A MODO DE «EDITORIAL (O ALGO ASÍ)».
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«A Dios rogando
y con el mazo dando»
Durante casi todo el mes de enero, los informativos impresos en Colombia se editan más livianos. No sólo en cuanto a la seriedad con que se debe tratar la información, falencia deliberada o invencible que en todo caso en ellos es común —y El Espectador es la única excepción, al menos para «el suscrito» Director, quien lo lee desde niño—, sino también en cuanto al número de páginas que trae el ejemplar.
La más común explicación de esa liviandad en cuanto al peso, proveniente de la propia prensa escrita, es la de que por las fiestas de Navidad y de año nuevo se produce poca información, habida cuenta de que durante tales fiestas mucha gente disfruta vacaciones hasta el festivo de Reyes Magos e incluso más allá. Tal explicación no parece tan traída de los vellos de la zona genital, si se tiene en cuenta lo que la primera ley de Newton establece: que todo cuerpo tiende a permanecer en el estado en que se encuentra.
Y como Occidente Universitario es una publicación informal pero impresa a fin y al cabo, «el suscrito» Director, por retornar de vacaciones colectivas, padece de jartera para reiniciar las actividades de la vida cotidiana u ordinaria. Entre ellas, la de escribir el Editorial (o algo así) de la primera edición del año que comienza, para difundirla justo el día en que los funcionarios no docentes y docentes se reintegran a sus labores contractuales.
Así que para no pasar «en blanco», o no «negrearse», rellena con desgana lo que sigue, exteriorizando su inquietud en relación con uno de los hechos relevantes del recién pasado año.
A final del año antepasado, la Corte Constitucional le sacó el cuerpo a pronunciarse sobre la despenalización del aborto en tres circunstancias muy precisas: cuando la vida de la madre corra riesgo, en caso de malformación de la criatura, y en caso de que el embarazo lo haya producido una violación o una inseminación artificial no consentida.
Pero se reivindicó el recién pasado año. No sólo porque lo despenalizó en esas tres circunstancias específicas, como lo peticionó la abogada demandante —la «Mujer del Año», al menos para «el suscrito» Director—, sino también porque se reafirmó en su decisión al resolver una acción de nulidad contra dicha decisión, que interpusieron los recalcitrantes detractores de lo que la doctora Mónica Roa había impugnado del Código Penal.
Y como era inevitable, la más recalcitrante fue la Iglesia, principalmente la católica, aduciendo defender el derecho a la vida del feto o del embrión.
La inquietud del «suscrito» Director es la de: ¿por qué la Iglesia católica es inconsistente? O, expuesto de otro modo: ¿por qué es puntual y no genérica en su posición, en principio humanitaria, de defender la vida y a las criaturas indefensas?
Yendo por partes, como dijo el que destazaba una res, «el suscrito» Director desglosa la pregunta en otras dos. Una y otra derivada de la posición clerical contra el aborto, en la cual es evidente que no sólo no defiende el derecho a la vida que le asiste a una mujer embarazada, sino que también pretende inflingirle a la mujer sexualmente violentada el castigo de traer al mundo y criar a un hijo indeseado.
La primera: si en su posición contra el aborto defiende a las criaturas indefensas, ¿por qué encubre a los obispos y a los curas pederastas?
Y la segunda: si en su posición contra el aborto defiende el derecho a la vida que le asiste a todo ser humano, ¿por qué no sólo no se pronuncia contra el servicio militar obligatorio, sino que además bendice el arma que se le entrega a cada recluta adolescente, a sabiendas de que la razón de ser del arma no es la de preservar la vida sino la de todo lo contrario?
(Claro que el atavismo guerrerismo clerical se remonta un milenio atrás: a la invención de las «Cruzadas» para defender sus intereses en la llamada Tierra Santa.)
«El suscrito» Director presenta su más sentida condolencia a dos compañeros profesores de Electrónica: al colega Genisberto López Conde, en razón del sentido fallecimiento de su señora madre el recién pasado 31 de diciembre; y al colega German Enrique Gallego, en razón del sentido fallecimiento de su señor padre hace exactamente una semana.
Paz en las tumbas de sus seres tan queridos. n
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20 de diciembre: fecha histórica,
emblemática y gloriosa de nuestro
Cúcuta Deportivo
ALFREDO DÍAZ CALDERÓN, socio
honorario de la ACORD. Carnet N° 25.
A las 10 de la noche del pasado 20 de diciembre del 2006, todos los cucuteños estallamos en locura colectiva cuando terminó en Ibagué el partido de visita del Cúcuta Deportivo frente al Deportes Tolima en la final del Torneo Finalización del 2006, con empate a un gol. Desde las 7:30 hasta las 10 de esa noche inolvidable, los cucuteños, a través de la radio y la televisión, vivimos los momentos más emocionantes en los 82 años de historia de nuestra institución negra y roja.
El primer tiempo terminó 0 a 0 y, si ese marcador se mantenía, el Cúcuta Deportivo sería campeón por diferencia de puntos. Pero a los 15 minutos del segundo tiempo, el cucuteño Yulián Anchico anotó para el Deportes Tolima… y empezó nuestra angustia: ¿nos iríamos a definición por penáltis? Tolima seguía atacando en busca del segundo gol que lo convirtiera en campeón por diferencia de goles. Entonces vino la jugada magistral de Macnelly Torres, del Cúcuta Deportivo.
A los 31 minutos toma el balón en su zona defensiva, avanza rápidamente y cede en pared por la derecha para Rodrigo Saraz, quien se la devuelve al vacío. Macnelly retoma el balón, elude a un oponente y toca nuevamente en pared por la derecha para Blas Pérez, quien se la devuelve en un pase profundo hacia el área de candela del Deportes Tolima. Macnelly, ya “con el tanque de energía agotado”, llegó justo a tiempo y con la pierna izquierda metió un puntazo impresionante para anotar ese gol que hoy nos tiene en la gloria.
Aquellos minutos finales, 17 en total, fueron eternos, pero valió la pena vivirlos. Después del pitazo final, en el minuto 48, nuestra ciudad pasó de largo en su alegría, en su fiesta, en la apoteosis, hasta la llegada del equipo campeón el día siguiente, acompañando a jugadores y cuerpo técnico desde el aeropuerto hasta el Estadio General Santander, en multitudinario desfile que terminó a las 6 p.m. después de la vuelta olímpica dentro de nuestro máximo escenario deportivo.
Pasarán los años y seguiremos recordando ese gol, ese partido y esa primera estrella campeonil profesional colombiana lograda el miércoles 20 de diciembre del 2006.
Definitivamente, el Cúcuta Deportivo sigue acumulando historia y este triunfo enriquece aún más sus 82 años de tesonera, valerosa y gloriosa existencia.
Recordemos los hechos históricos magnos que hasta hoy han dejado su huella en nuestra institución negrirroja:
10 de septiembre de 1924: creación del “Cúcuta Fútbol Club”.
