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OCCIDENTE UNIVERSITARIO
N° 72(Ver todos los números)

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Publicación informal, editada en la UNIVERSIDAD FRANCISCO DE PAULA SANTANDER
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Director-Editor: JAIRO CELY NIÑO l 8 pp l VIERNES 15 DE DICIEMBRE DEL 2006


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A MODO DE «EDITORIAL (O ALGO ASÍ)».
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Cuarenta y dos años después de
la dicha que nos fuera esquiva


Este año, que ya se está acabando, «el suscrito» Director cumplió 25 años de servicio a la mejor Universidad del mundo y de su entorno.
Y excepto por algunos colegas sub-70 que no se han querido pensionar, «el suscrito» post-50 es uno de los pocos veteranos que queda en el profesorado de carrera, a tal punto de que está a un año más dos meses menos dos días de poderse jubilar.
De modo que hace 42 años seguramente nadie del profesorado joven de carrera había nacido y, si alguno había nacido, todavía no lo habían «destetado», mientras «el suscrito» Director era un «mocoso» de apenas once años; o un «chino jodón», como a los menores de edad les decían los adultos. Y hace 42 años, en 1964, el doblemente glorioso Cúcuta Deportivo fue subcampeón.
Es más: aunque no para los adultos de ese entonces, para los «chamos» el doblemente glorioso sí fue campeón durante algunos minutos de su último partido. Pues la penúltima fecha terminó con el Cúcuta Deportivo a un punto del arrollador y arrogante Millonarios, con la desventaja de que en la última fecha el Millonarios jugaría de local, mientras el Cúcuta debía visitar al Once Caldas.
Y hubo un momento en que el doblemente glorioso ganaba 3 a 1 en Manizales, mientras Millonarios empataba en Bogotá. Con esos marcadores los dos estaban en puntos empatados y, mientras los «chamos» nos hicimos a la idea de que la diferencia de goles convertiría al glorioso en campeón, los adultos sostenían que habría un partido extra para definir el campeón. Lamentablemente el Once Caldas empató, al tiempo que Millonarios concluyó empatado a cero goles, con lo cual se convirtió una vez más en campeón.
Un poco más de tres décadas después, el doblemente glorioso caería en el ostracismo de la segunda división y durante casi una década quedaría allí enterrado. Pero el año pasado se ganó el derecho a regresar a la primera división y, al concluir antier la fase semifinal del torneo Mustang II, el doblemente glorioso se ganó el derecho a disputarle al Deportes Tolima, otro equipo provinciano, la estrella del segundo torneo de este año.
Y aunque en un partido se pierde o se gana o se empata, para el doblemente glorioso Cúcuta Deportivo, en esta su «segunda oportunidad sobre la Tierra», perder no es una opción si quiere llenar el «vacío emocional» que desde 1964 padece el cucuteño, por lo cual sus opciones sólo pueden ser las de ganar aquí y por lo menos empatar en Ibagué. Lo inverso viene a ser suicida; y peor, exponerse a la «ruleta rusa» de una definición por penas máximas.
Porque el premio súper gordo, cual es el de disputar el año entrante la Copa Libertadores de América con los mejores equipos de Suramérica y de México, ya lo conquistó, como paradójicamente también lo conquistaron otros dos equipos «chicos»: el Pasto y el Tolima.
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En la asamblea general de la Asociación de Profesores del recién pasado martes, alguien le preguntó al señor rector qué pedía en el proyecto de convención colectiva el sindicato y el aludido leyó algunos párrafos.
En uno de los tales se plantea algo así como que el administrativo se convierta hasta dos horas diarias en docente, y no precisamente gratis. Esto es, que se le pague las horas que trabajó como docente, sin que se le descuente esas horas que dejó de trabajar en el cargo administrativo para el cual fue posesionado.
En la percepción del «suscrito» Director, tal propuesta tendría un tufillo de ilegal, como quiera que se iría a recibir doble remuneración por ser al mismo tiempo funcionario docente y no docente, como si se tuviera el don de la ubicuidad que los creyentes sólo a Dios le reconocen. (Por cierto: alguien le comentó a quien suscribe que pareciera que la propuesta tiene nombre propio. No obstante, se abstuvo de dar el nombre propio.)
En todo caso, alguien dijo que «La libertad del puño llega hasta un milímetro antes de la nariz del prójimo» porque, racionalmente, todo derecho tiene un límite. Así, por ejemplo: el derecho a protestar no debe violentar el derecho a la salud mental de otros.
Porque ayer, por ejemplo, cuando «el suscrito» Director fue a la Torre Administrativa a recibir las planillas oficiales de las calificaciones de este semestre que ya se está acabando, se topó con que dentro de la Torre el sindicato difundía incesantemente música con un volumen humanamente insoportable y legalmente inadmisible.
Insoportable para los profesores, por lo menos, quienes, a diferencia de los funcionarios no docentes, deben sobrellevar el insufrible estrés de terminación de un semestre.


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Un cuento navideño

GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es

Hans Christian Andersen, polifacético escritor danés, nació en 1805 y murió en 1875. Tuvo un origen muy humilde: hijo de un zapatero y una lavandera, que escasamente lograban sobrevivir en unas condiciones casi de miseria. El chico, por ello, medio aprendió a leer y escribir, ya que le tocó abandonar la escuela para ayudar a sus padres.
Esto no fue impedimento para sentir un gran amor por la lectura y, a medida que iba creciendo físicamente, también lo hizo intelectualmente, hasta lograr ingresar a la Universidad de Copenhague. Allí dio muestras de su gran talento literario, lo que le valió obtener una beca real (o sea, otorgada por el Rey; no lo contrario de “ficticio”) para que iniciara un gran periplo desarrollando una espléndida narrativa sobre la cultura y las costumbres de los sitios visitados. Crónicas, cuentos, novelas, guiones de ópera; en fin, un dominio completo de la expresión literaria. Así fue toda su vida: viajar y narrar.
Y para ponernos a tono con el ambiente decembrino, he creído conveniente citar, tal vez, su mejor cuento corto:

LA NIÑA DE LOS FÓSFOROS

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; mas la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh, sorpresa! ¡Oh, felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Ésta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
—Esto quiere decir que alguien ha muerto —pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: “Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios”.
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
—¡Abuelita! —gritó la niña—. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
—¡Ha querido calentarse la pobrecita! —dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
FIN.


