EN ESTA EDICIÓN :
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EL PRECIO DE LA JUSTICIA.
«MAÑA VIEJA, NO ES RESABIO»
DE AVISOS Y GRAFITOS (4).
EL REINADO DE LAS RAMERAS: LUCRECIA BORGIA (1).
«A VECES LLEGAN CARTAS…»
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El precio de la justicia
GUILLERMO CARRILLO BECERRA,
profesor Asociado emérito de la UFPS.
gecarril60@yahoo.es
El equipo Once Caldas obtuvo su tercera copa de campeón del fútbol profesional en la calurosa y pachanguera Barranquilla, en un reñido partido ante 60.000 espectadores, en el estadio Metropolitano frente a un aguerrido Junior, que pensaba le iba a entregar a su afición su sexta estrella. Todo estaba listo: la orquesta, el ron, la pólvora, la harina, la cumbia. Sería otro carnaval. Otra alegría para el pueblo barranquillero, pero sucedió lo inesperado.
El Once Caldas, en una tarde de inspiración —como no la había tenido en el transcurso del torneo—, le pegó tremendo baile y goles al favorito Atlético Junior, quedándose con la copa de campeón del torneo Apertura 2009 y, de paso, dejando a semejante fanaticada viendo un chispero, con una impotencia y tristeza que daban lástima. El estadio parecía una sala de velación; silencio por parte de la hinchada; felicidad por parte de los triunfadores. Lentamente, los seguidores del equipo local recogieron su parafernalia deportiva y se marcharon a casa a rumiar la derrota.
El jugador Javier Flórez, defensa del Junior, no fue capaz de manejar con serenidad el percance sufrido y pensó que lo mejor era ahogar en el licor las penas deportivas. Se dirigió a Soledad, su tierra natal, donde es muy conocido, y empezó a beber a lo desgualetado. Ya en las horas de la mañana, cuando se dirigía a su casa, se encontró con el electricista Israel Cantillo, que a su vez estaba reunido con su patota de amigos. Tan pronto vieron a Flórez empezaron a mamarle gallo, con burlas y expresiones como “tronco”, “use sotana, para que el balón no le pase por entre las piernas” y otras por el estilo. Javier Flórez respondió con puños y patadas y, en vista de que le estaba yendo mal, se fue a su casa, se armó con un revólver y regresó a frentear el problema. Le hizo un disparo a Israel Cantillo; éste salió corriendo pero, como iba herido, fue alcanzado por el futbolista, quien lo acribilló a tiros y se fue tranquilo a dormir la pea.
Horas después, acompañado por su abogado, se entregó y quedó a disposición de la justicia. El fiscal lo acusó de homicidio agravado y porte ilegal de armas, pidiendo una pena de 37 años de cárcel. Gracias a la generosidad de la juez única de Soledad, el futbolista Flórez pagó 3 meses de cárcel por asesinar cobardemente a un padre y sostén de una familia, quien había cometido el “delito” de burlarse de la actuación de un mal jugador. ¿Qué ocurrió? La juez, convencida por el abogado defensor, cambió la calificación del delito, para llegar a un acuerdo económico de 150 millones de pesos para repartir, en cómodas mensualidades, entre los herederos del difunto, quedando claro que el primer dinero es para el abogado. Me imagino el argumentazo de la defensa: “Su Señoría: mi cliente es un hombre bueno que cometió un error y que debe pagarlo; pero enviarlo a la cárcel no remedia nada. En cambio, si se le permite trabajar, él le pagará una indemnización generosa a la familia Cantillo”. Y así fue.
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La alcaldía de Medellín tiene un exitoso programa de Paz y Reconciliación en las comunas de la ciudad, dados los elevados índices de violencia que se generan por el analfabetismo y la intolerancia, muy propios de las gentes que se sienten excluidas de las oportunidades que brinda el desarrollo. Se ha comprobado que cuando los programas sociales de integración son manejados con humanismo, la comunidad los asimila con interés, ya que la autoestima se mejora.
Una de esas personas que ejercía su labor profesional, dentro del programa de Paz y Reconciliación, era la sicóloga Marjorie Kisner Mira. Ella trataba, a domicilio, a diversos personajes con antecedentes penales, buscando su inclusión social. El 2 de diciembre del año pasado anotó, en su agenda de trabajo, que esa mañana iría a la casa de Robert Alexánder López, un verdadero criminal, a realizar una terapia individual. Ella no regresó ni al trabajo ni a la casa, lo cual generó gran angustia entre sus amigos y sus seres queridos.
