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EN GARRAS DEL DENGUE.


CÚCUTA DE OTROS DÍAS.
Por Carlos Luís Jácome «Charles Jackson». Imprenta Departamental Cúcuta 1945

EN GARRAS DEL DENGUE.

El coronel Liborio Labrador descendió de su pueblecillo natal enclavado en el filo más alto de una cordillera fronteriza, a la tierra baja, al estallar la guerra del 95.

Hizo armas a órdenes del general Rafael Reyes: conquistó unos ascensos y, al establecerse en Cúcuta, entregó su tostada y regordeta mano a doña Dominga Flórez, viuda apetitosa, medio zagalona aún y con regulares reservas, en fincas y negocios, que duplicaban sus innegables encantos físicos.

Doña Dominga era socia capitalista de un señor Crónidas Moreno y entre ambos administraban un estupendo negocio de tienda, guarapería y "asistencia" en la calle de "Los Balkanes". Allí la conoció el coronel Labrador; logró clavar el dardo de la pasión en pleno corazón de su pretendida y contrajo el "indisoluble vínculo", sin darse cuenta de que, tras los atractivos corporales de la viuda, se escondía un geniecillo endemoniado, gracias al cual, eso sí, había puesto a raya todos los comentarios y murmuraciones respecto a su honestidad y virtudes, fáciles de ofender en aquella sociedad bisexual y en negocio tan comprometedor como el suyo.

"La Estrella", que así se llamaba éste, abría sus

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puertas a las cinco de la mañana y las cerraba entre las 2 y las 3 de la madrugada siguiente.

Fuera de las chirrisneantes totumo "del fuerte", se servían, mostrador adentro, a toda hora, panzudas tazas de un espléndido 'ajiaco" de arroz y fríjoles, capaz de poner en pie el cadáver de un fallecido por caquexia general; caldo de mano, aromosos platos de chorizos fritos, con arepas y yuca y ricos pocillos de café o chocolate, que, si ordinarios a la vista y al tacto, contenían cada uno, en cambio, sus 500 gramos completos de las sabrosas bebidas.

Frente a 'La Estrella" se veían siempre grandes recuas de carga, para salir unas, con sus tercios al lomo; "enjalmadas" otras; nutridos grupos de arrieros, comisionistas, caleteros y desocupados, todo lo cual daba a la próspera tienda extensa fama y firmes utilidades.

Doña Dominga y su coronel vivían a pocas cuadras del popular negocio, en una casita de las "de élla", pero generalmente estaban fuera; élla siempre en la Asistencia y él por ahí, por todas partes, gozando su suerte y de la plata de su consorte.

Así, fue catastrófico el disgusto de doña Dominga cuando una tarde oyó que su ex marcial esposo estornudaba violentamente en su habitación. En verdad aquello no eran estornudos. Como la 'sombra" de Silva.

Era un solo estornudo largo, largo….largo .

—¿Ves, exclamó la viuda, entrando como un tanque de guerra, en el dormitorio, ai tenés; ya cogites el "dengue", por estarte metiendo a donde nadie te llama. Ora sí la compusimos!....

--Pero m'hijita, respondió de lo más manso el antiguo héroe de Enciso; si esto puede ser un poco de polvo en la nariz ... !

—Ah sí, vení a enseñame de eso Lo que tenés es la peste, no hay di otras! Y orita mismo te acostás, porque yo no tengo tiempo p'star atendiendo enfermos graves.

En efecto, ya en la noche se quejaba el coronel de

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"puntadas" en la cabeza y molestos dolores en la cintura y en las articulaciones. Lo impacientaba una tosecita seca y continua y una copiosa fluxión nasal le obligaba a usar con harta frecuencia del pañuelo.

Doña Dominga, que quizá con tardío pero ardiente amor a su maduro compañero se alarmó de verdad:

--No tenés a qué salir del cuarto, ponete tu chaqueta de paño, qu's gruesa y con este pañuelo de seda te tapás bien el cuello y el pecho, y ponete la cachucha pa que te cubrás la cabeza, porque la noche está fría. ¡Puf! agregó tocando con el reverso de la mano uno de los carrillos de don Liborio, ya tenés calentura Leonarda! gritó a la sirvienta, andá, pero volando, allí donde misiá María Jesús y le decís que me regale un poquito de sálico, qu' es que Liborio está con el "dengue"! y volvé ligero pa que vas a la Botica y me traigás un frasco de aceite de palmacristi del blanco y un real de tuétano, aqui hay aceite de tártago y velas de sebo, ¿no?

