Próximo ya el centenario del nacimiento del General Santander, por allá entre el 90 y el 91, resolvió el Concejo convertir la plaza de Santander, donde hasta entonces se verificaban los mercados, en moderno jardín, con el objeto de preparar adecuado lugar a la estatua del héroe e impulsar la trasformación en ciudad, del burgo apacible y acogedor milagrosamente resurgido de entre sus propias ruinas. Al efecto, contrató e hizo venir de Maracaibo a un señor de apellido Rincón, muy recomendado como experto en floricultura y jardinería y en poco tiempo, gracias a los excelentes servicios de aquel técnico y al interés de autoridades y vecinos, quedó como quien dice de pantalones largos el nuevo y flamante Parque que hoy conocemos.
Antes de que estos sucesos llegaran a realizarse, las fiestas de julio tradicionales tenían como punto central la dicha plaza de Santander, como lo tuvieron luégo en las de Mercedes Ábrego y el Libertador y por último en el área del antiguo Cementerio de Carora. Que tales vueltas da la bola en que vivimos: donde antes todo fue silencio, paz y olvido, años más tarde fue todo algazara bulla y. alegría!
En la plaza de Santander tenían lugar las corridas de toros, las carreras de encostalados, las "quemas" y
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"despejos"; se alzaban, la "vara de premio", bien untada de sebo y hollín, y las "cucabas" y trampolines; se efectuaban las ferias de animales y de "batán", y se trasnochaban de seis a seis los fiesteros, a la luz de los grandes mecheros de aceite y kerosén, haciendo cambios de mano los pudientes, onzas y "piquitorcidas", como llamaban las morrocotas, y los de abajo modestas pesetas de a cinco y no pocos "fuertes" peruanos, chilenos y venezolanos, que eran de curso corriente y hasta abundaban en la plaza.
Un mes antes del 19 de julio, fecha inicial invariable de la temporada, se dada comienzo a la construccción de la cerca y de los palcos, los cuales ocupaban todo el costado occidental y un corto sector del septentrional y eran celosamente tapizados con esteras, alfombras y coletos para obturar las indiscretas rendijas del entablado, que, a no ser por tan prudente medida, hubieran dejado ver más de lo tolerado arriba, aunque quizá menos de lo deseado abajo.
En las calles circundantes se amontonaban las cantinas, del mismo aspecto de indecorosos barracones que tuvieron hasta su reciente y afortunada muerte, y en las cuales, aparte del expendio de licores, cartuchos y canastillas da confites y almendras, de pasteles y empanadas con ají, se comían, tras tienda adentro los conocidos y versátiles cubitos de marfil, entre "topos", "pintas" cinco alante y diez atrás, adobados con otros vocablos enardecedores, cuya composición será mejor no tocar. En el interior de la casa "de corredor" situada metros abajo de la hoy Iglesia parroquial de San José, y en las dos "tiendas" instaladas al lado y lado del zagúan, se detallaba el grueso de las existencias comestibles, propias de esos días: aromosos y espesos "mutes"; provocativos "bollos redondos" y tentadoras hallacas; gallinas doradas al fuego; sancochos deliciosos y mas sustanciosos que un buen sermón y, en fin, cuanto de sabroso y nutritivo cuenta la cocina criolla, sin olvidar los clásicos delicados chicharrones, aplastados con tajos de esplendi-
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da yuca cocida, más blanca, suave y apetitosa que el mejor pan de las "Ureñas", rey entonces de los panes cucuteños. El atractivo olor de aquella admirable selección culinaria se extendía hasta media plaza, envolviendo y catequizando fiesteros, hasta hacerlos acudir como hora migas a aquel centro de "mascantes" operaciones.
Desde las tres de la tarde ardía en entusiasmo la plaza, donde se sucedían sin interrupción diversos espectáculos al cual más amenos y originales; allí Dn. Felipe Bermúdez con su célebre fábula representando: "Doña Fortuna y Don Dinero, que mucho y bien contado produjo a su avispado autor, Manuel Vargas, el popular y ya viejo "Reloj" quien desde temprano cavaba honda fosa, en el centro de la fiesta y provistos de fuerte tapa de madera, citaba al toro, para desaparecer entre el hoyo al llegar la fiera a un metro escaso de distancia, provocando desconcierto profundo en el cornúpeto y atronadoras ovaciones de la concurrencia; allí de "la Barona" y el "Venado" estrafalariamente trajeados de gran etiqueta, contoneándose ridículamente en largo paseo alrededor de la plan, con la Banda de Música detrás y a la cabeza el general venezolano Blanco Uribe, jinete en espantado y corrido que ni oyó las tremendas carcajadas de la regocijada concurrencia, ni pudo ver a su novia, la cual, ocultos los ojos tras el coqueto abanico, lloraba y lloraba de tanto reír!
En las esquinas adyacentes se aglomeraban los vendedores: el muchacho de donde las Picos que ofrecía en un "maguey" caramelos frescos, con figuritas de animales,' de Santos, de angelitos, etc; el de las cestitas de cartón y papel rizado, plenas de golosinas; el que detallaba "buscaniguas" y triquitraques y otros con pasteles cubiertos de azúcar, almojábanas, lengüevacas y quesadillas. Allí se inflaban y soltaban los globos de papel, ahitos de humo y por la del nordeste entraban a la plaza los jinetes que debían colear al toro y regalar "cobres" a los chiquillos y galletas y "pipas" a las niñas de los palcos.
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Terminaba a las seis la corrida y era de admirar entonces el atractivo desfile de los asistentes hacia sus casas. Grupos de artesanos, de limpísimas alpargatas, calzones de paño, alba camisa planchada y sombrero de fieltro; bellas mujeres con enaguas de vaporosos "volados". Gran pañuelo de seda cruzado sobre la impecable "túnica", sombrero de jipa y tintineantes zarcillos de rica plata. Matronas respetables, pausados pero muy alegres ancianos, todos en ruidosa charla y visiblemente satisfechos de la agradable tarde, camino del hogar, en pos de la bien sazonada comida y formulando proyectos para la vecina noche.
¡Cúcuta de otros días! Cuánto de sencillez, de sinceridad, de franqueza, de amistad sana y completa, perdido entre la barahunda de ésta época falsa y superficial. No había entonces rateros, ni atracadores, ni rumbas, ni congas! Los bambucos, polkas, valses y mazorcas se bailaban sin "segunda intención" y los hombres mal o bien respetaban lo ajeno: el dinero, el pudor de las damas y la inocencia de los menores!
Hoy.... Bueno, dejemos esto para mañana ...
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