La hornilla, de ladrillos y adobes, se levantaba en medio de los dos altos postes de una horca, de cuyo travesaño pendía sucio y flácido, el enorme globo de lienzo que debía elevarse esa mañana.
Roberto Marín era el "aviador". De veinticinco años poco más o menos; fornido y "requeneto" de formas elásticas y bien proporcionadas y una perenne sonrisa bajo el recortado bigotillo locho, no parecía conceder gran importancia a la arriesgadísima hazaña que iba a repetir. El mismo, ayudado por nutrida comparsa de chiquillos activos y parleros, muy pegados de su oportuna colaboración, llenó el horno de troncos de leña verde, papeles y basuras, roció todo con kerosene y aceite para que diera harto humo, y le prendió fuego con el cabo de una vela de sebo, que arrojó también a la hoguera, para "no perder ni el registro".
Poco a poco el pringoso colgajo fue convirtiéndose en voluminosa esfera, ahíto de un humo espeso y mucilaginoso y dejando ver algunos remiendos multicolores ya simétricos que daban a conocer la trascendencia de lasa venturas anteriores; de la complicada "chiva" o red de sogas y mecates que cubría el aéreo artefacto colgó el aeronauta un pequeño trapecio hecho de un pedazo de tubo galvanizado y un par de cables delgados de alam-
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bre retorcido y cumplidos estos preliminares, se despojó frescamente de sus ropas de calle y apareció en traje" de maromero", muy limpio y llamativo: malla rosada bien ceñida a la recia y estupenda musculatura, guayuco negro, con aplicaciones de bruñidas lentejuelas y en la cabeza una especie de boína vasca, sujeta por correas a modo de barbuquejo y destinada a proteger los cabellos del viento que seguramente corría a sus anchas por el azul sin término. Mientras tanto, la plazuela de "Mercedes Ábrego",donde tenía lugar el espectáculo, se iba colmando de curiosos que acudían, unos, a presenciar la "arrancada" del globo que, según los técnicos o versados, era el momento más peligroso e interesante, y otros, los más, con la disimulada esperanza de que ocurriera algo extraordinario que mandara al audaz piloto de cabeza al suelo, desde los cien o doscientos metros de altura, proporcionando así a sus destemplados nervios una saludable sacudida. Que así sucede siempre en proezas semejantes: la mitad cuando menos de los concurrentes, se conmueven, se santiguan y hasta ........rezan porque el héroe resulte ileso y victorioso; pero sí el hombre triunfa y no deja aun cuando sea una mínima parte del armazón corporal sobre el campo, regresan a casa mohinos y ....desilusionados! El sensacional instante llegó al fin.
Marín saludó al público con el clásico ademán de bailarina puesto en uso por todos los acróbatas y sosteniéndose con una mano del trapecio, gritó "¡suelten!" al grupo de hombres que sujetaban el globo agarrados del cordaje como hormigas del cuerpo de un cucarrón. El mongolfier dió un verdadero brinco, como balón gigantesco; se inclinó vio, lentamente vomitando por la válvula de escape gruesos cirros de humo y le embistió a las nubes, con Marín de "cola", entre una descarga de cohetes y aplausos y aguados vivas de la chiquillería asombrada y loca de entusiasmo. Cerraron los ojos las mujeres en tanto exclamaban como con horror: "¡Ave maría purísima" Santísi-
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lona Trinidad bendita!" para encomendar a Dios aquel bárbaro que hacia El volaba con tan poco miedo; los varones hicieron pantalla con los manos para seguir sin obstáculos todos los detalles del vuelo, mientras comentaban en voz alta: "pero qué bruto! Ese tercio sí tiene riñones". Y los muchachos corrieron en bandadas, tropezándose unos con otros porque todos miraban al cielo, a tiempo que se comunicaban a gritos sus opiniones:
—Mirá, va de pa bajo
—Va a caer al "Salado".
—No sea animal! ¿No vé que cogió pal lado de Venezuela?
—Ora qu' es que Venezuela! Si acaso llegará al Pueblo!
--Miren, miren, se colgó de las corvas --
T' haciendo "pechoepaloma"!
— ¡Mangas! Se paró en el trapecio!
Arriba, a quinientos metros lo menos, Roberto Marín se movía como un muñequito de cera, pensando en la "destorcida", que era lo peor; es decir, en la manera de volver a la tierra con la menor cantidad posible de riesgos, porque ya una vez tuvo que 'anclar "sobre un tunero" nada amable; otra quedó guindando, como cometa sin rabo, de las ramas de un guásimo: y la última en cuántas se vió para salir de debajo del globo, caliente y pesado, que lo aplastó sobre unos "yabos" en "Cazadero"!
Lentamente derivó el aerostato hacia el sur y con él la bullanguera e infatigable muchachada, amén de algunos adultos de ambos sexos, que confiaban aún en el accidente trágico; pasó de largo sobre la vetusta "piedra del galembo", que entonces hacía aún de "salón amarillo para los zamuros, como que en ella celebraban sus diarias deliberaciones; y dejando a Marín regado en el plan arenoso que demora tras la escueta colina, fue a tumbarse sobre un pobre rancho, por fortuna vacío, que se tendió de lado bajo la humeante mole. Exactamente
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lo que acontece a algunos líderes improvisados cuando se desinflan y derrumban: que despachurran en la caída a los incautos que los adulan y secundan.
Ileso esta vez el aventurero acróbata fue bajado ala ciudad entre vítores, recámaras y triquitraques, mientras unos de sus colaboradores efectuaban la cuestación, en el público y otros se encargaban de doblar y transportar el globo a su hangar, que estaba en un rinconcito de la "pesebrera", en casa del precursor de nuestra aviación "comercial".
Incorregible en su afición a torear el peligro y hacerle muecas a la muerte, Roberto Marín se hizo cargo durante el sitio de Cúcuta en 1900, del puesto de "vigía" desde el campanario de la "catedral". De allí lo bajaron en peso un día aciago, cuando la granada de un cañón le raspó la barriga llevándose consigo piel suficiente para un tambor y algunas libras de grasa, y otro en que de un tiro de máuser le volvieron átomos en las manos su viejo y achacoso rémingthon y le llenaron la figura de astillas y pedacitos de hierro. No obstante, nuestro hombre, que no se hallaba a gusto sino en las cercanías de las nubes, continuó subiendo a la torre, a su casilla de observador, y repicando las campanas cuando la inofensiva artillería conservadora enviaba airada sus bombas y éstas pasaban sin tocar su refugio e iban a perderse en el "cocal" vecino.
Hoy el intrépido maromero de hace cuarenta añoses un gordo y reposado "guarda" de las rentas, cana la cabeza y duras las articulaciones, bonachon y dicharachero, afable y simpático, cuya charla de típica factura popular, seduce e interesa.
A veces, cuando ve volar airosos los modernos aeroplanos, que taladran raudos la atmósfera con el tirabuzón de sus hélices, sonríe socarrón, y comenta:
--Ihi, más gracia hice yo que me pasié por el cielo antes que esos, sin motores, sin butacones, sin gasolina y hasta sin alas!.
Y como que le sobra una pila de razón.
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