Gracias a la anotación que dejó escrita en su agenda, la policía encauzó la investigación hacia el citado criminal, el cual, al verse descubierto, contó el escalofriante crimen: él asesinó y descuartizó a la sicóloga Marjorie, sin tener ninguna compasión con ella y, luego, ocultó los restos en costales, para abandonarlos en diversos sitios.
Cuando se cumplieron 9 meses del asesinato de Marjorie, un juzgado de Medellín dejó libre al asesino, por vencimientos de términos. Para obtener la boleta de salida, el criminal debía pagar $150.000, lo cual se negó a hacer por el temor a que lo asesinaran. De ese tamaño es el cambur. ¿Y qué pasó con los funcionarios judiciales que permitieron esa aberración? ¿Es posible que en Colombia un asesinato tan sangriento se pague con $150.000? ¿Cómo estará la familia de Marjorie viendo que la justicia favorece a los malos, y destroza los sentimientos de los buenos?
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En uno y otro caso vemos que nuestra justicia tiene tantos vericuetos que, si se tiene algo de dinero, es muy fácil eludir una condena carcelaria por un arreglo económico. Por eso estamos como estamos. “Vencimiento de términos”, “Cambio en la calificación del delito”, “Arreglo económico” deben ser una parte importante en el léxico de los abogados truqueros. No importa obtener una victoria judicial atenida a la ley. Lo que interesa es ganar dinero, sin importar llevarse por los cachos a la ley y la ética.
(Cúcuta, octubre de 2009) n
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«Maña vieja, no es resabio»
JAIRO CELY NIÑO, profesor de
la Facultad de Ingeniería de la UFPS.
jairocely@hotmail.com
En la edición Nº 25 de Occidente Universitario, del lunes 15 de diciembre del 2003 (de hace prácticamente un sexenio), publiqué un artículo cuyo título, «Por un puñado de dólares», era el de una película de vaqueros (por eso lo puse encomillado) de final de los años 60 (o de comienzo de los años 70) del recién pasado siglo.
En dicho artículo escribí sobre dos «ofertas académicas» de la Facultad de Educación, Artes y Humanidades, llamadas «Diplomados», a las cuales cuestioné porque las percibí mercantilistas. El primer diplomado se le ofrecía a profesores de esta Institución; y el segundo, a estudiantes de una de las carreras de dicha Facultad.
Según los vistosos carteles que promocionaban la primera oferta o diplomado, por la «módica» suma de no sé cuántas decenas de millares de pesos (creo que eran 15; o sea, por 150.000 pesos de ese entonces), el profesor que la pagara quedaría exento de acreditar los cursos de actualización de 40 horas que el Estatuto Docente exige como uno de los varios requisitos para ascender en el escalafón docente universitario.
¿Y por qué me pareció mercantilista? Pues porque, si bien el Estatuto Docente hace esa exigencia, también dispone que dichos cursos de actualización deben ser programados y/o patrocinados por la Universidad, de lo cual se infiere que, si la Universidad no los programa y/o no los financia o patrocina, debe eximir de dicho requisito al profesor que cumpla los otros requisitos para ascender en el escalafón docente superior.
Y los vistosos carteles que promocionaban el segundo diplomado tenían por título CONVOCATORIA (que no «Invitación») en tinta roja y letras grandes, dirigida a los Estudiantes de Licenciatura en Matemáticas, y aclaraba que tal convocatoria al auditorio Eustorgio Colmenares tenía por tema: Diplomado como opción de Trabajo de Grado.
Aunque los carteles no decían si el diplomado era gratuito o era pago, colegí que era pago y que del monto del «sablazo» se les informaría a los estudiantes en el auditorio Eustorgio Colmenares. ¿Y por que colegí que era pago? Pues porque, como advertían nuestros mayores, De lo bueno (como sustituir el cumplimiento de requisitos académicos «Por un puñado de dólares») no dan tanto… y menos, gratis.
Como quien dice: que si la Universidad de Salamanca no otorga lo que Natura no da, la Facultad de Educación, Artes y Humanidades de la Universidad Francisco de Paula Santander sí lo da o lo otorga «Por unos dólares más», frase esta que fue el título de otra película de vaqueros de final de los años 60 o de comienzo de los años 70 del recién pasado siglo.
