Francisco de Paula Santander, el hombre hazañoso y legendario de la más pura gloria colombiana, figura descollante e incomparable de nuestra guerra magna, constituye el mejor patrimonio de su raza, de su grandeza y de su historia y perpetúa en la memoria de quienes nos enorgullecemos con su prestigioso gentilicio.
Nació $n Villa Rosario el día 2 de abril de 1792, en la casona de la hacienda, hijo de donjuán Agustín Santander y doña Manuela Omaña. Los primeros años de su existencia los pasó Francisco de Paula Santander, en la casa paterna. Hizo sus primeras letras en la escuela de doña Barbara Josefa Chaves, “maestra a la usanza antigua, eternamente ceñuda, severísima con sus discípulos y menos inclinada al estímulo que al castigo de aquellos”.
A los doce años de edad fue llevado a Santa Fe por su tío el presbítero Omaña, y allí, apadrinado por el que lúego había de ser su profesor y más tarde su jefe, don Gustavo García Rovira, fue acreedor a una beca seminaria en el afamado y célebre Colegio de San Bartolomé.
Sobresalió como estudiante por su claro talento y su devoción decidida por el estudio de las leyes, y sostuvo con brillo dos actos públicos, con las tradicionales ceremonias: el primero de Derecho romano, el 11 de julio de 1809, y el segundo de Práctica forense, al año siguiente, unos pocos días antes de que estallara la revolución emancipadora que iba a absorberlo definitivamente en su vorágine gloriosa. Santander el Hombre de Las Leyes, abandona las aulas universitarias para ir a enrolarse en las filas libertadoras como simple soldado a quien reservaba el porvenir, la banda tricolor de los Presidentes sobre el corazón agitado por la conquista de los laureles y las charreteras de General en Jefe de las huestes libertarias, sobre los hombros enhiestos, donde centenares de veces, demoraron el vuelo apolíneo las águilas del triunfo.
La República nacida al contacto de sus manos creadoras era tan solo un esbozo que el guerrero y el legislador se habían trazado en su empeño, abierto autenticidad de la palabra y de la pluma, de la espada y de la acción, hasta que con los labios encendidos por el verbo reivindicador, cayó para siempre, bajo las alas de la inmortalidad, al pie del amado estandarte, que tantas veces alzaron sus manos victorioso, sobre el estrépido de las batallas y sobre la agitación de los fíirlamentos.
El 6 de mayo de 1821 se instaló el Congreso en la sacristía del templo parroquial. El 3 de octubre de ese mismo año tomaron posesión de la Presidencia y de la Vicepresidencia de la República, respectivamente, Bolívar y el General Santander. Fue entonces cuando el Libertador pronunció aquel sobrio y elocuente discurso, en que no se sabe que admirar más, si la elevación de los conceptos, o el desprendimiento patriótico que traducen, o la forma ática a que están ceñidos.
. . Yo siento —dice— la necesidad de dejar el primer puesto de la República al que el pueblo señale como el jefe de su corazón. Yo soy el hijo de la guerra, el hombre que los combates han elevado a la Magistratura; la fortuna me ha sostenido en este rango, y la victoria lo ha confirmado.
“Pero no son estos los títulos consagrados por la justicia, por la voluntad nacional. La espada que ha gobernado a Colombia no es la balanza de Astres, es un azote del genio del mal que algunas veces el cielo deja caer sobre la tierra para castigo de los tiranos y el escarmiento de los pueblos.
Esta espada no puede servir de nada el día de la paz, y éste debe ser el último de mi poder, porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber República donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades.
“Un hombre como yo es ciudadano peligroso en un gobierno popular, es una amenaza inmediata a la soberanía nacional. Yo quiero ser ciudadano para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, aquél emana de las leyes. . .
“Cambiadme, señor, todos mis dictados, por el de buen ciudadano”.