11 al 22 de noviembre de 1926: lapso que el Cúcuta Fútbol Club duró viajando a Caracas (Venezuela) bajo un “diluvio perpetuo” que llenó de derrumbes la Carretera Trasandina. En la capital venezolana el Cúcuta Fútbol Club jugó dos partidos, perdiendo el día 23 ante el Caracas y ganando el día 25 a La Guaira. El Cúcuta Fútbol Club fue el primer equipo colombiano de fútbol que jugó en el exterior.
20 de julio de 1927: el Cúcuta Fútbol Club se corona campeón de los Primeros Juegos del Oriente, en Bucaramanga.
Febrero de 1928: el Cúcuta Fútbol Club se transforma en el Club “Cúcuta Deportivo”, inaugura sede social y estrena su Himno, que es un vals titulado Cúcuta Sport Club, compuesto por el maestro Elías M. Soto.
Noviembre de 1928: el Cúcuta Deportivo se corona campeón del Torneo Municipal de Fútbol de ese año (y sería campeón en otros 4 torneos), por lo cual va, como único representante de Cúcuta, a los Primeros Juegos Olímpicos Nacionales que se celebrarán en Cali en el mes de diciembre.
20 de diciembre de 1928: aparece la Bandera Negra y Roja, diseñada y construida en su concentración en Cali por los jugadores del Cúcuta Deportivo, y enarbolada por ellos dentro del Estadio Galilea durante el desfile inaugural de los Primeros Juegos Olímpicos Nacionales.
Marzo de 1949: el Cúcuta Deportivo se transforma en equipo profesional, pide afiliación a la Dimayor y crea su Escudo circular para su bandera negrirroja.
26 de febrero de 1950: primer partido del Cúcuta Deportivo en el Campeonato Profesional de Fútbol Colombiano. Gana 2 a 1 al Sporting, de Barranquilla, en el Estadio General Santander.
10 de diciembre de 1950: Cúcuta Deportivo gana 2 a 1 a la selección de Hungría ante más de 10.000 espectadores en el General Santander. Por primera vez enfrentamos a una selección europea. Algo nunca más visto en Cúcuta.
Febrero de 1951: cinco uruguayos de talla mundial llegan para el Cúcuta Deportivo: Shubert Gambeta y Ramón Eusebio Tejera, campeones mundiales en el célebre Maracanazo del año anterior, y los internacionales Antonio Sacco, Juan Carlos Taibo y Bibiano Zapiraín. Aunque ese año Cúcuta luchó contra viento y marea, quedó en tercer lugar.
Enero a febrero de 1953: Cúcuta Deportivo jugo 14 partidos en: Maracaibo, Curazao, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Jamaica, Honduras, El Salvador y Guatemala. La directiva, conocida como Los Tres Mosqueteros (Carlos Ramírez París, José Rafael Mogollón, Jesús María Sepúlveda y Roque Mora), concretaron esta gira internacional, la más exitosa en la historia de nuestro equipo.
Diciembre de 1964: Cúcuta Deportivo es subcampeón del 17º campeonato profesional, máximo logro en Dimayor hasta ese momento. El argentino Francisco “Pancho” Villegas fue nuestro entrenador. Además, de nuestro equipo, el uruguayo Omar Verdún, con 24 tantos, fue el goleador del torneo, y el cucuteño Germán “Burrito” González fue la gran revelación del torneo profesional de ese año 1964.
30 de mayo de 1991: Cúcuta, 0; Selección Colombia, 2 (goles de Carlos “la Gambeta” Estrada y Arnoldo “el Guajiro” Iguarán). Con este partido se inauguró oficialmente la remodelación de la tribuna oriental del Estadio General Santander. Veinte mil personas estrenaron la Tribuna Margarita, llamada así desde tal día, pues la obra la inició la doctora Margarita Silva de Uribe siendo alcaldesa de Cúcuta.
Julio de 1995: el Doblemente Glorioso, por ser el colero del torneo, desciende por primera vez a la categoría “B”. El entrenador fue Moisés Pachón Roncancio.
6 de julio de 1996: Cúcuta Deportivo es campeón anticipado de la “B” (con lo cual retorna a la “A”). Antes de comenzar el partido, 20.000 personas rezaron el Padrenuestro en voz alta en el Estadio y vieron triunfar al Cúcuta 1 a 0 sobre el Girardot, con gol de Frank Renjifo. El ex jugador del Cúcuta Deportivo, Sergio “el Bocha” Santín, fue nuestro entrenador. Pero esa tarde el Cúcuta Deportivo no recibió trofeo ni dio vuelta olímpica, pues aún faltaba la sexta o última fecha, que jugaría en Rionegro contra el equipo homónimo.
Diciembre de 1997: Cúcuta Deportivo desciende por segunda vez a la “B”. Es que los errores se pagan y bien caros: habían botado al entrenador y a 16 de los jugadores que contribuyeron al título logrado en la “B” en julio de 1996, por lo cual volvimos a caer al descenso y duramos allí 8 años.
10 de diciembre del 2005: Cúcuta es por segunda vez campeón de la “B” al ganar 1 a 0 al Bajo Cauca en el General Santander, con gol de Mauricio “Mao” Molina. El entrenador fue Álvaro de Jesús Gómez.
20 de diciembre del 2006: la apoteosis. Cúcuta es campeón de la primera “A” del fútbol profesional colombiano por primera vez en sus 82 años de historia y a los 57 años de estar afiliado a la Dimayor. Este título le permite disputar la Copa Libertadores de América, en la cual enfrentará en primera ronda a Cerro Porteño (de Paraguay), a Gremio de Porto Alegre (de Brasil) y al que gane el repechaje entre el Deportivo Táchira (de Venezuela) y el Deportes Tolima (de Colombia). Jorge Luis Bernal, quien era el entrenador del Deportes Tolima, será nuestro entrenador, porque Jorge Luis Pinto ya es flamante entrenador de la selección mayor de Colombia.
De estos 18 sucesos históricos, tan importantes en la vida de nuestro equipo, hay dos que se complementan y que desde hoy deberán celebrarse el mismo día: el 20 de diciembre. Porque el 20 de diciembre de 1928 se creó la Bandera Negra y Roja, y el 20 de diciembre del 2006 (78 años después) el Doblemente Glorioso conquistó su primera estrella dorada en la categoría élite del fútbol profesional colombiano.
Y saliendo de lo colectivo para entrar en lo individual, hay un personaje doblemente triunfador en esta sucesión histórica del Cúcuta Deportivo: Germán “Burrito” González. Porque en 1964, cuando nuestro equipo fue subcampeón por primera vez en el fútbol profesional, el “Burrito” fue la gran revelación de ese torneo. Y ahora, 42 años después, cuando posee diploma de entrenador reconocido por la FIFA, reafirma su condición ganadora; ya no como jugador, sino como asistente técnico del profesor Jorge Luis Pinto durante todo el proceso del 2006, que culminó triunfalmente a las 10 de la noche del miércoles 20 de diciembre del 2006 en la ciudad de Ibagué con ese histórico empate.