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Entierros de ricos y de guaches

RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.

Les voy a contar un episodio que muestra de una manera patética cómo en una época hubo marcadísimas diferencias entre los funerales, según si el difunto era pobre o era rico.
Resulta que por allá en el siglo XVIII, las autoridades virreinales tuvieron que hacer frente a un problema que estaba adquiriendo dimensiones alarmantes.
Porque los “acomodados” dejaban un jurgo de morrocotas para sus exequias, por lo que morían tranquilos sabiendo que sus cuerpos serían enterrados en templos o conventos y hasta en los atrios de las iglesias. Pero los pobres y menesterosos, lo mismo que los esclavos y demás marginados sociales, eran envueltos en costales de fique y arrojados a fosas comunes abiertas en los extramuros de las ciudades.
Esa costumbre fue tolerada por las autoridades eclesiásticas y civiles por mucho tiempo, pero llegó un momento en que por razones sanitarias se volvió inquietante. No porque al gobierno le preocupara la sanidad del pueblo, pues, por ejemplo: en esa época el “alcantarillado” eran zanjas en la mitad de las calles, por las que corrían las aguas pútridas.
Pero la cosa se complicó porque ya no había suelo para tanto muerto y, además, la hedentina era pavorosa. Pues, a pesar de que los sepultureros tenían cuidado de que los muertos quedaran bien enterrados, había lo que hoy pudiéramos llamar un “sobrecupo fúnebre”.
Las autoridades temían que sería difícil hacer entender que era necesario enterrar los muertos en sitios más adecuados: los que hoy llamamos “cementerios”. Para colmo, los santafereños ricos creían que si los muertos no se enterraban en iglesias o conventos, sus almas vagarían sin descanso eternamente. Así que la administración de entonces adquirió unos inmensos terrenos por allá en lo que hoy se conoce como la Estación de la Sabana, para crear un cementerio.
Dicha propiedad fue bendecida por el arzobispo de Bogotá como camposanto de los católicos muertos en la gracia de Dios, y tanto la jerarquía eclesiástica como el gobierno publicaron bandos especiales anunciando que bien podrían allí enterrar sus muertos más queridos, con la certeza de que sus almas tendrían la paz eterna; como los sepultados en templos y conventos. Pero ni siquiera los curas estaban convencidos de eso, por lo que fue difícil acabar con esa superchería, y los santafereños de todos pelambres siguieron usando el hediendo subsuelo de las fosas comunes, las iglesias y los conventos.
Como ya no cabían los muertos, arrinconaban a los difuntos más antiguos, trituraban cráneos y sacaban osamentas a hurtadillas para arrojarlas a los muladares, con el fin de ganar espacio para asegurarles a sus padres, hermanos, hijos, y etc., etc. el descanso eterno que no tendrían en otros sitios. Y muchos curas y religiosas, a pesar de las prédicas del arzobispo para acabar con esas prácticas, se hicieron los pendejos por las inmensas limosnas que recibían para hacerse de la vista gorda y no usar el cementerio al que no creían tan cristiano.
Ya en la República este era un problema de orden público, que ni siquiera las ideas liberales y el cambio radical de las instituciones pudieron acabar. Ni siquiera la voz del obispo era atendida. Para finales del siglo XIX, la municipalidad hizo otra intentona para acabar con este problema y compró otro lote en lo que hoy es el Cementerio Central de la calle 26, o Avenida Eldorado, para de una vez por todas convertirlo en camposanto de la ciudad.
Vinieron las bendiciones, las misas, las consagraciones, las abluciones de agua bendita para ese nuevo cementerio. A todo esto le siguieron las presiones de los poderes políticos y eclesiásticos para que los fieles dejaran de enterrar a los muertos en los templos y conventos, y desviaran la costumbre hacía esa nueva necrópolis o ciudad de los muertos. Aun así, los primeros resultados no fueron satisfactorios, pues sólo algunas familias estaban curadas de la superchería.
Un día murió un ilustre rolo. Después de una misa solemne de cuerpo presente y un largo sermón, su familia anunció que el cadáver sería conducido al Cementerio Central. Era el primer acto importante de acatamiento público a las reiteradas solicitudes de las autoridades de este y el otro mundo. Luego de un aburrido y extenuante oficio de difuntos en latín, el selecto cortejo compuesto por la distinguida sociedad bogotana desfiló hacia el nuevo camposanto. Al final, el cuerpo del difunto fue inhumado en medio de llantos, pucheros, discursos y manifestaciones cursis de dolor. Sin embargo, después del sepelio pasó algo extraordinario.
Resulta que uno de los que habían cargado al difunto, le salió a su hermano con este cuento: “Yo cargué a ese difunto, y pa’ Dios santo que el petaco pesaba poco, pa’ lo grande y corpulento que era el reinoso muerto”. Días después, él y su hermano pidieron la exhumación del cadáver a la municipalidad, con todas las de la ley, basados en las sospechas y en el buen criterio del que se preciaba quien lo había cargado.
Así se hizo y el estupor de los presentes no tuvo límites cuando, al sacar el cajón y abrirlo, en vez de un cadáver putrefacto y comido por los gusanos, encontraron unos palos y piedras totalmente inodoros. Indignadas por la mofa, las autoridades civiles y militares se dirigieron arrechos a la residencia del obispo a comunicarle lo sucedido.
El obispo se encolerizó y se fue hacia el convento de Santo Domingo, donde exigió abrir la fosa en la que habían enterrado el último muerto. Como el prior salió con rodeos para no hacerlo, el obispo lo amenazó, por lo que el fraile encomendó a 3 ó 4 hermanos legos abrir la fosa. Al remover la loza y la tierra, apareció un cadáver y un hedor insoportable. Era la muestra irrefutable de que se había perpetrado el punible acto de contrabando fúnebre. Inmediatamente el obispo ordenó la inhumación de la carroña en el lugar donde habían sacado el cargamento de palos y piedras.
Por este hecho los dominicos fueron castigados severamente por el obispo, y durante un largo tiempo la Iglesia les negó a la viuda y a los hijos del difunto el perdón de su pecado. Después de ese tragicómico episodio, los bogotanos se vieron en la obligación de usar definitivamente ese camposanto, pues el general Santander, por medio de un decreto, acabó la inveterada costumbre de enterrar a los muertos en las iglesias y conventos, imponiendo la sepultura en el Cementerio Central, que aún existe.
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FUENTE: El libro Sucedió en la calle, de Alfredo Iriarte. Intermedio, 2005.