Cuandcj correspondió el tumo al General Santander, éste, luego de prestado el juramento legal, expresó sus ideales de gobierno en un breve discurso, en el cual aparece su austero espíritu de sumisión a la ley, y de consagración decidida a la defensa de la Constitución.
“Considerad, pues, —decía— mi angustia al verme colocado entre la voluntad nacional, que me prescribe por el órgano de la Constitución el ejercicio universal-del bien, y la imposibilidad, por mi parte, de colmar la dicha que todos esperan de ese pendón sagrado y de ese motor único de la prosperidad de Colombia. Pero, señor, siendo la ley el origen de todo bien, y mi obediencia el instrumento de su más estricto cumplimiento, penetrará todo mi ser, y yo ni viviré sino para hacerlo obrar.
“La Constitución hará el bien como lo dicta; pero si en la obediencia se encuentra el mal, el mal será. Dichoso yo si al dar cuenta a la Representación Nacional en el próximo Congreso puedo decirle: he cumplido con la voluntad del del pueblo: La Nación ha sido libre bajo el imperio de la constitución, y tan sólo yo he sido esclavo de Colombia”.
Con la elevación de Santander a la Vicepresidencia de la Gran Colombia, se cerrará en aquella para siempre ilustre Villa del Rosario, el primer ciclo de la vida del eximio gra-dino, salido de aquel mismo valle, aún niño, a buscar en Santa Fe las fuentes de la sabiduría, errante luego en aventuras guerreras por esa misma comarca, triunfante hoy, aureolado de gloria, en su calidad de Primer Ciudadano y Primer Magistrado de la Nación.
Por ello, el Norte de Santander, tiene una historia mucho más importante de lo que algunos consideran, y es más importante en muchos aspectos tanto económicos, culturales, empresariales y políticos desde la Independencia.
Aquí nació la República, aquí se le dio fisonomía jurídica y constitucional, aquí se ofició y se levantó el altar a la Patria con eljcélebre Congreso de 1821, en ese memorable 6 de mayo con la instalación del primer Congreso en la Sacristía del Templo Parroquial a donde se dieron cita varones ilustres y meritorios, animados de un auténtico celo patriótico; y en él se establecieron las bases para una sólida organización pública.
Aquí en este jirón de la patria nació el Hombre de las Leyes, el hombre de la Guerra, el hombre de la Paz, Francisco de Paula Santander; aquí sonaron los clarines de la marcha guerrera para lanzarlos a los vientos como el emblema de un ideal libertario. Aquí nació el talento juvenil del Legislador, la inspiración del guerrero, la dignidad del vencido, tan grande como el orgullo del vencedor.
Santander, todo lo conoció menos el descanso, que ni en la tumba lo ha tenido, porque más allá de su glorioso sepulcro, sus enemigos lo han tratado de conspirador y de traidor.
Más aún, sus restos mortales han de sentirse todavía conmovidos por el amor de la República y por la pasión de la Libertad, que fueron la más alta presea de su vida y son el más puro galardón de su existencia.
Nada borrará los firmes relieves de su heroica silueta sobre los mármoles de la inmortalidad. Nada oscurecerá jamás el dilatado horizonte de grandeza, que se abre en la historia de Colombia para el hijo ilustre de la Villa del Rosario de Colombia, para el hijo ilustre de la Villa del Rosario de Cúcuta en el Norte de Santander, para el más alto y esclarecido intérprete de los ideales gloriosos que agitaron nuestra más grande y fecunda revolución.