Eso, en cuanto al «pasado reciente». Porque, «volviendo al presente», resulta que la segunda parte del Editorial (o algo así) de la edición Nº 107 de Occidente Universitario, del recién pasado 28 de septiembre, concluía que: mientras en la Universidad Nacional de Colombia la enseñanza de idiomas se volvió parte sustancial de los currículos, en la Universidad Francisco de Paula Santander desaparecieron de un plumazo la enseñanza que se hacía en dos semestres del inglés.
Y ¡vaya coincidencia!: algunos días después de difundida la edición, aparecieron unos carteles muy vistosos mediante los cuales la Facultad de Educación, Artes y Humanidades promociona tres cursos de inglés (niveles «Básico I», «Básico II» e «Intermedio»), ofrecidos a los tres estamentos de la comunidad universitaria (no a uno en particular, como lo ofrecía cada uno de los dos diplomados mencionados hace algunos párrafos), cada uno de 40 horas y por la «módica» suma de cien mil pesos.
A ese paso «mecachiflista», dentro de poco tiempo la «pípol» de dicha Facultad promoverá desaparecer de los currículos las asignaturas del área de Humanidades (que son de la «jurisdicción» de dicha Facultad, como lo fueron las de Inglés Técnico I y II), para «ofertarlas» (¡qué expresión tan horrorosa!) en la modalidad de «diplomados» que se deberán tomar forzosamente por la «módica» suma de no menos de diez decenas de millares de pesos cada una.
Y hagan cuentas: cada estudiante de cada carrera tiene que cursar dos o tres asignaturas de esa área. ¿A cuál bolsillo o fondo iría todo ese «estiércol del diablo»?
La vaina es que si, hecho eso, los profesores y estudiantes de la carrera de Arquitectura exigieran su escisión de dicha Facultad y la creación de una Facultad de Bellas Artes, entonces Educación, Artes y Humanidades ya no sería una Facultad sino una tienda. n
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DE AVISOS Y GRAFITOS (4)
(Jairo Cely Niño)
En el segundo semestre de 1976, cuando yo iba «por la mitad» de mi carrera, una orquesta de música tropical grabó una canción cuyo nombre no recuerdo, pero que debió llamarse Carmen. Porque lo que sí recuerdo es que tal canción tenía el estribillo: Carmen, se me perdió la cadenita.
Por la misma época, un grupo de estudiantes de la Universidad Francisco de Paula Santander resultó promocionando un movimiento religioso llamado Alfa y Omega, cuya frase «de combate» era Ya la encontré! (sin «abrir la admiración»), la cual escribían en todas las paredes.
Nunca supe qué habían hallado: si la fe, o una chica 90-60-90 (que hoy sería post-cincuentona) desinhibida y por lo tanto sexualmente generosa, o una invitación a una orgía o a rezar («orar», decían ellos).
Pero el semestre siguiente dicho grupo cambió los grafitos por carteles, que se los elaboró alguna imprenta en papel color azul y cuyas letras negras decían solamente:
YA LA ENCONTRÉ!
Movimiento Alfa y Omega.
Como el tamaño del cartel era el de un cuarto de cartulina y el texto era poco, sobraba espacio por encima y por debajo de esas frases, y entre éstas. Así que algún gracioso escribió siete palabras encima de la frase superior (sin puntuación), y entre las dos frases impresas insertó cinco palabras, con lo cual cada cartel quedó diciendo:
Carmen se me perdió la cadenita pero
YA LA ENCONTRÉ!
Me ayudó a encontrarla el
Movimiento Alfa y Omega. n
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El reinado de las rameras:
Lucrecia (1)
RICARDO GARCÍA RAMÍREZ,
profesor Titular emérito de la UFPS.
cardingarcia@hotmail.com
En dos artículos hablé sobre Marozia, del siglo X, y en otros dos hablaré sobre Lucrecia Borgia, del siglo XV, de la que no está claro si fue tan mala o peor que aquélla. Sus contemporáneos la acusaron de horrendos crímenes y esos testimonios les sirvieron a escritores como Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Apollinaire para popularizar su escabrosa leyenda.
Las siguientes palabras de Huysmans, citadas por Mario Praz en La muerte, la carne y el diablo, sintetizan la esencia de la leyenda de Lucrecia:
«Lucrecia resume toda la ferocidad de la lujuria y todos los sacrilegios del Renacimiento. Tiene rasgos de sibila y bruja, de cortesana y bailarina. Concentra en su porte, en su mirada, las infernales artimañas de los principados italianos y de la Roma pagana de los papas. Más que una mujer, más que la ilusoria papisa Juana, es la encarnación de la Apostólica a quien Lucifer, parodiando el Evangelio, le dijo tres veces “apacienta mis machos cabríos”. Es la que asistió a los consistorios de los cardenales simoníacos, es el espíritu del Mal. Es el símbolo de la vergüenza del papado».