Por tal logro deben merecer nuestro reconocimiento, por igual: jugadores, cuerpo técnico, junta directiva, el alcalde de Cúcuta y el gobernador de Norte de Santander.n
POST-SCRIPTUM. Desde hace 25 años, el locutor deportivo radial “Quique” Rivera introdujo una frase, novedosa en ese momento, en sus narraciones de fútbol: “Goool, Goool, Goool del Doblemente Glorioso Cúcuta Deportivo”.
Hoy, el Cúcuta Deportivo recibe ese apelativo de “Doblemente Glorioso” de muchos locutores deportivos de radio y televisión de toda Colombia. Y algunos preguntan: «¿Qué quiere decir el “Quique” con esa frase? ¿A qué se refiere?».
Pues lo cierto es que a partir del año 1928 los jugadores, los directivos y los fanáticos (hoy, “hinchas”) del Cúcuta Deportivo se sentían orgullosos por dos símbolos de su equipo, que no tenían antecedentes en otro club de este país: por su Bandera Negra y Roja y por su Himno, un vals que el maestro Elías Mauricio Soto le compuso a su club deportivo con el nombre de Cúcuta Sport Club. Una y otro, creados ese año de 1928: el Himno, en febrero; y la Bandera, en diciembre. Y por ser el único club deportivo que tenía Himno y Bandera, los cucuteños empezaron a llamarlo El Doblemente Glorioso.
En esos años no había radio ni televisión y, por lo tanto, aquel apelativo no trascendió más allá de nuestro terruño. Y después, poco a poco fue olvidado por las generaciones siguientes. Luego allí radica el gran mérito del “Quique” Rivera: rescató algo que durante más de 50 años estuvo dormido en el pasado, o escondido en el tiempo.
Hoy, 25 años después de ese rescate histórico, en cualquier lugar de Colombia cualquier colombiano sabe quién es El Doblemente Glorioso.
(Cúcuta, 1º de enero del 2007) n
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El primer artículo que don ALFREDO DÍAZ CALDERÓN escribió para Occidente Universitario fue «EL CÚCUTA DEPORTIVO», que se publicó en la edición Nº 9, del jueves 3 de octubre del 2002. Y con su «fe de carbonero» de hincha irreductible, don Alfredo escribió como último párrafo:
En estos últimos doce años nuestra divisa negra y roja ha caído a la categoría inferior. Pero, a pesar de este infortunio, nuestra afición sigue Viva y Firme, y estamos seguros de que el Cúcuta Deportivo jamás morirá.
(NOTA DEL DIRECTOR)
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Lecturas de Año Nuevo
GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es
Después de tan larga y extenuante jornada pachanguera y gastronómica de navidad y año nuevo, es bueno dedicarse un buen tiempo a los placeres espirituales, que nos permitan recargar baterías para esa vida agitada e intensa que llevamos los jubilados.
Buscando curiosidades en la Internet, me encontré una deliciosa página denominada “Crónicas y leyendas de México” que, como su nombre lo señala, se dedica a narrar historias populares antiguas, producto de las mentes fantasiosas de los habitantes de la época, especialmente durante la Colonia.
Como abrebocas de este 2007, quiero compartir con ustedes, estimados lectores de Occidente Universitario, un par de relatos amenos —para mi gusto— que, espero, sean de su agrado. Así mismo, anunciarles la continuación de la saga de Quadriga, dada la receptividad y los buenos comentarios. Feliz año para todos.
CÓMO AHORCARON A UN DIFUNTO
El domingo 7 de marzo de 1649, los vecinos de la Ciudad de México que transitaban por las calles del Reloj y delante de las Casas Arzobispales, situadas entonces en la que es hoy 1ª calle de la Moneda esquina sureste con la del Licenciado Verdad, como a las once horas de la mañana presenciaban admirados un espectáculo muy frecuente en aquella época, pero raro por sus circunstancias especiales del que vamos a recordar.
Caballero en una mula de albarda, con un indio en las ancas de la mula que lo sostenía para que no cayese, iba el cadáver de un portugués; y al son de trompeta y voz de pregonero, se hacía público el delito que había cometido en vida.
“Sepan los habitantes y estantes de esta Ciudad de México —gritaba el pregonero— cómo hoy a las siete horas de la mañana, mientras oían misa los presos de la Cárcel de Corte, este hombre, que había quedado en la enfermería a excusas de que estaba malo, y que se hallaba allí preso por haber asesinado a un alguacil del pueblo de Iztapalapan, en el ínterin que los dichos presos oían la dicha misa, se bajó a las secretas y se ahorcó sin que nadie lo viese ni lo sospechase”.
Aquí el pregonero tomó aliento, y con la misma voz que antes, continuó:
“Acabada la misa y buscándolo los carceleros, lo encontraron como se ha dicho; dióse cuenta a los alcaldes de Corte, y hecha averiguación de que ninguna persona lo había ayudado ni aconsejado a consumar en sí mismo tan temerario delito, se pidió licencia al Arzobispado para ejecutar en él la pena capital a que había sido condenado por el homicidio del alguacil de Iztapalapan, pues sin esa licencia no se le podía ejecutar, por ser hoy día del Santo Doctor Tomás de Aquino y domingo además; y vistos los autos, concedió el permiso la autoridad eclesiástica; y la Justicia ordena que hoy sea ahorcado el difunto en la Plaza Mayor de esta ciudad, para que sirva de escarmiento y de ejemplo”.
Poco a poco el número de los vecinos curiosos que seguían al cadáver creció mucho por la extrañeza del suceso, pues sabían ellos y habían visto a menudo que, cuando la Santa Inquisición relajaba a los reos, eran quemados en efigie si estaban ausentes, o sus huesos desenterrados si habían muerto; pero que la justicia del orden común lo hiciera en un difunto, no era cosa que se repitiese con frecuencia.
Después del paseo por las calles, la comitiva y el portugués —digo, su cuerpo inanimado— hizo alto en la Plaza Mayor, y al difunto lo ahorcaron frente al Real Palacio, en el sitio en que se elevaba la picota pública; ajustándose a las propias ceremonias con que se ahorcaba a los vivos, excepción hecha de no llevarle el Cristo Crucificado, llamado Señor de la Misericordia, que siempre acompañaba en las ejecuciones a los reos que no fueran suicidas o impenitentes como lo había sido el pobre portugués.
Dejaron colgado el cadáver muchas horas; y como desde en la mañana de aquel día se levantó un aire tempestuoso, y mucho polvo, que arrancaba los tejados, levantaba los mantos y las faldas de las mujeres, las capas de los hombres; que arrebataba sombreros, ropas tendidas en las azoteas; que cerraba y abría las puertas de ventanas, balcones y zaguanes; que hacía volar las sombras de petates de los puestos de la plaza; que silbaba a veces iracundo y a veces quejumbroso; que, en fin, era tan fuerte que había instantes en que se tocaban solas y lúgubremente las campanas de las torres de los templos y de los monasterios; todos los vecinos espantados atribuyeron el huracán que soplaba y el polvo que se remolinaba en las calles y plazuelas, al crimen perpetrado por el portugués en el alguacil de Iztapalapan y en su propia persona.
