A MODO DE «EDITORIAL (O ALGO ASÍ)».
¿Quién responderá por la catorce?
Más de un colega emérito que cumplió 60 años entre julio del recién pasado año y lo que va corrido del presente, y que por tal razón pasa a recibir del Seguro Social la horrorófonamente denominada Pensión de Vejez, le ha preguntado al «suscrito» Director si el Seguro Social le pagará en junio la mesada adicional que tiene el número «catorce».
Y lo preguntan en razón de que el presidente Álvaro Uribe Vélez promovió, y la aplanadora de su bancada en el Congreso lo aprobó, el Acto Legislativo 01 del 2005 que le niega esa mesada a quien adquiera el derecho a pensionarse a partir de la sanción de tal Enmienda.
Como «el suscrito» Director no es abogado para responder con propiedad si sí o no, en cada vez ha sugerido interponer un Derecho de Petición ante el Seguro solicitando se le informe cuántas mesadas al año le serán reconocidas, en razón de que eso no lo dice el acto administrativo que le reconoció la condición de pensionado.
(Tal sugerencia acoge la lapidaria frase «pilatuna» de que: Lo escrito, escrito está. Porque si tal información se pide oral, algún burócrata dirá que sólo 13, que porque llegan al Seguro después de que el Acto Legislativo cercenara tal mesada, mientras otro diría que las 14 que la Universidad le reconocía en su condición de jubilado.)
En cada vez, la pregunta subsiguiente del colega fue la de: ¿y qué, si le responden por escrito que sólo 13 le serán reconocidas? Y la respuesta del «suscrito» lego en leyes fue la de que podría inferirse que la Universidad debería pagarle la catorce.
Ello, extrapolando el Acuerdo Nº 12 de 1991 emanado del Consejo Superior Universitario, por el cual se le reconoce la Pensión de Jubilación a sus funcionarios no docentes y docentes. Pues en dicho Acuerdo se establece que cuando a dicho funcionario lo trasteen para el Seguro, la Universidad asumirá la diferencia a favor del jubilado, si la hubiere, entre lo que ella le pagaba y lo que el Seguro le pagare.
Y «el suscrito» Director ha sido enfático en que esa es su extrapolación de tal Acuerdo, por cuanto aquél se refiere a la diferencia en el valor de la mesada y no en el número de ellas, y más cuando la catorce no existía al expedirse dicho Acuerdo.
En todo caso, si tal extrapolación no está tan descachada, debe ser la Rectoría y no el colega emérito quien debe «mechonearse» con el Seguro «retrechero» para que él y no la Institución pague la catorce. Ello, extrapolando aquello del derecho internacional de que: Utis possidetis iuris («Como poseías, poseerás»), porque el colega mencionado devengaba la catorce.
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Pasado y presente de la
Cancha “Toto” Hernández
ALFREDO DÍAZ CALDERÓN, socio
honorario de la ACORD. Carnet N° 25.
En los primeros días de este año empezó a circular en nuestra ciudad un rumor que fue creciendo paulatinamente y que, en este momento (28 de febrero), ya es noticia oficial: la Cancha “Toto” Hernández será demolida.
Eso traerá, muy seguramente, cambios para el baloncesto cucuteño, en particular; y para el deporte, en general. No me atrevo a decir si será para bien o para mal. Solamente con el paso del tiempo se sabrá el resultado y algunos cucuteños no estaremos presentes para conocer ese balance.
Pero lo que sí podemos hacer hoy los cucuteños es rememorar el pasado de la Cancha “Toto” Hernández.
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A la cancha de basketbol la empezó a construir en su actual sitio la firma de ingenieros “Pérez y Faccini” en julio de 1945, en desarrollo del contrato celebrado con la Gobernación del Departamento Norte de Santander.
En el mes de junio de 1946, después de once meses de trabajo, se suspendió la obra cuando ya estaban fundidos los cimientos, instaladas las tuberías de aguas negras y potable, construidos los muros que soportarían la gradería occidental y construida la plataforma tipo ring side para la cancha.
La firma “Pérez y Faccini” suspendió los trabajos en la cancha basquetera porque la Gobernación le suspendió los pagos a partir del mes de mayo, pues, como también se estaba construyendo el Estadio General Santander y resultó corto el presupuesto calculado para la construcción simultánea de esos dos escenarios deportivos, se le dio prelación al estadio para poderlo inaugurar el 2 de junio de ese año 1946.
Desde junio de 1946 la obra negra de la cancha de basket fue desapareciendo poco a poco, pues, durante los siete años que siguieron, la gente se llevó los ladrillos, las tuberías y las cavillas de acero, y sólo quedó allí la plataforma tipo ring side para el rectángulo de juego.
El 13 de junio de 1953 el teniente general Gustavo Rojas Pinilla asumió (de facto) la Presidencia de Colombia. La primera ciudad que visitó en calidad de “Jefe Supremo” (le gustaba más ser llamado así que “jefe de Estado”) fue Cúcuta. Y en esa visita se comprometió con nuestro gobernador, Gonzalo Rivera Laguado, a financiar la construcción de nuestra entonces inconclusa cancha de básket.
El 3 de agosto de 1953 el ingeniero Francisco Escobino, secretario de Obras Públicas del Departamento, reinició la construcción de la cancha bajo los planos y los cálculos estructurales de la firma “Pérez y Faccini”. La mayoría de los obreros y de los técnicos que concluyeron la obra eran empleados de la Secretaría de Obras Públicas Departamentales y estuvieron bajo las órdenes del doctor Escobino durante 124 días.
El 5 de diciembre de 1953 la cancha fue oficialmente inaugurada con el nombre de “Coliseo Rojas Pinilla”.
El 15 de julio de 1957 se le cambió el nombre de “Coliseo Rojas Pinilla” por el de “Cancha Toto Hernández”.
En 1979 la “Cancha Toto Hernández” fue cubierta con estructura y techo metálicos, y actualmente es uno de los escenarios deportivos más lindos y prestigiosos de Colombia, por la cantidad de eventos internacionales que allí se han realizado.
La semana pasada, en una reunión de amigos, alguien me preguntó: “Ala, Alfredo, ¿por qué a la “Toto” la bautizaron así? ¿Quién fue ella?”.
Le contesté que no era “ella” sino “él” y le narré su historia. Mi interlocutor se rió de su despiste y dijo que debe haber unos cuantos más, como él, despistados con el género de “Toto”. Por eso, una vez más quiero recordarles quién fue:
“TOTO” HERNÁNDEZ
Su nombre completo fue ANTONIO JOSÉ HERNÁNDEZ MORA, y nació en Cúcuta el 31 de julio de 1919.
“Toto” fue el mejor jugador del Primer Campeonato Nacional de Baloncesto que se jugó en Colombia en 1937, cuyo escenario fue la cancha del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, de nuestra ciudad, y en la cual el equipo “La Salle”, de Cúcuta, representó a Norte de Santander y se tituló campeón nacional. En ese momento, con 18 años de edad, “Toto” Hernández fue galardonado como mejor basketbolista de ese primer torneo colombiano.