Del libro “La Familia de Santander” de Luis Eduardo Pacheco y Leonardo Molina Lemus, tomamos los siguientes datos:
“El General Francisco de Paula Santander se desposó con doña $ixta Tulia Pontón y Piedrahita, distinguida dama oriunda de Antioquia, el día 15 de febrero de 1836 en la población cundinamarquesa de Soacha, según reza la siguiente partida: “En esta parroquia de San Bernardo de Soacha a quince de febrero de mil ochocientos treinta y seis, celebró su matrimonio el Excelentísimo señor Francisco de Paula Santander del orden de Libertadores, General de División y actual Presidente de la República en el Estado de la Nueva Granada, con la Sra. Sixta Pontón; lo presenció previas las licencias necesarias el llustrísimo señor Juan de la Cruz Gómez, Obispo de Antioquia; siendo testigos el Ilustrísimo señor Arzobispo de Santa Fe, Dr. Manuel José Mosquera, el Coronel Francisco Barriga y Joaquín Barriga, doy fe, Fr. José Antonio Molano, cura propio”.
“El estadista se casó ya bastante entrado en años, pues iba a cumplir cuarenta y cuatro años. En carta, hasta ahora inédita, enviada a su hermana y confidente, doña Josefa Santander de Briceño, que insertamos en seguida, hace importantes revelaciones sobre las causas para el cambio de estado. Aunque en ella dice que hasta esa fecha —19 de enero de 1836— no se ha comprometido con su novia, lo cierto fue que la boda se celebró veintisiete días después.
El siguiente es el texto de tan extraordinario documento:
“Mi pensada y querida Josefita: Te mando el apunte que me ha dado (ilegible) de lo que hicieron en Casablanca.
“Estoy desesperado de que se vengan; Lozano como que no tiene mucha gana de volver. No sé donde se encuentre un hombre formal que quisiera cuidar, aunque no adelante.
“Atilia, se ha enfermado de mal de corazón. Lombana le está haciendo remedios donde mi señora Juaría. Esto se llama tras de cuernos palos. Vino la mica, y me ha acompañado varias veces a comer; está como plátano maduro; ya se le está desjnchando la garganta. Mucho deseo ver a las otras. Aquí les tenía una zaraza de moda para trazos, que te la mandaré para todas cuando halle persona segura.
“Es probable, en efecto, que se vuelva de veras lo de Sixta: lo he pensado mucho, y el mismo interés que tengo por las niñitas.5, me decide a no estar más solo. Ella tendrá defectos; no me importa. Lo que yo aprecio en ella es que pertenece a una familia honradísima, que tiene modales, talento y sabe manejar una casa. Yo ya no estoy para buscar bellezas. Su orgullo se le acabará, y espero que me cuide en mis males. Ojalá que tú apruebes mi pensamiento. Hasta ahora no le he comprometido mi palabra, pues nada he decidido porque esperaba que vinieras tú, y la trataras.
Estoy acabando la casa de la plazuela, pues quiero regalarle una a mis sombrinas 6. Antes de que se verifique el matrimonio, para que siempre tengas tú y ellas donde vivir, y que estemos todos juntos.
Tu hermano que te ama, Francisco de Paula”.
ÚLTIMAS PALABRAS DEL GENERAL SANTANDER DURANTE SU AGONÍA DE VEINTICUATRO HORAS.
La historia nos enseña que las últimas palabras de aquellos hombres que han ocupado un alto puesto en la sociedad, han procurado transmitirlas a la posteridad para que de ellas se aprovechen los que los sucedan. Tal fue el objeto que me propuse copiando en rni libro de memorias lo más notable que dijo el General Santander en los últimos momentos de su vida.
La época actual me ha parecido la más oportuna para su publicación. Los que las lean preverán los buenos efectos que pueden producir.
A las 12 del día en que murió, los síntomas precursores de la muerte se aumentaron en número de intensidad, y me fue preciso anunciarle que se aproximaba el término fatal. Entonces, elevando los ojos al cielo y dirigiéndose después al Crucifijo y a las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y de las Mercedes, que estaban al frente de su cama, exclamó: “ ¡Ay! Señor, qué tiempo he perdido, ¡misericordia! ¡misericordia!” Cerró los ojos y permaneció algún tiempo en un profundo letargo, del cual salió levantando las manos al cielo y diciendo: ** ¡No me abandones, no me precipites!” Esto lo repitió tres veces. Volvió al mismo letargo, y con una voz entrecortada decía: “ ¡No. . . quiere. No. . . quiere!”