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Modismos Cucutoches (11):
Cúcuta contada


CARLOS HUMBERTO AFRICANO,
profesor Asociado emérito de la UFPS.

Para estos días de alegría, de diversión y como regalo de Navidad, les dejo estos divertidos cuentos que corresponden a la primera serie de los modismos cucutoches.

BÁÑESE CON ZORRUNO
Tiempos aquellos en que se tenía el médico en la casa y el remedio a la vuelta de la esquina. Las nonas cucuteñas, por tradición, fueron los mejores médicos que yo he conocido. (Todavía quedan algunas que lo siguen siendo.) Sus remedios caseros eran verdaderas fórmulas mágicas para cuanto achaque se presentaba. El emplasto de eucalipto, para la tos; el agua de hierbabuena, para la fiebre; el azul de metileno, para el mal de tierra; el permanganato potásico, para los hongos; las hojas de llantén, para las heridas; los cristales de sábila para las quemaduras; y faltaba más que no nombrara el zumo de paico, para las lombrices.
Ah, sí, porque también tenían sus manías. La de mi nona Justina, por ejemplo, era la del purgante. Cualquier síntoma de mal que yo presentara, verdadero o supuesto por ella, era motivo para que me recetara un purgante.
—Este chino amaneció muy imbombo. Eso es falta de un purgante —decía a menudo.
—Este muchacho está comiendo más que incendio en loma seca. Eso es la solitaria que lo tiene comido —sentenciaba.
—Lo que le hace falta es un purgante —continuaba.
—Ya no quiere comer nada este carajito —decía otras veces.
—Eso es que está lombriciento. Habrá que meterle un purgante —remataba.

Purgante al terminar el año escolar, para que estuviera bien para las fiestas de diciembre; purgante antes de entrar de nuevo a la escuela; purgante en las vacaciones de mitaca, antes de mandarme a temperar al campo. Y así me recetaba purgantes para cuanto achaque se presentaba o me veía.
Por supuesto que la purga era con aceite de quinopodio o con Vermífugo Nacional, comprado en alguna de las boticas: la Táchira, de don Dióscoro Méndez God; la botica Americana, de don Numa Pompilio Guerrero; la botica Lázaro, del señor Lázaro (Samuel).
De pequeño siempre me asusté cuando tenía que ir a alguna botica. Todas eran iguales. Eran lo más parecido a lo que yo creía que era el infierno. Su olor extraño, que se me hacía como el del azufre; su ambiente fantasmal, en donde el tiempo se queda detenido; y el nombre bien extraño de los dueños, que lo asimilaba con el de Belcebú, además de que, como siempre, era a mí a quien le tocaba hacer el mandado de comprar los purgantes. Con el terror que ya llevaba por lo que nos esperaba al otro día, que era el de la purga, me dejaron esa sensación de que entraba a los mismísimos infiernos.
El día de la purga era todo un espectáculo de circo. (Que será narrado en otro cuento).
Pero también, nuestras nonas eran expertas en formular baños y agüitas para toda suerte de males y achaques, tanto del cuerpo como del alma. De eucalipto y limoncillo, para la gripe; de hierbabuena, para la fiebre; de caléndula, para el mal de estómago; de toronjil y valeriana, para los nervios; de naranjo, para el descanso; de cidrón, para dormir; de mirto, para espantar los malos espíritus; de pétalos de rosa, para el amor; y el baño de las siete yerbas (ruda, altamisa, geranio, albahaca, mirto, estragadera y, desde luego, zorruno, como elemento principal), para la buena suerte.
El zorruno es plantica muy común en esta región. Como no soy biólogo, no sabría decirles si pertenece o no a una familia vegetariana aristocrática, como las solanáceas o las papaveráceas.
Tal vez por lo común, o porque el nombre no es muy sonoro, de aquel baño de las siete yerbas, lo que uno recuerda para espantar la mala suerte es un bañito de zorruno. (Los nombres de las siete yerbas me los dio un amigo yerbatero del mercado “Cenabastos” a quien consulté). De modo que cuando alguien se queja de que le cayó pava, le va mal en los negocios, en el amor o ha sufrido continuas desgracias, la fórmula no es sino una: báñese con zorruno, para espantar la mala suerte.
Pero como todo se moderniza, en la época en que San Antonio (del Táchira, Venezuela) era la vitrina de la China y de la Cochinchina, llegó a esta tierras, desde aquéllas, un perfume para dama: el kariakito morado, cuyo gancho publicitario era “para la buena suerte”, que además, decían, era extraído del té. Gente crédula se comió todo el cuento y, como en Cúcuta no hay té, pero sí una plantica muy parecida de hojas menudas y con una flor de color morado, resolvieron darle a esa matica el nombre de kariakito morado. Ahora el dicho “Báñese con zorruno”, que puede sonar un tanto ordinario y muy seguramente por el snob de lo nuevo, fue cambiado por: “Báñese con kariakito morado para que espante la pava”.