Su última actuación como deportista activo la cumplió con la Selección Norte de Baloncesto en los Quintos Juegos Atléticos Nacionales de Bucaramanga en 1941, pues ya era piloto de la Fuerza Aérea Colombiana y ello lo obligó a marginarse de la competición deportiva, con apenas 22 años de edad.
El 1º de diciembre de 1943 “Toto” Hernández murió al estrellarse su avión a diez kilómetros de Cali, cuando cumplía funciones de piloto instructor militar. Su discípulo a bordo, Hugo Niño, también falleció en ese fatal accidente.
“Toto” Hernández había cumplido 24 años de edad, y ese accidente lo convirtió en el segundo aviador cucuteño que ofrendó su vida por la conquista de los cielos de Colombia. Lamentablemente no pudo recibir del pueblo cucuteño el homenaje que merecía, pues fue sepultado en la ciudad de Cali por decisión de la Fuerza Aérea Colombiana.
Cuatro años más tarde, el 1º de diciembre de 1947, los restos de “Toto” Hernández fueron traídos a su tierra natal, donde se le tributó un significativo homenaje a su memoria y sus restos fueron depositados en el panteón de su familia, en el Cementerio Central de esta ciudad.
En 1957 el gobierno municipal honró la memoria del célebre deportista y aviador cucuteño, al denominar el coliseo de baloncesto con el nombre de “Cancha Toto Hernández”.
(Cúcuta, 28 de febrero de 2007)
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NOTAS DEL DIRECTOR:
O sea que, hace 61 años, por la construcción del Estadio General Santander se «congeló» la construcción de la Cancha Toto Hernández; y 61 años después, se la va a derruir por la re-construcción del mismo estadio. Luego, si con la plata de los contribuyentes se repone el coliseo basquetero, ojalá que el alcalde de Cúcuta, Ramiro Suárez Corzo, no lo «bautice» con el nombre de algún compadre suyo «pingo», menospreciando el del destacado «cucutoche» que se le puso hace medio siglo, exactamente. (O no lo haga «bautizar», cuando después del próximo 31 diciembre siga siendo alcalde en cuerpo ajeno.)
A las 5 de la tarde del próximo viernes, en el auditorio de la Cámara de Comercio de Cúcuta, la fundación Pronorsander hará (¡por fin!) el lanzamiento del libro El deporte cucuteño desde 1900 hasta el 2000, escrito por don Alfredo Díaz Calderón y publicado por entregas en Occidente Universitario entre febrero y diciembre del 2003. Lógicamente, el libro es editado por dicha fundación.
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Un motor de cuatro tiempos
GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es
Para Renny Yagosesky, escritor y orientador de la conducta, “el tiempo es un factor de impacto y estrés en la vida cotidiana, pues las personas tienden a querer disponer de más tiempo para vivir, para trabajar o para divertirse. Casi nadie desea la cercanía de la muerte, pero todos saben que tarde o temprano su tiempo se agotará.
”Por eso, hay que hacer un uso racional y significativo del tiempo, pues sólo así se aprende a vivir de una manera más intensa, haciendo lo que es realmente importante, con menos ansiedad y culpa, y con una mejor contribución a la sociedad”.
Para William Shakespeare, “el tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren y muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es la eternidad”.
No sólo los grandes pensadores han hecho definiciones filosóficas acerca del tiempo; también el populacho tiene su ingenio, como esta expresión: “la duración de un minuto no es igual para el que está sentado en la taza del inodoro, que para el que está afuera, con una cagada embolatada, haciendo cola para entrar al baño”.
En el hablar popular también hay una buena colección de dichos que hacen relación al tiempo, y que se toman a la ligera, sin ahondar en las connotaciones que ellos encierran. Analicemos unos cuantos casos:
El tiempo es oro. Muy apropiado para los incumplidos: son esos patanes que les importa un bledo el tiempo ajeno. ¿Qué tal esos médicos que citan a sus pacientes para que se presenten a las 8 de la mañana al consultorio, y se aparecen dos horas después, muy orondos, sin tener ninguna contemplación por la incomodidad y el malestar causados a sus enfermos?
¿Y los artesanos? La misma joda. Mecánicos, plomeros, carpinteros, albañiles y otros, son la mata del incumplimiento, cortados con el mismo molde y seguidores del eslogan “un hueco tapa otro hueco”; es decir, se jartan la plata que pidieron de anticipo para comprar los materiales, y esperan a que llegue otro marrano para cumplirle al anterior. Así son durante toda su vida laboral.
Todo tiempo pasado fue mejor. Pura chicuca. Son los nostálgicos de pacotilla que se lo pasan con ese credo en la boca. ¿Quién, con un sano juicio, va a querer el retorno de la incomodidad, el analfabetismo, la morbidez y la miseria? Están chifloretos.
Pensemos que hace unos 60 años, los estratos sociales eran tres: los enzapatados, los alpargatudos y los patirrajados. Hoy, todo el mundo ascendió a la condición de enzapatado; tan es así, que los únicos alpargatudos que conocen los muchachos de ahora son los bailarines de las danzas folclóricas.
Los pobres de esa época escasamente asistían a la escuela pública a asimilar unos conocimientos rudimentarios. La secundaria era un buen escalón de progreso. La universidad era exclusiva para los chamos pudientes; como quien dice, para los hijos de los enzapatados. Cuando esos jóvenes ya profesionales retornaban a su terruño, se convertían en personajes sobresalientes y entraban a ocupar los mejores cargos de la burocracia local y a ser un partidazo para las chicas del cogollo social. Esta era la manera de preservar el orden establecido: Las cosas buenas de la tecnología y el desarrollo —carro, electrodomésticos, vestuario, nutrición, vivienda, estudio— eran para los mismos de siempre. Los de abajo daban gracias a Dios por permitirles sufrir en este mundo.
Gracias a un esfuerzo enorme de nuestros padres y a la ampliación de la cobertura educativa, se logró romper este esquema diabólico. De no ser así, a lo mejor no seríamos profesionales sino operarios de salario mínimo, dirigidos y gobernados por una cáfila de imbéciles. Ese hubiera sido nuestro destino manifiesto. Prefiero los tiempos actuales, con toda su problemática, a añorar un mundo de privaciones.
Al mal tiempo, buena cara. Quiere indicar que cuando llega la adversidad, uno no debe descontrolarse. Es otro dicho idiota. Yo no he visto nunca a alguien que esté enfermo y que, a la vez, esté muerto de la risa. O que le choquen el carro y se ponga a aplaudir. O que lo obliguen a pagar una deuda ajena, por ponerse de toche a servir de fiador, y esté brindando con champaña. O que le rapen la tiniebla y esté brincando en una pata.
