Es oportuno recordar ahora la manera divertida y animada como celebraban las fiestas de San Pedro y San Pablo los cucuteños del 85 y años adyacentes.
Aunque en todos los barrios de la ciudad bullían la cordialidad y la alegría, dos eran los centros principales del festejo: "El Casino", situado entonces donde hoy queda la conocida botillería "La Cita" y la esquina de la calle 11 con avenida 8a., llamada ahora de "Puerto Arturo". El primero reunía en sus salones, gallera, billares y demás dependencias, a todos los cucuteños jóvenes de la época: --Don Agustín Berti, Luis Morales Berti, Rafael Colmenares, Alfredo Serrano, Carlos Dávila H., Manuel Villamizar, Manuel Jiménez, Tesalio Jaime, Rodolfo Berti, Eduardo y Roberto Sotos, Roberto Irvín, Macedonio Useche y cien más del carácter festivo, fresco ingenio y bolsillo abierto, de entre los cuales se destacaba un grupito cauteloso y resuelto, autor de frecuentes y picantes ocurrencias y de los mejores programas de fiestas improvisadas o de cartel.
Llegado el día de los insuperables apóstoles, se cercaba con varas y horcones las bocacalles, en un trayecto de una o dos cuadras —de la .9a. "a la 7 a. generalmente por la carrera 6a.— y se llevaban allí a cabo emocionan-
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tes corridas de toros, de las que resultaban más cojos, descalabrados y descocidos por las expresivas piedras del "pavimento" que por las astas del cornúpeto, y a las cuales acudía cuanto individuo pudiera caminar, desde los más apartados sectores de la población.
Cuando no era posible organizar el hecatómbico espectáculo, apelaban los tarambamas casineros, en fraternal camaradería con el gremio de la pesa —siempre el primero en entusiasmo y desprendimiento— a un recurso no menos divertido pero mil veces más peligroso: escogían los "peseros" el novillo más feroz y mejor armado de sus manadas y colocándole dos sogas, una que se estiraba hacia adelante y la otra hacia atrás y lo paseaban por las calles principales, provocando tremendos sustos y accidentadas carreras en los despavoridos transeúntes y "transeúntes" que circulaban triangularmente por ellas. Cuando la fiera de frente, el soguero de atrás moderaba el ataque con un templón de la soga, y si el animal trataba de revolverse contra el obstáculo, el de adelante entraba en acción.
Detrás del bicho, a prudente distancia, naturalmente seguían los del grupo casinero, repartiendo brandy a "boca de jarro" a los afortunados varones y almendras, galletas y caramelos a las aterrorizadas damas que se encontraban y cuyo miedo se desvanecía así muy dulcemente. Con los generosos parranderos iba la archi-despampanante Banda "cantarranera". Se componía esta criollísima y sin igual agrupación "artística" de bandolines, tiples, pitos, tambor, charrasca, maracas y un bajo y del sonoro y brillante a sacasurrullo", admirable creación tropical, formada por una lata de las "mantequeras" grandes, cuya parte descubierta se forraba con "cuero de vejiga". En el centro de este forro, tenso y liso, se practicaba una pequeña insicion, por la cual entraba y salía, accionado por las diestras manos di " maestro", un corto y delgado cilindro de madera, cuyo roce con la vejiga producía, dentro de aquella barriguda caja fonética, un ruido sordo, pero finado, a veces sordo pero estri-
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dente, capaz de reventar los nervios mejor templados. Nosotros creemos, sinembargo, que al haber disfrutado de más larga vida, aquel magnífico instrumento habría sido muy bien acogido por el jazz moderno, para dar mayor y más puro "ambiente negro" a la genial música de ahora.
Una de aquellas tardes bajaba la alegre y despreocupada comitiva por la avenida 4a., haciendo asomar por las ventanas maravillosos bustos de mujer, cuando frente a lo que hoy es "Gremios Unidos", se detuvo el toro bruscamente; volvió hacia atrás la poderosa y altiva testa y viendo el apretado gentío que caminaba por la acera oriental, más baja que el centro de la calle, arrancó con tan potente ímpetu que se libró fácilmente de la soga delantera, dejando al asombrado guión con la boca abierta y las manos ardidas por el inesperado tironazo!
Todos corrieron, naturalmente, en pos de ventanas y zaguanes protectores y en dos segundos quedó la avenida limpia de vivientes estorbos: apenas permanecían allí el pobre "sacasurrullo", tirado en mitad de la vía, fulgurante al sol su magno vientre musical, y don Julio Moros, quien tal vez por lo mucho de botella que llevaba adentro o convencido de su inmunidad como miembro del gremio de "peseros", no pudo o no quiso huir y se estuvo quieto, recostado contra la pared de lo que ahora es elegante mansión de la familia Abbo. Ciego de furor le embistió el animal; le clavó uno de sus cuernos en la parte baja del estómago; lo lanzó hacia arriba, como un trapo, a bastante altura y lo dejó caer exánime sobre la acera, al viento las entrañas y abiertas todas las espitas de venas y arterias de donde saltaban espantables chorros de sangre espesa y roja. Contra la opinión general, que consideraba el caso sin remedio, los doctores Hernández, Acosta, Bustamante y algún otro, que por entonces ejercían la medicina en la ciudad hicieron el increíble milagro de remendar y sanar aquellas destrozadas vísceras, y pocas semanas después volvía plácidamente don Julio a la circulación.
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Hasta ese día, eso si, duraron los paseos taurinos, que tantos incidentes húmedos provocaran. Húmedos por las lágrimas, e! sudor, etc, etc, que manaba abundante de los desprevenidos peatones, a quienes ponía en máxima velocidad la azarosa presencia de los artados en plena vía pública. Nota. Véase la segunda parte de "Los Santos Unidos" en "Las Desventuras del Trabuco".
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