Leoncio Bohórquez fue un muchacho cucuteño, franco, simpático y muy estimado. jovial, solícito y de finos modales, quienes lo trataban o eran por él atendidos encontraban, más que al "mozo" de servicio, un agradable y culto compañero. Al reír —y reía con harta y rebuscada frecuencia-- abría de par en par la boca, quizá con el inocente propósito de exhibir las innúmeras calzas de oro que adornaban su formidable dentadura. Por desgracia este objeto no era del todo logrado, pues, más que la áurea constelación despertaba el interés del interlocutor la berenjenuda y prominente nariz del muchacho, especie de promontorio furunculesco lleno de hoyos, grietas, surcos, hondonadas e inmundicias, producidas por los incontables y bolados "barros", allí nacidos, criados y descompuestos desde el inicio de la leoncesca pubertad. Aquella soberana nariz, copia exacta de una esponja de caucho y tocaya de las de Cyrano y Pinocho, stadium de edemas y pista admirable de maduraciones, parecía haberla traído y conservado toda la estupenda rubicundez de cuantas narices atomatadas hubo en las copiosas huestes de alcohólogos. Sin embargo, Leoncio jamás probó las bebidas espirituosas, y si las probó fue en dosis mínimas, insuficientes para promover y fomentar tan perfecta tumefacción.
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Cuando Leoncio no estaba prestando servicios de mesonero de cantina en el Club del Comercio, era seguro encontrarlo en idénticos menesteres, en el Casino Berti, únicos establecimientos de elevada categoría en su tiempo. Bohórquez se consideraba empleado de lujo y por nada de esta tierra hubiera arriesgado su prestigio en lugares donde la clientela no luciera por parejo el jerárquico "don" y no se practicaran ad pedem literae las normas y reglas de la urbanidad y del lenguaje selecto y aún florido.Porque Leoncio gustaba de las excelencias del léxico y hasta manejaba, con cierta graciosa maestría, las sutilezas del retruécano.
Pacho Morales, Matheus Briceño, Cuberos Niño y cuantos se gastaban humos de intelectuales, no importa lo pálidos y escasos, constituían su debilidad, no contando, por supuesto, como tal, la profunda devoción y el agudo entusiasmo que manifestaba por los palmitos garbosos de nuestras garridas paisanas, a las cuales bombardeaba con sonora metralla de frases en prosa y verso, llanamente tomadas de la cosecha de sus autores preferidos. "O hay confianza o no la hay"!
Algún mediodía entró al casino un sofocado transeunte, con la intención de paliar con agua helada los tremendos castigos del calor, y preguntó a Leoncio, que acudió amable a recibirlo:
—¿Hay dulce "de platico"? Leoncio.
Y éste, guiñando picarescamente un ojo, respondió al punto, dándose aires de Bonafoux a José Juan Cadenas, sus cronistas predilectos:
—Si señor, y muy bueno. Tenemos, precisamente, las tres gees: guanábana, guayaba y guevo
!Así era el hombre!.
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