No, señores. Los malos tiempos hay que manejarlos con raciocinio y serenidad pero sin perder el derecho de arrecharse. Porque como dice el jefe Daniel Santos: “cuatro puertas hay abiertas al que no tiene dinero: el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio”. La canción no habla de playas, chicas en bikini ni hoteles de lujo. Así que, el que está llevado, ¿qué motivos tiene para exhibir una sonrisa de galán?
Pasando a un plano más personal, quiero compartir con ustedes una visión propia de lo que considero debe ser el tiempo individual:
UN MOTOR DE CUATRO TIEMPOS
Fuera de los tiempos laboral y de descanso, existe el llamado “tiempo libre” que, como el dinero, hay que saberlo administrar adecuadamente. Me atrevo a pensar que una buena parte de los conflictos familiares se originan en una equivocada apreciación, por lo siguiente:
1. Tiempo para la familia. Estamos haciendo referencia a la pareja y sus hijos. A nadie más. Es la dedicación permanente, a través de la convivencia diaria, que hacemos con los demás integrantes, para llevar una vida tranquila y armónica, buscando siempre el bienestar colectivo. Se basa en los valores positivos como el respeto, la tolerancia, el esfuerzo, el positivismo y otros, que templan el carácter y forjan la personalidad.
El diálogo, los paseos, las comidas, las tareas y, sobre todo, el cariño, nos permiten cumplir una maravillosa misión para satisfacción personal y contribución al mejoramiento de la sociedad a la cual pertenecemos.
2. Tiempo para el clan familiar. Son los parientes políticos y de sangre. Hay determinadas fechas —fiesta de la madre, del padre, navidad, año nuevo— que son propicias para que se integre toda la parentela, siempre dentro del respeto que se debe otorgar a cada uno de los componentes. Pero nunca falta el zumbido de la mosca. No hay nada más fastidioso y jarto que un chistoso se porte como un guache y que haya que soportarlo “porque él es así; téngale paciencia”, y por ahí derecho hay que mamarse el manoseo y las bromas pesadas.
O la allegada al clan que se cree con el derecho de zamparse en la vida de los demás, bajo el argumento de que “le voy a dar un consejo, que sé que me lo va a agradecer mucho”. Y tenga la cantaleta. O el pato que llega a tirarse la reunión contando todas sus penurias económicas y sentimentales, sabiendo todos que es puro cuento.
En fin, el tiempo para el clan familiar requiere de una gran prudencia y tacto, para que no se generen conflictos insuperables. La idea que debe primar es la ayuda y la colaboración en momentos en que alguien lo requiera. Pero que eso no se torne en manía. Igualmente, cuando existan roces es necesario que los demás, en lugar de echar candela, se dediquen a conseguir una aproximación sincera. Algo un poco difícil de lograr pues, como dice un amigo: “La paz en los hogares se acaba cuando los varones se casan; tan pronto llegan las nueras, empiezan las mechoneadas con las cuñadas”.
3. Tiempo para los amigos. No concibo, ni permito ni tolero que un ser humano no tenga amigos. Los amigos son seres especiales que nos soportan y aguantan, en las buenas y en las malas, en las rascas y en los guayabos. Son consejeros, confidentes, prestamistas y alcahuetas.
Por lo general, son detestados por las esposas, ya que éstas son reacias a que su galanzote le dedique mucho tiempo a “esa bola de borrachos que sólo hablan de fútbol y de putas”. Si hay algo sagrado en esta vida es el tiempo de los amigotes. Se puede faltar a cualquier compromiso, por importante que sea, pero es una falta imperdonable no asistir a una tenida de miche con la cáfila. “Ala, mi chino, ¿cómo pretende esa fiera que el oprimido no tenga el derecho de amarrarse un pea con sus cuates? Ahh, carachas. Si supieran lo rico que lo pasamos mamando gallo, echando chistes flojos y chicaneando con los levantes”.
4. El tiempo de papaíto. “Pídanme todo, menos mi tiempo”, decía Napoleón. Es el tiempo de la privacidad: es decir, de hacer lo que a uno se le dé la gana: leer, escuchar música, estar solo, ver televisión. Es el tiempo de los sueños y las fantasías, las angustias y los temores, de las expectativas y las añoranzas.
Es de nuestra propiedad exclusiva. Ni siquiera la pareja puede darse el derecho de inmiscuirse en él, menos los demás. De un tajo hay que apartar a los metiches con su cantaleta de “levántese más temprano”, “trabaje en sus horas libres”, “no haga siesta”. Que se vayan al carajo. Respeten, si quieren que los respeten.
(Cúcuta, marzo de 2007)
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Una generación privilegiada
CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
“El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo”. (Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad.)
Ese “mundo reciente”, al menos para Cúcuta, le llegó al inicio de la segunda mitad del siglo XX, cuando las cosas del mundo de hoy no se podían ni siquiera señalar porque, simplemente, no existían.
Si alguna generación ha sido privilegiada a lo largo de la historia, es la nuestra. La generación de la segunda mitad del siglo XX. La generación de la “emulsión de Scout”. La generación de la transición. La que vio el paso del mundo en blanco y negro al mundo en color, la que pasó de la mula a la súper camioneta while drive, del teléfono de clavijas al celular, del camino de herradura a la súper autopista, de la pizarra a la agenda electrónica, de la regla de cálculo a la computadora, del pick up de puntilla al disco CD, de la calculadora mecánica a la electrónica, del radio de tubos al televisor de plasma.
Y somos privilegiados porque, siendo la generación de la transición, hemos sido testigos de excepción de todos estos cambios y, la mayoría de ellos, ha sido esta generación la que los ha propiciado.
En este escrito quiero hacer una pequeña reseña de algunos de estos cambios que se han surtido a lo largo de los últimos 50 años. Confrontando los dos mundos, para conocimiento de las nuevas generaciones; para dejar una constancia ante la historia y para recuerdo de los de la generación de la “emulsión de Scout”, pues dicen que “recordar es vivir” y, además, para que no olvidemos que nos estamos volviendo viejos, pues también dicen que los recuerdos llegan cuando uno se vuelve viejo. (¿Será por eso?)
De aquellos cambios recuerdo que, a Cúcuta, la nevera apenas llegó en 1950 y era de keroseno (un sistema que, como ingeniero mecánico, no me he tomado el trabajo de entender). Sólo en los años 60 se popularizó la de energía eléctrica, lo que nos permitió disfrutar de pocicles y agua fría. Antes, el agua fresca “se procesaba” en el tinajero de filtro de piedra. Ah, los alimentos perecederos había que comprarlos en el mercado diariamente y, como el armatoste de nevera era un lujo, ocupaba el lugar principal de la sala, desplazando al radio de tubos.