Con las manos puestas durante unos cortos instantes de letargo, con la mayor serenidad las enclavijó y dijo con aire de sorpresa: “ ¡No hay remedio; ¿qué haré? la medida se colmó!”.
Después de un profundo suspiro' y durante el letargo dijo con voz fuerte: “ ¡No quiere!”
Al ponerle el doctor Policarpo Jiménez el rosario con un lignum crucis que estaba colocado en la cabecera, le dirigió la vista, y con una cara risueña, le dijo: “ ¡Yo sé que es esto!”. Volvio al letargo, y poniendo su mano derecha sobre el corazón, dijo: “ ¡Firme, firme!”.
Después de haber permanecido largo tiempo aletargado, abrió los ojos, y en actitud de admiración extendió los brazos, mirando al cielo, tomándolos al Crucifijo y a los que lo rodeaban, y en un tono muy patético, dijo: “ ¡Qué bello teatro! ¡pobres de mis hijos!, ¡todo se ha consumado!”. Entonces le dije: ‘‘Sus hijos quedan bajo el amparo del Padre General de los hombres”. “ ¡Así es! -me contestó- esto me consuela! ”.
Le sobrevino una cruel fatiga; pidió la imagen de los Dolores, la abrazo diciendo: “ ¡Protégeme, consuélame, no me abandones, ten misericordia de mí!”.
Pasado algún tiempo, tomó en sus manos el relicario de la Virgen de las Mercedes, y le dijo: “ ¡Fiel compañera de mis peregrinaciones y trabajos, no me abandones en el mayor de todos ellos!”.
Como apuraba más la agonía, se me hizo preciso hacer retirar la familia mientras él estaba en una cruel fatiga. En medio de ella miró alrededor de su cama y dijo sorprendido: Josefita (su hermana) se retiró; Sixta ya no aparece; ¡qué! ¿ya me quieren abandonar todos?”
A las 2 y media de la tarde se acercó el limo. Sr. Arzobispo a su cama, y después de haberle dicho algunas palabras llenas de unción, preguntó: ¿Cómo está el corazón? Al oirlas tendió sus brazos al cuello del Señor Arzobispo, y le dijo con la mayor ternura: “No me abandone, Sr. Arzobispo; acompáñeme; no se vaya”. Dirigiéndome la vista, me dijo: “Doctor, todayía distingo bien las cosas; todavía estoy fuerte”.
Como él había mandado llamar al Padre Fray Antonio Vargas, religioso de San Agustín, para que lechase la absolución como a hermano cinturado, el padre le puso la correa sobre las cobijas, tomándola en sus manos, dijo: “Este es el $into de San Agustín, ¡pobres, Padres!, ¡pobres Padres!.”. Fueron muchas las ocasiones en que, pasando el cinto de una mano a otra,.repitió las mismas palabras.
Pasado algún tiempo, me dijo: “Doctor, quíteme este dolor tan cruel que tengo en el pecho a la espalda”. Le contesté que dependía de la postura supina en que había estado por mucho tiempo, y que si la variaba se le aumentaría mucho más la fatiga. A esto me contestó diciendo: “Hágame cruces sobre el dolor”; y cuando se las hacía, dijo: “sólo la fe basta”.
