“Modismos cucutoches” del profesor universitario, ingeniero y escritor Carlos Humberto Africano
MAMAR GALLO
Si hay una expresión que identifique al cucuteño, es esta. Cómo será, que hasta un monumento hay. Así como lo leen. Un monumento a la mamadera de gallo del cucutoche, situado en la avenida 5 con calle 4. Es una lástima que esté tan mal ubicado, pero tal vez por eso mismo: para mamarle gallo a la mamadera de gallo. Porque la verdad es que de esta ciudad todo el mundo se burla: Presidentes —y hasta de aquí mismo—, ministros —y de aquí mismo—, senadores, alcaldes, concejales, etc. Justamente el monumento está en el sitio preciso, para recordarles a aquellos que ese sector, el mercado “La Sexta”, hace centurias debió ser liquidado, construyendo allí un gran centro de recreación con centros comerciales y viviendas. Un proyecto de estos se vende solito, pero, como aquí ¡sólo nos gusta mamar gallo!..
Por esas vainas que suceden en Cúcuta, alguien también tuvo esta idea y hoy se está construyendo un gran parque de recreación con avenidas y puentes elevados. ¡Qué gran noticia!
Desde otro ángulo (… “de la noticia”, como dicen los comentaristas deportivos) de este tema, cuando uno se mete en estas vainas se ve obligado a la consulta bibliográfica. Roberto Cadavid (cuyo seudónimo era Argos) en su libro Refranes y dichos, de la editorial Universidad de Antioquia, registra la expresión “mamar gallo” como un venezolanismo, introducido en el siglo pasado y dice que desconoce el origen.
Alirio de Filippo, en su obra Lexicón de colombianismos, describe la expresión como originaria de las islas antillanas y le da un origen un tanto caprichoso: «su origen nace de aquella práctica en las antillas de chuparle, a los gallos de pelea, las heridas; con esto los ciegan y los ponen a pelear de nuevo». ¿Extraño, verdad? Extraña la relación entre “mamar gallo” (burlarse) y chuparle las heridas a un gallo.
Héctor Atilio Pujol, en su libro: Sentido y humor del habla popular venezolana, refiere lo siguiente: «Mamadera de gallo es una expresión venezolana sustitutiva de la proverbial y castiza “tomadura de pelo”. La explicación más lógica del origen de esta frase la da nuestro distinguido, muy apreciado profesor y amigo, Orlando Araújo. Dice que “en las galleras —escenarios donde se realizan peleas de gallos—, cuando uno de los contendores pierde fuerza y no puede picar (agarrar fuerte con el pico) para afianzar el espuelazo, se dice que ya no pica, sino que mama. En estas circunstancias, el dueño del gallo suele tomar un buche de aguardiente y con él le lava la cabeza al gallo para sacarle la sangre y animarlo, acto que se conoce como ‘mamar el gallo’”. Lo que no queda definitivamente claro es la relación entre mamar el gallo y hablar o actuar en broma». Remata don Héctor Atilio.
Mi versión es otra y hasta puede que en Las Antillas usen la expresión y le den un origen rebuscado. Puede ser que nos haya llegado de Venezuela, pero la expresión es tan cucuteña como la palabra “toche” y, a falta de una versión mejor, la que oí es la más cercana a la verdad.
En otro escrito mío me referí al origen de “le compro el gallo”, y les hablé de aquella costumbre de comprar viva las gallinas para el sancocho. Reservé una parte del cuento para este artículo. In illo tempore, cuando alguien regresaba a casa desde el mercado, con la gallina debajo del brazo, el grito bromista era: “le compro el gallo”. El grito era bien irónico, era una burla, pues, además de significar que era robada, le decían al dueño que llevaba una gallina para el palenque.
Generalmente quienes le gritaban eran sus amigos y, cuando se reunía con ellos, les recriminaba que dejaran la mamadera (la burla) (ahora se dice “la mamera”) del gallo. Poco a poco se fue extendiendo la expresión “mamadera de gallo”, por “burla”.
LE COMPRO EL GALLO
Cuando Cúcuta era aún una aldea, tal vez, por ahí hasta los años sesenta, era supremamente tranquila y sana, con sus mañanas diáfanas, sus tardes apacibles y sus noches frescas. Los únicos escándalos que se daban era cuando alguien se robaba una gallina que encontraba por ahí mal parqueada. También era por esa época, en la que no había supermercados ni neveras, que los alimentos debían comprarse frescos para el día. De modo que cuando a alguien se le ocurría hacer un sancocho de gallina, tenía que ir al mercado público a comprar viva el ave y regresar a su casa con ella bajo el brazo.
