Al norte del parque de Santander, poco más o menos donde se alza el local del Club Deportista, en una casucha de mala muerte pero, eso sí, con un gran solar al fondo, moraba Mariquita Figueroa, allá por los años en que don Domingo Guzmán emprendía la construcción del primer teatro post-terremoto.
En aquel solar, limpio de escombros y matorrales y a la luz de chirrisneantes candilejas de sebo derretido y aceite de tártago, se efectuaban las primeras funciones de "Maroma" del nuevo Cúcuta, inaugurándose la temporada con las suertes de la cuerda tesa", argollas y trapecio que ejecutaba Pancho, "el pájaro", ante el asombro, la admiración y el entusiasmo de un público ingenuo y por demás benévolo.
La Figueroa no se mamaba el dedo en eso de apurruñar "el' vil metal" (ya por ahí dijimos que era ducha en parar los dados por el lado de las "cenas") y así, tan pronto voló el avechucho Pancho y terminó el mejicano Guerrero, quien sucedió, Sus pocas aunque muy nombradas presentaciones, ofreció el local á la Compañía Cucuteña de Maroma, formada al calor de los aplausos y ¿por qué no? de los envidiables resultados de taquilla obtenidos por sus predecesores y compueta, en-
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tre otros escogidos elementos, por Medardo Castrellón, Lucio Báez, Angel María Quintero y Santos Guerrero, de los cuales aún viven los dos últimos para contar sus hazañas. Don Santos, decano de porteros, al servicio actualmente de la Escuela Departamental de Música, hacía de payaso, y dizque sus picarescas y bien sazonadas "salidas" siempre fueron recibidas con estruendosas carcajadas.
Varios meses trabajaron nuestros maromeros —el término "acróbatas" no era de corriente uso— haciendo encabritar de emoción los corazones cucuteños y si suspendieron temporada fue para irse de recorrida por pueblos y aldeas vecinos, amontonando fama y gloria sobre sus nombres como héroes de la audacia y ejemplares únicos del donaire y la impavidez.
No bien quedó la plaza libre. —digamos más bien libre el solar de Mariquita-- llegó a Cúcuta SANTRICHE con los primeros "títeres" vistos en la ciudad.
Eran estos unos muñequitos como de veinte centímetros de altura, artísticamente arreglados no solo en cuanto a su apariencia de seres reales en miniatura, sino por los goznes y articulaciones que les permitían ejecutar muchos y muy cómicos movimientos: reverencias, saltos, genuflexiones, etc. Estaban hechos de cartón y los manejaba Santriche desde la parte alta del diminuto escenario, por medio de hilos negros, los cuales sobre el telón de fondo, igualmente negro, se mantenían invisibles al espectador.
El número sensacional lo constituía "la danza macabra", en la que un aleare esqueleto bailarín hacía jocosas cabriolas y terminaba por caerse muerto de cansancio, Muchos fueron los infantes y mujeres que sufrieron pesadillas y dejaron de dormir unas cuantas noches, aterrorizados por el recuerdo del enano y descarnado danzarín.
Terminados los trabajos del "Teatro Guzmán" hizo por entonces su aparición. allí la atleta italiana Enriqueta Bergonzoni, linda muchacha, cuyas bien delineadas.
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formas y delicado cutis en nada traslucían la tremenda resistencia de sus músculos, el formidable vigor de su constitución hercúlea; y al poco tiempo se exhibió en el mismo teatro "la Shupanni", de procedencia peninsular también y habilísima como equilibrista de alta escuela.
Siguieron a esta las artistas francesas Alice Napier y Nora Leonard, acróbatas múltiples y tan audaces en sus suertes de barra y doble trapecio, que daba escalofrío presenciarlas. Eran ambas criaturas hechiceras, de seductora belleza, por lo cual y no obstante traer cada una su marido, como respaldo inequívoco de su moralidad, dejaron copioso reguero de apasionados admiradores, nunca desalentados ni corridos, hasta el momento en que las dos cautivadoras sirenas, de brazo con sus dueños, hicieron rumbo a tierras marabinas. Enamorado hubo tan conforme y fiel, que tomó pasaje hasta Puerto Villamizar, con la sutil esperanza de pescar en el trayecto aun cuando fuera un mísero pellizco, como premio a su enflaquecedora devoción.
Desde sus principios el Teatro Guzmán ha sido fuente contínua y verdadera de novedades y atracciones para los cucuteños. En su escenario conocimos en aquellos días, malabaristas célebres, músicos exóticos, como "Los tres bemoles"; transformistas admirables como Colón Gómez; prestidigitadores asombrosos; toda una caudalosa caravana de artistas famosos, que entonces a pesar de las terribles dificultades en las vías de comunicación, la "fiebre amarilla" y otros inconvenientes de bulto venían con frecuencia, atraídos por el renombre de pueblo entusiasta y rico, derrochador y alegre de que gozaba la comarca.
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