Por esa misma época apareció la cocina de keroseno y un poco más tarde, la de gas. Antes, nuestras mamás y nuestras nonas tenían que levantarse a las 4 a.m. a “juntar candela” en el fogón de tres piedras o, en las familias pudientes, en la “cocina integral” de leña y, como no existían ni la lavadora ni la secadora, disponían la ropa para “lavarla a mano” en casa, si a ésta llegaba el acueducto; o si no, se embutía en un costal para llevarla a lavar al río Pamplonita, que para los niños se convertía en gozadera por su equivalencia a un paseo con olla al río.
El radio era un armatoste elitista que no servía para nada, pues lo único que se oía era un fastidioso ruido y el inmamable bip-bip-bip. Para captar alguna emisora había que instalar la “antena de techo”, un cable de cobre, extendido, pelado y aislado, y “bajar la señal” por otro. Por los años 60 mejoró la audición, que era en AM y, como ahora por la televisión, ya podíamos oír los noticieros del medio día por las cadenas radiales Caracol (Cadena Radial Colombiana) y RCN (Radio Cadena Nacional) y llegó el boom de las “radio-bobelas”. También como ahora, la familia se reunía frente al radio a “verlas”: oírlas. Recuerdo algunas: “Tamakún, el vengador errante”, “El derecho de nacer”, “Kadir, el árabe”.
No existía el televisor. Al menos en Cúcuta no se conocía. Algunos arribistas los habían traído en algún viaje al exterior, los colocaban en la sala y no podían explicar para qué carajos servía, pues, como no había señal, las explicaciones eran todas misteriosas y nadie se comía ese cuento chimbo de que era como un radio pero que se podía ver a los que hablaban.
La televisión llegó a Colombia apenas en 1954 y era en blanco y negro. La impulsó el general Gustavo Rojas Pinilla como presidente de Colombia, y sólo cubría un pequeño sector de Bogotá. A Cúcuta llegó apenas por el año 1964. Fue todo un acontecimiento. El misterio fue revelado. Era cierto que se podían ver imágenes por el misterioso aparato. Pero como había pocos en Cúcuta, era una fortuna lograr ser invitado a alguna casa para ver el milagro, que se convertía en decepción, pues la señal era tan precaria que no se veía nada más que una lluvia (como cuando el televisor está desconectado), y a través de ella, una media silueta. Total que quedaba la sensación de que el cuento sí era chimbo, el misterio continuaba y ahora era un acto de fe creer en ver algo por el aparatico, pues en realidad las imágenes había que formarlas en la mente del teleespectador, como en sueño, y las voces eran un barbullo de fondo. Los canales que mejor “se veían” eran los dos venezolanos (Venevisión y Radio Caracas Televisión), pero había que estar moviendo la antena de techo, esa parrilla que aún persiste, apuntándola hacia el este (Venezuela); o hacia el sur, para “ver” el único canal de Colombia. Muchos preferían tener dos antenas conectadas a un swicht interruptor. La señal mejoró pronto y para 1968 pudimos ver con alguna claridad la venida del papa Pablo VI a Colombia y en 1969, la llegada del hombre a la Luna. Tres grandiosos acontecimientos que marcaron historia, si le sumamos el del milagro que ahora sí se convirtió en realidad. En 1971 pudimos ver los Juegos Panamericanos de Cali y los reinados de la menos fea desde Cartagena. Aunque la televisión a color apareció en 1970, sólo hasta 1979 llegó a Colombia. Pero aún en 1986 sólo había los canales uno, dos y tres (y éste, el 3, era un canal local de Bogotá). Cúcuta era afortunada, porque veía cuatro: dos colombianos y dos venezolanos.
Mientras muestras mamás y nuestras nonas “veían” las tele-bobelas o seguían oyéndolas por radio, planchaban la ropa con la “plancha de mano”, de ahí su nombre. Era en realidad una plancha de hierro con una agarradera, que se ponía al fuego directo de un anafe, se agarraba con un “alzadero” de trapo y se frotaba muy bien en un “limpiador” para luego planchar. Luego vino la plancha de carbón, que evitó la limpiada. El anafe se puso dentro de la plancha. Más tarde llegó la de gasolina. Ahora el anafe se convirtió en un quemador. Finalmente llegó la eléctrica, donde el combustible del quemador fue cambiado.
Las fiestas también eran todo un acontecimiento. Cuando eran en los clubes, eran con la orquesta en vivo, sin tanto aparataje electrónico, con los sonidos de los instrumentos en directo. El único que disponía de micrófono era el cantante. Las fiestas en casas eran con “la orquesta de los negritos y el maestro puya”. Esto es, con radio y pick up (“picó”, decíamos). Primero fue con el fonógrafo (el aparatico del perro de la Victor). Después vino el pick up. Un aparato que se conectaba al radio de tubos como fuente de salida. Era un plato giratorio sobre el cual se colocaba el disco de acetato, que sólo contenía una canción por cada cara. Eran los de 78 rpm. Después llegaron los de 45 rpm que contenían dos canciones por cara y finalmente, los LP (de 33 y ⅓ rpm) con 6 canciones por cara.
Pero la gozadera era con los de 78. El discjockey, quien como también le jalaba a bailar, debía estar pendiente de cuando se terminara la canción para salir corriendo a levantar el brazo que tenía la aguja: una puntilla sin cabeza, especial, resistente, fina y lo que se quiera, pero al fin una puntilla que rastrilla los micro surcos. Cada tres o cuatro canciones se debía cambiar, con la consiguiente espera del auditorio y desde luego se debía tener una buena provisión de ellas. Le siguió la radiola: equipo integrado de radio y puntilla. Ésta fue cambiada por una punta de diamante y ya no se tenía que cambiar. Ocupó el lugar en la sala que dejó la nevera y competía con el televisor. Más tarde llegó el equipo de sonido integrado que traía las tres velocidades y con el cual era una gozadera cuando uno se equivocaba de velocidad. En 1970 apareció la grabación y reproducción en cinta magnetofónica y los pesados equipos se cambiaron por pequeñas grabadoras, los frágiles discos pasaron a un segundo plano. Hoy estamos con el mini componente de CD en MP3 con música interminable. Misterio que ocurrió igual que con el televisor. El cuento del disco láser lo oímos por allá en el 70, cuando se habló de un invento de los alemanes de algo que, en lugar de puntilla, se usaba un haz de luz. “Otro cuento chino que nos vienen a traer”, dijimos.
Naturalmente, la computadora tampoco existía. La primera computadora digital apareció en el mundo en 1945 como un experimento científico, con el tamaño de una habitación bien grande. Apenas en 1980 apareció como PC (“computador personal”, por su abreviatura en inglés) que vino a revolucionar el mundo (contar este desarrollo nos daría para un libro), cuando surtió cambios en gran cantidad de actividades que operaban con sistemas manuales.
