Pedro Regalado Villalobos pisó por primera vez las calles de Cúcuta a principios de 1913. Cualquier día se aburrió de Maracaibo, su tierra nativa, y enderezó el rumbo hacia las sierras, en busca de altura, porque Cúcuta, con sus 315 metros, resulta bastante alta, respecto a los 7 metros sobre el nivel del mar a que está situado Maracaibo.
Era un sujeto de estatura mediana, flaco, algo encorbado, de bigote lacio, castaño, rayado a trechos por una que otra cana. Había leído mucho y de todo y—dueño de una inteligencia más que regular— se había formado un buen acopio de vocablos, con los que vestía y publicaba sus ideas, por cierto bastante originales y nada esquivas a su imaginación.
¡Excelente persona Pedro Regalado Villalobos! Callado, serio, cortés, trabajador, de charla amena, en las raras ocasiones en que abría el grifo de la conversación, admirable tipógrafo y de sólidas creencias religiosas. Jamás faltaba a la misa dominical.
Por aquella época redactábamos y editábamos nos-otros en la imprenta que poseíamos en asocio del inmejorable amigo don Francisco Santos M. un semanario de variedades y literatura bautizado El Artista. A aquel taller fue a parar el recién llegado, después de que exhi-
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bió todas las referencias, recomendaciones, recortes y cartas contenidas en un abultado maletín y en el mismo local le arreglamos una pieza para su hospedaje.
Pocas semanas después de su ingreso a nuestro personal y cuando ya tenía bien estudiado el medio ambiente, los gustos de la ciudad en materia de lectura, el espíritu público de sus habitantes, capacidades económicas, etc., nos pidió permiso para "sacar" por su cuenta un diario informativo y de propaganda.
Le hicimos verlo estrafalario del proyecto y el desalentador fracaso a que se exponía, pero él insistió con argumentos más o menos sensatos. Pusimos entonces a su orden la imprenta, enteramente gratis, con el objeto de ayudarlo reduciéndole el presupuesto de gastos al costo del papel y la tinta, ya que él mismo se proponía escribir, levantar, corregir, distribuir y administrar el periódico, en horas extras y sin auxilio ajeno de ninguna naturaleza. Villalobos era todo un hambre de pelo en pecho y con harto fósforo en la cavidad craneana!
Fue así como un lunes de agosto, si el recuerdo no se equivoca, aparecio El Dario de Cúcuta una sola hoja en cuarto mayor, impresa por ambos lados, con artículos cortos y bien escogidos, sabrosamente condimentada a base de sal fina y con uno que otro aviso baratón. Aquel sí podía llamarse el fruto intelectual y material de un individuo nacido para especializarse en periodismo!
Villalobos trabajaba en los menesteres del taller hasta las cinco de la tarde; de esta hora, hasta media noche su atención y su actividad pertenecían al Diario. Y esto todos los días, menos el último de la semana. El sábado, a las cuatro y media post-meridian se aseaba con la prolijidad de un gato; extraía de su ventrudo baúl oloroso a cedro, a naftalina, a loción Pomapeya", el mejorcito de sus fluxes de dril; cepillaba cuidadosamente la amarillenta pajilla y, vuelto un "bocadillo" en sazón, perfumado y eufórico, salía puerta afuera a recorrer la urbe y a curiosear cantinas. De las seis a
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las once nadie daba razón de él: estaba en íntimo y arrobador coloquio con una botella de espirituoso "miche", vaciada la cual regresaba, perfectamente jumo, adormir la fiesta hasta el primer repique de campanas de la siguiente madrugada, cuando no había razón humana que le impidiese levantarse a misa.
Un sábado aconteció lo inaudito, lo inesperado, lo increíble: al maestro Villalobos le sobró cuerda, se le en-cogieron las horas, se le desbocó el entusiasmo ¡Vamos, para decirlo en breves palabras: el diligente y metódico periodista amaneció burda y prosaicamente rascado!
No obstante, así amanecido y todo, con un terrorífico sabor a sulfuro de carbono en el paladar, molido, derrengado, no quiso faltar a misa. Sobreponiéndose al esplendoroso "guayabo" que le acompañaba se lavó la cara en un ilusorio empeño de despegar de sus párpados las toneladas de sueño que sentía allí depositadas y se encaminó al templo a oír la de siete, porque la de cinco ya había sido celebrada. Como pudo ocupó su puesto cerca al púlpito y se dispuso a asistir con unción al santo sacrificio.
No había terminado el sacerdote de decir: "introito ad altare Dei" cuando ya Pedro Regalado andaba por las remotas y profundas soledades de un sueño de plomo! El oficiante era el Padre Mendoza.
En el instante oportuno subió a la sagrada tribuna y con su robusta y poderosa voz, matizada a ratos de falsete que la hacía aún más imponente y penetrante dió principio al sermón de ritual sobre el tema "el servicio de Dios". Media hora llevaría de elocuente disertación e iba ya por el período emocional de los interrogantes: "¿cómo pensáis servir a Dios en medio de la disipación y los placeres?¿entre la destemplanza y las banalidades, cómo queréis que se le sirva ....?" cuando despertó dulcemente el maestro Villalobos; sabe Dios que entendió, dónde se imaginó que estaba, porque, abriendo los ojos, para cerrarlos de nuevo en seguida, entre una de esas sonrisas de borracho, largas y perezosas, contestó a la preguntar
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en tono suficientemente alto para que lo oyera el predicador:
—Con agua... o puro. Lo importante es que lo sirva!¿Habrá que decir que el importuno fue ignominiosamente conducido fuera de la Iglesia por dos vigorosos monaguillos en medio de las risas contenidas de los fieles?
El incidente afectó duramente a nuestro tipógrafo. Anduvo cabizbajo y tristón durante algunos días. Cavilaba, consultaba, meditaba lo que debía hacer. ¡Aquel maldito trago! Hasta que al fin tomó una resolución heroica, definitiva No volver a misa!...
La salud de Villalobos, no soportó el intenso aje-treo a que pretendió someterlo su espíritu infatigablemente empujador. El Diario de Cúcuta hubo de suspenderse, justamente cuando, contra todo lo predicho empezaba a corresponder a los esfuerzos de su fundador con parcas pero seguras utilidades. Cinco meses duró, nada más, cinco meses de gallarda y provechosa campaña cultural, aun no bien comprendida y apreciada.
Fue la segunda publicación de esa clase entre nosotros, ya que en 1911,Luis César Carrasco lanzó al público su también efímero "Diarito", un minúsculo vocero de oposición, pero acuerpado y resuelto como luchador político.
Años más tarde encontramos a Pedro Regalado Villalobos, otra vez de retorno en la Ciudad del Lago. Era una sombra del animoso periodista del año 13, a causa de una rebelde furunculosis, que lo llevaba paso a paso a la fosa.
Poco tiempo después supimos que había muerto. El noticiante nos informó que había expirado tranquila-mente, apaciblemente, una de esas radiantes tardes marabinas, en el patio de su casa y de cara al sol, para que su alma de hombre bueno se bañara de luz al emprender su vuelo al infinito.
La prensa de Cúcuta debe a Luis César Carrasco y a Pedro Regalado Villalobos el homenaje a que tienen derecho, como esforzados precursores del diarismo local.
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