaciones pecuniarias, las ediciones «en papel» de
Occidente Universitario, que se difunden completamente
gratis, es de 40 ejemplares, en promedio.

La edición Nº 81 de Occidente Universitario queda
prevista para el viernes 17 de agosto del 2007.
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