No obstante, en los últimos años han aparecido textos que pretenden reivindicar la imagen de Lucrecia y mostrarla como una mujer virtuosa o inocente, víctima de la calumnia. Pero tales esfuerzos no han tenido una acogida general, quizás porque los documentos históricos la dejan muy “mal parada” y porque su leyenda negra es más atractiva para el público que su pretendida imagen de mujer piadosa.
La imagen que existe de Lucrecia Borgia es la de una hermosa y manipuladora mujer quien, siendo casi una niña, participaba en orgías incestuosas con su hermano César y su padre Rodrigo Borgia, o papa Alejandro VI, a quien antes de ser Papa se le llamó: “el cardenal que no duerme solo”.
El “patriarca” de esta familia española fue Alfonso Borja, quien en 1444 se trasladó de Valencia (España) a Roma para ejercer allí como cardenal, y cambió la grafía del apellido a Borgia para que pareciese más italiano. En 1449 llamó a su sobrino Rodrigo para que continuara su educación en Italia. En 1455 Alfonso Borja es elegido Papa. Adopta el nombre de Calixto III y dura en el poder hasta 1458. Durante ese período ascendió tan vertiginosamente a su protegido, que para 1457 Rodrigo es vicecanciller de la Iglesia.
El nepotismo de Calixto III caracterizaría al resto de la familia. Tras su pontificado se desató, por parte de ciertos sectores poderosos de Roma, una gran animadversión contra los Borgia. Pero en 1492, el año del descubrimiento de América, Rodrigo se convirtió en el Papa Alejandro VI; no por sus méritos personales y menos por sus “virtudes” religiosas, sino por las triquiñuelas políticas y el soborno.
Durante su carrera por el solio pontificio, Rodrigo Borgia tuvo muchas amantes. La más recordada fue Giovanna Catanei, conocida por el diminutivo de su nombre, Vannozza, quien le dio tres hijos: César, Lucrecia y Juan, aunque Su “Santidad” siempre dudó de su paternidad de Juan.
Vannozza fue una mujer acaudalada, que por sus encantos atrajo al cardenal. Cuando la preñó de César, Rodrigo le buscó un esposo para que el crío fuese el “fruto” de un matrimonio. Lo mismo hizo para Lucrecia y Juan, para lo cual la tipa enviudó misteriosamente un par de veces.
Lucrecia nació en 1480. Era una época perturbada por las rencillas entre las poderosas familias que dominaban la ciudad, cuyas reyertas desencadenaban un salvajismo terrible. En la corte pontificia las rivalidades eran palpables entre dos cardenales: Julián Della Rovere y Rodrigo Borgia.
Della Rovere era sobrino de Sixto VI, papa de 1471 a 1484, quien decretó la “Santa” Inquisición española. No obstante, para la misma época, Roma era una ciudad en donde las personas solían expresarse con bastante libertad.
Lucrecia creció sabiendo que aquel de quien se decía que era su padre, el esposo de Vannozza, no era nada suyo, y que su verdadero progenitor era el para entonces poderoso vicecanciller de la Iglesia, a quien todo el mundo llamaba “padre” por su condición sacerdotal, menos ella quien, siendo su hija, en público debía llamarlo “tío”.
«Más poderosos que nunca, los líderes espirituales de la Iglesia sólo debían enfrentar el poder terrenal de los reyes y los señores feudales. Aun así, la Iglesia vivía en constante agitación, pues la corrupción reinaba en las más altas esferas del Papado. Violando sus votos de castidad, los cardenales visitaban asiduamente a las cortesanas y hasta tenían varias amantes al mismo tiempo. Los sobornos estaban a la orden del día y los clérigos les perdonaban a los nobles los más atroces pecados a cambio de dinero. […] Se decía que, con suficiente dinero, en Roma se podían comprar iglesias, perdones, bulas y hasta la salvación eterna». (Mario Puzo, Los Borgia.)
