No había hoteles en Cúcuta, o estaban todos en re- ceso, en los años inmediatos a la "guerra de los mil días". No había hoteles, en realidad, aunque sí existían algunas posadas y ciertos comedores llamados "asistencias", lo suficientemente malos y ayunos de atracción como para que de ellos se alejara horrorizada la gente decente que visitaba la ciudad. La voluminosa y hombruna Concha Hernández, la opulenta "boba Concha" para el común de los cucuteños, no había montado aún su problemático "Hotel Central" y en cuanto al "Continental" y al "de las Basilias", estaban todavía lejos de hacer su aparición.
Cuando alguna familia o algún caballero solitario de apreciable posición o cultura mediana, se veían precisados a trasladarse de los pueblos cercanos o del interior del país, a la entonces "Ciudad de los Almendros", tenía que solicitar alojamiento en casa de un amigo o amiga, —aunque valga la verdad--- eran muy pocos los despreocupados que se resolvían a pernoctar en Cúcuta, donde imperaba una extraña fiebre amarilla, de carácter noctámbulo, pues no atacaba de día por lo visto. La generalidad apenas hacía las horas en cualquier figón y se 69 retiraba prudentemente a dormir a "El Pórtico", "Lomitas" o "Los Vados", sitios estos exclusivamente respetados por la trasnochadora endemia.
Un viaje en aquella época era cosa peliaguda y de numerosos bemoles. En el lugar de partida los preparativos requerían tiempo, actividad, práctica y grandes reservas de dinero. El "ropón" de la señora se había picado en el baúl y era preciso renovarlo con mejoras; los niños necesitaban zamarritos y sombreritos de caña, y la patrona uno, elegante y caro, de jipa o de fieltro; había que revisar y reparar los aperos, para evitar que una correa suelta o una hebilla rota ocasionaran percances graves en el camino; comprar nuevas "petacas", pues las antiguas habían pasado al estómago de las ratas, en calidad de nutrición de emergencia; conseguir bestias mansas y resistentes, lo que entre las de flete podía considerarse como milagro de primera clase; acondicionar con almohadones y toldos de sábanas, tabureticos o mecedoritas para los chicos que no soportaban el viaje "a la cabeza de la silla"; buscar peones honrados y sin pereza; preparar el avío Bueno, todo un complicado y larguísimo proceso, para lograr buen número de comodidades portátiles y asegurar, hasta donde el acaso lo quisiera, la integridad corporal de los viajeros. Con anterioridad se escribía una carta a la familia de Cúcuta, escogida para el sacrificio y, al fin amanecía el día de marcha, justamente cuando se notaba que la doña y dos de los peladitos carecían de encauchados "por si llueve" y que la "chocontana" del señor tenía una arruga en la grupera capaz de impacientar al bucéfalo más pacífico y resignado.
A las cuatro de la madrugada se tocaba diana para que todo el mundo se levantara y la casa se convertía desde entonces en un manicomio reducido. Los niños corrían, gritaban y exigían con energía el desayuno presto y completo, o bien emprendían vasto intercambio de "pullas" o se hacían mutuamente "fieros" con las cosas de su' propiedad:
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--lji, mirá, mi sombrero tiene pinticas coloradas y las tuyas son verdes, iji, iji!
Pero mis zamarros son más largos, ay tá!
—Yo teno luana y vos no, intervenía el Benjamín del grupo.
--Iji, pero no tenés amarradijo en el sombrero!
Hasta que el llamamiento al comedor acababa con la furrusca.
Mientras tanto, los peones ensillaban y cargaban los bultos del equipaje y la patrona daba las postreras instrucciones al personal que quedaba "viendo de la casa".
Poné cuidado Hermencia, que no se me olvide algo al salir, y vos, Irma, no me dejés perecer las gallinas ni que se me sequen las matas. Cierren las puertas y acuéstense temprano. ¡Ave María Purísima!, vés? Ya no doy dónde metí el canastico con el pan de los niños! Todo sea por Dios!
-- Vamos, vamos, que ya está claro, rugía apurado el patrón.
Y todo eran carreras, idas y venidas, recomendaciones y rezos a la Virgen del Carmen, que, como abogada de los navegantes, debía proteger a quienes se embarcaban en aquellas rucias, pesadas y cachazudas acémilas.
En la otra punta del trayecto, o sea aquí en Cúcuta, el suceso provocaba similar catástrofe. La señora de la casa donde se esperaba la invasión, decretaba el paro general en las actividades corrientes y organizaba el servicio obligatorio para disponer del mayor contingente en la preparación del hospedaje El hogar enantes tranquilo y acogedor, se trasformaba en un "pandemonium" desesperante. Se sacaban al sol las camas y muebles de reserva y se les practicaba prolijo examen para observar posibles desperfectos y seguir causa sumarísima a cualesquiera parásitos allí domiciliados; las dependencias eran barridas febrilmente desde el piso hasta los techos; salían a la arena los cobertores, toallas, etc., que se guardaban para tales eventualidades y en la distribución ge-
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neral de la familia, se sucedían graves y molestos trastornos.
