Monótona, aburridora y sin notables halagos era la vida cucuteña, allá por los días "temblorosos" del año 94.—Prestaba ya servicio el teatro "Guzmán"; pero apenas si de vez en cuando abría sus puertas para que en él trabajaran algunos "cuadros" de aficionados o sor prendieran al ingenuo público de la villa, ron sus "cosas del diablo" o sus saltos y piruetas los contados prestidigitadores y maromeros que aparecían una que otra vez en la comarca, sin previo aviso ni llamativos cartelones de propaganda, pues las Compañías de Drama y Zarzuela que se resolvían al incómodo y costosísimo viaje de Maracaibo a Cúcuta, eran regalo providencial que no se repetía ni siquiera cada lustro.
Nada de coches ni de autos, ni de radiolas ni cinematógrafos, ni de deportes y baños mixtos, que si alguien hubiese osado proponerlos, o lo matan los 'hombres de la casa" o lo excomulga. Su Ilustrísima, o le suceden arribas cosas juntas y habría sido poco!
La triste existencia de nuestros respetables parientes de antaño, no se destacaba, como se vé por la variedad y atracción de sus incidentes cotidianos.
Tal vez por ese forzoso acoplamiento en la pálida uniformidad de unos días siempre iguales y sonsos, an-
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daban continuamente los señores de entonces en afanosa casa de diversiones y esparcimiento Abundaban las tertulias y saraos y se sucedían con frecuencia las distracciones 'a domicilio", muy concurridas y animadas aunque un tanto desteñidas por "la santidad del hogar" y el respeto y discreción con que se exageraba la etiqueta y el buen tono de puertas para adentro. No quiere decír ésto que todo fuera severidad y refreno para nuestros entusiastas abuelos. ¡Ya se ingeniaban ellos —y harto bien-- la manera de hacer candelosos y de sobra entretenidos los clásicos "bollos'' de los sábados, cuya elaboración y expendio, con sus correspondientes líos y consecuencias, se efectuaba principalmente por las barriadas del oeste, en aquel tiempo tan alegres y visitadas de noche como ahora! Y por cierto que allí alternaban cordialmente artesanos y cachacos, a cual más gastadores y dicharacheros, guardando, eso si, miramientos y distancias siempre teóricos, ya que en la práctica desaparecía de la tercera copa en adelante.
Ejercía, en la época que recordamos, las delicadas e importantes funciones de secretario de la Alcaldía el apreciable y meticuloso caballero don Antonio J. Cabrera. Un tanto por el favor que proporcionaba a sus conciudadanos y otro por el paladeo que así mismo se facilitaba de nuestra música popular, a la que era aficionado extraordinario, trabajó con tal empeño y tan fructuosa insistencia ante las autoridades y con los amigos de influencia, que logró establecer las retretas dominicales en el Parque de Santander, sitio éste recientemente ornamentado, en tales fechas, con la elegante y valiosa verja de hierro, hasta hace poco en uso y donde acababa de erigirse la broncínea estatua de Dn. Francisco de Paula, quien, como nuestro buen padre Jesús, expulsó de su vecindad a los negociantes mercaderes que allí venían practicando sus provechosas actividades.
Dn. Marcos y don Elías M. Soto habían organizado y sostenían con renovados éxitos la Banda "Progreso", aquella inolvidable agrupación de profesores que era
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el deleite de los cucuteños por el gusto y sentimiento con que interpretaba los aires criollos, por la variedad y extensión de su escogido repertorio y por la enorme popularidad y suma competencia de sus directores: Formaban la aplaudible banda los siguientes músicos: Director, maestro Dn. Marcos Soto; ler. cornetín, Dn. Elías M. Soto; 2o. cornetín, Dn. Pedro Moros; bombardas, Dn. Marcos Girón y Paulino Ramírez; trombón cantante, Dn. Victor Merchán; 1er. clarinete, Dn. Julio Fontiveros; 2o. clarinete, Dn. Valentin Lindarte, quien no pensaba aún dedicar sus energías a la industria del cemento; trombón bajo, Hernán Cortés; ler. flautín, Dn. Saturnino Cortés; 2o. flautín, Dn. Trino Villamizar; bajos, Marcos Romero y Alberto Rojas; clarinetes requinto, Dn. Pedro Tobías Vega; bombo, el chato Simón Parada y platillos, Jesús Ramírez. Esta selecta comparsa musical tomó a su cargo las consabidas retretas de los domingos, y de ello dicho queda que muy pocos eran los habitantes de la ciudad que se resignaban a perder tan amenos ratos de excelente música y ocasiones tan propicias de deliciosa y constante murmuración.
