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CÚCUTA PARA REÍRLA.

Por Gustavo Gómez Ardila. Ilustraciones: Martha Patricia Yanes Ramírez

CAPÍTULO V
Y ECHARON A ANDAR...

 

ERRE CON ERRE FERROCARRIL

Los cucuteños estaban cansados de andar a pie, o a caballo. Hubieran querido movilizarse en avión, pero por razones obvias no lo hacían. Los viajes en barco se estaban poniendo difíciles, debido a que los ríos estaban bajando de caudal, asunto que tenía preocupados a Corponor y a los agricultores y a los señores del acueducto. En invierno se crecían, inundaban y tumbaban puentes. Pero en verano se secaban.

De todas maneras necesitaban sacar sus productos (cacao, añil, sombreros jipijapa que traían del interior) al mar para enviarlos a Europa, y la vía más económica era trasportarlos a Maracaibo, utilizando el río Catatumbo (desde Puerto de San Buenaventura, hoy Puerto Villamizar), o empalmar con el ferrocarril del Táchira, en Venezuela.

Lo primero que hicieron, días antes del terremoto, fue crear una compañía, llamada Camino de San Buenaventura. Hicieron una compañía con todas las de la ley, (escritura, notaría, Cámara de Comercio, boleta fiscal, rut,...) para abrir un camino. Qué verracos! Ahí estaban Aristides García-Herreros, Andrés Berti, Rudesindo y Foción Soto, Julio Pérez Ferrero, José Rafael Unda... Todos, gente del sector privado.

El gobierno, fuera de conceder licencias, no hizo más. No se metió la mano al bolsillo. Pero vino el sismo y les dañó el caminado.

Les dañó el caminado, un rato. Porque en abril de 1876, un año después de la tragedia, ya estaban reviviendo el proyecto. Pero ahora pensaron más en grande. Alguien les habló de que la misma banca del "camino carretero" podía servirles para acostar maderos y tender unos rieles de ferrocarril, que uniera a Cúcuta con San Buenaventura. Eso fue diciendo y haciendo. Dieron los contratos (sin comisión por debajo de la mesa), y arrancaron.

En junio de 1888 se dio al servicio la totalidad del proyecto. El Ferrocarril de Cúcuta, construido sin ayuda oficial, era una realidad. ¡Hoy, destapar una alcantarilla o quitar unos chamizos del camino, debe hacerlo el gobierno! La inauguración fue apoteósica. La locomotora Cúcuta, la única que había (las demás, la Santander, la Colombia, y otras fueron llegando después hasta completar 25; la última fue la Daniel Jordán) pitaba, echaba humo negro (para que vean que el humo negro también anuncia cosas positivas) y se paseaba ese día -30 de junio de 1888- muy oronda estrenando rieles. Papayeras, vallenatos, t¡ples y timbales se escucharon durante el día. Hubo Tedeum y le imagen de San José la montaron en uno de los vagones y la llevaron a bendecir el recorrido, y todo el mundo viajó gratis. Por la noche la fiesta fue en el Malecón, con fuegos pirotécnicos. Los vendedores de cerveza hicieron su junio.

Pero los empresarios del ferrocarril no se durmieron sobre los laureles. Al otro día, enguayabados y cansados, siguieron trabajando. El ferrocarril era una empresa grande.

Y fue una empresa grande. Hubo tres líneas: La Norte, que operó desde 1888 hasta 1960, arrancaba desde la Estación Cúcuta (donde hoy queda la Terminal de trasportes), pasaba por Puerto Villamizar (antes San Buenaventura), y terminaba en Puerto Santander, donde empalmó con el ferrocarril del Táchira, en 1926.

La línea Sur que buscaba comunicar a Cúcuta con Pamplona (el frío, la cuca y el queso eran tentadores), operó de 1924 a 1936, y se nos quedó a mitad del camino: Sólo llegó hasta El Diamante.

