Ha gozado siempre Cúcuta de fama de pueblo aseado no solamente en sus clases elevadas y distinguidas, sino aún en las gentes más humildes y de menores recursos. Sinembargo no podría decirse que aquí anda todo el mundo limpio.
¿Cómo hicieron nuestros antepasados para construir esa fama, sostenerla y propagarla? Porque debemos recordar que años atrás antes de la guerra larga especialmente, no era cosa fácil ni al alcance de todos disponer a domicilio del agua necesaria para un baño. La ciudad no contaba con acueductos de ninguna especie y el agua imprescindible para ciertos usos como el de la cocina, el aparatoso tinajero familiar, etc, tenia que ser "cargada" por el personal de sirvientes desde la toma pública hasta la casa, y muchas veces desde el "brazo", cuando la corriente de aquella se suspendía, lo que no era raro sucediera una o dos veces al mes, cuando menos.
El baño por consiguiente tenía que limitarse a muy contadas ocasiones y solo se "abusaba" de él cuando algún enfermo por prescripción médica, lo exigía como parte esencial del tratamiento.
En algunas habitaciones, hasta muy contadas si se quiere, existía en un rincón del extenso y arbolado solar 108 lo más retirada posible del resto de la casa una pieza que por lo general servia de "sillero" y desahogo, a la cual se agregaban las pomposas funciones de Baño.
Como elementos indispensables se tenían en ella, una batea de madera o un gran platón de zinc, un mollón o cualquier otro recipiente de regulares proporciones, para depósito de agua y un viejo taburete, o una banqueta ya decrépita completaban el ajuar.
El baño revestía caracteres de acontecimiento inaudito. Cuando era la señora de la casa o alguna de sus acompañantes, quien se resolvía a poner en contacto directo su piel con el agua refrescante y saludable, la cosa ascendía a cuestión de trascendencia. Se noticiaba alos sirvientes domésticos encargados de la provisión de agua para que llenaran con anticipación el depósito deque antes hablamos. Una "totuma" muy limpia y manuable era la escogida para la importantísima función de lo que hoy se llama "regadera". Al viejo taburete o la banqueta, se conducían desde por la mañana, el amplio y largo "chingón", de barata tela roja comunmente, peine, la 'pastilla de jabón de Reuter, que se tenía por el de máxima elegancia y distinción y algunos otros implementos, como el cepillo de dientes por ejemplo, pues el baño abarcaba la, limpieza extrema de la dentadura.
El hecho excepcional de que el ama de casa pensaba en darse un baño tal o cual día de la semana, era convenido con preventiva antelación, no sólo dentro dela propia familia, sino aún del vecindario y amistades en general.
Al anuncio de una visita correspondía la interesada con que digamos esta o parecida "razón":
Mirá, decile a fulanita que le retorno el saludo y que le agradezco mucho la visita que me avisa; pero que la deje pal jueves porque mañana me voy a bañar.
Desde temprano del día señalado para el destacado suceso no se hablaba de otra cosa en el hogar. La madre o la abuela no cesaban de repetir prudentes advertencias.
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—Fíjate si estamos en creciente o menguante porque en esta última hace daño bañarse y si anoche tuviste dolor de cabeza, mejor es que lo dejés pa otro día. "De baños y de cenas están las sepulturas llenas" y mirá bien si el agua está sucia no vaya y te salgan hinchones por bañarse así a toda carrera.
Cuando la feliz bañante cerraba por fin la puerta de lo que dijimos era cuarto especial de baño y echaba sobre sí el popular y antihigiénico "chingón", todas las personas de la casa permanecían en ansiosa espectativa. Desde fuera podían oirse las caudalosas "totumadas" de agua con que aquella limpiaba la abundosa y perfumada espuma de jabón y los aspavientos que hacía al sentir sobre sus carnes la fría caricia del líquido elemento.
No duraba el baño nunca menos de un par de horas, y cuando al fin, transformada, radiante y espléndida de aromas y blancuras abandonaba la señora la rústica y tradicional "batea", corría por cuartos y corredores el eco de sonoros y ampulosos elogios.
La dama recientemente bañada dejaba expuesta al aire su magnífica y copiosa cabellera pues la abundancia y hermosura de ésta no permitían que se recogiera en artístico peinado sino bastante tiempo después cuando se hallara perfectamente seca.
Poco más o menos igual cosa acaecía con el baño de los varones mayores y el de los niños. Los divertidos y múltiples incidentes a que daba lugar el de los Últimos y la cantidad de precauciones que se tornaban para el caso, tendrían que ser motivo de relato aparte pues harían el presente extraordinariamente largo y fatigoso.
¿Cómo hicieron nuestros antepasados para construír y sostener aquella fama de aseo y pulcritud de que gozaron? Repetirnos la pregunta porque en efecto la variada y extrema cantidad de circunstancias que a ello se oponían hace muy interesante y deseable una respuesta.
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