Muy escaso será el número de los cucuteños auténticos que no conocieron al doctor Luis Cuervo Márquez, muerto de manera tan triste como inexplicable hace algunos meses, entre las aguas torrentosas del río Zulia.
Hombre de máxima cultura, refinada y pulida en viajes constantes por distintos continentes, de educación perfecta y dueño del más completo don de gentes; ha-biaba con elegante soltura el ático lenguaje de los salones y manejaba con admirable propiedad las sutilezas del equívoco y de la doble intención. Conocía igualmente el sistema infalible para deshacerse de interlocutores pesados o inoportunos, disparándoles agudas saetas de acentuada ironía, tan admirablemente disimuladas bajo la cortesía exhuberante de su dicción, que ni el derecho dejaba al "agraciado" para manifestar disgusto y aún menos para protestar.
Por el tiempo en que el doctor Cuervo Márquez ejercía en Cúcuta su profesión de médico —recién sucedido el terremoto del 75— celebróse en la ciudad un
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baile pomposísimo de tan fastuosos y fantásticos recursos, que mereció el nombre de "baile de la seda", por la extraordinaria profusión de esta materia, entonces no solamente de casta imponderable, sino de muy limitada importación. El soberbio festival tuvo lugar en casa de don Florentino González, estimable ciudadano procedente de Matanza, quien vino a establecerse entre nosotros ya con bien ganado capital y resultó a la postre más afecto al terruño que muchos de sus hijos verdaderos. Don Florentino construyó aquí la primera casa de dos pisos, después de la tragedia arriba mencionada; edificó también la regia mansión del "baile de la seda", considerada todavía como de las mejores en nuestro conjunto urbano y entre otros muchos servicios de importancia, prestó a la ciudad el de Síndico del Hospital de San Juan de Dios, cargo que desempeñó gratuitamente por más de quince años. Fue el mismo señor González quien lanzó la idea y obtuvo del comercio local el pago del impuesto voluntario de importación y exportación a favor del citado Instituto de caridad, con lo que dicho está que éste debe a aquél benefactor su renta más cuantiosa y permanente.
La casa de don -Florentino González fue rica y exóticamente adornada para el baile, con gran abundancia de rasos y crespones. Uno de los cuartos remedaba un fumadero chino con sus farolillos y canapés y hasta con un raro narghilé muy bien imitado por algún desconocido artista local; se dispuso de otro para recibir en el a los Párrocos, presbíteros Marcos Hernández y Antonio María Andrade, quienes en efecto asistieron hasta la mitad más o menos -de la fiesta; los .salones y corredores competían en lujo y brilló, pues tal era la cantidad de lámparas de kerosene: que en ellos lucía, que se contaban por centenares los envases preparados para repuestos de las mismas. En el botiquín podían verse los licores -más raros y valiosos, coñacs, vinos y champañas; cigarros y cigarrillos ingleses, turcos y cubanos, monta-
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ñas de dulces, pastas y confites, cervezas y refrescos y, en fin, cuanto la imaginación puede suponer y calcular.
El baile fue costeado por cinco entusiastas anfitriones apenas, los cuales aportaron como cuota la suma de $ 1.500.00 cada uno.
De las ochenta señoritas que realzaron el sarao con su belleza y simpatía, veinte vestían trajes color de rosa, veinte de color crema, número igual de azul celeste y otras tantas de telas blancas vaporosas y escogidas. Las señoras exhibían todas sin excepción hermosas y originales vestiduras al estilo de la época así como artísticas joyas de oro macizo y fulgurante pedrería.
Los concurrentes varones llevaban gallardamente bien cortados trajes de etiqueta, y entre los mozos de mayor prestancia social descollaba don Alfredo Belloso, quien desde temprano y gracias a repetidas y solícitas visitas a la cantina, andaba con más de 40° grados sobre cero en la parte más alta de su cuerpo y en cambio con muy escasa solidez y resistencia en la parte opuesta de sus extremidades.
En el baile a que venimos refiriéndonos se ensayó como introducción una extraña "polonesa' algo así como contra-danza y desfile a la vez, durante la cual los caballeros conservaban en la mano y contra el pecho sus magníficos sombreros de copa en cuyas sedas impecables jugaba la luz en múltiples reflejos.
Terminado este número regresaba el doctor Cuervo Márquez, "cubilete" al brazo a depositarlo en el lugar destinado a ropería, cuando encontró a su paso a don Alfredo Belloso, uno de los jóvenes más alegres y joviales como ya dijimos y de mejor presencia entre el elemento masculino de la sociedad. El "gallito" cucuteño que ha de presentarse siempre donde menos se le desea inspiró a don Alfredo la siguiente pregunta, que no por intrascendente y ligera dejaba de ser algo chocante:
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—Como que se nos va el doctor Cuervo? dijo en tono festivo y con sonrisa abierta.
Detúvose un instante el aludido, miró de arriba abajo a su contertulio y con ojos de malicia, no exentos de reproche, respondió:
—Imposible, mi don Alfredo. Siendo como soy uno de los organizadores de este baile y también contribuyente, no podría retirarme sin antes cumplir con el gratísimo deber de despedirlo a usted!
Dicen los que lo vieron, que fue tan brusca la impresión y tan grande el estupor del "gallero", ante aquella respuesta especie de puñal envuelto en seda, que el tremendo "juman" de que tan amenamente disfrutaba se le esfumó en un decir "Jesús"! y se retiró de la fiesta sin detenerse siquiera a dar las buenas noches.
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