Pocos cucuteños de la generación guerrera, es decir, de la que está en liquidación, habrán olvidado al "Tuerto Bernabé" herrero de oficio y ciudadano excelente, dotado por la naturaleza y como consecuencia de sus rudas faenas, de una musculatura envidiable y de una fuerza capaz de inspirar saludable respeto a un toro padre.
El "tuerto Bernabé" realizaba sus vulcánicos quehaceres en una especie de "mediagua" situada dentro del extenso y enmatonado solar existente, por los días del 98 y cercanías, en esquina de la calle 11 con avenida 4a., diagonal con lo que hoy es Club del Comercio. Allí se le podía ver diariamente, de seis a seis, bajo el rústico techado de su "taller" y con un verde fondo de prolíficas "matas de tártago", al pie de la gran forja o junto al poderoso yunque, con indómito delantal de cuero y brillante el formidable pecho de sudor, dándole al fuelle o a la porra, consagrado por entero a ganarse los plátanos a punta de esfuerzo.
Imponían admiración de verdad aquellos nudosos, recios, y apretados molleros, el reverendo y abultado tórax
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los tremendos muslos que se adivinaban prepotentes bajo los remendados pantalones de vieja manta y aquella ancha y toscada cara, la que obscurecía y hacía un tanto medrosa la falta de "una lámpara", cubierta la testa de enredada cabellera, en la cual la ofensiva de los años no había logrado desteñir un solo pelo.
La salud y la fuerza del "tuerto Bernabé" eran de proverbial renombre en la ciudad y sus alrededores y no habla caso en que se necesitara un "gato" o una grúa, que no fuera sometido a las capacidades extraordinarias del herrero y solucionado ipso-facto entre el asombro y los aplausos del vecindario.
In illo Témpore llegó a Cúcuta, que como plaza de mucho retitín comercial recibía frecuentes visitas de empresarios y compañías de cómicos, toreros, acróbatas etc., el "Circo Nelson" con populoso elenco de malabaristas, contorsionistas, domadores, payasos y demás yerbas, cuya figura principal era el atleta Nelson, un inglés cuadrado, de bíceps gruesos y duros como "estantillos" de peraco, pomposo cartel de luchador invicto y con toda esa insoportable petulancia de quienes se creían —y todavía se creén, lo que es peor-- ejemplares de una raza muy superior a la de "estos pobres indiecitos de América".
Instálase la carpa, según noticias, en un amplio espacio de los semi-urbanos potreros de "La Garita" limpio de pastos y de garrapatas y desde la función inaugural colmó el novelero publico gradas y silletería, con natural y expresivo regocijo de la Empresa y sus "artistas".
A mitad de la temporada y como atracción espectacular y sin precedentes, apareció en los programas el anuncio de que Nelson, el coloso, premiaría con "cienfuertes oro de ley" cien pesos mondos y lirondos, sin más perendengues, a quien lo derribara en lucha libre o abierta sobre la arena, o los terrones más exactamente dichos, de la pista.
Como era de esperarse, el aviso despertó profundo y placentero interés en toda la población y no tardaron
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los comentarios en recorrer de punta a punta la incipiente capital provinciana:
--Aquí no hay quien lo tumbe!
—Si hay.
—No hay. Ese hombre ha luchado en París y en Rusia y en Curazao..,..
Bueno pero aquí le soltarnos al tuerto Bernabé!
Pronto sonó este nombre en los oídos del pretencioso míster quien ni corto ni perezoso, resolvió, con justificado brote de prudencia, conocer de cerca a su presunta "víctima".
A eso de las diez de una mañana cucuteña, diáfana, deslumbrante y serena, se presentó en el taller de Bernabé, con el pretexto de que este le forjara unas argollas.
Se dieron las manos y Nelson apretó un poco, en una especie de tanteo, al cual correspondió el maestro con tan brutal presión, que el otro palideció y retiró presurosamente la diestra, bastante magullada.
Entraron en conversación, y como hiciera sol y sus rayos cayeran oblicuamente sobre el yunque, Bernabé,quizá ingenuamente, tal vez con segunda y muy oportuna intención, se dirigió a su visitante para decirle, con la mejor de sus sonrisas:
—Es cosa brava trabajar al sol y con candela, -no?
Y sin preocuparse por las 20 o 25 arrobas que pesaba el férreo artefacto, mas las dos o tres que le agregaba el burdo tronco de árbol en que se hallaba hincado, pasó sus fornidos brazos por debajo de las extremidades del yunque y lo trasladó a la sombra, con tan ligero esfuerzo como si se tratara de un leve taburete de madera.
Ante aquella demostración, bosquejo de lo que podía ser un abrazo del herrero, Nelson se despidió precipitadamente, con las cajas destempladas y hasta nervioso al parecer.
A la mañana siguiente —era el día señalado para la lucha libre—, una nueva visita irrumpió en la herrería
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de Bernabé. Esta vez era el empresario, un italiano menudito y locuaz, quien sin más preliminares, le abrió la espita al siguiente discursillo:
—Mío caro signore Bernabé: ío sono molto contento de conocherle a ustede ma vi prego, li suplico de noire cuesta notte a la nostra foncione.
Sacó luego del bolsillo veinte fuertes peruanos, en un paquetito cilíndrico, y depositándolo sobre el banco de trabajo, terminó:
Cuesto e un "tolo regalo dil súo amico para ustede, a condicione, naturalmente, de no ire al Chirco cuesta notte!
De si el avispado tuerto entendió o no entendió la jerga del peninsular, no hay referencia en las crónicas. De lo que sí se dió buena cuenta fue de que aquella plata era para él, y como ni pensado había en ponerse en exhibición en el circo, guardó el dinero con toda calma en el vetusto arcón de las herramientas y continuó tranquilamente limando un antiguo cerrojo que tenía en reparación mientras el empresario se retiraba entre mil divertidas reverencias.
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