En Cúcuta no se usaron jamás las mulas para tirar de los livianos y ondulatorios carritos del tranvía. La Compañía resolvió el problema con unas "maquinitas" de vapor, las cuales "la veían negra" a veces para arrastrar los tres o cuatro coches plenos los domingos en la tarde, cuando los papás complacientes, los maridos amables, los novios gastadores, asaltaban los vehículos, seguidos por toda la familia, para hacer unos cuantos "viajes" de la Estación Cúcuta a los Balkanes y viceversa.
Las locomotoritas recordaban con sus nombres los ríos y quebradas más conocidos de la región: "Táchira","Floresta", "Pamplonita" y "Torbes". Por cierto que esta última fue la primera que cruzó el río en San Luis por un zarando provisional e hizo el recorrido del "Pueblo" a la frontera, deteniéndose eso sí, cada par de leguas a proveerse de leña y agua. Las conducían "el negro Onofre", José de la Rosa, Perozo u otros, bajo las órdenes de Celio Comas, Juan Leal, Félix María González y Guillermo Duque, por lo general, cuya misión consistía en recaudar, talonario en mano, los "médios" de los pasajeros; espantar los muchachos que como moscas tras un queso, corrían y se trepaban en los estribos para hacer de gorra su paseo; tirar de unos rejitos que hacían sonar los timbres para que el convoy avanzara o se detuviera y discutir con las señoras que pretendían pasar
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de balde toda la prole o las sirvientas que se encastillaban en ocupar toda una banca con canastos costales y "bojotes" sin 'pitar" más que los meros cinco centavitos de su humanidad.
El trayecto ordinario era, como ya lo dijimos, de la Estación a Los Balkanes, o sea la esquina de la avenida 5a. con calle 13. Allí la "máquina" dejaba los coches y hacía el cambio para colocarse en el extremo opuesto, de modo de conservar la facilidad, en la bajada, de llenar de partículas de carbón los ojos, orejas, sombreros y vestidos de los pasajeros y hacer llorar a niños y viejos con el acre humo de la leña, exactamente lo mismo que había hecho a la salida.
Cuando había toros en el Circo, actos religiosos o corridas de gallos en El Pueblo —el San Luis de hoy, no hay que olvidarlo — el tranvía hacía su agosto, llevando y trayendo cuajados racimos de fiesteros.
Era de ver, en las tardes dominicales, los afanes y sofocones de las damas retrasadas (siempre son las da. mas las que se retrasan) cuando media cuadra antes de llegar a la linea oían la campana del tranvía que iba a pasar sin esperarlas. Sudorosas, medio asfixiadas por el torturante corset, tratando de conseguir un trotecito imposible y gritando "pare, pare, pare", seguían luego tras el vehículo, sin lograr alcanzarlo y ofreciendo a los pasajeros, bien instalados y seguros, un espectáculo deliciosamente ridículo que provocaba francas carcajadas pero nunca la facil ayuda de hacer detener el tranvía.
Otras veces las pobres suplicaban a uno de los chicos que las acompañaban:
—Corréle, Julito, corre ...... pero apurále ...... Mandálo parar en la esquina!
¡Una tragedia completa para reunir en la falda media arroba de "cisco.' o adquirir una inflamación en un ojo, a consecuencia de las chispas, que no se sabe por qué, sentían gran preferencia por las pupilas y la abertura del descote!!
Entre los accidentes fatales que recordamos dos cau-
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saron viva sensación y dejaron para siempre cojas al par de chicuelos brincones y traviesos que los protagonizaron, hoy ya creciditos y apaciguados: en el uno quedaron sobre los rieles los cinco dedos de un pié del estimable amigo don Luis Eduardo Salas y en el otro fue el pié completo el que abandonó en la carrilera el "chatico Silva" el competente abogado, ex-Secretario de Gobierno y otras yerbas doctor Eduardo Silva. A ambos les practicó la amputación, con limpieza y rapidez el "alijo" o pequeña plataforma que llevaba siempre el tranvía, para mercados, equipajes, etc. Fuera de estos lamentables casos, una buena cantidad de muchachos, mujeres y hombres vueltos papilla por las cortantes ruedas, fueron sangrantes hitos que señalaron el avance del progreso en nuestras calles. Cuando los automóviles hicieron su aparición lanzando sobre las gentes sus tufaradas pestilentes y poblando de estridencias, enemigas del sueño y la tranquilidad, todos los vacíos de la urbe, el tranvía redujo sus actividades al servicio de pasajeros para los trenes del Puerto y La Frontera. Luego….Luego desapareció.
Allá en un tambo de la Estación Cúcuta están los carritos y las locomotoras enanas, mudos, fríos, cubiertos de polvo y de olvido, en espera de que el tiempo y el abandono vuelvan trizas sus viejos y desgastados cuerpos. Ancianos impotentes, asilados en su triste "viejocomio", ya no cortan, ya no corren, ya no dejan atrás a las señoras demoradas, ya no queman ni pulverizan carbón para desventura de fluxes blancos y de "camisones" de olán......
Sus bellos días terminaron Como nos está pasando a muchos y les pasará a todos, sin remedio.
cucutanuestra@gmail.com