SE QUEDÓ CON EL BURRO ENFLORADO
El cucuteño no tiene frustraciones, no se achicopala (palabra que tomamos del cine mexicano) ante aquellos embates del destino. Con su fino humor, rápidamente se repone; y con su mamadera de gallo, sencillamente dice que: se quedó con el burro enflorado.
La expresión debería ser de San Antero (departamento de Córdoba), donde se realiza el “Festival del Burro” y se premia a la burra mejor adornada y al burro mejor dotado.
Este dicho es bastante antiguo y, por lo que parece, en alguna época anterior, tal vez en las fiestas julianas, aquí en Cúcuta ocurría lo que en San Antero. Probablemente alguien adornó un burro para las fiestas pero no puedo ir y, entonces, con la gracia sutil del fino humor cucuteño, enseguida le sacaron el dicho y con sorna le dijeron: se quedó con el burro enflorado.
Era la época en que había cabras y burros en Cúcuta (de cuatro patas, claro; porque, de dos, los sigue habiendo).
Los últimos burros que se vieron en Cúcuta fueron los de Luis Enrique “la Marrana”. Salía todos los días desde su casa en el barrio Magdalena, con su recua de burros cargados de carbón de leña, a recorrer la ciudad, ofreciéndolo. En las tardes, después de la venta y con el producto de ella, paraba en cualquier tienda de alguno de los barrios de occidente a tomarse unas amargas. Se pegaba unas perras del carajo. Lo curioso es que Luis Enrique despachaba los burros desde donde estuviera y los muy vergajos llegaban sin desviarse a la casa del barrio Magdalena. Todos conocían la recua de burros y nadie osaba robárselos. Algunas veces le hacían la broma de escondérselos para ver a “la Marrana”, desesperado, recorrer las calles en busca de sus burros. Podía ocurrir que por averiguaciones los encontrara, o que por la angustia de su dueño, se los soltaran. Entonces, el reencuentro era un idilio de tórtolas. Si esto no ocurría, Luis Enrique los llamaba y los burros le contestaban. Como par de enamorados que han sufrido una cruel separación por culpa de unos insensibles al amor, los lamentos eran doloridos y, cuando se reencontraban, eran reemplazados por idílicos rebuznos.
Todo el bochinche empezaba cuando a la patota de zánganos les daba la ventolera de querer echar un cacheteo en burro. Trataban de embozalar alguno para montarlo, pero qué va: los burros eran muy ariscos. Era imposible acorralarlos. Tiraban pata a lo desgualetado. El griterío que se armaba era fenomenal: “¡Atájenlo, que se va!”, “¡Agarren a ese!”, “¡Cuidado, que lo patea!”. Si alguien lograba agarrar uno y montarlo, era todo un espectáculo de rodeo, por lo que era mejor dejarlos ir. Salían desmachetados, con el griterío de la muchachada detrás. Con lo desgaritados que iban, fácil era que ellos mismos se metieran en la boca del lobo de un garaje o de un taller de mecánica al aire libre, de los muchos que había en los barrios de occidente. En ese momento la misión cambiaba de objetivo: el cacheteo se convertía en un “secuestro de burros”. La patanería era fenomenal. Todos en el barrio, donde ocurría el espectáculo, salían a patiarse la pernicia y ayudaban con sus gritos: “¡Déjenlos ir!”, “¡Los van a matar!”. Y no se sabía si los posibles muertos eran los muchachos o los burros y naturalmente, con ese estruendo, todos sabían dónde estaban los burros, así que a Luis Enrique le era relativamente fácil encontrarlos.
Hoy la expresión “Se quedó con el burro enflorado” se usa en un sentido figurado, pero con el mismo dejo bromista, cuando un evento, previsto y seguro, no se puede realizar. Así, en Cúcuta no existen los crespos hechos, sino burros enflorados. Al novio o novia que no le cumplen la cita, se queda con el burro enflorado. Si llueve y no puede salir al parrandón, su mujer le dice: “Te quedaste con el burro enflorado”. En Cúcuta, la novia a la que no se le apareció el marrano para echarle la soga al cuello, no la dejan plantada: simplemente se queda con el burro enflorado. Y en esta ciudad ningún político se quema después de las elecciones, sólo se queda con el burro enflorado; como se quedaron Chuky, el muñeco diabólico (un tal Juan Manuel), y los opositores de Hugo Chávez Frías.
Pero, ¿quién no se ha quedado con el burro enflorado alguna vez? En Colombia han sido fenomenales los burros enflorados. El general Rojas Pinilla se quedó con el burro enflorado cuando, el 19 de abril de 1970, según el comentario popular, entre Carlos Lleras Restrepo y el tigre Noriega le tumbaron las elecciones para presidente en favor de Misael Pastrana Borrero. Al hijo de éste, el delfín Andrés, como novia fea, lo dejó Tirofijo con el burro enflorado. Que mal se veía, como bobo sin mama, solitario en la mesa del Caguán.
Grandioso burro enflorado fue el Maracanazo, de Brasil. Se estrenaba el estadio “Maracaná”. Era la final del campeonato mundial de fútbol de 1950 entre Uruguay y Brasil. Se daba por descontado que Brasil sería el campeón. Se dice que hasta la copa Jules Rimet estaba marcada con su nombre. En un excitante partido, Uruguay le ganó por marcador dos a uno. Cuentan que el estadio quedó vacío antes de terminar el partido y que a los uruguayos les tocó recoger la copa, solos.
(Cúcuta, noviembre de 2006.)


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Jesucristo

HUGO ALBERTO PORTILLA DUARTE,
profesor Titular emérito de la UFPS.

La celebración en el mes de diciembre de la natividad de Jesús, el hijo de Dios, es una tradición muy hermosa. En el último mes del año todo es celebración y alegría. Los pobres, los de clase media y los ricos, todos, en la medida de sus capacidades, gastan dinero en regalos, trago, ropa y comida. La idea es pasar unos momentos alegres para mitigar un poco los sinsabores vividos en el año que expira, porque los ratos amargos han sido muchos y siguen creciendo. ¿Pero qué sabemos de Jesucristo, más allá del niño Dios, de lo que dicen las letras de los villancicos o los relatos orales de nuestros abuelos?

Mucho se ha escrito, mucho se ha dicho, y mucho se ha estudiado, a favor y en contra de este Hombre, acerca de su origen, acerca de su nombre y su obra. Muchos lo han combatido o lo han exaltado. Cantidades le han creído. Otros han puesto en duda todo acerca de Él, pero la verdad es que han pasado ya 20 siglos y aún sigue siendo motivo de discusión o controversia o veneración. Y es que Jesús, no sólo por lo que los hombres han dicho o hecho a su nombre, sino por lo que Él mismo dijo e hizo en cumplimiento de la palabra de Dios escrita antes de su venida (Antiguo Testamento) y lo que se escribió después de venida (Nuevo Testamento), es el Hombre que ha partido la historia en dos: antes de Cristo y después de Cristo.

