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CÚCUTA PARA REÍRLA.

Por Gustavo Gómez Ardila. Ilustraciones: Martha Patricia Yanes Ramírez

CAPÍTULO II
Y AHORA SÍ: ¡DOÑA JUANA!


¿Y QUIÉN ES ELLA?

Cumplía Pamplona 100 años de fundada (1649), cuando vio la luz, en esa ciudad, una preciosa chiquilla a quien pusieron por nombre Joana. Lo de ver la luz no es tan cierto. No había luz eléctrica, y en Pamplona poco se ve el sol. Las ventanas, además, se cubren con cortinajes gruesos para disminuir la potencia del frío.

Fueron sus padres el capitán Pedro Rangel de Cuéllar y Paula de Altuve, y sus hermanos, Alonso, Francisco, Jacinto, Pedro y Nicolás. Tenía 23 años cuando quedó huérfana de padre y entonces ella y doña Paula se trasladaron a su hacienda de Tonchalá (después llamada Carmen de Tonchalá). A pesar de ser una mujer poseedora de muchos fundos y fondos, no se casó. Es posible que nadie se hubiera arriesgado a acercársele, por temor a ser rechazado, debido a sus riquezas. O de pronto, era una mujer de armas tomar, que alejaba a cualquier pretendiente, creyendo que venía detrás de sus morrocotas. O tal vez sus facciones no eran las mejores, o estaba pasada de kilos, o sabrá Dios. Decir que la dejó el tren no sería ajustado a la verdad por la sencilla razón de que aún no había tren, ni tranvía.

Quizás sea más acertado decir que se quedó para vestir santos y para hacer obras de caridad. Según cuentan, doña Joana fue propulsora de la libertad de los esclavos, y en Tonchalá había siempre comida para los hambrientos y posada para los caminantes. Los trabajadores de la comarca la buscaban continuamente para madrina de sus hijos.

Cuando quedó huérfana de madre, tuvo que hacerle frente sola a los peones y a los trabajos de la hacienda. Bajo su cuidado y administración crecieron los ganados y fructificaron los cultivos.

Precisamente por su magnanimidad, los vecinos del valle de Guasimales, a la izquierda del río, decidieron pedirle unas tierritas con el fin de construir capilla y casas a su alrededor, en otras palabras, para fundar un nuevo pueblo.

No es que se hubieran aprovechado de Joana Rangel de Cuéllar. Es que a ella el corazón se le salía por las manos, y los colonos quisieron recoger un poco de ese corazón.

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FUNDACIÓN SIN ESPADA Y SIN CRUZ

Casi todas las fundaciones de pueblos, villas, aldeas o ciudades se hacían con el siguiente ritual: El fundador desenvainaba la espada con su mano derecha (a menos que fuera zurdo), daba tres pasos al frente, hincaba la rodilla del mismo lado, y con la otra mano tomaba la cruz que le facilitaba el cura más cercano, para decir, a grito entero por falta de micrófono: En nombre de los reyes de España y de Dios, tomo posesión de estas tierras y fundo la ciudad de...

En Cúcuta todo fue distinto. Nadie tomó posesión de las tierras, nadie se adelantó al frente, nadie se arrodilló y nadie fundó nada.

La historia fue como sigue:

Ya queda dicho, páginas atrás, que los Motilones fueron un hueso duro de roer. Se enfrentaban a los colonos y a veces los vencían y otras, los derrotaban. Pero también, en ocasiones, sucedía lo contrario. En ese coge-coge vivieron colonos e indígenas cerca de 200 años.

Al hacerse efectiva la reducción de los indios (en el pueblo de Cúcuta), el cura doctrinero exigió que, para convertirlos al cristianismo, necesitaba una capilla. De modo que los indios tuvieron un lugar de oración, no así los colonos. Éstos debían atravesar el río todos los domingos y fiestas de guardar para ir a misa, exponiéndose a los ataques de los Cúcutas y a las crecidas del río, que, cuando se ponía furioso, se llevaba puentes, el Malecón, personas y otros animales.

Con esos dos argumentos le llegaron, muy temprano, un día de junio de 1733 a doña Juana (en lugar de decirle señorita Joana ya le decían doña Juana, menos romántico, pero más efectivo), para pedirle la donación de los terrenos necesarios.

¿Está doña Juana? -le dijeron los vecinos a la criada que salió a recibir la comitiva. 
¿Como para qué, si se puede saber? 
Necesitamos hablar con ella a solas. 
¿De parte? -volvió a preguntar la muchacha, intrigada. 
De los vecinos de Guasimal.