La línea Frontera (1893 - 1933) pasaba por San Luis, Escobal, Boconó, Lomitas, El Rosario y terminaba en la frontera con Venezuela, en las goteras de San Antonio del Táchira.

Con la presencia de los carros y la pavimentación de algunas calles, el tren empezó a morir. En 1960 se le dictó la partida de defunción. Había prestado sus servicios a Cúcuta, a Norte de Santander y al país por cerca de un siglo.

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EL TRANVÍA

En 1889 ya Cúcuta era una ciudad populosa. Maracuchos, tachirenses, italianos, alemanes, franceses, catalanes, "turcos", ingleses, santandereanos, pamploneses y algunos cucuteños poblaban la ciudad.

Había que buscar trasporte que acortara las distancias de los barrios al centro. Y como ya existía ferrocarril, había que abrirle paso al tranvía, para que no se dijera de Cúcuta lo que se cantaba de Santa Marta:

Santa Marta, Santa Marta
tiene tren, 
pero no tiene tranvía...

Cúcuta fue la primera ciudad de Colombia en tener tranvía, inaugurado el 30 de abril de 1889. La mayor distracción de los muchachos de entonces consistía en subirse al vagón del tranvía y viajar por la ciudad, desde la Estación Cúcuta (La Central de trasportes) hasta San Rafael (estación Sur). En alguna ensaladilla o poesía popular se decía:

Los paseos en extremo 
a la frontera y al Puerto 
nos dejan el campo abierto 
para poder disfrutar 
un contento singular 
porque no hay como viajar 
en el cómodo tranvía 
pero viajar sin pagar 
ojalá todos los días 
antes de que el conductor 
le avise a la policía.

El hermano cristiano Rodulfo Eloy, quien cuando se quitaba la sotana se llamaba Ramiro Pinzón Martínez, cuenta, en su libro sobre la Quinta Teresa, que el tranvía "salía de la estación Cúcuta, subía por la avenida séptima, pasando por el parque Antonia Santos, la Cárcel, el Mercado (avenida 7, calle 12) y el edificio de la Aduana (hoy centro comercial El Oití). Al llegara la calle 10 seguía por la ruta del ferrocarril de Oriente, al llegar a la avenida 5° torcía hacia el sur y continuaba por la 5° hasta llegar a la Gobernación, en la calle 14, y por ésta hasta la avenida 4ª, por donde pasaba frente a la Quinta Teresa; por la avenida 4" se unía a la callejuela de la Vuelta del Molino hasta la estación Sur, en San Rafael..."

Otra ruta salía desde la estación Rosetal, (hoy Hotel Tonchalá), pasaba también por San Rafael y llegaba a Puente Espuma (por los lados del Cementerio Central).

Ir los domingos a misa a la catedral de San José se convertía en todo un paseo si se utilizaba el tranvía. Los mozos, es decir los muchachos, iban a visitar a sus mozas, es decir a sus novias, en tranvía.

Los empleados y trabajadores, cuando les cogía la noche, acudían al tranvía. Tranvía para allá, tranvía para acá, este servicio sucumbió en noviembre de 1941. En algunas esquinas se alcanza a ver parte de los rieles. Y nada más. Colorín colorado...

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¡A SUDAR PETRÓLEO!

Cúcuta nunca fue una ciudad petrolera, a pesar de que, de vez en cuando, por sus alrededores se ve alguna máquina perforadora, de las que se usan en las zonas petrolíferas para extraer el crudo. Nunca faltan los soñadores.

Pero sí ha tenido mucho que ver con el petróleo: Está ubicada al lado de un país petrolero. Uno de sus barrios tiene el nombre de una compañía que sacó petróleo en el Catatumbo, el barrio Colpet (Colombian Petroleum Company). En un parque se levanta, como un monumento, una perforadora, (cilindro que sube y baja como un yoyo) de las que dieron de baja en Tibú. Y fue desde Cúcuta de donde salieron las primeras cuadrillas de exploradores que se internaron en las selvas en busca del tan preciado petróleo.