¿Cuánto conocemos de Jesús, nuestro amigo íntimo?, pregunta el padre Alfonso Llano, S. J., quien en reciente entrevista al periódico El Tiempo confesó que ha leído más de cien libros sobre Jesús. Y es sorprendente que a través de esta cantidad de libros escritos sobre el Divino Maestro, el común denominador ha sido que Jesús es el hombre más grande que ha pisado este planeta.

Aprovechando estos días de diciembre y el espacio que me brinda Occidente Universitario, presento a ustedes, queridos amigos, para su reflexión, algunos comentarios sobre Jesucristo, extractados y resumidos de libros como Un hombre sin igual, Jesús el hombre que cambió el mundo, de Hill Brilhgt y Más que un carpintero, de Josh McDowell, que nos ilustran sobre las evidencias que prueban la divinidad de Jesús como hijo de Dios. Y es que a pesar de la frialdad religiosa del mundo actual, uno encuentra manifestaciones en todo el orbe que expresan el entusiasmo por Jesús, su vida y sus enseñanzas. En especial hoy, cuando se agudiza la división política y social del mundo, con polarizaciones de derecha e izquierda, bajo conceptos encontrados sobre lo social, debemos recordar que Jesús ha sido reconocido como el más grande revolucionario de la historia, en donde lo social fue lo más importante en sus hechos.

Si alguna duda tienes sobre Jesús, reflexiona, amigo, sobre las siguientes apreciaciones que lo hacen el hombre más grandioso que jamás haya existido:

Las profecías sobre su venida como el Mesías fueron precisas y exactas;
 Lo que Él mismo se atribuyó fue extraordinario y sin precedentes;
Su nacimiento fue único;
 Su niñez no tuvo paralelo;
 Sus enseñanzas fueron innovadoras y transformaron vidas;
Su muerte fue sacrificial y necesaria;
Su resurrección ha sido el evento histórico más revolucionario;
Su influencia sobre personas y naciones a través de los siglos ha cambiado el mundo.
Para reforzar todo lo anterior conviene citar algunos conceptos importantes sobre Jesús, emitidos por líderes mundiales de todos los tiempos. Napoleón Bonaparte dijo, en diálogo con el general Bertrand, “Todo lo de Cristo me asombra, su temple me infunde respeto y su voluntad me confunde… Él es verdaderamente un ser único. Sus ideas y sentimientos, la verdad que predica, su manera de convencer, no pueden ser explicadas por organizaciones humanas ni por ninguna otra cosa”. Bonaparte hizo énfasis en que líderes como Alejandro, César, Carlo Magno y él mismo, habían creado imperios con base en la fuerza, mientras que Jesucristo creó su imperio sobre el amor, y tan es así, que millones de gentes morirían por defenderlo.
Para nosotros, universitarios de las ciencias sociales y exactas, agrego dos importantes conceptos. Blas Pascal: “Jesucristo es el centro de todo y la meta hacia la cual todo se dirige”. Fedor Dostoyevsky: “(…) hasta ahora, ni las sutilezas ni el ardor de sus corazones han sido capaces de crear un ideal del hombre y de la virtud que supere el ideal dado por Cristo desde antaño”.
Y ahora, si algo faltaba para evidenciar la divinidad de Jesucristo, le recomiendo remitirse a cualquier Biblia para confrontar las profecías sobre el nacimiento de Jesús. Y cuando digo “cualquier Biblia”, estoy manifestando un profundo respeto por el ecumenismo religioso, enfatizando que existe un solo Dios verdadero. Y si lees un libro sagrado sobre ese Dios con el corazón lleno de amor, todo lo que allí leas tendrá la verdad de Dios para tu mente y tu corazón.

PROFECÍAS DEL NACIMIENTO DE JESÚS
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DEL ANTIGUO DETALLES DE CUMPLIMIENTO
TESTAMENTO LAS PROFECÍAS EN JESÚS

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Génesis 12:1-3 Descendiente de Mateo 1:1
Abraham Lucas 3:34
Mateo 1:2
Génesis 49: 10 Descendiente de Lucas 3:33
la tribu de Judá
Miqueas 5:2 Nació en Belén Lucas 2: 4, 5, 7
Daniel 9:25 Tiempo de su Lucas 2: 1-2
Nacimiento
Isaías 7:14 Nació de una Lucas 1:26-31
Virgen
Isaías 9:7 Heredero del Lucas 1:32-33
Trono
Jeremías 31:15 Matanza de Mateo 2:16-18
los niños
Ósea 11:1 Huida a Egipto Mateo 2:14-15
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Al respecto, Peter W. Stoner, profesor de matemáticas y astronomía, explica que las posibilidades de que las anteriores profecías se cumplieran en una sola persona es de 1 en 10 elevado a la 17 (1 en 1017) ¡Imagínese un 1 seguido de 17 ceros! Existen otras profecías referentes a Jesús como Mesías prometido, pero sólo he citado ocho de las más conocidas por nosotros.
Ahora bien, ninguno de nosotros ha escapado en algún momento de su vida de hacerse preguntas como: “¿Quién soy?”, “¿Por qué estoy aquí?”, “¿De dónde vengo?”, “¿Para dónde voy?”. Este tiempo de Navidad es especial para repasar las citas bíblicas referenciadas anteriormente y encontrar en ellas respuestas a las preguntas enunciadas. Reflexione, estimado lector, alrededor de Jesucristo, su vida y, muy especialmente, sus enseñanzas.
Estoy seguro de que tu paz interior se enriquecerá, traduciéndose en acciones de amor, comprensión y justicia social.


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El auditorio Che Guevara
(CONTINUACIÓN)


JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.