Desde muy temprana edad, la educación de Lucrecia y de su hermano César fue confiada a Adriana de Mila, prima del padre de los niños, casada con un noble romano, Ludovico Orsino, y madre de un pequeño, Orso Orsino, a quien educó junto con los hijos del Pontífice. Adriana hizo de Lucrecia Borgia una mujer letrada, culta, amante de las artes y versada en distintos temas, capaz de sostener una conversación aguda con los intelectuales de su época.
Pero, por otra parte, de Adriana también se decía que se burlaba de las buenas costumbres, las tradiciones, los prejuicios y la moral católica. No obstante, era lo suficiente hábil para que sus actitudes no pareciesen escandalosas, sino naturales. Incluso, el historiador Picotti plantea que su hijo era fruto de sus relaciones con Rodrigo Borgia y que, por lo tanto, el pequeño Orso era medio-hermano de Lucrecia. En 1489 Orso se casó con Julia Farnesio, quien dos años después sería otra de las amantes del Pontífice.
Adriana, aparte de ser una mujer poderosa, inteligente, culta y experta en intrigas familiares, era confidente de Rodrigo Borgia, y se decía que una de sus principales premisas era: “Donde está el beneficio, está el honor”.
Lucrecia pasó temporadas en el convento de san Sixto, de la Vía Appia, donde adquirió abundantes conocimientos religiosos que le permitían honrar mejor a Dios, a la vez que aumentaban las leyendas sobre su audaz inmoralidad.
A los 11 años, Lucrecia estaba comprometida con Querubino Juan de Centella, Señor de Val d’Ayora. Pero el matrimonio se frustró porque su padre consideró un mejor arreglo, que también incumplió. Finalmente, el 2 de febrero de 1493, Su “Santidad” autorizó el matrimonio de su hija, el objeto más valioso en el momento de establecer alianzas, con Giovanni Sforza, Señor de Pésaro, quien pertenecía a la familia más poderosa de Milán. Lucrecia tenía 13 años.
Según versiones, el Papa era consciente de la necesidad de mantener unida a su familia y de la importancia de Lucrecia para lograr sus fines. Y que por eso determinó que sus hijos César y Lucrecia fornicaran ante su mirada, dizque para garantizar la lealtad de ella hacia la familia.
«[Rodrigo Borgia] Suponía que el primer hombre al que Lucrecia le entregase el cuerpo, se convertiría en dueño de su corazón y de sus actos, pero debía asegurarse de que no le entregara las llaves de Roma. De ahí que, al no estar dispuesto a que un extranjero reclamase su tesoro más valioso, Alejandro VI decidió que fuera a uno de sus hermanos a quien Lucrecia le entregara el cuerpo». (Mario Puzo, Los Borgia.)
El incesto es uno de los temas centrales de la leyenda de Lucrecia. La imagen de una hermosa niña de 13 años con ojos vivaces y rizados cabellos rubios, participando con gusto en turbias relaciones con su padre, el Papa, ejerce un oscuro y retorcido atractivo desde el siglo XV hasta nuestros días.
«El papa Alejandro cogió la mano de su hijo y acarició con ella el cuerpo de Lucrecia. Primero la cara, después el cuello y sus firmes y pequeños pechos [...]. Lucrecia yacía con los ojos entornados, entregada al placer de las caricias de su hermano. Cuando la mano de César alcanzó su vientre y siguió bajando, Lucrecia abrió los ojos e intentó decir algo, pero el temblor de su cuerpo detuvo sus palabras.
»—Padre —susurró por fin—, ¿seguro que no es pecado sentir este placer? Prometedme que no iré al infierno.
»—¿Acaso crees que tu padre pondría en peligro la inmortalidad de tu alma?». (Mario Puzo, Los Borgia.)
Lucrecia aceptó gustosa, y sus relaciones con César duraron mucho tiempo. Parece que muchos de los crímenes e infamias de éste tenían como trasfondo la pasión que sentía por su hermana, y ante la cual sucumbía como una marioneta, pues Lucrecia manejó a César a su antojo a lo largo de su vida. Incluso, la noche anterior a su matrimonio con Giovanni Sforza, buscó a César con ánimo incestuoso.
Otro de los rumores que corrían sobre Lucrecia era el de sus dotes como envenenadora y la frialdad con la que eliminaba a los rivales, reales o imaginarios, de su familia. Con sus encantos de niña casi adolescente despertaba la lascivia del condenado, quien, embelesado con la joven, no se percataba del tóxico mortal que, desde un compartimiento secreto de uno de los anillos de Lucrecia, caía fulminante en su copa, mientras ella, con la otra mano, lo acariciaba sonriente.