Le dio una fatiga vehementísima, y en medio de ella exclamó: “¡Dios mió!, ¡Dios mío!”, yo casi me desespero. Entonces el Sr. Arzobispo le hizo reflexiones consolatorias fundadas en las fatigas y tormentos de Jesucristo. Las oyó con la mayor calma, y después de una breve pausa levahtó los ojos al cielo, y sonriéndose, exclamó: “¡Oh, Dios!, ¡con que ya no morí!”. En seguida le dijo a la señora Ana Josefa Durán: “Ponme la imagen de las Mercedes en la espalda, para que ella me quite este cruel dolor que me atormenta”. Como las agonías se aumentaban y los signos de la muerte próxima se habían presentado, el Sr. Arzobispo comenzó a encomendarle el alma, y le respondían las preces varios sacerdotes, entre ellos los doctores Saavedra y Obe-to. Concluidas, les hizo el Sr. Arzobispo algunas exhortaciones, y como dejó algún tiempo en silencio, el General le dijo: “Repitame lo que me ha estado diciendo, porque me ha consolado mucho”.
Pocos momentos antes de expirar, llamó al Doctor Antonio María Silva para que le tomase el pulso, porque él observó que yo sólo le ponía la mano hacia el corazón, y le dijo: “¿Qué tal voy?” y al oirle que le decía, “no va mal”, le echó los brazos al cuello y con úna voz muy tierna le dijo: “Ya no hay remedio, mi Antonio”. Ocho minutos antes de las seis de la tarde en que expiró en medio de horrendas fatigas, repitió sin cesar: “Ahora sí, ¡adiós mis amados amigos!”.
Lo que he expuesto lo oyeron muchas personas de las que actualmente están en la ciudad de Bogotá, eñ que escribo este y lo suscribo, a quince de febrero de mil ochocientos cuarenta y cinco.
JOSE F. MERIZALDE.
De la orden de los Libertadores. Condecorado con la Cruz de Boyacá. Con la medalla de los Libertadores de la Nueva Granada.
Ex-Gobemador de Cundinamarca. Ex-Vicepresidente de Cundinamarca. Ex-Vicepresidente de la Nueva Granada. Ex-Vicepresidente de la Gran Colombia. Ex-Presidente de Colombia.
Nació el 2 de abril de 1792 en la Villa del Rosario de Cúcuta. Hijo de don Juan Agustín Santander y doña Manuela Omaña. Casado con doña Sixta Tulia Pontón y Piedrahita.
Hijos:
Del matrimonio: Dña. Clementina, Dña. Sixta Tulia y don Juan. (Natural: don Francisco de Paula Santander Piedrahita).
Entró al servicio el 26 de octubre de 1810 como Subteniente. Murió en Bogotá el 6 de mayo de 1840.
GRADOS FECHAS
Subteniente de 1810.
Teniente de 1812.
Capitán de 1812.
Mayor . . . de 1813.
Teniente Coronel . . . de 1813.
Coronel de 1814.
General de Brigada . . de 1818.
General de División . .... 21 de Agosto de 1819.
General en Jefe de 1823. (este grado rechazado)
“Franco. Josef. de Paula, Abril trece de mil setecientos, noventa y dos. Yo el infrafirmado tte, de Cura bautizé y puse óleo y chrisma a un párbulo nombrado Franco. Josef de Paula, hijo legítimo de Dn. Juan Agustín Santander y doña Manuela Omaña y fueron Padrinos Dn. Bartolomé Concha y Da. Salomé Concha, lo qe, certifico y firmo. Maní. Franco de Lara”.
Libro 1o. de Bautismos de la Villa del Rosario de Cúcuta, folio 140.
“En el Campo Santo de esta capital de Santafé de Bogotá, a trece de mayo de mil ochocientos cuarenta, se dió sepultura al cadáver de Sr. General Francisco de Paula Santander, marido que fue de la señora Sixta Pontón, recibió los sacramentos. Doy fe, Pablo Gómez”.
Archivo de la Parroquia de San Pedro, Libro 6o. de defunciones, folio 3.
Hablar de las cosas viejas que por su vetustez representa toda una historia, seguramente para muchos nada signifique, empero, para otros, el pasado representa más que el presente. Por eso decimos: “recordar el pasado es vivir el presente”.