Salió la doña, los hizo seguir a la lujosa sala, les ofreció café negro porque aún no habían ordeñado las vacas, hablaron del clima, de los calores tan machos, del precio del bolívar y de las exportaciones de cacao. Cuando fueron al grano, le contaron, exagerando un poco la nota, lo que debían sufrir para cumplir con el mandamiento que ordena ir a misa los domingos. Pasar el río en invierno era una odisea. Y la posibilidad de un ataque indígena era un riesgo, casi un suicidio. Por eso veían como única solución que doña Juana les donara tierras suficientes para construir pueblo, plaza, escuela e iglesia con el fin de solicitar la erección de una parroquia.

Doña Juana utilizó su calculadora digital -del meñique al pulgar-, sumó, restó, multiplicó y dividió, sacó raíz cuadrada, elevó potencias y al final les respondió, deteniendo las zancadas frente al retablo de San José: 
- Déjenmelo pensar. Échense una paradita por aquí pasado mañana y les tengo una razón fija. Necesito consultarlo unas dos noches con la almohada.

Dicen los economistas - mal pensados que son algunos de ellos- que el raciocinio de doña Juana fue claro y decisivo: "Si regalo unas pocas tierras y allí hacen un pueblo, las otras se me valorizan. Además, las mismas gentes del pueblo y los vigilantes y los celadores y la policía me ayudan a cuidar el ganado y el cacao para que los indios no se lo roben. be modo que con la donación yo salgo ganando por punta y punta. Sin contar con que pasaré a la historia como fundadora y mi estatua perdurará en algún parque por la século de los seculorum.

Cuando a los tres días llegaron los colonos, doña Joana les dijo: 
-Está bien, me sacrifico por ustedes y por las generaciones de cucuteños que nacerán en estas tierras. Les donaré media estancia de ganado mayor. Los peticionarios se emocionaron. La aplaudieron, la abrazaron, le dieron las gracias y quemaron algunos voladores que llevaban preparados. - Ya sabíamos que usted no nos iba a faltar le dijeron.

El 17 de julio de 1733 se firmó la escritura de donación, acto que se considera como la fundación de Cúcuta, aunque algunos opinen lo contrario.
"...Meció tu cuna una matrona 
de aristocrática altivez 
como su escudo lo pregona 
que era magnánima a la vez. 
Juana Rangel la visionaria 
te dio un rincón para morir 
y la nobleza legendaria 
de lis heráldico al vivir..

." (Del Himno de Cúcuta)

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¿FUNDADORA O QUÉ?

Ese es un punto en el que los historiadores no se han puesto de acuerdo: ¿Fue doña Juana Rangel de Cuéllar, en realidad, la fundadora de Cúcuta?

Si hablar de fundación significa cumplir con el ritual descrito en el capítulo anterior, la respuesta necesariamente es negativa. Doña Juana no juró, no besó la tierra, no proclamó la fundación de ninguna ciudad ni aldea.

Pero si fundar es dar vida a algo, doña Juana es la fundadora de la ciudad. Con su donación hizo posible que Cúcuta naciera. Le dio vida. La fundó. Sentada. Muy oronda y muy maja. Le dio tanta importancia al acto, que se vistió con sus mejores galas, y para firmar no utilizó un vulgar kilométrico, ni lapicero desechable, de los que regalan algunas empresas en navidad, sino pluma de gallina criolla.

El alcalde de Pamplona, capitán Juan Antonio Villamizar y Pinedo, se trasladó a Tonchalá para protocolizar la escritura de donación con testigos, firmas y huellas dactilares.

Doña Juana tuvo que demostrar, para efectos legales, que con la donación no quedaba en la miseria, ni sus herederos iban a aguantar hambre. También debió demostrar que ningún embargo pesaba sobre aquellas tierras, ni las tenía hipotecadas, ni empeñadas. Presentado que hubo el certificado de libertad y tradición, procedieron a la elaboración de la escritura donde dona "media estancia de ganado mayor", avaluada en 50 patacones.

El alcalde de Pamplona también debió comprobar que doña Juana, a pesar de sus 84 años, estaba en sus cabales, que no se le corría la teja, ni sufría de pérdida de la memoria, no fuera a suceder que después se arrepintiera de lo donado, alegando que no se acordaba de la firma aquella.

Llenos los requisitos, se realizó la ceremonia. Después vendrían el brindis, el almuerzo y el bailoteo. Se decretaron tres días de fiestas junianas (que después serían julianas), se ordenó izar el pabellón nacional y la bandera del lugar, hubo corridas de toros, riñas de gallos, carrera de encostalados y vara de premios, pólvora al medio día y rosario de aurora. Por la noche, los clubes Motilons Corporation, Cúcuta Zapateado Club y Cachuchas Amarillas abrieron las puertas a sus afiliados, mientras que el pueblerío debió apiñarse a escuchar conjuntos vallenatos por los lados del Canal Bogotá.

