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SU MAJESTAD EL MIEDO.


CÚCUTA DE OTROS DÍAS.
Por Carlos Luís Jácome «Charles Jackson». Imprenta Departamental Cúcuta 1945

SU MAJESTAD EL MIEDO.

Tres días antes había recibido la carta de "El Becerro". En un papel manchado de grasa, sucio, y sin rayas, venía la torpe amenaza: "Adra le arreglare las cuentas, cuando menos piense". Así, con brutal ortografía, parco en vocablos, en letra sinuosa, de grandes y gruesos rasgos, preludiaba el canalla su venganza. Confieso que en esas setenta y dos horas ni comí completo, ni dormí tranquilo. "El Becerro" era un truhan de malignas entrañas, ratero empedernido, jugador; borrachín, ladino y sagaz, de quien se contaban muchas historias, en las que se le hacía aparecer como autor de varios asaltos a mano armada.

Cinco años atrás contribuí como fiscal a que un juez nada asustadizo, le colgara al pecho un rosario de ocho años, por hurto y heridas, de los cuales quién sabe qué otra autoridad le rebajó lo suficiente para devolverlo a la circulación anticipadamente y cuando yo, cabresteado hábilmente al matrimonio, no podía encerrarme de noche sin provocar una catástrofe al faltar a la visita de la novia.

Que "El Becerro" era muy capaz de dañarme la plácida sucesión de mis días con algún ataque sorpresivo y sangriento, lo sabía de sobra. Y lo que no me agradaba bien bien, era que en lo de sangriento tenía yo que suministrar la materia colorearte del adjetivo.

Desde que llegó a mis manos el aviso de aquel malvado rumiante, se me llenó de curvas la vida. Me sentía en capilla. Veía cuadrúpedos mugientes en todas las esquinas. No salía ni entraba a ninguna parte sin inspeccionar con cautela los alrededores. Hasta sucedió 263 que al anunciarme una vez el muchacho portero de mi oficina la visita del doctor Becerra, antiguo y apreciable cliente, el pobre chico se quedó estupefacto al notar la súbita e intensa palidez de mi cara y el temblor irresistible que me acometiera. ¡Una visita, como para enflaquecer a razón de mil gramos por hora!

Aquella noche me despedí de mi futura (alcanzaría a convertirla en presente? Ya lo dudaba) me despedí, digo, pasaditas las diez. El cielo proyectaba un chaparrón y los transeúntes habituales no hacían acto de presencia . Las calles estaban como en ocasión le un censo. Yo...bueno, yo me consideraba agonizante. Mi miedo no era miel,); era un vergonzoso deshombramiento; era el pánico multiplicado por sí mismo en millón de veces. ¡Aquella noche sí que me pegaba "el becerro" la puñalada clásica!! Caminaba cerca del arroyo, para evitar las sombras traidoras de las ventanas y sentía las piernas como de "anime".

A unos cincuenta metros del portón de mi casa —ya salvado, Dios bendito— el corazón me dió tal salto que si llevo la boca abierta, se me sale; los botines se me atornillaron al piso; la articulación de las rodillas se me descompuso rotundamente: un bulto que avanzaba con sigilo por la acera de enfrente, se botaba al empedrado y --Animas del Purgatorio!— se dirigía a mí!! En una milésima de segundo —cinco minutos normales, creo ahora— estuvo a una vara de distancia. Febrilmente llevé la mano al bolsillo del pantalón, en busca del revólver, pero lo que hallé fue el portamonedas Y al ver que el foragido extendía la mano, como para agarrarme, instintiva, automáticamente paré el golpe con el monedero y ... apreté a correr, loco, ciego, ahito de terror!

Cuando luchaba con la llave para abrir, alcancé a oír una voz que me seguía:

—Dios se lo pague, don; la Virgen lo socorra y le dé mucha vida. Dios se lo pague, don .......

Caramba, caramba, caramba!

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