Ah, y me comprás también trementina! No t'estés, por vida tuyita!

El 'dengue", que poco después se llamó "morrongo" y antes "trancazo", era, exactamente, lo que el común de los mortales conoce hoy por "gripa" y por "influenza" los que han logrado saturarse de modernismo, en toda su extensión; una pestecita blanda y sosa, al parecer, pero que al descuidarse revestía caracteres de gravedad, muchas veces mortales. El método de curarla era sencillo, aunque insoportablemente severo.

La viuda no quiso confiar la trascendental misión de rescatar su marido de las garras del "dengue" a su doméstica. Ella misma compuso espeso almidón y con anchas tiras de papel "florete'', clase desaparecida, muy resistente, y casi impermeable, obturó todas las "endijas" y agujeros de la ventana e hizo luego un complicado juego de movimientos geométricos, hasta lograr que la puerta de comunicación con la sala quedara tan científicamente entrecerrada que el paciente no recibiera ni el soplo de aire más leve y fugaz.

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Cuando se presentó doña Domina con un jarrito de loza casi lleno de aceite de ricino, el valeroso coronel Labrador sintió que todas sus fuerzas se derretían como azúcar en el agua:

—M'hijita, ¿no podríamos dejar eso para de aquí a un ratico? preguntó dando a sus palabras el acento más lastimero y conmovedor.

—Ora pues,fue la respuesta que obtuvo; y'astás vos como los muchachos No faltaba más! Cerrá los ojos y aguantás el resuello y te lo pasás en dos o tres tragos. Es muy poquito. Ai tenés aguamiel calientica pa que bebás después.

Durante brevísimos segundos don Liborio se paseó mentalmente por la arena del circo romano; el jarrito aquel tomó la figura de un león feroz, que se le acercaba lentamente para hacer de él su almuerzo, tal como sobre los mártires cristianos había leído el un pedazo de libro antiguo, que relataba la vida de Nerón.

La voz de su mujer lo volvió de golpe a su cuarto: —Andá, hombre, andá; no lo pensés más. En el nombre de Dios....

Y el coronel tragó —nunca supo cómo— aquella horrible medicina, base de la terapéutica hogareña de entonces; hundió en seguida con avidez los labios en el platico de aguamiel, hirviente que le ofrecía doña Dominga, y a pesar del quemón que se dió en la 'engaita, sorbió un buen trago y se empapó los mostachos, para librarlos del pegajoso y maloliente "fleco" que los adornaba.

—Ahora te voltiás boca abajo, porque voy a darte una fricción de aceite de tártago tibiecito y a untarte trementina en la espalda y en el pecho. Después te tomás a soplo y sorbo dos tazas de aguamiel con canela calientes y te arropás con las dos frazadas de lana, pa que sudés bastante, mientras yo voy en un saltico a la tienda a ver cómo está eso. Ah, ai te dejo bebedizo de sáuco, borraja y tilo, por si te da sed. Agua no podés tomar hasta que no asolée unas botellas! Lionarda está aquí no más pa que la llamés.

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Una semana más tarde, se hallaba el coronel, a obscuras en el cuarto todavía, sentado en una mecedora, en el rincón más abrigado de la pieza. Enchaquetado y de cachucha, llevaba sobre las espaldas, a modo de estola, una pesada cobija, doblada a lo largo; dos redondos "chupones" de sebo le blanqueaban en las sienes y gruesas medias de lana le cubrían los pies para evitar que se le enfriaran. De tina vela de sebo arrancaba a ratos pequeños trocitos que sobaba entre el índice y el pulgar, para desleírlos y luego se aplicaba sobre la naríz, en la que el mal había dejado tremendas escoriaciones.

Pensaba y pensaba .....y esperaba el porvenir con una paciencia tal, que hubiera dejado estupefacto al propio Job.

Al cabo de quince días, cuando el coronel Labrador pudo visitar "La Estrella", había perdido 20 libras de peso y un quebranto mortal le afinaba las facciones. Si "el dengue" se había limitado a una ligera amenaza, en cambio los cuidados y remedios de doña Dominga y aun ele "Lionarda" quien de vez en cuando "metía la cucharada", lo iban, materialmente, asesinando!

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