Después del guayabo, pero con la escritura firmada y protocolizada, los vecinos pudieron entrara solicitar la creación de la parroquia, con lo cual quedaban definitivamente desligados del Pueblo de Cúcuta.

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SAN JOSEPH, ORA PRO NOBIS

Dentro de los colonos había quizá muchos llamados José, porque ese fue el nombre que buscaron para la parroquia, cuya erección estaban solicitando ante la Real Audiencia de Santafé. Veamos algunos: Juan José de Colmenares, Joseph de Figa, José García, Joseph Ramírez, Joseph Gómez de Figueroa...

Sin embargo, algunos dicen que ya en 1587 existía en el valle de Cúcuta un puerto sobre el río Pamplona, llamado Puerto del Señor San José.

Ocho días después de otorgada la escritura, es decir, el 25 de junio de 1733, los vecinos del valle de Cúcuta solicitaron formalmente, por medio de abogado, la erección de parroquia. Los argumentos ya se han dicho: el río con sus crecidas de invierno impedía el paso de los blancos hacia el pueblo de Cúcuta, donde estaba la capilla. Los puentes Elías Mauricio Soto y Jorge Gaitán Durán, que conducen hacia San Luis (pueblo de Cúcuta), aún no se habían construido por estar demorada la licitación. Y la belicosidad de los motilones que, cuando amanecían con el guayuco al revés, no dejaban acercar a ningún blanco. A veces, no sólo no los dejaban acercar, sino que iban hasta ellos y les derribaban las casas y les destruían las cosechas. ¡La furia motilona!

El memorial petitorio (no confundir con la petitoria de cabrito, apetitoso plato que se consigue en restaurantes criollos), dirigido a la Real Audiencia y al Arzobispo del Nuevo Reino de Granada, decía, palabras más, sílabas menos: "... por quanto son agregados al pueblo de Cúcuta, en donde se les administran los santos sacramentos por el cura doctrinero del dicho pueblo y hallándose con recelos y bastantes motivos para segregarse del dicho pueblo, por los tumultos que cada día levantan los yndios del dicho pueblo contra los vecinos de este dicho valle y personas españolas...,se sirva su señoría ilustrísima de concederles erección de parroquia, en el sitio del Guasimal, en términos de este dicho valle, con el título del glorioso señor San Joseph".

Se comprometían los vecinos a construir la iglesia, dotarla y mantenerla con lo necesario (pan, vino, cáliz, custodia, ornamentos, incensario y campanas), sostener al cura con generosas limosnas (el que trabaja en el altar debe vivir del altar), y que le quedara algo para pagar al sacristán, al cantor, a los monaguillos y a la señora del aseo, y algo para abrir una cuenta de ahorros debajo del colchón. Se comprometían, además, a fundar las congregaciones o cofradías que toda parroquia debe tener: Hijas de María, Madres Católicas, Adoradoras del Santísimo, Nazarenos, Hermanos de San José...

El 13 de noviembre de 1734, el Arzobispo del Nuevo Reino aprobó la erección de la parroquia de San Joseph, lo que contó con el visto bueno del presidente de la Real Audiencia. De nuevo se organizaron fiestas con música, pólvora y procesiones.

Desde entonces nos ha quedado la costumbre de hacer festejos por cualquier motivo. De modo que las rumbas y las quema s de pólvora no han faltado, afortunadamente, en este valle de Guasimal, protegido por nuestro patrono San José.

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MUY NOBLE, MUY LEAL Y ADEMÁS, VALEROSA

El maestro Jorge Villamil, médico y compositor huilense -nada de cucuteño, sólo su corazón- le dedicó a Cúcuta una de sus más hermosas canciones, Portón de la frontera, en la que le canta al título que los reyes de España le dieron a nuestra villa:

Muy noble y muy leal 
te llamaron los reyes, 
blasones que conservas con orgullo 
allá en el Pamplonita.

Villamil aprovecha la oportunidad para echarle algunos piropos a la ciudad y a sus mujeres:

El cielo claro es en Cúcuta bonita 
llegando a tu valle se alegra el viajero 
admirando al norte cerro Tasajero, 
tus soleadas calles con sus arboledas 
que adornan de tarde las bellas morenas.

Pero el compositor no se queda ahí. Viaja a algunos pueblos vecinos y a ellos los mete en el mismo cuento del sonado vals:

Portón de la frontera, 
aroma y primavera, 
qué bonitos paisajes se miran al pasar, 
allá en Aguas Calientes, 
Ureña y San Cristóbal, 
San Antonio y al sur 
las tierras de Pamplona.