Y como era domingo, los muchachos de la ciudad se alteraron en sus juegos; y oyendo las consejas que se contaban en sus casas, dieron y tomaron en que era el mismo demonio el portugués suicida; y con tan demoníaca idea, fuéronse gritando y pregonándola por las calles hasta llegar a la Plaza Mayor; y aquí le hacían cruces al cadáver del ahorcado, diciendo que era el diablo y que por él rugía el viento y rabiaba el polvo en furiosos remolinos.
No contentos los muchachos con ponerle cruces con los dedos y apellidarle como queda dicho, le estuvieron apedreando por gran rato, hasta que bajaron los ministros de la Justicia el cuerpo de aquel desgraciado portugués —tan bárbaramente escarnecido— y lo condujeron a la albarrada de San Lázaro, donde lo arrojaron en las aguas pestilentes de los lagos.
El cronista don Gregorio Martín de Guijo, quien es el autor del relato que hemos hecho, lo cierra con estas cristianas palabras:
“Dios nos dé muerte con que lo conozcamos”.
LA CALLE DE LA MUJER HERRADA
Por los años de 1670 a 1680, vivía en esta Ciudad de México y en la casa número 3 de la calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo, ahora número 100, calle atravesada entonces de Oriente a Poniente por una acequia, vivía, digo, un clérigo eclesiástico; mas no honesta y honradamente como dios manda, sino en incontinencia con una mala mujer y como si fuera legítima esposa.
No muy lejos de allí pero tampoco no muy cerca, en la calle de las Rejas de Balbanera, bajos de la ex Universidad, había una casa que hoy está reedificada, la cual antiguamente se llamó Casa del Pujavante, porque tenía sobre la puerta “esculpido en la cantería un pujavante y tenazas cruzadas”, que decían ser “memoria” del siguiente sobrenatural caso histórico que el incrédulo lector quizá tendrá sin duda por conseja popular.
En esta casa habitaba y tenía su banco un antiguo herrador, grande amigo del clérigo amancebado, ítem más, compadre suyo, quien estaba al tanto de aquella mala vida, y como frecuentaba la casa y tenía con él mucha confianza, repetidas ocasiones exhortó a su compadre y le dio consejos sanos para que abandonase la senda torcida a que le había conducido su ceguedad.
Vanos fueron los consejos, estériles las exhortaciones del “buen herrador” para con su “errado compadre” que cuando el demonio tórnase en travieso Amor, la amistad es impotente para vencer tan satánico enemigo.
Cierta noche en que el buen herrador estaba ya dormido, oyó llamar a la puerta del taller con grandes y descomunales golpes, que le hicieron despertar y levantarse más que de prisa.
Salió a ver quién era, perezoso por lo avanzado de la hora; pero a la vez alarmado por temor de que fuesen ladrones, y se halló con que los que llamaban eran dos negros que conducían una mula y un recado de su compadre el clérigo, suplicándole le herrase inmediatamente la bestia, pues muy temprano tenía que ir al Santuario de la Virgen de Guadalupe.
Reconoció en efecto la cabalgadura que solía usar su compadre y, aunque de mal talante por la incomodidad de la hora, aprestó los chismes del oficio, y clavó cuatro sendas herraduras en las cuatro patas del animal.
Concluida la tarea, los negros se llevaron la mula, pero dándole tan crueles y repetidos golpes, que el cristiano herrador les reprendió agriamente su poco caritativo proceder.
Muy de mañana, al día siguiente, se presentó el herrador en casa de su compadre para informarse del por qué iría tan temprano a Guadalupe, como le habían informado los negros, y halló al clérigo aún recogido en la cama al lado de su manceba.
—Lucidos estamos, señor compadre —le dijo—; despertarme tan de noche para herrar una mula, y todavía tiene vuestra merced tirantes las piernas debajo de las sábanas, ¿qué sucede con el viaje?
—Ni he mandado herrar mi mula, ni pienso hacer viaje alguno —replicó el aludido.
Claras y prontas explicaciones mediaron entre los dos amigos, y al fin de cuentas convinieron en que algún travieso había querido correr aquel chasco al bueno del herrador y, para celebrar toda la chanza, el clérigo comenzó a despertar a la mujer con quien vivía.
Una y dos veces la llamó por su nombre, y la mujer no respondió; una y dos veces movió su cuerpo, y estaba rígido. No se notaba en ella respiración, había muerto.
Los dos compadres se contemplaron mudos de espanto; pero su asombro fue inmenso cuando vieron, horrorizados, que en cada una de las manos y en cada uno de los pies de aquella desgraciada, se hallaban las mismas herraduras con los mismos clavos, que había puesto a la mula el buen herrador.
Ambos se convencieron, repuestos de su asombro, que todo aquello era efecto de la Divina Justicia, y que los negros habían sido los demonios salidos del infierno.
Inmediatamente avisaron al cura de la Parroquia de Santa Catarina, doctor don Francisco Antonio Ortiz, y al volver con él a la casa, hallaron en ella al reverendo padre don José Vidal y a un religioso carmelita, que también habían sido llamados, y mirando con atención a la difunta vieron que tenía un freno en la boca y las señales de los golpes que le dieron los demonios cuando la llevaron a herrar con aspecto de mula.
Ante caso tan estupendo y por acuerdo de los tres respetables testigos, se resolvió hacer un hoyo en la misma casa para enterrar a la mujer y, una vez ejecutada la inhumación, guardar el más profundo secreto entre los presentes.
Cuentan las crónicas que ese mismo día, temblando de miedo y pretextando cambiar de vida, salió de la casa número 3 de la calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo, el clérigo protagonista de esta verídica historia, sin que nadie después volviera a tener noticia de su paradero. Que el cura de Santa Catarina, “andaba movido a entrar en religión y, con este caso, acabó de resolverse y entró a la Compañía de Jesús, donde vivió hasta la edad de 84 años, y fue muy estimado por sus virtudes, y refería este caso con asombro”. Que el padre don José Vidal murió en 1702, en el Colegio de San Pedro y San Pablo de México, a la edad de 72 años, después de asombrar con su ejemplar vida, y de haber introducido el culto de la Virgen, bajo la advocación de los Dolores, en todo el reino de la Nueva España.
Sólo callan las viejas crónicas el fin del reverendo padre carmelita, testigo ocular del suceso, y del bueno del herrador, que dios tenga en su santa Gloria.
(Cúcuta, enero de 2007)
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El síndrome del realismo mágico
CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
NOTA DEL AUTOR
Este artículo lo envié al semanario El Espectador como carta al Director, aspirando a que fuera publicado en la sección “Cartas de los lectores” a modo de derecho de réplica, al cual supuestamente tenemos acceso todos los colombianos. Pero por alguna razón, que ellos estarán en su derecho de argüir, no fue publicado. Por considerar el tema de interés, resolví publicarlo en este también importante medio de difusión, Occidente Universitario, que ya llegó a su primer lustro de vida.