La calculadora digital sólo apareció en 1970 y desplazó nuestra hermosa “calculadora analógica”: la regla de cálculo. Todo edificio, presa, carretera, puente, estructura, máquina, y demás aparatos de antes y bastante después de esa fecha, fue calculado por los ingenieros a punta de esa regla de cálculo. Las primeras calculadoras sólo hacían las cuatro operaciones básicas y eran unas “panelas” (así las llamábamos, por su peso y tamaño). También desplazó a la calculadora mecánica “Facit”, una máquina pesadísima para su tamaño, que sólo hacía las cuatro operaciones por medio de engranajes mecánicos, un teclado de 10 dígitos y una manivela que se movía a la derecha, para sumar, y a la izquierda, para restar. Porque multiplicar y dividir era toda una odisea.
No puedo dejar de lado la máquina de escribir, también desplazada por la computadora. Era toda una odisea transcribir una simple carta; y las secretarias que lo hacían, eran unas artistas consumadas. Estas expertas mecanógrafas no se podían equivocar. Hacerlo era perder lo escrito y empezar uno nuevo. Se inventó el corrector de papelito, y una inexperta pero recursiva secretaria de New York inventó el liquid paper. Con ese invento se volvió millonaria. Ah, pero la solución fue a medias. Como no había fotocopiadoras, las copias se sacaban directamente en la máquina utilizando papel carbón. Si además del original se necesitaban 3 ó 4 copias, por ejemplo, ya era un arte embutir 7 ó 9 hojas en el rodillo y, si se cometía un error, había que corregirlo en cada uno de los 4 ó 5 textos. El teclado mecánico era durísimo y, al poco tiempo, a las pobres secretarias se les ponían los dedos como palos de yuca: puros nudos. Hoy todas ellas sufren de la enfermedad de “túnel metacarpiano”. Gajes del oficio. Mi saludo y mi voz de aliento para todas ellas en el día de la mujer, que se celebra este mes, y en el día de la secretaria, que se celebrará el mes entrante.
La llegada del computador a la oficina también fue un acontecimiento. El jefe lo adquiría para él, pero, como no sabía utilizarlo, no lo usaba; pero en cambio, sí chicaneaba de tener en su oficina “lo último en guaracha”. Tampoco se lo dejaba a la secretaria porque, como ella tampoco sabía nada de eso, temía que lo dañara. Pasó bastante tiempo en que el computador en la oficina no fue más que un lujo que daba prestigio. Sólo después de varios cursos se perdió el miedo y vino a servir para algo. Lo más, para sacar una carta.
El inodoro lavable también es un invento nuevo. El de antes era “el de hoyo”: un cajón de madera que descargaba en un pozo séptico. Había que estarlo “desinfectando” con keroseno o creolina para disipar los malos olores y para espantar las cucarachas. El primer adelanto fue “el de hoyo de porcelana” que reemplazó al cajón. Luego vino el lavable “de cadenita”: el tanque era elevado y había que tirar de la “cadenita” para escurrir el agua por un tubo.
En el comportamiento social también se han dado cambios a causa de estos inventos. Llamar por teléfono era todo un proceso. Había muy pocos y, por tanto, este aparato era también elitista. Había que llamar a la operadora para establecer alguna comunicación. Ella lo comunicaba con el otro teléfono por medio de unas clavijas. Era el teléfono de clavijas. Todo el vecindario se enteraba del tema, pues se tenía que hablar a gritos. Llamar a otra ciudad del país, además de ser muy costoso, era otra odisea. No había comunicación directa. Había que ir a las oficinas a pedir la llamada y podía demorar horas en establecer la comunicación. Se recurría entonces, con pago adicional, al mensajero que iba a la casa a avisar cuando “la llamada estaba lista” y vuelta para la oficina a recibirla.
No existían los pañales desechables. Estos eran hechos de tela. Las mamás eran unas artistas para embojotar al chino y amarrar el pañal con ganchos nodriza sin puyar al muchachito. Desde luego que había que tener una buena provisión de pañales y lavarlos después da cada miada. Ellas también tenían que lavar “los trapitos” que usaban como toallas higiénicas, pues éstas no existían. Y para todos, había que recortar el periódico en rectángulos y ensartarlos en un gancho en el inodoro, pues el papel higiénico tampoco existía.
Sin embargo, con todo, nos sobraba el tiempo que lo invertíamos en el paseo con olla al río, en el baile del sábado por la noche, en la verbena de los domingos por la tarde, en las retretas en el parque Santander los jueves en la noche, en las partidas de dominó, en disfrutar por radio los partidos de fútbol, en las fiestas de tres días por un matrimonio o por un bautizo, en el cine matinal del domingo, en la lectura de cuentos (ahora les dicen “comics”) en el salón Dollman, en las serenatas a la novia para “remendar el capote” tras una escachada o una pelea trivial, en la “parqueada” a las 7 p.m. frente a la casa para departir con los vecinos, costumbre que aún persiste en los barrios del occidente cucuteño.
Y nos quedó tiempo para presenciar el lanzamiento del primer cohete espacial; el lanzamiento del primer ser vivo al espacio (la perrita rusa “Laika”); la primera caminata en el espacio; la llegada del hombre a la Luna en 1969; el paso cerca de la Tierra del cometa Kohutek en 1973 (que en realidad no se vio por los efectos de un eclipse ocurrido el mismo momento del paso), hecho que ocurre cada 75.000 años; el paso cerca de la Tierra del cometa Halley en 1985, hecho que ocurre cada 75 años; el eclipse total de sol en 1992 (y hay que esperar 40 años para otro que sea visible en esta zona del planeta). Fuimos testigos de la guerra fría, del auge y caía del comunismo, de la perestroika, de la caída del muro de Berlín, de las luchas de clases en los años 60, del nacimiento del rock and rol, del cinemascope, del tecnicolor, de…
Por eso y por muchas cosas más, somos una generación privilegiada.
(Cúcuta, marzo de 2007)
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¿Quién es el titiritero y
quiénes las marionetas?
ORLANDO GARCÍA MENDOZA,
profesor de Cátedra de la UFPS.
Tuve la suerte de que mi primer artículo, “Perspicacia de colombiano”, se me publicara en la edición 74 de Occidente Universitario. En dicho escrito mencioné, sin ningún detalle explicativo, la expresión Los protocolos de Sión. Por tal razón su director me pidió escribir algo muy sucinto sobre el tema para la edición 75, a modo de “ilustración” para algunos lectores de los pocos ejemplares que se editan, quienes le preguntaron qué son o cuáles son “los dichosos protocolos”.
Como el tema es muy extenso, es casi imposible desarrollarlo en un artículo breve como los que se publican en Occidente Universitario. Así que van por anticipado mis excusas por si no logro colmar las expectativas del lector. Que es lo más probable, tratándose de un escritor novato como yo.