No recuerdo cuántas veces los costeños le pidieron al rector el «edificio de Enfermería» para alojarse, pero fue como hablarle a una pared. Así que un viernes, antes de los primeros previos del primer semestre de 1976, se lo tomaron.
El rector se hizo el toche el resto de ese viernes, y todo el sábado y domingo, pero en la madrugada del lunes llegó con la Policía al edificio. Y se dijo que el rector la comandaba y que era obedecido por el oficial que debía comandarla.
También se dijo que el estudiante que fungía de vigilante y que disponía de un megáfono para «cantar la zona» si había algún peligro, se durmió, y que lo despertó el raponazo que del megáfono le hizo el oficial, a quien el rector le dio la orden de: «¡No deje que ese chino grite!». Luego, dizque le ordenó desalojar a los costeños sin permitirles llevarse sus corotos. Y después, que mantuvieran sitiado el edificio.
Yo llegué antes de las siete de la mañana de ese lunes, y me llamó la atención un gran mural recién pintado en la sección plana —pues la restante tiene un enchape acanalado— de la pared occidental de la Decanatura de la Facultad de Ingeniería. El mural era el busto de un militar con tres estrellas y tenía un letrero arriba que decía:
El general Botello invadió la U.
¿Y quién era el tal «Botello»? Pues les paso este dato: el rector era el doctor Senén Botello, quien murió, si no recuerdo mal, en este mes hace un par de años.
Casi inmediatamente después un condiscípulo costeño comenzó a informar, abocinando sus manos sobre su boca ante la carencia de megáfono, de lo ocurrido en la madrugada de ese lunes, que las clases estaban suspendidas y que habría una asamblea estudiantil a las ocho de la mañana en el único auditorio de ese tiempo: este, que hoy se reinaugura.
En la asamblea se acordó realizar una marcha desde el campus hasta la antigua sede de la calle 13, en la cual estaban todavía los laboratorios y los salones de las clases de dibujo. Tal movilización sería a las cuatro de la tarde y, en medio del entusiasmo por salir a protestar, alguien tuvo la lucidez de preguntar si se tenía autorización de la Alcaldía, «Porque estamos en estado de sitio, compañeros».
«Este país está en estado de sitio desde abril de 1948 —dijo alguien—, cuando la oligarquía ordenó matar a Gaitán. Así que si solicitamos autorización para la marcha, nos mandarán a comer toche el alcalde y sus secuaces».
Esa tarde sólo había, a modo de estandarte o de pendón, una pequeña tabla con un listón en la mitad para llevarla levantada, del tamaño aproximado de media cartulina, en la cual dibujaron el busto de un militar con una jineta en cada manga y un letrero abajo que decía:
El cabo Botello invadió la U.
O sea que, en unas ocho horas, lo miniaturizaron y lo degradaron de general de tres estrellas a casi un dragoneante.
La marcha avanzó sobre la Avenida Gran Colombia y tomó la calle 10. El «plan de vuelo» era llegar hasta la avenida sexta, tomarla y llegar a la consabida calle 13. Pero al llegar a la avenida quinta nos topamos con que dos camiones llenos de policías anti-motines —que entonces se autodenominaban «FD»— nos estaban esperando. Sólo el oficial se había apeado, y sea decir que yo iba detrás del estudiante de la tabla, que era un compañero mío de carrera.
Como nosotros «no le comimos cuento» a la amenaza, el oficial se puso delante del compañero de la tabla y, caminando hacia atrás, le dijo que nos dispersáramos porque la marcha no tenía autorización de la Alcaldía.
—No, señor: esta joda terminará en la calle 13 —le dijo el compañero, enervado por el «cacho» de marihuana que había prendido al inicio de la marcha.
—¡Disuélvanse o los disuelvo! —le dijo el oficial.
—¡Haga lo que le dé la puta gana y «quite diahi»! —le respondió el compañero, alargando el paso.
Para que el estudiante no se lo llevara por delante, de una zancada el oficial saltó de la calle 10 al Parque Santander, hizo una seña hacia la esquina y toda la tombamenta, con bolillo, escudo y casco, se apeó y marchó hacia nosotros, alcanzando a los de la cabeza de la marcha cuando llegábamos al edificio Agrobancario. Una voz gritó de pronto: «¡Cantemos el Himno Nacional pa’ que se pongan firmes esos hijueputas!».
Y a cantar se dijo. Pero mi tombamenta como que no era muy «patriota» —como dirían los presidentes Bush y Uribe Vélez—, porque siguió marchando tratando de sitiarnos, y a quienes íbamos adelante nos arrinconó entre la Caja Agraria y el Banco de Colombia, por lo cual el dueño de cada uno de los almacenes que había entre la Agraria y el Colombia giraba desesperadamente la manivela que recogía y extendía la puerta metálica enrollable. Cuando la tombamenta iba a comenzar su carnaval de bolillazos, una voz gritó: «¡A correr!».
Nadie esperó a que alguna pistola de aire comprimido diera la largada, sino que: «Paticas, ¿pa’ qué te tengo?». Y les cuento que yo debí batir algún registro olímpico, porque un parpadeo después —o eso creo, todavía— me encontré en La Manino, a casi nueve cuadras del Parque Santander.
No recuerdo durante cuántos de los días subsiguientes hubo, aquí, asamblea estudiantil. Como éramos como la décima parte del actual estudiantado presencial, casi todos cabíamos aquí, apretujados. Y en la mesa moderaba un fornido negro, a quien se le trababa la lengua cuando hablaba emocionado o emp… iedrado, y otro costeño hacía de relator.
Las proposiciones llegaban manuscritas a la mesa, y el moderador mentalmente las leía y las pasaba al relator, quien en voz alta las leía. Y en una de tales asambleas, tras leer mentalmente una propuesta, el moderador pegó un berrido:
—¡Yo también voy a hacer una propuesta! Que si se propone crear un comité, y eso es aprobado, el comité lo coordinará el proponente.
—¡Buena esa, compañero! —exclamó el «populacho».
—Entonces, compañero —le dijo el moderador al relator—: termine de leer esa, y lea esta.
El relator terminó la lectura interrumpida y dicha propuesta se votó. Luego leyó la subsiguiente: «Crear un Comité Molotov que fabrique quince bombas. El comité las hará explotar así: tres en la Alcaldía; tres en la Gobernación; tres en la Catedral; tres en la Estación Cien, de Policía; y tres en el Grupo Maza, del Ejército».
Este auditorio enmudeció, pero de pronto un aterrizado preguntó: «¿Quién es el ponente?». El relator leyó el nombre, que me abstengo de mencionar en esta intervención; no tanto porque fue mi compañero de carrera, sino porque murió en condiciones deplorables hace algunos años.
—¿Y dónde está ese man? —preguntó el moderador.
—Cuando se aprobó que el ponente de crear un comité lo presidiera —dijo alguien—, se puso más blanco que una yuca y se hizo el toche y se escurrió. Debe estar llegando a la Avenida Guaimaral.