—Joaquina y Pepita, disponía la "jefa" de operaciones que duerman juntas y Pablo que se pase al cuarto de los corotos viejos, donde hay una buena tarima, porque yo no tengo de donde sacar más camas. Imagináte, dirigiéndose a su esposo, que vienen Justina, el compadre y los cuatro chinos! A ver, Rosa, llamaba a la criada, andá en un saltico allí donde las Flórez y le decís a Mercedes que yo la mando saludar y que me preste un platón y un jarro de aguamanil, que yo se los cuido mucho; y pasás donde Gregoria, que me va a mandar con vos unas fundas. Pero no te tardes, por vida tuya, que hay mucho que hacer.
El marido miraba aquella revolución doméstica con aire un sí es no es sombrío y escuchaba el formidable bululú como debió oír Carlos I los golpes de los martillos que aseguraban su cadalso. La señora no paraba un momento; como una hormiga en trasteo iba de la sala a la cocina, de ésta a las habitaciones; de allí a los patios; enderezaba un cuadro, clavaba una repisa, limpiaba un espejo, estaba en todo, como élla afirmaba; ya que los demás no lo decían,
Al cabo, ya al caer la noche, cuando extenuada y rendida por la tremenda batalla librada, se había recostado en la espaciosa y adormecedora hamaca, la hacían levantar de un brinco los gritos de los muchachos, que anunciaban con chillonas voces
: --Mamá, mamita, llegó Justina!! Mamáaaa
Tropel de cabalgaduras sonaba en el patio de atrás; exclamaciones, algarabía de gente menuda regocijada y los aspavientos de las sirvientas, que eran las primeras en saludar a los recién llegados:
—Mi sía Justina ... Don Pedro al fin llegaron, no?
Así parece, Rosa.
—Qué lindos están los niños, qué chapas!
—El solazo de medio día. Ah cosa horrible de caliente en el llano de "La Amarilla".
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Pronto se unía a los vocingleros la ama de casa, que a las volandas se había echado encima la amplia bata de los días de fiesta y alisado someramente el cabello:
— Comadre, por Dios, qué milagro! Pero si corrieron . Los esperábamos más tarde.
—No diga, comadre. Vengo muerta, muerta, muerta. Este, que creyó que nos iba a coger la noche y nos trajo como derrotados todo el camino!
El señor traía ya el asiento más fuerte del uso doméstico para que se desmontan la viajera: mientras ésta se esforzaba por sacar indemne el "sobretodo" dentro de las romas orquetas del galápago y caía en brazos de su esposo, desde el altísimo púlpito en que se asentaba, aquel bajaba muchachos y ayudaba a los cargadores a poner en tierra las criaturas que acababan de viajar sobre sus espaldas, ataba las mulas y caballos a los estantillos del corredor y cooperaba en la minuciosa tarea de extraer de los "bolsones" bojotes y bojoticos con sobras del avío, artículos de tocador, frascos de leche y un mundo de enfadosos trebejos, tan útiles como estorbosos. Animación, confusión, apresuramiento dominaban la escena. Se sacudían las bestias, resoplaban los arrieros, entrando a la carrera las flamantes petacas envueltas en encerados; se repartían abrazos y caricias a los chicuelos.......Al fín avanzaba la comitiva hacia el interior, entre un caos de preguntas, respuestas y comentarios, en tanto el patrón dictaba las inmediatas diligencias:
—A ver, vos, Pablo, ayudá a desensillar, llevá las monturas al "sillero" y vas con los muchachos de Pedro a "La Garita", a llevar los animales. Fíjate que haya buen pasto y bastante agua ........
Despojados ya adentro de sus arreos de montar, los dos compadres se corrían con disimulo al comedor, a empujarse el trago de recibo; la huésped, sin seccionar la charla con su comadre, se daba copiosa fricción de aguardiente, a fin de desvanecer el cansancio y los chicos, camaradas íntimos ya de sus nuevos amiguitos,
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recorrían la casa de arriba a abajo, parlanchines y alegres, como si tal viaje no acabaran de efectuar.
De la cocina venían ecos de platos y sartenes en servicio; la de "adentro" pasaba y repasaba presurosa, trayendo y llevando diversos objetos. Risas y algazara poblaban la casa entera.
Y entre aquel babilónico vaivén, se escuchaba de pronto la voz de Justina que decía:
—No comadre, no queremos molestarlos. Cuando mucho nos estaremos un mes. Apenas lo necesario para que el dentista me le arregle la boca a Inesita y el doctor vea a Pedro, que está medio achacoso del estómago..,....
¿Un mes no más? argüía en el comedor, al oír la conversación, el favorecido dueño de casa, con acento de amistoso reproche, aun cuando entre las sílabas se deslizaba, breve y sigilosa, cierta fugaz brisilla de maliciosa ironía.
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