El doctor Francisco A. Torres ---- q. d. e. p.— Pacho Torres para todos nosotros, fue sin duda tino de los mejores alumnos del Colegio de don Luis Salas. Buen alumno por su aplicación, su inteligencia y la facilidad y exactitud con que entendía las explicaciones del inolvidable maestro; en cambio era díscolo y un poco más que altanero, por lo cual don Luis, que no gozaba ni mucho menos, de un carácter angelical, le aplicaba con frecuencia, bastantes de aquellos típicos reglazos, en la parte del cuerpo que carece de alma, según el decir popular.
Años más tarde desempeñaba don Luis las funciones de Alcalde Municipal y redactaba Pacho su explosivo semanario "El Galeote", cuando no porque en realidad lo mereciera, sino por mera comezón de desquite, publicó el joven periodista un agresivo comentario contra ciertas actuaciones del probo y bien intencionado funcionario, con el más negro y emponzoñado deseo de "amarrarle un chivo". Y contaba Pacho, riendo y entornando los grandes, pestañudos y dormidos ojos, que al encontrarse luego el ex-maestro y ex-alumno en una de las principales calles de la ciudad, apenas lo alcanzó a ver don Luis se dirigió a él atropelladamente con estas
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palabras: "No crea Pacho, no crea, que me ha mortificado ni siquiera molestado su suelto.....!" Pero esto lo decía temblando de ira y queriendo fulminar al escritor con su mirada de águila, rabiosa y penetrante.
Cuando Pacho quería imponer a sus condiscípulos y compañeros algunos de sus puntos de vista, si no lo conseguía con argumentos orales, en los que se manifestaban ya las amplias e innegables facultades de jurisconsulto, que con tanto lujo desplegó después, apelaba al de sus gruesos y :respetables puños. Así, dicen los que los probaron, sus certeros "jergones" nada tenían de agradable, ni resultaban por lo demás, deseables en ningún momento. Se "agarraba" con cualquiera así fuera más alto, más vigoroso y más pesado que él y por lo general obtenía Stalingrádicos triunfos, que, naturalmente, consolidaban su extensa fama de trompadachín. En resumen, era un fino "gallito de pelea".
Regentaba don Luis el Colegio Provincial, instalado por aquella época en el local ocupado hoy por la Oficina de Permanencia --cruce de la calle 12 con avenida 4ª. en la nutrida lista de estudiantes figuraba un muchacho cucuteño de nombre Harris Contreras, a quien recordarán indudablemente nuestros contemporáneos, mozo simpático y bien plantado y como Pacho, quisquilloso y atrevido. Torres y Contreras se trabaron una mañana en discusión con cualquier deleznable motivo y luego de obsequiarse mutuamente varios sonoros adjetivos, se citaron para un match de trompadas:
--Esperáme a la salida, terminó Pacho, pa que vamos allí no más!
—Tas pensando que te tengo miedo? replicó el otro. Te espero allí en la plaza.
La noticia voló como un avión, rauda y con estruendosa emoción entre la muchachada; se formaron partidos de "pachistas" y "harristas" que discutían febrilmente los posibles resultados del duelo y hasta hubo apuestas de trompos, cocas y aun medios y reales, entre los más entusiastas de los grupos.
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¿Cuál fue la causa del suceso? Todavía se ignora. ¡A que esos zarandajas pelearon por alguna virolada! Fue todo lo que sugirió don Luis.
El espectáculo, de tan poderosa como sensacional atracción, no fue sinembargo todo lo concurrido que prometía. Casi todos los mozalbetes se escurrieron a la hora de nona temerosos de algún castigo reglamentario de parte del inflexible maestro, y sólo una docena, a más de fanáticos acompañaron a los dos gladiadores hasta la carrera 1ª. frente a lo que ahora es Instituto Antivenéreo, lugar escogido para la contienda.
Despojados los púgiles de sacos y sombreros y remangadas las mangas de las camisas hasta más arriba de los codos se salieron a mitad del arroyo:
--Pegáme, pues, dijo Contreras con voz algo temblorosa.
---Pegáme voz, contesta Pacho.
--No; vos que me desafiates.
Dicho y hecho. Una lluvia de pescozones calló de parte y parte y durante cinco minutos por lo menos el par de enardecidos contendores dieron y recibieron tremendos mojicones en cara, pecho y sus cercanías. De aquel primer round, al que siguió brevísimo descanso, resultó Contreras con la nariz sangrante y Torres con la oreja derecha rota hacia la parte superior.
Al iniciar el segundo encuentro logró Pacho agarrar a su adversario por debajo de los brazos y con una hábil zancadilla del más puro estilo "playero" le echó a tierra montándose sobre él y adjudicándole un verdadero aguacero de peñetazos, tremendos de rabia e inmisericordia.
Medio ciego por la sangre y de furor pudo Harris ponerle la mano a una piedra de regular tamaño y con ella dió tan bárbaro golpe en la parte superior del cráneo de su enemigo que éste se desplomó inerte, con larga y profunda herida, de la cual manaba oscura y copiosa hemorragia.
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Contreras no se detuvo a saborear su victoria. Ante aquel resultado imprevisto y pavorizante echó a correr muerto de miedo y seguido del corro de espectadores, que huían espantados del desastre. En la calle desierta quedó el cuerpo de Pacho abandonado, perdido el conocimiento y desangrándose lentamente. Algunas mujeres de la vecindad le prodigaron auxilio, cubriéndole la ancha descalabradura con borra de café y telarañas y vendándolo con el primer trapo que se encontró a la vista.
Veinte días pasó Pacho entre la vida y la muerte en la quinta de su tío, un señor Casanova, situada en la callejuela que corría desde el brazo hasta el río Pamplonita a pocas cuadras de la ciudad. Allí lo atendía a ratos con más piedad que eficiencia, aquel desventurado cojo, José María Meoz, cuyo gran corazón nunca fue abatido por todas sus desgracias.
Harris jamás volvió al Colegio.
¿Influyó de algún modo aquel terrible golpe en la enfermedad que amenazaba cruelmente en los últimos años al distinguido abogado Francisco A. Torres?
¿Tuvo origen en aquella grave herida el único "Considerando" de la trágica Resolución con que selló su fructuosa y meritoria existencia el eminente jurisconsulto?
Nadie podrá jamás responder a estas preguntas.
cucutanuestra@gmail.com