Amable lector: lo que vamos a contaros ocurrió hace mucho tiempo, cuando en Cúcuta aún había muchos cucuteños y las costumbres en uso eran precisamente ... las de Cúcuta. ¡Figuraos el número de veces que desde entonces habrá pasado en el reloj una manecilla sobre otra.
Por aquella época llamábamos "peluquerías" a las barberías de hoy, rezago sin duda de las antiguas actividades de estos establecimientos, donde se confeccionaban y reparaban las pelucas de nuestros bisabuelos.
Las peluquerías eran en la ciudad muy pocas; pocas y modestas; modestas y aterradoramente anti-higiénicas. Por lo general funcionaban en una sola pieza, "ciega" y oscura en la que los desperfectos de los muros se tapaban con grabados de la "Lidia" y el "Cojo Ilustrado", únicas publicaciones gráficas que nos llegaban de afuera. En algunas habían toscos percheros; en las más, unos clavos largos, oxidados y torcidos suplían; la falta. Los "maestros" no usaban batas ni delantales blancos; al contrario guardaban en el taller la "ropa de trabajo" que naturalmente, nunca era ni la más limpia ni la más nueva. La escoba pocas veces desempeñaba su oficio, por lo que el cliente pisaba al entrar sobre una
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esponjosa alfombra de pelos cortados, negros, monos, grises o canos, algunas de cuyas hebras volaban por la estancia y se le introducían al visitante en la nariz o le hacían cosquillas en las orejas. Un espejo grande, la mesita con tijeras, peines y jabones y una silleta de "Viena" montada sobre un cajón constituían lo mejor y valioso del mobiliario.
La plana mayor del pequeño ejército de fígaros lo formaban Rodolfo Rodríguez, el veterano Ruperto Colmenares, quien de chico aprendió simultáneamente a caminar y a recortarle al prójimo la crin; la media docena de hermanos Zambrano y tres o cuatro más, sin olvidar a monsieur Marín, un francés dipsómano, cuyo taller se distinguía de los demás por el olor sui—géneris que allí se respiraba, compuesto de emanaciones de tricófero, lociones baratas, agua florida, amoniaco y otras yerbas aromáticas amén del formidable tufo que el musió le disparaba a su víctima a boca de jarro.
El raspabarbas galo vivía en el mismo local, por lo que puede decirse que murió al pié del cañón: una mañana lo encontraron sentado en la silla "gestatoria" muerto a consecuencia de una intoxicación etílitica.
En aquellos días llegó a Cúcuta un nutrido grupo de muchachos caraqueños que habían logrado escapar de uno de los castillos penales del "benemérito" don Juan Vicente Gómez. Entre ellos un mozo jovial e insinuante, de apellido Montenegro, excelente ex-barbero metropolitano, a quien hacia más simpático la costumbre de comerse las letras al hablar, costumbre que él acentuaba con gracia y picardía. Avispado y emprendedor, Monte negro vió al punto nuestra falla y se propuso repararla con beneficio propio: "Dáme" aquí, "préstame" allá, el tercio levantó pronto hierros, mueblas, y capital de reserva e instaló la primera barbería moderna que entre nosotros se conoció. La montó en un apartamentico de la carrera 6a. frente al Mercado, un poco al sur de lo que es hoy Droguería Internacional"; hilo cubrir con cemento los ladrillos del piso; tapizó las paredes con
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vistoso papel floreado; llevó materos, consolas, cuadros, espejos "de cuerpo entero", mecedoras, sillas y un elegante paragüero y con un confortable sillón ad-hoc abrió operaciones en aquello que ofrecía todos los aspectos de un chusco saloncito de tertulia. La clientela afluyó a raudales, especialmente esa que se define como "gente de cierta clase" y cuyos componentes no se fijan en peseta más o peseta menos porque por lo regular las saben cosechar para gastarlas bien.
El negocio enrumbó, pues, hacia seguros puertos de fortuna y prosperidad y Montenegro, gordo de satisfacción, pudo considerarse el ser más venturoso del universo.
Fue en tal ocasión cuando aconteció algo inaudito, que el pueblo de Cúcuta consideró monstruoso e imperdonable: un caco vulgar robó su hermoso reloj de oro, con leontina y todo, al doctor Erasmo Meoz, al benefactor de la ciudad, al hombre más querido y apreciado por su filantropía, su desprendimiento, su noble amor al prójimo, el médico bondadoso y complaciente que con igual interés y la misma asiduidad atendía al ricachón de la espuma social, que al anciano indigente de los barrios pobres, sin pararse jamás a pensar si recibiría honorarios o si ni aún las gracias le darían.
La ciudad íntegra vibró de indignación y de pena. Autoridades y paisanos, hombres y mujeres se dedicaron a la caza del audaz ratero.... pero como si el rufián se hubiera vuelto gas y perdido en la admósfera, no apareció por parte alguna. Ni el reloj tampoco!
Corrieron los días y una tarde entró a la barbería de Montenegro un caballero de la localidad, con intención de aprovechar los servicios del caraqueñito. Incidentalmente abrió éste una de las gavetas de su mesa de labor y entonces……¡horror! escándalo! sorpresa inconcebible! el cliente alcanzó a ver de reojo, entre navajas y otros chécheres, el reloj de oro del doctor Meoz, que él conocía muy bien de tiempo atrás!!
Puesto apresuradamente el denuncio por el ocasio-
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nal detective, Montenegro ingresó en la cárcel y ante el cuerpo del delito no tuvo más remedio que confesar: "en efecto, dijo, esa es la prenda robada, pero no fuí yo quien cometió la falta. Fue Fulano, mi compañero de aventuras, mi hermano en las tribulaciones de nuestra fuga .. Estaba hambreado y en vez de pedirnos algo, robó. Me suplicó que le guardara aquello mientras pasaba la agitación de los primeros días y se deshacía del objeto. No pude negarme. Me dió lástima …… ".
En vista de tal explicación fue detenido el verdadero ladrón y el barberillo volvió a su establecimiento, libre en apariencia de cargos.
Dos semanas más tarde tuvo sin embargo que cerrar el negocio. Entregó lo que tenía a crédito, vendió por cual quier cosa lo que en firme poseía y ... desapareció de la ciudad, sin decir adiós siquiera.
Qué le había pasado? Casi nada. Que los cucuteños todos, nativos y de adopción, sin ponerse de acuerdo, pero todos de acuerdo, resolvieron castigarlo por encubridor y ni uno solo, por ningún motivo, volvió a pisar la desacreditada barbería.
Así eran los cucuteños. Unánimes en su manera de pensar y de sentir, rectos, inflexibles, honorables de verdad...... Asi eran los cucuteños de ......hace muchos años!
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