De más está decir que hasta ahí llegó tal proposición. Pero hubo otra que, aduciendo que como este auditorio no tenía nombre y que «La memoria de los mártires de la revolución de América Latina debe honrarse», proponía que a este auditorio se lo llamara: «Auditorio Che Guevara».
Y se aprobó por aclamación apoteósica.
En el entretanto, el rector reunió el Consejo Directivo, que decidió emplazarnos a que entráramos a clase, empapelando con el «edicto» cuanta pared había en el campus, difundiéndolo por varias emisoras y publicándolo en dos periódicos de entonces: el Diario de la Frontera y La Opinión. Pero nosotros, que la pasábamos aquí, no nos asomamos a las aulas.
Unos días después de aprobado aquel emplazamiento, el rector repitió la reunión, que adoptó la misma decisión, le dio la misma difusión y nosotros le opusimos la misma reacción. Entonces, otros días después, declaró el semestre cancelado. Y cuando lo reiniciaron en el segundo semestre de 1976, pagando nuevamente la matrícula, fueron pocos los costeños que volvieron. Pero, también, el rector no volvería a La Casona; o sí, pero no como rector.
Pues bien: en este auditorio han habido misas, velaciones de difuntos, graduaciones, recitales, conciertos, danzas, títeres, teatro y, en general, actos académicos. Como el que comenzará mañana miércoles: el séptimo simposio de Biotecnología, que académicamente reinaugurará este auditorio, ya que lo de esta noche es la reinauguración protocolaria.
Pero el «bololó» del que este auditorio fue escenario en el primer semestre de 1976, fue la inauguración de zafarranchos. Porque ha continuado y continuará habiendo zafarranchos. Ya de profesores, o administrativos o estudiantes.
Recuerdo uno de finales de 1989 de la Asociación de Profesores por reivindicaciones salariales, a las cuales los administrativos adhirieron. Y aquí, en una asamblea biestamentaria, se aprobó una marcha a La Casona y se elaboraron las consignas del trayecto. En una de ellas el speaker preguntaba: ¿Quién tiene la Universida’l revés? Y el «populacho» respondía: ¡Andrés! ¿Y quién era el tal «Andrés»? Pues les paso este dato: el rector era el doctor Andrés Entrena.
En otra, el speaker preguntaba: ¿Quién en Planeación la embarra? Y el «populacho» respondía: ¡Héctor Parra!, quien era el director de Planeación, que estaba en el Bosque Popular.
En otra, el speaker preguntaba: ¿A quién hay que moverle el banquito? Y el «populacho» respondía: ¡A Publio Quito!, quien (en paz descanse) era el secretario general. Pero al ingresar a La Casona, en cuyo primer piso estaba, entre otros, la Secretaría General, el speaker se escachó y preguntó: ¿A quién hay que moverle la silla? El «populacho» enmudeció, miró la fotocopia de consignas y ahí no estaba esa pregunta. Entonces el colega Pedro Rojas (que en paz descanse) respondió: ¡A Publio Chinchilla! Alguien preguntó: ¿Y quién es ese man? Y Pedro respondió: No lo conozco, pero rima.
En otra, el speaker preguntaba: ¿Quién por su ausencia brilla? Y el «populacho» respondía: ¡Hugo Portilla!, quien era el único vicerrector de aquellos tiempos. Al llegar al segundo piso, frente a la puerta del despacho del rector, el speaker despachó una vez más la de quién tiene la Universida’l revés. En ese momento el rector abrió la puerta y, como vimos al vicerrector detrás de él, el speaker decidió despachar una vez más la de quién por su ausencia brilla. Pero se escachó y preguntó: ¿Quién por su presencia brilla? Lógicamente el «populacho» enmudeció por no tener esa pregunta en el libreto, mientras ¡sí que «sacaba pecho» el Hugo Alberto!
Es más: en este auditorio hubo hasta una empelotada. Y no de Antanas Mockus, sino de una chica «estriptisera».
Resulta que en agosto de 1999 había en Bogotá un evento de Ingeniería Electrónica, latinoamericano y nacional, y unos estudiantes querían asistir pero no tenían todo el dinero requerido. Como a un par de chicas les pareció mendicante pasar el sombrero en los salones, optaron por montar en este auditorio algún evento llamativo y cobrar por presenciarlo, aspirando a que las utilidades compensaran el faltante.
Y para que fuera llamativo, ellas contrataron a una de las «recreacionistas visuales» de un empelotadero nocturno del Centro Comercial Bolívar, cuyos «estriptís» sólo lo puede disfrutar el post-cincuentón de estrato 5 en adelante. Porque al de menor estrato, cuyos ojos requieran de un «recreo», le toca ir a algún burdel; como aquel El Partenón, del sector «La Guayabera», que antaño era una de las zonas de lenocinio de la «plebe», porque la «jaig» tenía La Ínsula.
Cuando las dos estudiantes pidieron prestado este auditorio, el primero que se fue de nalgas fue el vicerrector de Bienestar y luego, la directora de los coros. Y hubo una especie de Archicofradía de Santa No Sé Qué que llenó nueve páginas con firmas, exigiéndole al rector que no se prestara el auditorio. (Sobre eso escribí un artículo que se publicó en la revista Huella Humanista, que no llegó a su séptima edición.)
Ante tantas vestiduras «desgarradas», las dos estudiantes me buscaron. No porque yo tenga encanto irresistible o cara de galán, sino porque era el presidente de la Asociación de Profesores, y supusieron que el rector sería conmigo receptivo si yo intercedía por ellas ante él. Y el doctor Patrocinio Ararat fue tan receptivo, que autorizó lo que había denegado su escandalizado vicerrector de Bienestar.
Y les cuento una infidencia: las dos estudiantes de Electrónica le reportaron a la Vicerrectoría de Bienestar que yo sería el maestro de ceremonias de tal empelotada. Como eso fue «a mis espaldas» —como dijo el presidente Ernesto Samper, protagonista del «escándalo ocho mil»—, entendí lo de animador de la velada como de forzosa aceptación, por lo cual doy fe —como dicen los notarios— de que, en últimas, la chica no se empelotó. Apenas sí quedó en pantaletas y sostén, pese a lo cual los asistentes disfrutaron el «stríper» a rabiar. Eso ocurrió la noche del jueves 24 de junio de 1999, y los estudiantes interesados pudieron ir al evento de agosto en Bogotá.
En fin: esas cosas no ortodoxas que en este auditorio han ocurrido, volverán a ocurrir de cuando en vez porque esta Universidad es estatal. Pues, según mi percepción, la privada es confesional porque la «inspira» una ideología o una religión, mientras la pública es por esencia liberal. Entendido «liberal» en el sentido amplio del vocablo, y no con la connotación politiquera o partidista con que lo entiende mucha gente.
Después de todo, o así es mi percepción, al puritanismo y la ortodoxia los deben subvertir las universidades estatales. Porque no creo que lo hagan las privadas, o un seminario o un convento. Por eso, un auditorio de una pública es, o debe ser, un foro anti-ortodoxo, pluralista y tolerante.
Muchas gracias.