El veneno que tradicionalmente se les atribuyó a los Borgia, llevado a sus víctimas en manos de Lucrecia, fue la Cantarella, que también tenía poderosos atributos afrodisíacos, utilizado en dosis menores. Años después, Voltaire escribiría al respecto en su Tratado sobre la tolerancia:
«La Cantarella, que, a decir de algunos, los Borgia empleaban asiduamente, se elaboraba, dicen, con la baba de un cerdo rabioso, suspendido por las patas, cabeza abajo, al que se golpeaba durante largo rato hasta que se moría. Se trataba de un veneno tan fulminante como el de una víbora».
No obstante, parece que Lucrecia utilizó también otros venenos, como el Aqua Toffana y el Venenum Atterminattum.
La fiesta de bodas de Lucrecia fue suntuosa. Quinientas damas engalanadas acompañaban a la novia. Tras la ceremonia, un espectacular banquete cargado de afrodisíacos fue amenizado por la representación de una comedia de Plauto sobre libertinos, amores prohibidos y alcahuetes. Las nupcias fueron un evento muy escandaloso; tan opulento, como solían serlo las grandes celebraciones durante el Renacimiento.
(CONTINUARÁ) n
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«A veces llegan cartas…»
La primera parte del «Editorial» (o algo así) de la edición Nº 107 de Occidente Universitario se ocupó del caso de la secretaria de Desarrollo Económico de Norte de Santander quien, manejando en estado de embriaguez, embistió un taxi y un vehículo que transportaba celadores, echándose «a las costillas» cuatro muertos, dejando así a tres niños huérfanos de madre y a otros tres niños huérfanos de padre, y cuya hija le escribió una carta al juez pidiéndole que no encarcelara a su mamá porque la dejaría «huérfana» de madre.
Un día después de la edición, un ingeniero civil, egresado de la Universidad Francisco de Paula Santander, que está culminando doctorado en Ingeniería Civil en la Universidad Central de Venezuela, y quien recibe Occidente Universitario vía internet, envió desde Caracas un e-mail en el cual, refiriéndose a esa primera parte del mencionado «Editorial» (o algo así), hace estos comentarios:
¡Qué gentecita nos gobierna! ¡Sólo falta que el “arma homicida” sea un vehículo oficial!
De esa señorita, la hija de la tetra-homicida secretaria departamental de Desarrollo, no sé si es cínica o cretina.
Cínica porque, como lo dice el Editorial, se considera la única “huérfana” de la matazón causada por su madre, quien quedó viva y sin rasguño, y desprecia considerar huérfanos a los tres niños pobres que quedaron sin mamá y a los otros tres niños pobres que quedaron sin papá por culpa de su madre.
O cretina porque, ¿cómo le va a decir al juez que si no le da prisión domiciliaria a su mamá la dejará “huérfana” de madre, si la noche anterior su mamá la había dejado “huérfana” cuando se fue a “jolgoriar”? ¿No estaba amanecida, y “pasada de nota” (de alcohol o lo que fuera), cuando dispuso de la vida de cuatro personas y del futuro de otras seis?
Como les dijo a sus hinchas el tabaco: “¡Me lo juman!”.
Y por cierto, qué curioso lo que leí en La Opinión por internet: que el examen de alcoholemia que le practicó Medicina Legal de Cúcuta tuvo como dictamen “grado uno”, y el análisis de la misma muestra de sangre que practicó Medicina Legal de Bogotá tuvo como dictamen “grado dos”.
Como quien dice: para la oficina cucutoche de Medicina Legal, la funcionaria de marras pasó en su carro sobria y rapidísimo por el frente del almacén de don Carlos V. Rey Guerrero, y se impregnó de tufo por los licores importados que vende Carlos-ve, y eso la mancilló con “grado uno” de alcohol.
“¡Me lo juman!”, les dijo a sus hinchas el tabaco. n
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OCCIDENTE UNIVERSITARIO, 8 AÑOS:
2001 ▬ 26 DE OCTUBRE ▬ 2009
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N O T A S :
Cualquier nota que no tenga explícitamente autor, debe ser
atribuida exclusivamente al director de Occidente Universitario.
Por limitaciones pecuniarias, las ediciones «en papel» de
Occidente Universitario, que se difunden completamente
gratis, es de 50 ejemplares.
? La edición Nº 109 de Occidente Universitario saldrá
(probablemente) el lunes 30 de Noviembre del 2009.
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