El eterno buen humor cucuteño salía a relucir y era común oír gritos como: “¡pa’donde va con ella!”, “¡Agárrenlo que ahí va!”, “¡Ahí viene la policía!”, “¡Le compro el gallo!”, en alusión a un fingido supuesto de que era robada. Así nació el nombre de “gallo” para designar todo artículo de dudosa procedencia y que se asume que es robado.
Con ese humor cáustico cucuteño, cuando alguien va por la calle con algún electrodoméstico: Televisor, radio, ventilador, es común oír que le dicen: “le compro el gallo”. Y no chicanee frente a sus amigos por la compra del nuevo artículo de última tecnología, pues se expone a que le digan: “le compro el gallo”.
VAYA DONDE JUAN PACHECO POR LA ÑAPA
Debemos empezar por decir que hay palabras muy nuestras, cuyo uso se ha extendido por todo el territorio nacional. Una de ellas es ñapa, palabra de origen italiano introducida aquí por ellos. El señor Alirio de Filippo, en su libro “Lexicón de colombianismos”, registra así ñapa: Del quechua yapa: añadidura en la medida. Añadidura, propina. Qué pena con el señor De Filippo, pero me temo que está equivocado. El Diccionario de la Real Academia Española sólo le da la siguiente definición: Del quechua: Yapa, ayuda, aumento. América meridional y Antillas, añadidura.
Entre nosotros, aunque tiene alguna similitud con el significado de Antillas, el origen que siempre nos han contado, es el siguiente. A principios del siglo XX hubo una fuerte inmigración de europeos a Venezuela. Prontamente muchas familias alemanas e italianas se desplazaron hacia Cúcuta, desde Maracaibo, con el fin de establecer un comercio entre las dos ciudades y sacar productos de esta rica región hacia Europa. En aquel tiempo y hasta principios de la segunda guerra mundial, esta región tuvo un importante desarrollo gracias a ese impulso comercial establecido por italianos y alemanes. Así como trajeron el desarrollo, también legaron sus costumbres y hasta su idioma, aunque no tuvieron gran influencia por lo cerrado de esas colonias europeas. Con todo, nos quedaron palabras como: ñapa, nono y nona, ecole-cua, ah! y la bola del palacio, un adorno para la ciudad, un globo terráqueo de un metro de diámetro, que cuando nuevo, era una fuente luminosa, donada por la colonia italiana y colocada en el parque enfrente del llamado “Palacio Nacional”.
Volviendo a la expresión inicial, en algún barrio al oeste de la ciudad, hubo un señor, Juan Pacheco, (*) que tuvo una gran tienda de víveres. Para aquél tiempo no había supermercados. Aún hoy, en esos barrios populares no hay supermercados, y la costumbre es comprar en la tienda de la esquina. A los muchachos se les enviaba a “hacer el mandado” de la compra de víveres y, como todo muchacho cucuteño, la costumbre era pedir la ñapa.
La ñapa era un dulce, caramelo o galleta que el tendero le daba al muchacho, por la compra.
Juan Pacheco, que era una mierda y muy tacaño, tenía un esqueleto de plástico que movía los brazos y piernas al tirar una cuerda donde iban amarrados.
Cuando los muchachos le pedían la ñapa, el señor les hacía una seña grosera con los dedos de la mano y les decía: ¿quieren la ñapa?, vean y tomen, y halaba la pita para que el muñeco se moviera.
De modo que en Cúcuta cuando alguien se pone pesado, exige demasiado, pide cosas poco menos que imposibles, pone demasiadas condiciones o en eventos similares, la respuesta bromista para sacarlo de lado es: mejor, vaya donde Juan Pacheco por la ñapa.
(*) El nombre es ficticio e invento de autor, cualquier homónimo, si lo hay, es una mera coincidencia.
YA CASI SOY PEÑARANDA. YO SOY PEÑARANDITA
Esta expresión es muy antigua y se puede decir que ya no se usa, pero la he dejado por pura nostalgia, ya que en algo nos atañe.
El apellido Peñaranda es muy común en esta región dándose la casualidad de que la mayoría de ellos están emparentados y casi todos son adinerados. De modo que un tiempo atrás era como un ícono de éxito económico que se debía imitar.
Así que cuando alguien sobresalía, cuando tenía un éxito, y si era económico, tanto más, decía con satisfacción y regocijo: Ya casi soy Peñaranda.
Pero ocurre que también hay algunos Peñaranda o emparentados con Peñaranda que no son adinerados. Siempre en broma, cuando alguien hace referencia a estos dos hechos: Ser Peñaranda y no tener dinero, la respuesta jocosa es: Es que yo soy Peñarandita.
cucutanuestra@gmail.com