POST-SCRIPTUM 1. La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda. (Epígrafe de Gabriel García Márquez en su libro de memorias: Vivir para contarla.)n

POST-SCRIPTUM 2. Desde cuando la UFPS tuvo al fin su campus, el «seis» ha sido un año mágico: en el primer semestre de 1976 hubo el zafarrancho ya descrito, por el que mis condiscípulos y yo «perdimos» el semestre, y el rector perdió la Rectoría; en el primer semestre de 1986 se inauguró Ingeniería de Sistemas y hubo el zafarrancho contra un profesor de Ingeniería, que devino en la cancelación de ese semestre (menos para los debutantes de Sistemas, quienes no le jalaron a ese bonche), y en la salida del profesor y del rector; en el primer semestre de 1996 Ingeniería Electrónica fue inaugurada; y en el segundo semestre del 2006 el «Auditorio Che Guevara», que ha sido el escenario de cuanto zafarrancho ha derivado en epílogos traumáticos o al menos en sacudir la «calma chicha», fue reinaugurado. (Por cierto: un colega emérito sostiene que, si el auditorio fue reinaugurado, también debió ser renombrado.)


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Libertad de cátedra

La libertad de cátedra es la expresión de una libertad científica y académica derivada de la autonomía universitaria. Constitucionalmente, sin embargo, es un derecho fundamental regulado con plena independencia a la autonomía universitaria, recogido de forma autónoma en el artículo 27 de la Constitución Política de Colombia.

La libertad de cátedra se define como un derecho fundamental que comprende dos vertientes:

(a) Desde el punto de vista institucional, se trata de la potestad de la universidad para decidir el contenido de la enseñanza que imparte, sin sujeción y bajo plena autonomía con respecto a lo dictado por poderes externos a ella y con la salvedad de la materia reservada al Estado (Garantía Institucional).

(b) Desde el punto de vista individual del docente, se trata de la facultad del personal docente e investigador de expresar sus ideas, pensamientos y opiniones en el ámbito institucional (a través de la docencia, o mediante publicaciones, o en círculos institucionales, etc.) permitiendo la coexistencia de diversas corrientes de pensamiento que permitan que la universidad esté conformada por foros de discusión abierta sin tendencias ideológicas predeterminadas.

La libertad de cátedra garantiza que al docente no se le pueda censurar y posee límites en lo que respecta al derecho al honor, la intimidad, el derecho a la imagen y los derechos de la juventud y la infancia.

Por un lado, este derecho implica la facultad del docente para resistirse a cualquier mandato de dar a su enseñanza una orientación ideológica determinada (la libertad de cátedra no es compatible con una doctrina o ciencia oficiales) y, por tanto, consiste en la posibilidad real de expresar sus ideas y convicciones en relación con la materia que imparte. Y por otro lado, este derecho implica la capacidad de difundir libremente sus pensamientos, ideas y opiniones a la hora de enseñar su asignatura. Esta segunda facultad inherente a la libertad de cátedra sólo se da de forma plena en los niveles superiores de enseñanza y en concreto adquiere su significado en relación con aquellos docentes que tienen reconocida su plena capacidad docente e investigadora, en cuanto que estos docentes pueden impartir su propio programa de la asignatura y establecer su propio método pedagógico (…), eso sí, ajustado al Plan de Estudios aprobado por la Universidad.

Efectivamente, la libertad de cátedra es un derecho individual del docente que si bien, como veremos, tiene su expresión institucional a través de la autonomía universitaria, reviste la parte positiva de un derecho al consagrar la libertad del docente de expresar sus ideas y comunicarlas al estudiantado sin injerencia de terceros, y la parte negativa de evitar que ese derecho le sea menoscabado ilícitamente tanto por la propia institución como por terceros. (…)

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Transcrito de NOTICIAS DE ASPU Nº 8, del 30 de noviembre del 2006 (p. 11), editado por ASPU-UNIPAMPLONA.


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AVISO CLASIFICADO
Buena gratificación a quien encuentre la hoja de vida del rector Álvaro González Joves en formato CvLac de Colciencias. La recompensa será duplicada si consigue demostrar que el rector ha publicado en revistas indexadas o escrito libros académicamente serios.
(Transcrito de la última página del boletín mencionado de ASPU-UNIPAMPLONA.)n
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