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En la edición del 3 al 9 de diciembre de 2006 del semanario El Espectador, el periodista y novelista argentino Tomás Eloy Martínez, quien enseña en la Universidad de Rutgers (USA), reseñó en su columna de opinión y bajo el título “Los desvelos de dos biógrafos”, que:
Tanto Jorge Luis Borges como Gabriel García Márquez inscribieron en la trama de sus autobiografías, la historia de sus países (…)
También las memorias de García Márquez, que se publicaron en 2002 con el título Vivir para contarla, registran un linaje nacional que se pierde en las revoluciones tempranas del caribe (…) García Márquez y sus antepasados son el ávido viento seco que recoge todo lo que encuentra a su paso: desde las guerras civiles de las que participa su abuelo materno hasta el fusilamiento de 3.000 manifestantes durante la huelga que acaba con la compañía bananera, en 1928.
Y en la edición del 10 al 16 de los mismos mes y año del mencionado semanario, el abogado Cristóbal Cuéllar Quevedo, de Neiva, le replica al columnista diciendo que: Afirma que nuestro Nobel se ocupa en las crónicas, refiriendo cuanto ocurría desde las guerras civiles en que participó su abuelo hasta el fusilamiento (…)
Más adelante agrega: Esta afirmación del escritor argentino (…) riñe con la verdad histórica (…) Hace internacionalmente mucho daño a Colombia un comunicador que exagera extremadamente nuestras equivocaciones atropellando la verdad (…)
Pues bien, creo que los dos sufren del “síndrome del realismo mágico”, confundiendo la realidad virtual con la realidad histórica. Ah, y de paso, confundiéndose entre los tantos textos que nuestro Nobel ha escrito y publicado, pues no fue en su autobiografía Vivir para contarla, ni en las crónicas que escribió como reportero de El Espectador, donde relata el episodio de los 3.000 muertos en lo que se conoce históricamente como la “Masacre en las bananeras”, sino en su magistral obra Cien años de soledad.
He aquí algunos apartes del desolador episodio narrado por Gabo en Cien años de soledad (narrado “con horror”, dice él en Vivir para contarla):
Hacia las doce, esperando un tren que no llegaba, más de tres mil personas, entre trabajadores, mujeres y niños, habían desbordado el espacio descubierto al frente de la estación (…)
José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente y por primera vez en su vida levantó la voz:
—¡Cabrones! —gritó—. Les regalamos el minuto que falta. (De los 5 de ultimátum que les dio el Ejército para que se entregaran.) El capitán dio la orden de fuego y catorce ametralladoras le respondieron en el acto (…)
Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre muertos. Cuando llegó al primer vagón dio un salto en la oscuridad y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren acabó de pasar. Era el más largo que había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga, y una locomotora en cada extremo y una tercera en el centro (…)
Atraído por el olor del café, entró en una cocina (…)
—Buenas —dijo, exhausto.
No habló mientras no terminó su café.
—Debían ser como tres mil —murmuró.
—¿Qué?
—Los muertos —aclaró él—. Debían ser todos los de la estación.
La mujer lo midió con una mirada de lástima. «Aquí no ha habido muertos», dijo.
Y al final del capitulo repite:
—Eran más de tres mil —fue todo cuanto dijo José Arcadio Segundo—. Ahora estoy seguro de que eran todos los de la estación.
De modo que esta realidad virtual no puede ser tomada como realidad histórica, y la verdad virtual en nada riñe con la verdad histórica, pues las dos no existen. Pero dejemos que sea el mismo Gabo quien nos aclare aquello de las “historias de los países” y “las verdades históricas”. En el segundo párrafo del capitulo 2 de Vivir para contarla, escribe:
Más tarde hablé con los sobrevivientes y testigos y escarbé en colecciones de prensa y documentos oficiales, y me di cuenta de que la verdad no estaba en ningún lado. Los conformistas decían, en efecto, que no hubo muertos. Los del extremo contrario afirmaban sin un temblor en la voz que fueron más de cien, que los habían visto desangrándose en la plaza y que se los llevaron en un tren de carga para echarlos al mar como el banano de rechazo. Así que mi verdad quedó extraviada para siempre en algún punto improbable de los extremos. Sin embargo, fue tan persistente que en una de mis novelas referí la matanza con la precisión y el horror con que la había incubado durante años en mi imaginación. Fue así como la cifra de muertos la mantuve en tres mil, para conservar las proporciones épicas del drama, y la vida real terminó por hacerme justicia: hace poco, en uno de los aniversarios de la tragedia, el orador de turno en el Senado pidió un minuto de silencio en memoria de los tres mil muertos anónimos sacrificados por la fuerza pública.
Ahora voy referir una anécdota que, cierta o no, he oído varias veces. La de que en una entrevista que le hicieron al general Manuel José Bonet Locarno recién nombrado por el presidente Ernesto Samper (1994-1998) como comandante general de las Fuerzas Militares, la periodista le dijo que, siendo él de Ciénaga y Gabo de Aracataca, y siendo aquélla y está dos poblaciones relativamente próximas, debía conocer a Gabo. El general respondió que así era y que además eran amigos. La periodista le preguntó si alguna vez habían hablado sobre aquello de los tres mil muertos en las bananeras. El general le respondió que sí y que incluso le había dicho:
—Ala, Gabo: sí fue cierto que en las bananeras hubo muertos, pero no fueron tres mil. Serían cincuenta o cien.
Y que Gabo le respondió:
—¿Y qué más podía hacer, Manuel José, si me inventé un tren con casi doscientos vagones de carga para echarlos?
Con el tiempo, estas “verdades históricas” sufren cambios y así, de los tres mil muertos de García Márquez en Cien años de Soledad, los mismos sobrevivientes y testigos los reducen a más de cien, el general Bonet los estima entre cincuenta y cien, y ahora el abogado de Neiva los rebajó a sólo 17. Al paso que vamos, con los demás muertos de este Macondo, según los recuerdos de los eminentes juristas de que habla el abogado Cuéllar Quevedo, con el conformismo del pueblo macondiano, con el terror de los testigos y sobrevivientes, y con el perdón y olvido oficial, estas verdades históricas pasarán a ser “verdades oficiales” y pronto en este país va a resultar cierto y verdad oficial lo que le contestó la mujer a José Arcadio Segundo: Aquí no ha habido muertos. Desde los tiempos de (…), no ha pasado nada en Macondo. n
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Primus inter pares
o el Comandante Uno
RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
Las notas mitológicas que he escrito, adaptando palabras, giros y expresiones al habla cucuteña, tienen como fuente principal el libro Mytology, de Edith Hamilton; y secundaria, el libro Cursillo de Mitología, de Roberto Cadavid (Argos).
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Los dioses mayores, o más importantes, fueron doce. El Comandante Uno era Zeus, según la “cédula” griega; o Júpiter, según la “cédula” romana. Era el que mandaba en el cielo.
Como él creaba y amontonaba las nubes, cuando se emputaba mandaba a la Tierra rayos y tempestades, que duraban hasta que le pasaba la bejuquera. Y se le pasaba jalándole al ñongo-ñongo con alguna chama; o hasta con una mujer casada, porque a todas se lo pedía ese putifarro.