Se cuenta que cuando los trabajadores se enrolaban en la compañía petrolera, se les veía alegres, robustos, sanos y deseosos de medírsele a la manigua. Al verles tanto entusiasmo, que les brotaba por la piel, algunos les preguntaban:

- ¿Por qué tan felices? ¿Para dónde se marchan?

Al Catatumbo a sacar petróleo -decían con vozarrón potente, que se escuchaba varios metros a la redonda.

A los seis meses regresaban enfermos, pálidos y demacrados, víctimas del paludismo y la fiebre amarilla.

¿De dónde vienen tan acabados? -les preguntaban los curiosos.

Casi no se les escuchaba cuando respondían, con una voz como de ultratumba:

- Del Ca - ta - tum -bo.

El general Virgilio Barco Martínez, abuelo del ex presidente Virgilio Barco Vargas, fue uno de los pioneros de la industria petrolera en Colombia, a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Contrató técnicos y obreros y todos se metieron a las selvas del Catatumbo. Tumbaron árboles, abrieron trochas, hicieron campamentos y comenzaron la explotación comercial del petróleo. !Verraquera de la auténtica! El gobierno, en 1905, le otorgó al general Barco Martínez el contrato -Concesión Barco-, mediante el cual éste se le podía medir al negocio.

Los motilones, refugiados en la selva, volvieron a amargarle el rato a estos nuevos colonos que violaban su territorio. Los asaltos a los campamentos de los blancos eran continuos. Así que aquellos primeros petroleros debieron enfrentarse a la fiereza de los indios y a la fiereza del clima malsano. Y a la incomunicación con el resto del universo. La señal de los celulares no entraba a la manigua. Cuando una o dos veces al año salían del monte, barbados, enfermos, sedientos de cerveza y de amor, no sabían si el mundo ya se habría acabado. Pero en Cúcuta las esposas, los hijos, los suegros , algunas suegras y los dueños de las tiendas donde les fiaban el mercado, los esperaban con los brazos abiertos. También los esperaban las casas de mujeres alegres. Los petroleros venían, abrazaban, amaban, pagaban con billetes grandes y volvían a medírsele al monte.

El general Barco trabajó y puso a marchar la industria explotadora, pero el gobierno, desde 1918, hizo todo lo posible por rescindir el contrato. Barco murió en 1922 y, a pesar de las reclamaciones de Jorge Enrique Barco, padre de Virgilio Barco Vargas, la concesión pasó a los gringos.

Más tarde el Estado colombiano asumió la explotación petrolera y se creó Ecopetrol, que se da de cabeza contra las piedras buscando crudo y cuando lo encuentra, lo saca, lo procesa, lo trasporta, lo refina y lo vende. Pero además Ecopetrol se rompe la cabeza tapando las troneras que los alzados en armas les hacen a los oleoductos, y tratando que el daño causado a los ríos y a los cultivos sea menor. De ñapa hay traficantes clandestinos que se roban el petróleo de las tuberías, para lo cual utilizan el moderno sistema de chuparlo con mangueras.

La del petróleo fue otra empresa nuestra, fruto del trabajo y la constancia de la generación del terremoto. Una gran obra social queda en Cúcuta, producto de las indemnizaciones que la familia Barco logró: La Fundación Barco, para atención médica y educativa materno infantil, con destino a las gentes que viven en la carramplana y que allí encuentran amor y salud. ¡Es que el petróleo y los petroleros dan para todo!

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EL AMOR AL COMERCIO, ASUNTO DE SANGRE

Los primeros pobladores extraños que llegaron a estos valles procedían de Pamplona. Venían huyendo del frío, que no los dejaba ni siquiera bañarse, y cansados de que los llamaran habitantes de "ciudad arzobispal". Algunos eran asmáticos que buscaban cambio de clima, y otros eran visionarios del comercio que intuían la importancia de radicarse en cercanías del río Zulia, vía rápida para llegara Maracaibo.

