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DICHOS DE CÚCUTA "MODISMOS CUCUTOCHES 3".

Por Carlos Humberto Africano.

DICHOS DE CÚCUTA 3.

DICHOS DE CÚCUTA (3) “Modismos cucutoches” del profesor universitario, ingeniero y escritor Carlos Humberto Africano

A COMER PAVO

Cúcuta siempre ha sido una ciudad muy próspera, primera en todo de aquellas obras tantas veces contadas. A principios del siglo XX ocurrió la fuerte inmigración de italianos y alemanes a Venezuela, muchos de ellos llegaron a establecerse aquí. Fueron los tiempos del florecimiento del café y de su exportación por esta frontera. El doctor Jaime Pérez López nos refiere esas historias en el excelente libro “Colombia – Venezuela. Economía-Política-Sociedad-siglos XIX-XX”. En esos tiempos de gran esplendor, que como dice el doctor Pérez López, se bebía brandy y se vestía de lino y seda, además de ser la ciudad que tuvo florecientes industrias, (la primera planta eléctrica, la primera telefónica, la primera en tener alumbrado público, el único ferrocarril internacional de nuestro país), también tuvo sus clubes sociales muy exclusivos. Grandes fiestas se celebraban en ellos.

En nuestra época, aquello también fue corriente. ¿Quién no asistió a aquellos suntuosos bailes con las famosas orquestas venezolanas “La Billos” y “Los Melódicos”, alternando con las orquestas colombianas de Lucho Bermúdez y “Los ocho de Colombia”?

Por aquellos tiempos de los italianos y alemanes, las abundantes viandas de las celebraciones eran con pavo, tradicional para ellos. Por alguna razón no explicada, en Cúcuta, en las fiestas siempre aparecen más damas que hombres, de modo que en toda fiesta, a la hora del baile, siempre se queda más de una dama “cuidando” las mesas. Con el recato de aquel tiempo, no bailaban si no eran invitadas y muchas, ni siquiera “una pieza”. Así que, con ese humor socarrón, se decía que se quedaban “comiendo pavo”. La expresión vino para quedarse y hoy, dama que no baila en una fiesta, porque no la sacan a bailar, se queda comiendo pavo. Haya o no haya pavo en la mesa.

En una reciente fiesta, a una dama de la sociedad cucuteña se le acerca un “borracho impertinente” —dice ella— y la invita a bailar:

—¿Baailamos, señoritaaa?

Ella, para evitarlo, le contesta:

—No, señor, gracias; estoy cansada.

El borrachito, que la había visto sentada toda la noche, con toda la frescura y la ironía le dice:

—¿Cansada de qué? ¡Si no ha hecho más que comer pavo toda la noche!

USTÉ CÓMO ES DE MUCHO LO… ¡UIS!

Esta se la inventaron las muchachas de servicio, aquellas jóvenes abnegadas y sumisas que las señoras encopetadas van a los campos y se las traen a la ciudad para recargarles todo el trabajo de la casa, porque, según ellas (las encopetadas), por aquello de la liberación femenina, no están dispuestas a realizar, pero en cambio, aquellas chicas, de las creen que no pertenecen a su mismo género y por tanto, no pueden alegar la tan manida “liberación femenina”, sí las obligan a hacer lo que ellas están obligadas. Para ellas (las de adentro), este escrito es un pequeño homenaje por su abnegada labor.

Es como su grito de guerra cuando el novio le dice “cositas de amor” y ella se pone toda remilgosa y zalamera. Como no le sale nada para responderle, dicen con ese remilgue sonriente: “Usté como es de mucho lo…”, y como tampoco le sale nada, sigue con el remilgue y continúa después de una pequeña pausa: “¡uis!, mejor no le digo”.

Pero los requiebros continúan y el fulano anda en lo que anda. Seguramente entre abracito y piquito no dejará de hacerle propuestas de amor eterno con el manido cuentito de la pruebita… de amor. La buena muchacha no sabe decidir, si el zorro “venía con buenas intenciones”, lo deja mirando un chispero, en tres y dos, con la frasecita recurrente de rechazarlo y mantenerlo en vilo: “¡ora, pues!, ¡cómo se le ocurre!”. (Ver “¡ora, pues!”)