Era un machista del carajo, y creo que por él fue que las mujeres les inventaron a los hombres esa inexplicable, injusta y mala fama de infieles y libertinos. Se la jugaba a Hera, que era su mujer ¡y hermana!, a la que en Roma llamaban Juno, y que era una vieja celosa e intransigente. Como les dije, Júpiter le echaba el cuento a cuanta mujer topara.
El taita de Júpiter era Cronos, para los griegos; o Saturno, para los romanos. Cronos era el dios del Tiempo y estaba casado con Cibeles, que era su hermanita.
(¿Qué tal, ah? Parece que en esa época no había impedimentos para que dos hermanos se casaran. Es que hombres y mujeres le echaban mano a lo que tuvieran cerca. ¿Y se acuerdan de la Plaza de Cibeles, en Madrid, España? Pues esa Cibeles es esta hermana y mujer de Cronos.)
Un día le llegaron a Cronos con el chisme de que un hijo suyo lo destronaría. En ese momento tenía varios chinos y chinas, como cualquier pobre de estrato uno. Al oír el chisme le entró mucha terronera, y se comió los cinco hijos que tenía. Cibeles, que estaba preñada del sexto, fue a hacerle una consulta al “brujo” del oráculo, que se las sabía todas. (El “Indio Amazónico” se le quedaba en pañales.)
El chacho del oráculo le dijo: “Mira, Cibeles: para que te enorgullezcas, ese pelado que va a nacer será muy importante, porque destronará a tu hermano y mal-marido. Cuando nazca el crío, envuelva una roca en un pañal, de modo que parezca un bebé envuelto, y se lo entrega a tu marido diciéndole que es su nuevo hijo, para que se lo engulla por el ansia de continuar sin competidor”.
Cibeles salió corriendo p’al monte, como las cabras, para que allá naciera Jupitercito; o Zeitus, pues así le decían cuando estaba chamo. Una vez nació, lo lavaron y lo empolvaron y se lo dieron a una ninfa llamada Adrastea, quien lo escondió en una cueva de la isla de Creta donde lo amamantó una cabra llamada Amaltea. Y como Zeitus se lo pasaba pegado a la teta todo el día, ese ejercicio lo robusteció pero lo envició porque, cuando creció, no le perdonaba su mamada de teta, entre otros goces, a cuanta mujer se le atravesara.
Jupitercito, cuando estuvo más grandecito, se puso a jugar con la cabra Amaltea y le hizo quebrar un cacho contra un barranco. Ese cacho que se le cayó se volvió mágico y lo llamó el “Cuerno de la Abundancia”, pues todo lo que le pidiera se lo concedía. Es el mismo que tiene el escudo de Colombia, tan lleno de frutas, que hasta se derraman.
Como les dije, el Júpiter o Zeus era medio puto; o puto y medio, como ustedes quieran. Así que les voy a contar algunas de las tantas perradas que hizo con algunas diosas.
Cuando el putifarro del Júpiter se sintió en edad de “merecer” mujeres, le echó el ojo a Metis, la diosa de la Prudencia. Como estaba encacorrado de ella, la cogió de moza y le rogó a Cronos, sin decirle que él era un hijo suyo, que la nombrara copera del Olimpo pa’ tenerla cerca.
Un día Júpiter, pasado de tragos, obligó a su moza Metis a echarle al vino de Cronos los polvos de la madre Celestina, para que vomitara los chinos que se había comido. Lo primero que vomitó Cronos fue la piedra que se comió creyendo que era el “cuba”. (Tal vez de ahí viene el dicho de “Botar la piedra”.) Vomitó tanto, que devolvió todos los hijos que se había comido y que estaban todavía vivitos y grandecitos.
Eran dos hombres y tres mujeres. Enunciando fuera de paréntesis sus nombres en la mitología griega, y entre paréntesis sus nombres en la mitología romana, los hijos eran Hades (Plutón) y Poseidón (Neptuno); y las hijas, Hestia (Vesta), Remeter (Seres) y Hera (Juno).
Unos años después, Júpiter les dijo a sus dos hermanos que había que darle un golpe de Estado al taita Cronos, porque estaba muy viejo y era muy malo. “Pero voy a buscar más ayuda —agregó— porque el viejo toche está aliado con los Titanes y los Gigantes, que son muy arrechos y muy jodidos”.
Júpiter liberó a los Cíclopes, que su papá tenía encerrados. Tenían un solo ojo en la mitad de la frente y eran arrechísimos para pelear (y lógicamente, muy malos para cazar gazapos). También soltó a los Hecatonquiros, que tenían 100 brazos cada uno (lo que los hacía aptos pa’ raponeros).
Los Cíclopes, fuera de ser arrechos pa’ pelear, eran armeros y por eso le dieron: a Poseidón, un tridente; a él (Zeus), el rayo; y a Hades, un casco mágico.
Júpiter, acompañado de toda esa patota —sus hermanos, los Cíclopes y los Hecatonquiros—, le declaró a Cronos (su papá) la guerra, que duró 10 años. Al final, lo vencieron y se repartieron la marrana: Júpiter se reservó el cielo (el Olimpo) y la Tierra; a Neptuno le dio el mar; y a Plutón, el sótano de la Tierra, en donde están los muertos.
Un día que Júpiter estaba inspeccionando sus dominios, encontró sola y de sopetón a su hermana Hera, que estaba hecha un bombón y “digna de merecer”, como decían antes, y ya le empezaban las cosquillitas donde sabemos, como a cualquier sardina. Júpiter empezó a echarle lengua y a manosearla por aquí, por allá y por acullá. Y fue tanta la arrechera de su hermana y futura esposa, que lo insultó: “Respete, h.p. degenerado. ¿Usted qué me está creyendo?”. Pero Júpiter la siguió atacando, aunque infructuosamente.
Un día la vio en la ventana de su aposento, toda pizpireta y envuelta en un pañolón, pues hacia frío. De un momento a otro llegó a la ventana un lindo pajarito a cantarle a Hera. La historia dice que era un cuclillo, pero como que era un copetón. El pajarillo llegó con las paticas tiesas y muerto de frío. A Hera le dio pesar, como a todas las mujeres y, para abrigarlo, se lo metió entre sus senos, que lógicamente eran más duros, lindos y provocativos que el seno de Abraham.
Hera empezó a sobarle con amor la cabeza al pájaro (al cuclillo, no lo que está pensando), y a tocarle la pechuguita y el rabito. Y cuando se dio cuenta ya no era virgen, porque el putifarro de su hermano Júpiter se había convertido en ese pajarito para joderla, y bien jodida que la dejó.
Y lógico que si Júpiter se había convertido en un cuclillo, si Hera estaba acuclillada y con él entre las tetas, sería necio preguntar: “¿Qué será lo que quiere el negro?”. n
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¿Crisis peligrosa u oportunidad?
ALDO CIVICO (*). Transcrito de El Espectador,
semana del 24 al 30 de diciembre del 2006, p. 18-A.