Pues bien, Los protocolos de los sabios de Sión es un documento resultante del Congreso Sionista realizado en Basilea (Suiza) en el año 1897. Y por cierto, en esta ciudad comenzó en 1431 el Concilio de Basilea que, entre otros, trató sobre la supremacía del papado y adoptó algunos decretos reformistas de la Iglesia. En 1437 el papa Eugenio IV ordenó el traslado del concilio a Ferrara (Italia), pero un reducido grupo de obispos se quedó en Basilea, depuso a Eugenio IV y eligió en su reemplazo al antipapa Félix V, por lo que los prelados perdieron credibilidad y el papado salió fortalecido.
El profesor SERGE NILUS recopiló las actas del Congreso Sionista y con base en ellas elaboró el documento, cuyo original se encuentra en la Biblioteca del British Museum, registrado con el número “3,926 d.17” y tiene el sello de entrada “British Museum, 10 de agosto de 1906”.
Sobre el documento hay cuestionamientos sobre si es real o no. Pero, sea o no producto de tal congreso, dicho documento está dividido en 24 protocolos, en los cuales se oficializa algo que existía “informalmente”: la gran logia francmasónica, que se encuentra en casi todo el mundo.
Hace un poco más de una década investigué el asunto, esperando encontrar respuesta a interrogantes tales como:
¿Por qué nuestros grandes padres de la patria se iban a estudiar o a prepararse en Francia?;
¿Por qué nuestro libertador Simón Bolívar y nuestro co-libertador Francisco de Paula Santander, entre otros, fueron los más grandes representantes de la masonería en nuestra época colonial?;
¿Por qué subsisten hasta nuestros días los partidos Liberal y Conservador?;
¿Por qué, desde el siglo XX, cada uno de nuestros presidentes, antes de ser elegidos, tienen que ir a “prepararse” a Estados Unidos?
Todavía me lo sigo preguntando, pero, en todo caso, mi investigación sobre los protocolos sí me dieron respuesta a otros interrogantes, tales como:
¿Quiénes son los dueños y señores de las grandes transnacionales?, ¿quiénes los del Banco Mundial? y ¿quiénes los del Banco Interamericano de Desarrollo?;
¿Quién maneja la Organización Mundial del Comercio (OMC)?;
¿Quiénes manipulan las bolsas de valores a nivel mundial?;
¿Quiénes son los dueños de los grandes negocios de la pornografía y de todo lo que huela a negocios turbios?;
¿Quiénes manejan los grandes medios de comunicación, que alienan a los adultos y embrutecen a los niños?;
¿Quiénes propiciaron la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)?;
¿De dónde salen los lineamientos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL)?;
¿Quiénes son los que ponen los gobernantes de casi todos los países? y ¿por qué dichos gobernantes siempre tienen rabo de paja? (¿será para manipularlos, so pena de ser denunciados?);
¿Quién creó las sociedades anónimas y para qué?;
¿De dónde surgieron las letras de cambio y los cheques al portador?;
¿A quién se le ocurrió crear las teorías económicas de la famosa elasticidad de la oferta, la demanda y la inflación, tan manipulada desde hace siglos?;
¿Quién crea y financia las guerras en casi todos los países de la periferia?;
¿Quiénes están tras bambalinas en el teatro diario de nuestras vidas?
Y pare de contar, por lo poco del espacio con que cuento.
Pero les cuento un caso personal, a ver si deducen cómo operan los sionistas.
Hace unos diez años, este plebeyo de la patria boba estudiaba Administración de Empresas en esta Universidad, tan destacada, que no necesita pagar publicidad para auto-inflarse, como cierta que hay como a 70 kilómetros al sur de aquí.
Un profesor dividió el curso en grupos de dos personas y a cada uno le asignó un trabajo. Al mío le tocó los indicadores económicos de la Bolsa de Valores de Nueva York, el Dow Jones y el Nasdaq, que se calculan con base en el precio de las acciones de las 30 mejores empresas de Estados Unidos.
Con sorpresa encontramos que hacía muchos años dichos indicadores no se encontraban en un nivel tan bajo. Es decir, la economía de los monos con ojos azules se encontraba en crisis o en decadencia, por tener una producción acumulada de armas y de otra gran cantidad de productos sin compradores a la vista. Luego, ¿cómo salvar la economía?
Uno de los lineamientos de Los protocolos de los sabios de Sión dictamina con tamaña desfachatez que, si para lograr un fin preconcebido es necesario que algunos o muchos “infieles”, y aun de los de su propia raza, sean sacrificados, pues: ¡que así sea! ¿Y eso qué tiene qué ver con: “¿cómo salvar la economía?”.
No sé si el lector habrá elaborado una respuesta. Pero, como en las Torres Gemelas funcionaba la Bolsa de Nueva York y aquéllas fueron vendidas “coincidencialmente” un poco antes del consabido 11 de septiembre, yo arriesgo una teoría.
El “estado mayor” de la francmasonería sionista está apostado en la Gran Manzana y maneja o manipula la Bolsa de Valores de Nueva York. Entonces, para “salvar la economía”, de la cual dicha francmasonería es ama y señora, ¿qué mejor que las torres sean destruidas? Al fin y al cabo, existía el antecedente del terrorismo islámico —enemigo del sionismo— contra un edificio federal en Oklahoma City.
Con ello harían “moñona”, pues no sólo desaparecería cualquier indicio de que la quiebra de la economía era inminente, sino que desataría una nueva “Guerra del Golfo” que permitiría, además de vender su chatarra armamentista y producir un arsenal más moderno y por lo tanto más apetecido, apropiarse de la fuente de ingresos de los árabes: el petróleo, con lo que se preservarían las reservas del país donde la francmasonería sionista tiene instalado su “alto mando”.
¿Que tal “Guerra del Golfo” ha causado y seguirá causando miles de víctimas inocentes? Pues si. Pero acaso, ¿uno de los lineamientos de los tales protocolos no manda sacrificar a los “infieles” e incluso a los de su raza que sean necesarios, con tal de lograr un fin sionista?
La francmasonería sionista está diseminada en prácticamente todo el globo terráqueo y, para encubrir con una cortina de humo su esencia racial y sus fines hegemónicos, en cada país admite “infieles” como socios, siempre y cuando tengan cierto estatus económico; o en su defecto, intelectual, por lo que cuenta hasta con profesores de universidades públicas.
Ahora bien, la referencia parca que hice de Los protocolos en mi artículo “Perspicacia de colombiano” fue: “¿Será que (el presidente Álvaro) Uribe es experto en Los protocolos de Sión?”. Lo planteé porque, como él ha sido de “corazón grande” con el paramilitarismo, y como “Dios los cría y ellos se arrejuntan”, no debe ser una simple coincidencia el que, en una entrevista con la periodista Claudia Gurisati en RCN-Televisión hace unos años, el máximo jefe paramilitar Carlos Castaño dijera ser adepto a Los protocolos de Sión.
Y como a los discípulos de la francmasonería sionista se les hace expertos en el arte de fabricar cortinas de humo, yo no creo que ese tipo haya muerto. Aunque un velocísimo examen de Medicina Legal a unos huesos, recibidos con el “predictamen a ojo de buen cubero” de que podrían ser los de dicho genocida, haya concluido que sí son los restos de él.