Llegó así el segundo domingo de junio de 1894. El correo de las brujas, institución por entonces muy acreditada, había divulgado la noticia entre el numeroso vecindario; de que el programa elaborado para la retreta de esa noche memorable contenía maravillas y novedades que harían chuparse los dedos hasta a los menos filarmónicos. Cada cual agregaba un fruto de su cosecha a la apasionante promesa y de este modo cundió la animación en todos los barrios, desde los cuales principió a fluir poderoso cordón de gentes al Parque de Santander, apenas se encendieron los escasos faroles de kerosén que luchaban heróicamente por vencer las espesas tinieblas de la incipiente población.
—Me consta, comentaban quienes se daban ínfulas de gran intimidad con el Maestro, que Elías ha compuesto y va a 'estrenar un bambuco monumental. Ya se sabía que Elías o don Elías, no podía ser otro que el
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célebre compositor Dn. Elías M. Soto y el anuncio adquiriría así relieves de suceso trascendental, porque la fama del presunto autor solo era comparable en lo unánime y extensa de las simpatías dé que gozaba en la región entera.
---Esta noche tocará la "Progreso" el nuevo bambuco de Dn. Elías, "Las brisas del Pamplonita", afirmaban otros sacando el pecho y entonando los ojos para dar énfasis a sus palabras y disfrutar mejor de la admiración envidiosa que éstas causaban en los oyentes que no podían ufanarse de ser los dueños de tal primicia.
Entre estos y parecidos comentos se fue colmando el Parque de nutrido y bullicioso público. Por las avenidas que convergen a la estatua del Prócer, por dentro y fuera de la reja, paseaban compactos grupos de hombres y mujeres, tocados sin excepción con la ropita de "pontificar" y atentos, entre charla, al momento culminante del esperado extreno.
De pronto, después de tres o cuatro "piezas" conocidas, !allá va el bambuco¡
La concurrencia se detuvo, como a imperiosa voz de ¡Alto! En todas las pupilas brillaron destellos de satisfacción. No había labios que no sonrieran, ni gestos que no expresaran íntimo, rebosante y creciente jubilo. Las primeras palmas y los primeros vivas se oyeron al terminar la parte inicial, y de entonces en adelante menudearon los gritos de regocijo y los aplausos al maravilloso "himno cucuteño", como se ha llamado con justicia al inigualable bambuco "Las brisas del Pamplonita". Tanta fue la animación en aquellos instantes que Dn: Carlos Jácome, padre del que escribe y uno de los más inspirados y fecundos compositores de esa época, al notar que el chato Simón vacilaba al marcar los compases en el bombo, abandonó su papel de espectador o auditor, y arrancando el "mazo" de las manos del "tamborero" se hizo cargo del acompañamiento hasta el final del bambuco. La ovación fue estruendosa.
Cuenta Dn. Elías. M. Soto, aún en pleno uso de sus magníficas facultades artísticas, para orgullo y complacen-
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cia de esta tierra que lo venera con honda estimación, que todavía le duelen los brazos de corresponder a los efusivos apretones de mano que recibiera aquella noche, la de su más clamoroso y merecido triunfo.
Horas después de finalizada la retreta, gran número de los miembros de la Banda, con Pedro P. Mejía, uno de los pocos cucuteños de corazón y pura sangre que aún viven aquí, y Víctor Merchán a la cabeza, alborotaban el dormido barrio de " La playa" y despertaban a todo el vecindario, para brindar a cada quien un trago de legítimo y quisquillante "Henessy", que así se festejaba entonces la gloria del terruño: con varios litros de brandy para todos y una pila de" cinqueñas" en el bolsillo que permitieran renovar sin demoras la ardiente provisión.
"Las Brisas del Pamplonita" ha sido en el Continente como modelo de su especie. Lo traen discos, lo repite el radio, lo silban los gamines, lo cantan los enamorados, lo tararean con nostalgia los viejos cucuteños, en quienes renueva sus ya muertas alegrías y lo reproducen con frecuencia las revistas musicales. Pasados unos meses apenas desde su estreno fué número de gala en el programa de una Velada verificada en el Teatro "Guzmán". Allí lo ejecutó y bailó lindamente la agraciada dama caraqueña doña Luz de Rodríguez, residente entonces entre nosotros, típicamente ataviada con las prendas de las cucuteñas genuinas: enaguas anchas, de muchos pliegues, saquito volandero; pañuelo de seda sobre el busto; zapato liso, de paño, y sombrerito de jipa; el traje sugestivo y encantador que ya desafortunadamente, abandonaron nuestras bellas mujeres y que tan primorosamente hacía resaltar el hechizo de sus formas tentadoras y la atracción de sus ojos fulgurantes. F
ue así como desde un principio penetró hasta las fibras más escondidas del alma popular, la música alegre, original y de purísimo sabor guasimalteco, de este celebrado bambuco, en cuyas notas vibran el sentimiento y la emoción, como la esencia espiritual de un pueblo fuerte, rudo impetuoso aunque sonriente y jovial.
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