Colombia está actualmente encarando su crisis política más severa en décadas. El país está presenciando el esclarecimiento de lo que por muchos años ha sido un “secreto público”: la relación íntima entre varios políticos prominentes y los paramilitares aliados con el narcotráfico. Este secreto ha permanecido por muchos años en el núcleo del poder en Colombia y ha producido un sistema de corrupción que ha venido moldeando el panorama político del país. El reciente revés en las negociaciones entre el Gobierno y los líderes paramilitares, que han sido transferidos en contra de su voluntad a una prisión de alta seguridad por órdenes del presidente Uribe, se agrega a la incertidumbre del momento. Sin embargo, el verdadero peligro no es el hecho de que se haya posado una luz sobre esta oscura y siniestra relación, sino la tentación de enterrar el secreto y así perpetuar el estancamiento de la democracia. El actual momento de crisis a la vez presenta varias oportunidades. Los ciudadanos colombianos, incluyendo aquellos que viven en el extranjero, pueden jugar ahora un papel crucial. Los ciudadanos deben respaldar y apoyar a los jueces honestos que están destapando el escándalo y demostrarles su solidaridad, y al mismo tiempo presionar al presidente Uribe para que no trate de encubrir el escándalo alegando un supuesto interés nacional de mantener el orden y las instituciones democráticas. El momento actual no requiere un estado de emergencia, sino un mayor compromiso y participación cívica.
Al leer las historias y los reportes provenientes de Colombia, recordaba los años que pasé en Sicilia, Italia, trabajando como asesor para el alcalde de Palermo, Leoluca Orlando, un destacado líder famoso por su trabajo en contra de la Mafia y el crimen organizado. Esa etapa de mi vida fue a la vez dolorosa y emocionante. Fue conmovedora debido al martirio de jueces como Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, y fue excitante por el despertar de la sociedad civil en Palermo. En este tiempo tan incierto para Colombia, el ejemplo de la lucha de Palermo en los años 80 en contra de la oscura realidad de la Mafia debería servir como una inspiración para los colombianos.
La democracia italiana por muchas décadas ha sido mortificada por la relación de la Mafia y la política. Giovanni Falcone, el conocido campeón de la lucha en contra de la Mafia que fue asesinado por la Cosa Nostra en 1992, definía la relación entre la Mafia y los políticos como “el tercer nivel” de la Mafia, el nivel más peligroso y el que marcaba la esencia verdadera de la Mafia. La Cosa Nostra, en efecto, ha sido una organización que opera al mismo tiempo afuera y adentro del Estado. El resultado fue un gran sistema de corrupción y dominancia que aseguraba la impunidad. Por ejemplo, un pequeño comerciante de Corleone llamado Vito Ciancimino llegó a ser un poderoso alcalde de Palermo en 1958, con el respaldo de la Cosa Nostra. Junto con el senador Salvatore Lima —un aliado cercano del siete veces primer ministro italiano Giulio Andreotti—, Ciancimino le dio un gran impulso a la colusión de la Mafia con la política al favorecer en esos días a empresas constructoras controladas por ella. Esta alianza permitió que la Cosa Nostra ganara terreno e influenciara determinantemente los resultados de elecciones de funcionarios locales y nacionales. Adicionalmente, garantizaba los enormes intereses económicos y políticos de la Mafia en Sicilia y más allá.
El levantamiento del velo sobre este “secreto público” a cargo de varios jueces valientes, dedicados y honestos fue un factor fundamental en el rejuvenecimiento de la política siciliana durante los años 90. Al mismo tiempo, fueron también significativas y cruciales las iniciativas de los miles de ciudadanos de Palermo que tuvieron el coraje para rechazar la ley del silencio impuesta por la Mafia, para demostrar abiertamente su solidaridad con los jueces y denunciando públicamente la alianza entre la Mafia y los políticos. Los sicilianos formaron cadenas humanas rodeando el Palacio de Justicia, utilizaron sábanas para escribir mensajes en contra de la Mafia y realizaron conferencias en escuelas e iglesias. A través de estos esfuerzos valientes, los sicilianos retomaron ellos mismos la esfera pública que había sido ocupada exclusivamente por la Mafia, y exigieron vigorosamente la justicia y la verdad. Estos fueron los años conocidos como la “Primavera de Palermo”. Desde Vito Ciancimino hasta Leoluca Orlando, la ciudad había logrado un gran cambio.
Al igual que en Italia, en Colombia el pacto entre los paramilitares y algunos políticos no era un secreto. Desde hace bastante tiempo, varios informes de las Naciones Unidas y de algunos de los grupos de derechos humanos, de los que el presidente Uribe se ha mofado, ya habían insinuado la existencia de esta alianza. La relación entre los paramilitares y algunos políticos no era entonces un secreto, sino un “secreto público”, que se define como algo que todo el mundo conoce pero que nadie puede mencionar. Ahora solamente una comunidad vibrante de ciudadanos verdaderamente interesados en el bien común de Colombia podrán transformar esta crisis en una oportunidad para una democracia más madura y más profunda.n
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(*) Investigador asociado del Centro para la Resolución Internacional de Conflictos de la Universidad de Columbia y asesor mayor del Proyecto de Justicia en Tiempos de Transición. Ha estado conduciendo trabajo de campo sobre el paramilitarismo en Colombia desde 2001. Correo electrónico:
ac1115@columbia.eduexto
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Mi amiga
El Tiempo, domingo 7 de enero de 2007, p. 3-10.
(Transcrito, editado y retocado por Carlos Africano.)
Hasta ahora pensaba que la peor frase que me puede decir una mujer es: “Tenemos que hablar”… Pero no, la peor frase que me puede decir es: “Yo también te quiero… pero sólo como amigo”.
Me pregunto: ¿qué he hecho mal?, ¿cuándo nos hicimos amigos?
Yo creo que la amistad entre un hombre y una mujer no existe. Lo que ocurre es que cuando ella te dice que te quiere como amigo, para ella significas eso y punto. Pero para ti, no. Para ti significa que si una noche están en la playa, ella se emborracha, hay luna llena, se han alineado los planetas y un meteorito amenaza la Tierra, ¡a lo mejor consigues acostarte con ella! Nunca pierdes la esperanza.
El colmo es que las mujeres consideran que tienen una relación “superespecial” con un tipo cuando pueden dormir con él en la misma cama sin que pase nada. ¿Lo “superespecial” no sería que sí pasara algo?
Un día, después de una fiesta, te quedas ayudándola a recoger trastos, como haces siempre, y cuando acabas, ella te dice: “Es muy tarde, ¿por qué no te quedas a dormir?”.
A ti te tiemblan las piernas: “¡Esta es mi noche, se han alineado los planetas!”, te dices. Ella (como son amigos), se queda en camiseta y en bragas (en jerga rola, “cucos”; y según el DRAE, “pantaletas”), y tú, visto lo visto, piensas: “Me voy a tener que quedar en pantaloncillos, porque con la alineación de planetas que llevo encima…”.
