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EL TERCER CATACLISMO.


CÚCUTA DE OTROS DÍAS.
Por Carlos Luís Jácome «Charles Jackson». Imprenta Departamental Cúcuta 1945

EL TERCER CATACLISMO.

Cuentan los que han vivido más que nosotros, que Cúcuta ha soportado tres cataclismos y resurgido de ellos cada vez más bella y más pujante; primero el terremoto de 1875, que arrasó literalmente la ciudad; luégo, la fiebre amarilla, que causó más víctimas quizá que el mencionado sismo y, por último, el terrible "sitio" de 1900, al cabo del cual quedó la desventurada urbe Poco menos que en los puros huesos.

La generación moza, los cucuteños nacidos del centenario grande para acá, no pueden darse cuenta de lo que fueron para la ciudad, aquellos pavorosos días de mayo, junio y julio del mencionado año: las calles, al principio, cubiertas de "durmientes" de madera, rieles y sacos de arena, listos en cada esquina del área que iba a fortificarse, interrumpidas por anchas y profundas zanjas y por fuertes y hostiles alambradas, tendidas vertical y horizontalmente; después el ataque contínuo y furioso durante. treinta y un días, a fuego de cañón, fusilería y primitivos "lanza llamas" .que arrojaban encendidas bolas de trapo empapadas en kerosene sobre puertas, ventanas y tejados, y como final digno de tan "grato" comienzo, el saqueo y el desenfreno de las tropas victoriosas.

El 16 de julio de 1.900 no quedaba un edificio sano en la porción urbana comprendida entre las calles 9a. y 13 y las carreras 3a. y 8a. Desentejadas y carcomidas por los incendios la mayor parte de las casas, quemadas o arrancadas ventanas y puertas; las paredes

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exteriores y del fondo taladradas por enormes boquetes; las vías públicas tapizadas de camas, colchones, mesas, escaparates, muebles y enseres de uso doméstico, revueltos y despazados; cadáveres de hombres y animales en las aceras, desnudos o a medio cubrir sus cuerpos tumefactos, mostruosos unos por la hinchazón, lívidos otros por el desangre, todos con los ojos abiertos, en un postrer gesto de protesta y horror....... Un cuadro horripilante, capaz de volver pacifista al propio Hitler, si Hitler lo hubiera presenciado! Frente al teatro Guzmán-Berti, y desde éste hasta la esquina hoy de la Compañía del Ferrocarril, veíase una gran fosa común de no menos de dos metros de profundidad por otro tanto de anchura, repleta de muertos a tiros, por la viruela, el tifus y la disentería, botados allí a las carreras, como basura, en posiciones grotescas, escalofriantes. Allí deben estar aún sus restos confundidos, si manos piadosas no les dieron mejor y más tranquila sepultura! Otra tumba de parecidas proporciones corría desde la Aduana hasta unos veinte o treinta metros al occidente.

El saqueo, aunque contenido a tiempo por algunos jefes conservadores —cucuteños a quienes dolía en viva carne el mal que sufría el terruño natal— afectó principalmente los establecimientos comerciales. Testigo presencial nos dice que gran número de individuos particulares robaban descaradamente mercancías de los almacenes, fábricas y talleres y cargaban con ellas numerosas recuas de asnos, o burros, para hablar en guacimalteco, arriándolas después hacia el Táchira, de donde regresaban en busca de mayor botín con repugnante desverguenza.

Olinto Merchán, muchacho, casi un niño entonces, vió a uno de estos rateros repulsivos cuando sacaba de casa de su padre, don Juan Merchán, una guitarra de valor y con la inconciencia del pipiolo inexperto, asió el instrumento, mientras gritaba al ladrón:

—Oiga, deme eso, que es de mi papá.

Por supuesto que cuenta la historia de milagro,

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aunque siempre pudo recobrar la guitarra, que aún guarda con veneración, corno recuerdo paternal.

Efraín García Lozada y el que firma, menores de los quince en aquel tiempo —¿por qué no se detendría éste en tan simpática cifra?--- entramos a la recién conquistada población pocas horas después de ocupada por las fuerzas vencedoras. Como las calles que conducen al centro se hallaban obstruídas por las trincheras, resolvimos aprovechar el seco cauce de la toma pública como camino real, para llegar al mercado. Bajamos los escalones del "cogedero de agua" de la calle 8a. y no habríamos avanzado cinco metros bajo el puente, cuando encontramos una media azul, de lana, medio enterrada en el arenoso lecho, con... cincuenta "fuertes" en Monedas de a cinco reales. El hallazgo de aquél fantástico tesoro, algo más que fabuloso para nuestra máxima pobreza, puso fin a nuestras actividades exploradoras del día. Dos semanas después y apenas con la merma natural, invertimos dicha suma de soldaditos de plomo, ferrocarriles de latón y otros juguetes que prodigiosamente se habían salvado de la catástrofe en "La Novedad", el espacioso detal de los señores Breuer Moller & Co.

La casa colombiana Tito Abbo Jr. & Hno. de la actualidad, pertenecía entonces a la firma italiana Bisagno, Oliva, Co. Para vigilar y defender sus cuantiosos intereses habían quedado dentro de trincheras y en el propio local de su comercio, sus dos representantes Dn. Luis Lelio Ripetto y Dn. Luis Oliva.

Una noche, ya tarde, sintieron éstos algún ruido extraordinario en el tejado y al levantarse pudieron distinguir la silueta de un hombre que gateaba cautelosa, mente por sobre las tejas. A la voz de "alto" contestó el pseudo-michín con acento angustioso:

—No se alarmen, señores; no soy un ladrón. Soy un preso político que acaba de evadirse de la cárcel municipal.

Los dos correctísimos extranjeros no podían claro está, hacerse cómplices o encubridores de aquella fuga.

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Dieron por cosiguiente aviso a las autoridades de la plaza, y el noctámbulo visitante fue conducido de nuevo a la prisión. Providencialmente no terminó este incidente en dolorosa tragedia. Semanas después, al ocupar el lugar los ejércitos conservadores su primer acto fue el de poner en libertad a los presos políticos, entre los que se encontraba, naturalmente, el prófugo recauturado. Verse éste libre y organizar una turba de facinerosos para "vengarse" de los dos caballeros italianos, fue obra de minutos. Los señores Ripetto y Oliva sintieron de pronto golpes, culatazos, vociferaciones y amenazas en la puerta principal del almacén, y aunque pensaron abrir, primero se asomaron prudentemente a un ventanillo, comprobando con justificado espanto que a la cabeza de los asaltantes iba el evadido de noches anteriores.

Optaron entonces por encerrarse en su dormitorio, reforzando la puerta con todo lo que hallaron a mano. Los del almacén cedieron al fin y la montonera de foragidos se precipitó al interior, relamiéndose de antemano por el placer de su ruin y bárbara venganza. Llegaban ya al último reducto, cuando, como enviado del cielo se presentó en escena el ilustre y respetado jefe, Gral. José Agustín Berti, quien rápidamente disolvió el motín, hizo restituís !o que los revoltosos habían apañado, y se constituyó en guardián de los dos amigos amenazados, salvándoles la vida y evitando espectáculo de sangre y muerte que sabe Dios cuantas complicaciones hubiera costado al gobierno y al país.

Dn. Tito Abbo, alto empleado de la casa Bisagno, Oliva Co. en los días del sitio, pagó años después la deuda de gratitud contraída por sus superiores, con el general Berti, mediante una elevadísima y muy aplaudida actuación ante la Junta General del Ferrocarril de Cúcuta. --Sembrar el bien es preparar espléndidas cosechas.

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