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LA PRIMERA MAESTRA.


CÚCUTA DE OTROS DÍAS.
Por Carlos Luís Jácome «Charles Jackson». Imprenta Departamental Cúcuta 1945

LA PRIMERA MAESTRA.

Era una encantadora viejecita doña Rosana de Añez, maestra de primeras letras en cuya escuelita privada aprendimos a leer, a contar y a pintar palotes y perfiles unas cuantas generaciones de muchachos y muchachas del ardiente burgo del "Guasimal".

Resplandecientes de blancura sus ondulados cabellos; pulcramente trajeada de entrecasa; cuidadas con esmero las manos, de uñas largas y rosadas, con las cuales retorcía tremendos pellizcos que nos hacían ver un ejército de chirivicos de los que escocían y atormentaban; doña Rosana rendía a sus pies todas las simpatías. Allá por los días del 96 tenía su modesto plantelito media cuadra al occidente de "La Rosa Blanca", calle 10 entre carreras 9a. y 10a, y a él concurríamos no menos de treinta pipiolos de todos los barrios, chicas y varones entre seis y catorce años, malcriados y rebeldes unos, consentidos y llorones otros, sumisos, mansos y obedientes los de la minoría, a las 7 de la mañana se llenaba de abejitas laboriosas —que tal parecía el alegre conjunto de chicuelas— la salita del local, y de bulliciosos zánganos, el corredor, ambos grupos vigilados por doña Rosana desde la puerta divisoria, donde se sentaba a tejer o a leer mientras los alumnos estudiábamos

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de memoria las lecciones que Más tarde debíamos dar sin un punto. La sesión matinal duraba hasta las 10 y la del medio día, hasta las 3, principiando al filo de las 12.

De vez en cuando se oía una reprensión de la brava preceptora:

—Ola Jorge, no se meta los dedos en la naríz! —Pachita, no se eche tanto para atrás, que se le ve la mala educación!

En nuestra escuela no había bancas. Estas se consideraban de ínfima cuantía y estaban reservadas exclusivamente a las escuelas públicas. Nosotros llevábamos cada uno su taburetico o banqueta y éstos, con la tolegia o el Libro 1o. de Mantilla, según el caso, la pizarra y el jis y el tablero, constituían todo el mobiliario y enseres, de los varones por lo menos, pues las niñas necesitaban otros elementos propios de su sexo.

Cuando más tranquilos y en silencio estábamos, gritaba Andrés Angulo por ejemplo, desde un rincón:

—Doña Rosana, aquí lsidoro me está haciendo gestos.

--Mentiras, doña Rosana, protestaba indignado el aludido; es que yo hago así sin querer!

Y arrugaba la cara en una especie de tic nervioso que aún lo molesta con frecuencia.

--Bueno, esténse quietos, sentenciaba la bondadosa maestra, o llamo a José Antonio para que los haga estudiar.

José Antonio se llamaba el anciano esposo de doña Rosana, vejezuelo bastante moreno, de cabellos color de plomo, lacios y ralos, chocho e irascible y era el encargado de repartir los "ferulazos" a que se hacían acreedores los más indómitos y desaplicados de la parvada. El atrabiliario viejo gozaba verdaderamente cuando tenía que ejercer tan odiosa función y en cambio todos temblábamos cuando lo veíamos avanzar, "palmeta" en mano, para dirigirse a la desventurada víctima y decirle, con sádica y mortificante sonrisa:

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—A ver, niño, ponga la manita, para que no vuelva a ser malcriado!

Una anécdota, de absoluta autenticidad, dará perfecta idea del carácter ligero, despreocupado y excéntrico del maestro consorte:

Exhibían en la Botica Alemana —y esto ocurría antes del 92— algunos artículos para dama recientemente importados de Alemania. Resaltaban entre éstos unas sombrillas de percal de chillones colores estrafalariamente combinados y varios grandes sombreros adornados con cintas, plumas, frutas, pájaros y ramas tal como lo imponía la moda de aquel tiempo. Acercóse a curiosear don José Antonio una mañana el llamativo surtido y al ver la extraordinaria manufactura de las telas y sombreretes no pudo menos de exclamar:

--Pero hombre, qué cosa más ridícula!

--No lo crea, respondió el empleado encargado de las ventas; esto es lo más hermoso y original que pueda concebirse en la materia. Aun a usted mismo le sentarían muy bien.

—Me gustaría verlo, dijo riéndose don José Antonio. --Pues la casa estaría dispuesta a darle a usted 10 fuertes si atraviesa la plaza diagonal y regresa con un sombrero de estos puestos y una sombrilla abierta para resguardarse del sol.

—Jopo, replicó el audaz viejo que vió en aquella oferta una imprevista entrada para sus flácidos bolsillos!

Y colocándose sobre la cabeza uno de los más escandalosos artefactos, y sombrilla en mano, hizo el recorrido concertado sin importársele un pito las carcajadas de los transeúntes y la rechifla y algazara de los cientos de muchachos que nunca faltan en ocasiones semejantes.

Hay que advertir que lo que es hoy parque de Santander era entonces un escueto cuadrilátero, sin árboles, sin verja, sin estatua, sin "pilas" o fuentes y sin palmeras, y apenas con andenes en los cuatro costados de modo que la visibilidad resultaba maravillosa y la ha-

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zaña por consiguiente más meritoria y notable, si es que le caben estos adjetivos.

!Sabe Dios cuántos días de angustiosa necesidad no se ahorró el estimable matrimonio con los diez pesos tan heróicamente adquiridos!

Don José Antonio se adelantó a su virtuosa compañera en el eterno viaje, y ésta, con admirable resignación, continuó desempeñando su encomiable apostolado hasta pocos días antes de morir. Hoy puede afirmarse que no hay un cucuteño o cucuteña cuarentones que no bendigan agradecidos el nombre de la venerable mujer, a cuya abnegación y celo deben la iniciación de su cultura intelectual.

En 1917 gran número de los antiguos discípulos de doña Rosana, con el señor Agustín Berti G. a la cabeza, organizamos una hermosa velada a beneficio de la anciana maestra, ya casi inválida y tan pobre como el más pobre de los misioneros. El homenaje que se cumplió en el teatro Guzmán-Berti, resultó no ya espléndido y fastuoso sino realmente apoteósico y su producido alcanzó hasta para comprarle una pequeña casita, donde terminara su existencia mil veces digna de alabanza.

La noble viejecita recibió el obsequio con lágrimas de profunda emoción y fue ésta la mejor presea para aquellos que tuvimos la excepcional fortuna de prestar nuestra colaboración en aquel bello y oportuno tributo a la más digna y buena de las servidoras cucuteñas, de quien jamás se hará un elogio que no sea justo, en toda la plenitud de la palabra.

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