Como tantas cosas, como todo aquello que hacía de nuestras costumbres una serie de sucesos sencillos, fáciles sin "poses" ni complicaciones, han desaparecido también las caravanas de jinetes que entraban a la dudad, de todos los puntos cardinales, por lo general en las horas crepusculares de la tarde. Eran familias o grupos de amigos que se reunían en el trayecto, caballeros en sendas mulas, más o menos estimables, muy pocos en caballos que se consideraban flojos y "brutos" para el camino, acompañados a veces, cuando había señoras en el conjunto, por *peones de estribo" que trotaban jadeantes al ritmo del DOS y DOS de las cabalgaduras, con los enseres de urgencia del ama a la espalda, en un burdo maletín.
El choque de las herraduras contra el primitivo empedrado hacía acudir a puertas y ventanas a los vecinos y volver la cabeza cuando menos a los transeúntes curiosos; algún pillete osado gritaba en tono burlón".......ijí, se acabó la guerra"! mientras los fatigados jinetes procuraban sacar el mejor "paso" a las bestias, que, sudadas y orejigachas. para todo estaban menos para pinturear después de larga y brava jornada.
Los comentarios brotaban como chispas entre casa y casa:
231
—Ala mirá, se dirigía una dama a su vecina de al lado: llegó Justina! Y se vinieron todos, hasta el gato!
—Esos van a posar donde don Eusebio, el compadre. Lo menos se la pegan un mes.
—Vé cómo trae el "sobretodo", pobrecita, la falda parece de cartón del barro que se le pegó. ¡Imagínate con estos aguaceros!
La caravana era numerosa: el marido, con un chico a la cabeza de la silla, que cuando se dormía peraba más que un documento a plazo corto; la patrona, de mucho "ropón" obscuro, sombrero de fieltro trequisísimo, guantes y foetecillo; el hijo mayor, apostando carreras consigo mismo y vuelto un diablo por su cuenta; dos cargueros con los últimos retoños "a las costillas" en mecedoritas o taburetes arreglados con sábanas a guisa de tolda, tablas y correas; tres cargas de 'petacas"; los arrieros respectivos y una sirvienta "fiel" —rara avis hoy— a pie y convertida en espantapájaros por el sudor y el lodo.
Lo que ahora se acomoda en pocos minutos en un bus, requería entonces 15 días de trabajos previos, compras y costuras, todo lindo, brillante, albo, preciso a la salida y vuelto tiestos, girones, mugre y desastre a la llegada!
Otras veces "hacía el gasto" un filipichín de la época, a horcajadas sobre un venerable macho moro, que debió ser "de carga" en sus tiempos floridos; el imberbe viajero cubría su frondosa "polka", con enorme jipijapa con funda de hule amarillo, al cuello enroscaba gran pañuelo de seda o al hombro la ruana de hilo, imprescindible, y lucía, para decirlo de algún modo, antiguos y curtidos zamarros, prestados al papá y espuelas cuya rodaja hubiera servido de modelo al sol de la bandera japonesa. Venía de un pueblo vecino, a visitar el "sesabito" que había levantado en fiestas y "chupaba" y maltrataba al pobre animal que lo conducía, sin que por esas mejorara éste sus andares. Coros de alegres muchachos "se la hacían pasar", hasta desesperarlo, siguiéndolo con silbidos y cuchufletas.
232
El espectáculo era variado, interesante, atractivo y ...... barato, como todos los de entonces. Algunos, los que conocían el cobre, se negaban a servir de diversión y esperaban en los suburbios a que "cayera la noche", para entrar a la ciudad amparados por las tinieblas protectoras. Con todo, no podían evitarse el consabido .." ijí, se acabó la guerra!" que algún gamín lanzaba zumbante y jubiloso y que hacía arder las orejas al precavido cabalgante.
Tiempos pasados, tiempos gratos! No porque fueran mejores sino porque constituyen un recuerdo Y el recuerdo siempre es dulce y amable porque refresca el corazón!.
cucutanuestra@gmail.com