Así es que te metes en la cama de un brinco y doblas las rodillas para disimular. Ella se mete, pega sus nalgas contra tu cuerpo y te dice: “Hasta mañana”. Te quedas sin saber qué hacer. Confías en que en cualquier momento, fingiendo dormir, ella se dé la vuelta y, con una soñolienta sonrisa, te pregunte:
—¿Estás dormido?
—No, soñaba —le responderías.
—Entonces, sí estabas dormido.
—No, soñaba despierto —le dirías.
—Cuéntame, anda cuéntame —te rogaría.
—Soñaba que era una linda noche y estaba en una linda fiesta con una linda chica. La fiesta terminó y yo le ayudé a recoger los trastos. De pronto me dijo: “Es muy tarde, ¿por qué no te quedas?”. Soñé que estaba acostado en la misma cama con esa linda chica y que me abrazaba y me decía: “Bésame. Anda, bésame; dame muchos besos”.
Pero no, ella se mete, pega sus nalgas contra tu cuerpo y te dice: “Hasta mañana”. ¡Y se duerme! No lo puedes creer. ¡Se ha quedado dormida a tu lado! ¡Pero si estás acostado con la mujer de tu vida! Al principio no te atreves a moverte, para no tocar nada. Sabes que si en ese momento hicieran un concurso, nadie podría ganarte: eres el hombre más excitado del mundo. ¡Y qué larga se te hace la noche!
Se te vienen a la cabeza un montón de preguntas: “¿Tocar una ‘pocheca’ (eufemismo rolo, que significa ‘teta’) será de mal amigo? ¿Y si es la ‘pocheca’ la que me toca a mí? ¿Seré realmente tan desgraciado?”.
No puedes creer que estés en la misma cama con la mujer de tu vida y no vaya a pasar nada.
Pero sí ocurre. A las mujeres nunca les perece que hayas sufrido bastante.
Y ahí no termina tu humillación. A las siete de la mañana suena el timbre de la puerta.
—¡Ay, es Óscar! —exclama ella—. Me voy. Estoy de afán.
Y te da la espalda para irse. De pronto se voltea y te dice:
—Se me olvidó decirte que Óscar trae su perro. Porque, como tú eres mi amigo, le dije que lo dejara contigo.
Y ahí te quedas con el perro, que ese sí es el mejor amigo del hombre. n
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Desafío a la Ley de Newton
RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
Esta es una historia atribuida a los bogotanos, cuando por primera vez observaron un objeto volador. Por esos años, ya terminando el siglo XIX, sólo los hoy llamados “bien informados” tenían noticias de que por allá en la lejana Europa se venían realizando experimentos desde hacía tiempo, encaminados a convertir en una realidad observable, tangible y segura el mítico y malogrado experimento de Ícaro.
Pero Bogotá, una ciudad aislada del mundo en esos años, no tenía noticia de que objeto alguno hubiera desafiado con éxito la ley de la gravedad, con la única excepción de los cohetes o voladores, que lo hacían de manera efímera en las fiestas laicas y religiosas. Pero llegó el día en que mi rolamenta fue testigo de tal milagro, cuando apareció un argentino que dijo llamarse José Antonio Flórez, provisto de un enorme menaje compuesto por múltiples cajones, maletas y baúles de madera. Lo más parecido a lo que hoy llaman “contenedores”.
Se alojó en una pensión y con volantes impresos informó al ignorante pueblo rolo de esa época que, si se reunían $1.000 oro (mucho dinero para la época), al que aportara le permitiría observar cómo él se elevaba en un globo aerostático impulsado no más por aire. Y prometió que, como lo establecía la ley, si no se reunían los $1.000 oro en un número de días determinado, devolvería lo recaudado. Como los mil pesos oro se reunieron, fijó como sitio del experimento el gran patio del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
El día señalado, Bogotá se paralizó. El patio estaba abarrotado y, quienes no pudieron contribuir, decidieron ver el experimento desde la calle, plazas, balcones y techos de las casas vecinas. Ese día el gobierno local dio día libre y los únicos que no pudieron presenciar tan magno acontecimiento fueron los enfermos, los muy ancianos y los muy niños.
El aeronauta llegó puntual, acompañado de los artesanos y técnicos necesarios para el éxito de su odisea. Dio la orden de calentar el aire por medio de unos hachones, tras lo cual, inflado el globo, haría un recorrido por la sabana de Bogotá. En la parte baja del globo había como un canasto, que era el sitio para el piloto, cuya misión sería manejar y vigilar los hachones encargados de mantener caliente el aire para vencer la ley de la gravedad. El aparato empezó a elevarse suave y lentamente, mientras el señor Flórez saludaba emocionado con un pañuelo blanco a esos “incultos rolos”.
Los espectadores presenciaban emocionados el “milagro”, sin saber si era de Dios o el diablo. Pero, de un momento a otro, el globo mostró inequívocos signos de que empezaba a descender de manera rápida. Algunos sacerdotes que desde lejos presenciaban el experimento, sólo acataron a echarle la absolución, temiendo que el desventurado piloto se despanzurraría al caer al suelo “por atentar contra las leyes de la naturaleza, impuestas por el arquitecto del universo”.
Pero el piloto Flórez, muy habilidoso, botó del canasto un jurgo de vainas para desacelerarle al globo la caída vertiginosa. Ya en caída lenta, el globo rozó las torres de la catedral y, a último momento, el argentino saltó hacia el patio interior del Hospital San Ignacio, mientras el globo caía a la calle incendiándose inmediatamente. Ileso, dentro del hospital el señor Flórez demostró una impavidez impresionante ante los enfermos, a quienes se les aflojaron los esfínteres al ver cómo un hombre descendió del cielo inexplicablemente; entre ellos un cura loco, que estaba muy impresionado por el “milagro”.
Después de este insuceso, el piloto Flórez se fue para Guatemala en donde, según una infausta noticia, cuando quiso elevarse en otro globo, éste se desplomó desde una altura de 500 metros y se despanzurró e incineró. Así terminó la historia de este Ícaro de finales del siglo XIX.
Pero dicen que años después llegó a Bogotá un nuevo Ícaro, tal vez motivado por la historia del señor Flórez. Este segundo piloto intrépido, que era venezolano, dijo que repetiría la hazaña también por 1.000 pesos oro. Pero la diferencia fue que, cuando el globo estaba inflado y sólo faltaba que el piloto se le subiera, éste pidió permiso a la concurrencia dizque para echarse una meada… y tomó las de Villadiego con los mil pesos oro, dejando a los espectadores mamando y burlados impunemente, pues lo buscaron por todas partes sin encontrarlo.
Muchos días después, los burlados y escamoteados rolos tuvieron noticias fragmentarias de que este hábil ladrón había huido a Honda, que por esa época quedaba en la puta mierda. Que de ahí, en barco, bajó por el río Magdalena hasta Barranquilla, en donde posiblemente esquilmó a algunos costeños desprevenidos. Pero los cachacos cogieron experiencia y quedaron curados de estos famosos aeronautas.n
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FUENTE: El libro Sucedió en la calle, de Alfredo Iriarte. Intermedio, 2005.
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