Detrasito llegó gente de San Cristóbal, aprovechando que en Colombia no les pedían visa, ni permiso fronterizo, ni nada.

Unos y otros se fueron regando por la comarca cucuteña, sin saber que los motilones estaban dispuestos a hacerse matar por defender sus tierras: "Primero pasar por sobre mi cadáver que quedarse con mis tierritas", decían.

Pero poco a poco se fueron quedando con sus tierritas y, en 1733, lograron que doña Joana les regalara una buena porción de terreno para organizarse como pueblo, alejados de los Cúcutas que no los dejaban vivir en paz.

Cultivaban cacao, del que vivían orgullosos porque en Europa dizque decían que el cucuteño era el mejor chocolate del mundo. De pronto era cierto, o de pronto eran asuntos de una publicidad bien montada. ¡Vaya uno a saber!

En este momento se juntaron dos elementos muy importantes para diseñar la identidad posterior del cucuteño: la verraquera de los motilones y el espíritu comercial de aquellos blancos.

Los periódicos, la radio y la televisión comenzaron a hablar en Europa de la pujante Cúcuta, y esto se fue llenando de europeos.

De Cataluña vinieron los Bosch, los Ruz y los Villet, según dicen los investigadores. Hablaban enredado y no pudieron entenderse con los motilones, pero sabían dónde ponían las garzas en asuntos de comercialización. Les ganaron a los demás inmigrantes, pues llegaron desde mucho antes de la independencia, así que tuvieron oportunidad de codearse con Bolívar y Santander.

Inglaterra envió también su delegación: Fergusson, Jurgensen, Irwin... Abrieron las primeras escuelas de inglés para ver si nos entendíamos mejor en su idioma y les enseñaron a los cambia bolívares que no sólo de bolívares se vive, sino también de libras esterlinas.

Los alemanes tienen sitial de honor en el comercio cucuteño, antes y después del terremoto. A pesar de su lengua se las ingeniaron para montar establecimientos de comercio y para enseñarle a la gente joven cómo se obtienen ganancias atendiendo bien a los clientes y organizando promociones para Navidad y Semana Santa y el Día de la Madre y el Día del Amor y la Amistad. Sus apellidos nos son conocidos: Van Dissel, Hartman, Muller, Faber, Blum... Italia no podía quedarse atrás. Llegaron los Fossi, los Berti, los Bruno, los Massey, los Abbo, los Faccini, los Santi, los Spannochia, los Caracciolo, los Luciani, los Ciliberti, los Morelli... Para ellos fue más fácil la adaptación por el cierto parecido entre su lengua y el castellano, por ser ambos procedentes del latín.

En el desarrollo económico y cultural de Cúcuta también participaron los franceses. Fortul, Rochereaux, Moller, Duplat, Monier, por ejemplo, son apellidos galos que ayudaron a hacer historia. Hubo un tiempo en que en Cúcuta no se decía "yes", sino "oui"; ni "ok", sino "tras bien tras bien".

Después de la Segunda Guerra Mundial llegaron los "turcos", nombre generalizado y erróneo con que se conoce a los libaneses, palestinos, egipcios, árabes, iraquíes, sirios, y por supuesto, turcos. be ellos aprendimos a decir "majito" y a vender a crédito, puerta a puerta, y a escribir en las vitrinas una frase que gusta mucho: "Antes a tanto, hoy a tanto". El "Antes a tanto" se raya con una equis y se produce el milagro de las copiosas ventas. Son "turcos": Barjuch, Abdallah, Seade, Sahium, Assaf, Sus, Suz, Slebi, Bitar, Abrahim, Abufhele, Marún, Brahim, Sahieh, Elcure... Muchos de estos apellidos nos son familiares y queridos. Ellos le ayudaron a meter el hombro a Cúcuta y, desde diversas actividades, pusieron el pecho para sacar adelante a la región.