En últimas, Los protocolos de los sabios de Sión vienen siendo el manual de funcionamiento del sionismo para gobernar el mundo tras bambalinas y a su antojo. En tal sentido, creo que su “conejillo de Indias” fue Alemania, y que lo repudiable de Adolf Hitler fue haber incurrido en genocidio para devolverle Alemania a los alemanes.
Por último, si los he confundido involuntariamente, les recomiendo la lectura de dos libros “prohibidos”: Los protocolos de los sabios de Sión, escrito por el profesor Serge Nilus; y El judío internacional, escrito por Henry Ford, el fundador de la empresa fabricante de automóviles Ford.
(Lunes 26 de febrero de 2007)
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“¡Pa’ la madre!”, dijo Edipo
RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
En el artículo Los amores en tiempos de Cupido empecé con que les hablaría de Cupido, Edipo y Baco, y les hablé del primero de ellos. En éste me ocuparé de Edipo.
Resulta que Layo, el rey de Tebas, estaba enmatrimoniado con Yocasta y, por más que hacían el ñongo-ñongo de una manera y otra, nada que ella salía preñada.
Como ella tenía muchas ganas de un culicagao, se fue para Delfos a consultarle al Oráculo de Apolo cómo hacía para quedar pipona. Y el oráculo le dijo: “Ala, Yocasta: deja los afanes porque, si tu marido te preña, un día, cuando hayas olvidado éste, el crío te dejará viuda y se casará contigo”. Yocasta se lo contó a Layo y, como en esos tiempos no había píldoras anticonceptivas ni condones, Layo, aterrado, decidió no ñongo-ñonguiar con ella sino con las sirvientas.
Afanada por ser mamá, Yocasta consideró que el oráculo se podía escachar. Y un día, estando en celo, preparó un coctel y se lo sirvió en la cena a Layo. Éste se lo jartó y, primero, quedó mareado; luego quedó borracho, por lo que se acostó empeloto. Y por allá entre gallos y media noche, Yocasta incurrió en “aprovechamiento de las condiciones de indefensión de la víctima”: “violó” a su marido y quedó pipona.
A los nueve meses le nació Edipo y, por lo del oráculo, Layo vivía aterrado. Un día pensó: “Me lleva él o me lo llevo yo”. Pero le faltó valor para liquidarlo. Entonces buscó un sicario. Éste cotizó y cobró pero, como no era sicario colombiano, no resultó inhumano, por lo que se compadeció y dejó al bebé amarrado a un árbol.
Y tan de buenas el condenado chino, que como a las dos horas pasó por ahí un man que iba para las Ferias y Fiestas de Atenas, quien se lo llevó y se lo regaló al rey Pólibo, que gobernaba en Corinto, y cuya mujer, Merope, no le había dado un príncipe heredero.
Edipo creció a todo taco con Pólibo y Merope. Pero bien dice una calcomanía que: “Si las ranas planificaran, no habría tanto sapo”. Porque, cuando Edipo era joven, un chismoso le dijo que Pólibo y Merope no eran sus verdaderos padres.
Un día Edipo se fue a Delfos, consultó el oráculo y éste le dijo que él mataría a su padre y se casaría con su madre. Como no le dijo quiénes eran aquél y ésta, Edipo ignoró al chismoso, dio por hecho que el oráculo se refirió como tales a Pólibo y Merope y, para eludir uno y otro vaticinio, cogió a pata para Tebas, que quedaba lejos.
En el trayecto a Tebas se topó con un carro (pero de caballos) que se pasó el semáforo en rojo, y paró porque el chofer sintió que le pisó las patas al peatón Edipo, quien le dijo, arrecho: “Bájese, marica, y arreglemos la joda a tochazos, como los machos. No a carrazos, porque yo ando a pata”.
Esto que dice Edipo y se va bajando, no el chofer, sino un man que viajaba como un pachá, y tochazo va y tochazo viene. En algún momento Edipo le metió semejante lamparazo con una piedra al man, que lo dejó tieso en la carretera, con la cabeza vuelta chicuca. Edipo siguió su camino, sin saber que fue a su padre a quien había matado.
Más adelante se topó con la tal Esfinge que tenía: cabeza de mujer; tronco, patas y cola de león; y, en vez de manos, alas de ave de rapiña. Al humano que se topaba le obstruía el paso y le ponía un acertijo. Si no lo adivinaba, y nadie lo había hecho, lo mataba tirándolo por el abismo que había al lado. Así que le cerró el paso a Edipo, diciéndole:
—De aquí no saldrá vivo, si no me adivina esto: ¿cuál es el ser que tiene voz, y que por la mañana camina en cuatro patas, al medio día en dos y por la tarde en tres?
—¿Cree que me va a rajar —le dijo Edipo— con esa güevonada? Pues vea, león-volador-marica: ese ser es el humano. Porque gatea en cuatro patas, cuando chiquito; cuando crece, camina en dos; y cuando se pone viejito tiene que usar bastón, como la mayoría de jubilados.
—¡Pa’ la gran puta de su madre. Me lo adivinaron! —exclamó la Esfinge y, de la arrechera, se auto abrazó con sus propias alas y se tiró al abismo al que ella había tirado a quienes no le adivinaron el acertijo.
A Tebas llegó una noticia mala y una buena: que el rey Layo había muerto y que alguien destruyó la Esfinge. Y como oficialmente no había príncipe sucesor de Layo, nombraron primer ministro a Creonte, el hermano de Yocasta, quien, feliz por la muerte de la Esfinge que tanto los había asoleado, ofreció en propiedad el trono a quien la había matado, si se casaba con su hermana. Así que cuando Edipo llegó a Tebas le hicieron recibimiento de héroe, lo desposaron con Yocasta y lo coronaron Rey.
Pero a los dioses no les gustó el parricidio ni el incesto. Y un día, en una reunión del CSU (Consejo Superior Universal, que no “Universitario”), decidieron castigar esos dos delitos. Pero en vez de sólo castigar a Edipo, castigaron a todo Tebas. Al cabo de muchos muertos, Edipo le preguntó al oráculo por qué la peste y como “respuesta” aquél le dijo que, si había un castigo contra quien mató a Layo, se acabaría la peste.
Como Edipo no sabía que él era el protagonista de semejante peo, un viejito, llamado Tiresias, le contó la historia sin eufemismos: que él era el asesino de su padre, el esposo de su madre y el padre de sus hermanos. Entonces, qué mierdero el que se armó: Yocasta se colgó de una sábana; y Edipo, con un cuchillo, se sacó los ojos y se largó de Tebas. Sólo su hija, Antígona, lo acompañó el resto de su vida, como lazarilla.
Por eso, los psiquiatras llaman Complejo de Edipo a la atracción sexual del hijo por la mamá (así como llaman Complejo de Electra, a la de la hija por el papá).