Por eso, los poetas en el parnaso de la inspiración, es el refugio creador, son como el músico, el escultor, el pintor, el músico escribe en pentagramas la música con su delicadeza con cantos y notas que deleitan al odio. El pintor, creador de sentido de su inspiración en el lienzo. El escultor, nos presenta la imagen figurada en su obra artística.
Y qué decir del historiador que nos presenta cosas desconocidas de la vida de los pueblos, de los grandes hombres, de los medibcres, de los guerreros, de los sabios, de los filósofos, en fin de todo un mundo de cosas, en fin ellos son filósofos de la historia antigua y contemporánea.
Por ello se nos ocurre hablar de la Casa Natalicia del General Francisco de Paula Santander, de la vieja casona, aquella de frondosos cacaotales por allá en el año de 1792 83 años afites del terremoto destruida por la furia de las leyes físicas de la naturaleza.
Aquella de la escena del parto de doña Manuela Antonia de Omaña Rodríguez, en que la servidumbre de la casa subía y bajaba apresuradamente las escaleras de la vetusta casa de balcón, y las familias rosarinas como donjuán Agustín Santander Colmenares, recibía la noticia que había nacido un niño, precisamente en el día de San Francisco de Puala, por eso llevó el mismo nombre de este discípulo de Cristo.
Y hablando de las cosas viejas sean tristes y desteñidas como dijera el poeta, traigamos al recuerdo una estrofa de José Asunción Silva, el mismo que fuera padrino de bautizo de don Manuel Suarez Fortoul, quien más tarde se desposara con su parienta Doña Sixta Tulia Santander, hija menor del General Santander a la edad de 23 años, en la Parroquia de Las Nieves de la ciudad de Bogotá el 28 de septiembre de 1862.
“Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
Sin voz y sin color saben los cuentos
De las épocas muertas, de las vidas
Que ya nadie conserva en la memoria”.
LA VISITA, a la que pudiéramos llamar la nueva casona donde naciera el Fundador civil de la República, adquirida por la familia Suarez Peñaranda, hoy, Monumento Nacional.
Soledad, recuerdos, belleza:
Soledad, porque en ella, el trinar de las aves revoloteadoras y juguetonas se escucha plácida y pausadamente por los rincones y espaciosos corredores de la casona.
Recuerdos, porque viendo los frondosos árboles azotados por el viento que desafiantes a los tiempos, no ha mucho que dieron sombra a aquel que con su espada, gestó, contribuyó a la Independencia Americana. Y, aquel que con su talento supo merecer el título que con orgullo repetimos los colombianos, el del “HOMBRE DE LAS LEYES”.
Belleza porque, todo aquello es tan sutil y suave, allí se respira un aire puro, transportándonos a una era no existida por nosotros; la de la República nacida al contacto de sus manos. Y, quién lo hubiera creído, el día de su nacimiento 2 de abril de 1792, el día de San Francisco de Paula.
Por eso lo solitario, los recuerdos y lo bello, todos en sí encajan y riman con el ambiente cariñoso de la casona, la casa de los recuerdos, la de los corpulentos y frondosos árboles que también dieron sombra a los ejércitos de Bolívar, a los que allí muy cerca en el Templo histórico el 6 de mayo de 1821 se instalara el Congreso. Congreso verdaderamente memorable a donde concurrieron varones ilustres, animados de un auténtico celo patriótico, allí donde se le dio fisonomía jurídica a la República, donde tomaran posesión de la Presidencia y de la Vicepresidencia de la República, Bolívar y Santander.
Todo ello vivirá eternamente en la memoria de los colombianos y en lo más recóndito de nuestros corazones.
Y así, después de abandonar esta Casa Natalicia, sólo se presiente que la noche haya tendido su negro manto, que bajo el silencio de árboles y jardines, el trinar de las aves cese y vayan a posarse en sus ramazones y sus nidos; la casa que por los tiempos ha perdurado en la memoria:
la casa natalicia de FRANCISCO DE PAULA SANTANDER.
Luis A. Medina S.
cucutanuestra@gmail.com