Pero a Venezuela también le debemos su aporte, empezando por el Libertador Simón Bolívar y el ingeniero Francisco de Paula Andrade, quien trazó la nueva ciudad después del terremoto, y muchos otros que, desde la colonia, se instalaron en el valle de Guasimal. El comercio y la sangre hermanan a Colombia y a Venezuela con mayor intensidad en la frontera que en el interior de los dos países. La mitad de los cucuteños tiene cédula venezolana, y la otra mitad vive pensando en cómo sacarla. Algunos dicen -aunque no se lo sostienen a nadie- que ciertos presidentes de Venezuela, originarios del Táchira, son nacidos en Norte de Santander. Puede ser verdad. Porque como dice el escritor venezolano Pedro Pablo Paredes: "La línea fronteriza sólo debe servir para unirnos y querernos". Así sea.

Los mejores compradores del comercio cucuteño eran los venezolanos: venían por montones, organizaban excursiones de compras a Cúcuta, se quedaban tres y más días en nuestros hoteles y se iban cargados de mercancías. En los almacenes no pedían rebaja. Tenían una moneda fuerte. Los arrastradores (gente que gana comisión por llevar compradores a los almacenes) cuadraban entre sábado y domingo lo de la semana y lo de pagar las cuotas del televisor y la nevera. Las vendedoras sabían diferenciar a los compradores venezolanos de los colombianos por el acento. Al que decía "cónchale vale" lo atendían primero y con más esmero que al que decía "hole, toche". Algunos cucuteños aprendieron a hablar veneco, pero mostraban el cobre cuando pedían rebaja.

Como tampoco hay bien que dure cien años ni ciudad que lo resista, un mal día nos cayó la roya. El viernes 27 de febrero de 1983, siendo presidente de Venezuela Luis Herrera Campins, el bolívar se pegó el bajonazo mas grande de su historia, de 16 pesos bajó a 4. Fue el "viernes negro" del comercio cucuteño. Los compradores y turistas venezolanos se alejaron. Los hoteles y los almacenes quedaron vacíos. Los cambia bolívares quebraron. Los arrastradores tuvieron que cambiar de oficio. Muchos comerciantes que no eran de aquí salieron pitando. Y los de Fenalco y la Cámara de Comercio casi se vuelven locos buscando nuevos clientes.

Desde entonces la actividad comercial no ha podido ser lo que fue. Pero se hacen intentos. Alrededor de sus agremiaciones los comerciantes se sobreponen y, como dice un poema: "...se levantan, se limpian las heridas y siguen adelante..."

Sería injusto no reconocer la gestión comercial de gente venida del interior de Colombia, en especial paises, santandereanos, vallunos y costeaos. Algunos permanecen un poco, pero otros se quedan y comparten con nosotros las verdes y las maduras, la bandeja paisa, el cabrito santandereano, el jugo de borojó y el arró con coco.

De los antioqueños dicen que venden hasta un hueco. El municipio debería negociar con ellos nuestras calles llenas de cráteres. Seguro que las compran y las revenden.

Otro aporte, no menos importante: el de los indios tunebos. Se les ve por las calles cargados de grandes bultos de ropa y de ruanas. O en sitios fijos, como en el centro comercial El Oití. Hablan en jeringonza entre ellos mismos. Y venden que da miedo. Se están desquitando de los espejitos que los conquistadores les vendieron en aquellos tiempos.

En síntesis, el cucuteño es amante del comercio, porque le viene por sangre y por tradición. Se montan grandes almacenes y pequeñas casetas, centros comerciales suntuosos y tiendas en los zaguanes. Quien construye una casa le hace un local con puerta a la calle "para el negocio", cualquiera que sea. De Cúcuta se dijo, en una época, que era "la vitrina más vendedora de Suramérica". Se nos mancharon los vidrios, es cierto, pero ahí vamos. Ahora se programan jornadas nocturnas para vender con la luna lo que no se vende con el sol. Y parece que la cosa da resultado. Si lo siguen haciendo, vamos a perder la costumbre de dormir de noche. Pero no importa, con tal de que la vitrina se nos vuelva, otra vez, vendedora

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