¡Que Zeus tenga a esa “Sagrada Familia” en el Olimpo! n
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Disparos por debajo
de lo reglamentario
SERGIO IVÁN QUINTERO AYALA,
profesor de la Facultad de Ingeniería de la
UFPS y tesorero de la Asociación de Profesores.
El pasado jueves 8 de febrero observé en las páginas interiores del diario local, La Opinión, una foto en la cual se muestra un policía antimotines portando su acostumbrada arma para lanzar las granadas de gases lacrimógenos, la cual supuestamente había disparado o iba a disparar para dispersar a los manifestantes que se encontraban en las inmediaciones del Parque Santander. Esta vez los disparos, de granadas, iban dirigidos contra los docentes que prestan sus servicios en las escuelas y colegios oficiales del municipio, quienes protestaban por el incumplimiento del pago del salario del mes de enero por parte del gobierno local.
La foto me hizo recordar la desmedida intervención de la Policía el viernes 9 de septiembre de 2005 contra el personal estudiantil, administrativo y docente de la Universidad Francisco de Paula Santander, quienes nos encontrábamos, unos dentro y otros fuera, de la malla que delimita nuestro campus universitario. En aquel entonces, algunos estábamos en la esquina de la Avenida Gran Colombia con la Avenida 12-E, justo en la parte externa de la entrada vehicular de la Universidad.
En ese momento yo estaba hablando, vía celular, con la Defensora del Pueblo delegada para Norte de Santander, doctora Ligia Galvis, y le estaba narrando, como si fuese un corresponsal de guerra, lo que estaba sucediendo en esos momentos. Sucedió que uno de los uniformados, quien portaba un lanzagranadas similar al referido al principio de este artículo, se acercó al portón y por un orificio del enmallado introdujo el cañón de la escopeta —si se le puede llamar así—, mantuvo la misma en posición horizontal y disparó contra aquellas personas que trataban de alcanzar la Avenida Gran Colombia por encima de la malla que está paralela a la misma. (Así como suena, “por encima de la malla”, porque la Policía tenía bloqueado los accesos peatonal y vehicular al campus, cual Pablo Morillo sitiando a Cartagena.) Me asustó el hecho de que el proyectil, que salió a gran velocidad del arma del policía, pudo haber golpeado directamente a alguna persona y haberle causado una herida, con sus posteriores consecuencias.
El hecho, con los detalles aquí expresados, se los estuve comunicando a la doctora Galvis hasta el momento en que un agente de la Policía, vestido de civil, me rapó el celular. Y me pareció peligrosa la forma en la cual el policía utilizó su arma de dotación, por, vuelvo y repito, la velocidad con la cual el proyectil fue lanzado hacia las personas que estaban dentro de la Universidad.
En las horas de la tarde se efectuó una reunión en el salón Eustorgio Colmenares, de la Gobernación de Norte de Santander, a la cual asistieron: el secretario del Interior, doctor Manuel Alberto Luna; los miembros del Consejo Superior Estudiantil de la UFPS; el director (e) del Departamento de Policía Norte de Santander, teniente coronel William Alberto Montezuma López; y el suscrito, quien en aquel entonces era Vicerrector Académico y estaba en ese momento de Rector encargado de la Universidad, ya que el Rector titular, doctor Héctor Parra, se encontraba en Ocaña junto con el gobernador de Norte de Santander, atendiendo la visita de la señora ministra de Educación, doctora Cecilia María Vélez White.
(Y por cierto que, por mi condición de Rector encargado, de mala gana el policía de civil me devolvió el celular, a través del cual le expliqué a la Defensora del Pueblo a qué se debió el que mi narración se hubiera cortado abruptamente.)
En algún momento de la reunión le comenté al teniente coronel Montezuma los sucesos que acabo de describir y le pregunté específicamente si el disparar el lanzagranadas mientras el operador del arma la mantiene en posición horizontal era un procedimiento normal y, sobre todo, legal. Sin titubeos me contestó que el disparo siempre debía efectuarse al aire y que es apenas lógico que, para evitar obstáculos con el fin de lograr mayor alcance, el arma se debe disparar con ángulo de inclinación. De todas maneras, me dijo que ordenaría se tomaran los correctivos para que el caso no volviera a ocurrir.
El teniente coronel Montezuma seguramente impartió las órdenes para corregir tan peligrosa práctica, pero parece que a sus subalternos por un oído les entró y por los dos les salió, porque la foto de La Opinión, del jueves 8 de febrero, muestra al policía antimotines apuntando el lanzagranadas de manera horizontal. Queda en favor del uniformado el beneficio de la duda sobre si disparó o no el arma en esta posición, pero no deja de preocupar que se le “salga” accidentalmente un “tiro” de granada y cause una tragedia. Lástima que Occidente Universitario no incluya fotografías en sus páginas, para reproducir copias de las que publicó nuestro diario local —con la autorización respectiva—, pero los invito a confirmar lo expresado y a comentar lo sucedido, ojala a una autoridad de Policía, a ver si se vuelven a tomar los correctivos del caso.
Coincidencialmente, en la página 4-C de la edición del viernes 9 de febrero del periódico La Opinión, al referirse a un incidente en la frontera entre Israel y Líbano, registra una fotografía en la cual aparece un soldado mientras dispara una granada con un arma similar a la que portaba el mencionado policía antimotines. Sólo que en esa foto se puede apreciar que el soldado sí aplica un ángulo de inclinación para hacer el disparo.
Estamos seguros de que los instructores de manejo de armas de la Policía informan suficientemente sobre estos aspectos a quienes más adelante se les confía el deber constitucional de preservar la honra, vida y bienes de nosotros los ciudadanos, quienes tenemos el derecho constitucional a protestar contra las acciones demenciales de nuestros gobernantes de turno. Esperamos que en las próximas manifestaciones, porque las van a haber, no nos encontremos con un agente antimotines portando su lanzagranadas de manera indebida y mucho menos disparándola “por debajo de lo reglamentario”.
(UFPS, jueves 15 de febrero de 2007)
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Han transcurrido dieciocho meses y unos días desde cuando ocurrió el brutal allanamiento contra la Universidad Francisco de Paula Santander que menciona el colega Sergio Iván Quintero Ayala y, aunque tal monstruosidad se denunció ante el procurador regional y ante el procurador general, aún se desconoce cuál salvaje del gobierno local o regional le ordenó a la Policía cometer tan grotescas tropelías y por qué.
(NOTA DEL DIRECTOR)
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N O T A S :
Cualquier nota que no tenga explícitamente autor, debe ser
atribuida exclusivamente al director de Occidente Universitario.
Por limitaciones pecuniarias, las ediciones «en papel» de
Occidente Universitario, que se difunden completamente
gratis, es de 40 ejemplares, en promedio.
La edición Nº 76 de Occidente Universitario queda
prevista para el viernes 13 de abril del 2007.
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