El hombre no podía dejar por fuera a la cuna de Santander, adornada de historia y de palmeras:

En Villa del Rosario, 
monumento nacional,
aquel que cruce ha de sentir admiración. 
Y el viento hace mecer las palmas reales
que al silbar con sus follajes 
Nos dirán adiós, adiós.

Bien por el maestro Villamil, y bien por los cucuteños que, por los años de 1790, anhelaban que la corona española tuviera en cuenta el crecimiento del pueblo y el auge económico de la comarca. Solicitaron, pues, que se le otorgara a la parroquia el título de Villa, para lo cual enviaron todos los documentos necesarios: escrituras, constancias, censos, mapas elaborados por el Instituto Agustín Codazzi, fotocopias, y un sinnúmero de documentos más. Para que no se diga que la tramitología en las oficinas públicas es invento reciente. Es un legado que, junto con el idioma y la religión, nos dejaron los españoles. ¡Y no lo hemos podido superar!

El 18 de mayo de 1792, Carlos IV de España, después de minuciosos estudios y sesudas consultas, concedió la gracia solicitada, otorgando a San José del Guasimal, mediante cédula real, el título de "Muy noble, valerosa y leal villa", lo que le dio derecho a la parroquia a tener corregidor.

Fue en ese entonces cuando empezamos a ser ciudad: Hubo concejales o cabildantes, nombrados por el alcalde de Pamplona, cuya función era organizar la vida de la Villa: escuela pública (el primer maestro fue don Felipe Antonio de Armas) , expendio de carnes y comestibles, trazado y empedrado de calles, fijación de impuestos, evangelización de los indios, control de los vagos, a los que había que "espantarles la pereza", no dándoles limosna sino poniéndolos a trabajar, y algo muy importante: legalización de las guaraperías y chicherías de la comarca.

"Noble, leal y valerosa 
eres por cédula real 
y porque así es 
ciudad gloriosa 
tu vida heroica y triunfal"

(Del Himno de Cúcuta)

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DESPUÉS DE DOÑA JUANA, DON JUAN

No es mucho lo que se sabe de don Juan Atalaya, a quien algunos consideran otro fundador de Cúcuta, y otros, simplemente benefactor. Y no faltan los que dicen que si habíamos tenido una Juana, no podíamos quedarnos sin un Juan.

En realidad, doña Juana Rangel de Cuéllar le lleva una papita de diferencia a don Juan Atalaya. Cuando la matrona firmaba la escritura de donación de media estancia de ganado mayor para que los cucuteños pudiéramos vivir pegados unos a otros (17 de junio de 1733), el pequeño Juan ni siquiera había sido concebido: Nació en España el 13 de mayo de 1784.

Ya estaba grandecito, ya sabía lo que hacía, cuando se embarcó hacia Maracaibo: Tenía 31 años. Allí se dedicó al comercio y parece que atesoró grandes sumas de bolívares. No teniendo en qué gastarlos decidió venirse para Cúcuta, con su familia, donde adquirió tierras y haciendas.

Si hemos de creerles a los historiadores, hay que decir que se casó en Maracaibo, en 1815, con Antonia Josefa Paula María del Carmen Rodríguez, de quien se enamoró sobre todo por su nombre corto y fácil de recordar. Se cuenta que cuando iba a hacerle visita de novios, el Juan no sabía si preguntar por Antonia o por Josefa o por Paula o por Morucha o por Carmela. O por todas a la vez.

En Cúcuta nacieron sus hijos Antonio y Edelmira. Los demás, es decir, Antonia Josefa, María Ramona, Josefa Amelia, Juan Manuel, Petra Estefanía, Adelaida, José Antonio y Carmen Francisca, nacieron en Maracaibo. Dos cosas habría que señalar, a juzgar por el número de sus hijos: Que las brisas del lago Maracaibo son muy fecundas, y que debió pagar exceso de equipaje en el barco que los trajo hacia Colombia.

Como el poder económico busca siempre aliarse con el poder político, don Juan Atalaya fue concejal de Cúcuta, y como para algo ha de servir el poder, algunos de sus hijos ocuparon cargos públicos en el municipio.

Agradecido con la ciudad que lo adoptó como hijo propio, le donó grandes extensiones de tierra, con el fin de que Cúcuta se expandiera en nuevas direcciones. Parte de la ciudadela que hoy lleva su nombre corresponde a los terrenos incluidos en esa donación, hecha más de cien años después de la que hizo doña Juana.

Algún alcalde ordenó, por decreto, rendirle homenaje a don Juan, cada año, el 21 de septiembre -fecha de la escritura de donación, (21 de septiembre de 1850)- , pero nadie la obedece. !Pareciera ser cierto aquello de que las leyes se hacen para violarlas! ¡Pobre Juan!

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