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EL CONDE DE LUXEMBURGO.


CÚCUTA DE OTROS DÍAS.
Por Carlos Luís Jácome «Charles Jackson». Imprenta Departamental Cúcuta 1945

EL CONDE DE LUXEMBURGO.

Cayetano Hernández García es, entre los cucuteños, el cucuteño típico. Despreocupado, franco, "abierto", enamoradizo y leal, con todos y con todas. Algunas de estas características no pasa de ser hoy mero adorno espiritual, pero en un tiempo presidió el cortejo de sus actividades.

La tez prieta y tostada de Cayetano Hernández no corresponde a la blancura nítida de su ánimo, dispuesto en todo instante a la bondad que anida en los corazones hidalgos, ni el indumento que la suerte le permite ahora a sus nobles aspiraciones de hombre culto y avanzado, portador del refinado espíritu de un perfecto gentleman de la City o Wall Street. Sin embargo va de brazo con su actualidad, tan campante, tan sereno y tan feliz como cuando de cúbito, sacoleva y zapatos "de patente a diario, abría, con ademanes de Nabab, las puertas de su edénico almacén "Luxemburgo".

En su mocedad Cayetano se distinguió como el "dependiente" más vivo, más capaz y más inteligente de cuantos se ganaban la vida tras las vidrieras de un mostrador de lujo. Si se proponía vender una hoja de papel de lija a la señora que buscaba media vara de cinta celeste, se la vendía en dos minutos, con la circunstancia

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de que la dama se despedía agradecidísima y muy satisfecha de la adquisición. Era el espécimen cumbre del vendedor irresistible dinámico e infatigable.

A esa condición debió su fortuna. En pocos años amontonó un capitalito, que enlazó en sociedad, con el de otro comerciante acaudalado y en seguida brotó, como un fantástico surtidor de novedades, el ya mencionado Almacén "Luxemburgo", con edificio propio, de líneas audaces y originales en aquella época, cuando las edificaciones de "cañón" eran la realización máxima y el más vistoso ornato de la incipiente capital.

La fachada del "Luxemburgo" y la de su copropietario y gerente aparecieron en todos los periódicos de la comarca, en folletos, hojas sueltas, tarjetas postales, en el cine y en cuanta superficie plana ofreciera espacio y brillo para reproducirlas. Fue la más formidable propaganda de la temporada y la más retributiva y eficaz. Cayetano y su escuadrón de empleados no daban abasto a medir telas de seda, empacar polvos y perfumes, envolver abanicos de nácar y de sándalo, entregar mantones y "rebozos", de cambiar, en fin sus mercancías por billetes y monedas de oro, que tanto corrieron entonces que se perdieron de vista para siempre. La fama y prestancia del moderno almacén llegaron a tales alturas que en muchas ocasiones, cuando el sonriente Cayetano llegaba a abrir en la mañana, encontraba grupos de clientes en la acera, esperando el ansiado y venturoso momento de dejar allí sus pesetas.

Exito tan colosal no podía pasar sin dejar una señal indeleble en el supremo factor de la magna empresa y Cayetano fue agraciado por el público con el flamante título de Conde de Luxemburgo, como el protagonista de la genial opereta, en boga por aquellos días. Era lo que faltaba al afortunado organizador, para escalar el último pico en la peligrosa mole de la popularidad. ¿En qué paró todo aquel dichoso conjunto de andanzas prósperas y de escalonados triunfos? El sismo comercial que conmovió al mundo a raiz de la primera zambra

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europea, sacudió con zarpazos de fiera histérica al "Luxemburgo", a su príncipe y a todo el condado, iniciado apenas en los azares de la pubertad mercantil. Los duendes de la adversidad se colaron por las rendijas del negocio, lo asaltaron, lo invadieron, y lo desmoronaron. "Luxemburgo" fue obligado a pasar al campo sentimental de las reminiscencias.

Pero vive el Conde. El Conde no ha muerto. Con su pajilla sempiterna, estampado en la faz el dolor de los recuerdos, nublado el semblante por los desengaños, Cayetano Hernández García, el cucuteño integral, le hace una mueca despectiva al infortunio y sonríe.

Es que, a Dios las gracias, logró salvar de la catástrofe una joya inapreciable: la paz en la conciencia, la seguridad absoluta de no haber hecho mal a nadie!

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