Y a todas estas, apareció el dicho y se quedó. Usado entre nosotros para evadir una respuesta, para evadir el compromiso y no opinar nada sobre un tema o persona. Es nuestra expresión favorita, junto con: me parece muy inclusive, en lugar de aquella más directa que dicen en otros lares: se me dañó el opinómetro.

De modo que ante la pregunta impertinente: “¿Qué opinión le merece el señor rector?” La mejor respuesta es: “Pues me parece mucho lo uis”. ¿Por qué será que los periodistas no encuentran mejor forma de entrevistar?, y siempre recurren a la socorrida preguntica: Qué opinión le merece… Qué opinión le merecen las declaraciones del ministro, preguntan con peregrino desenfado. Ante esto no queda más que salir con la nuestra: “pues que están mucho lo uis”. Y ¡san se acabó!

¡ORA, PUES!

Tal parece que hay expresiones que tiene sexo. Y esta es una de ellas, que se puede decir, sólo la usan las damas para responder a una proposición. Un hombre jamás responde así y si lo hace, se pone en duda su hombría porque es una expresión de damas, que la dicen con una gracia infinita, con una sutil entonación, volteando la cabeza hacia un lado sin mirarlo a uno y agitando la mano contraria que levantan a la altura del hombro, dejándolo a uno mirando para San Felipe, con el credo en la boca, antes de salir huyendo.

Sabido es lo impredecibles e indecisas que son las damas, pero en esto son maestras las cucuteñas. Jamás dan una respuesta que se pueda decir contundente, ni siquiera que se pueda interpretar como afirmativa o, bueno, negativa. Siempre lo dejan a uno en la duda, porque invariablemente contestan con un “¡ora, pues!” O un “¡déjese de vainas!”

Por lo general es su respuesta favorita que deja una sombra de duda sobre la negación y más bien se interpreta como un aplazamiento de la decisión. Casi siempre la usan con el complemento: ¡cómo se le ocurre! Es su frase recurrente cuando se les pide los favores amorosos, por aquello de que cuando dicen no, es que tal vez y cuando dicen “¡ora, pues!, ¡cómo se le ocurre!”, es que si.

¡ESA VAINA! ¡ESA VOLERA!

Si hay unas palabras que nos identifican son estas: vaina y volera. En mi concepto, forman la trilogía lexicográfica del cucuteño, junto con la palabra “tochada”.

De ellas se puede decir también, lo que dije de esta última en “Cúcuta detochada”: “es: sujeto, nombre, adverbio, adjetivo, verbo, antónimo, parónimo, demostrativo, diminutivo, aumentativo, vivo, pendejo, audaz, tonto, loco, cuerdo, saludo, despedida, ignorancia, duda, saber, lujuria y desencanto”.

Pero tal parece que algunas palabras tienen estrato social y hasta sexo. Y estas tres lo demuestran. Mientras los caballeros, en general usan “tochada”, las damas de estratos dos y tres dicen “vaina”, y las de estrato medio sólo se permiten decir “volera”. Una dama jamás diría “tochada” y mira con reproche a quien la diga porque la considera muy grosera.

Con volera significan todo aquello de lo cual no tienen ni idea. ¿¡Y esa vaina!?, ¿esa volera qué es?, pregunta la legítima, con cara interesante, cuando uno llega a las diez de la noche con más de tres cervezas entre pecho y espalda, todo engrasado y con un montón de hierros arrastrando. Como uno no sabe a qué se refiere, si es a la hora, a las cervecitas, a la ropa engrasada o a los hierros, sale con la más fácil: “el cuchuflí de carro que se desarmó”, responde uno con fingida inocencia.

¡Déjese de vainas! Que usted sabe lo que le pregunto, dice con cara de pocos amigos, poniendo peligrosamente los brazos en jarra. ¡Ni de vainitas!, esa volera no me la voy a aguantar todos los días. Y la verdad, la puritica verdad, es que uno no sabe que quiso decir con esa volera, porque: ¡Esa vaina! ¡Esa volera!, significan todo, dependiendo de la entonación y de la circunstancia. Es pregunta, duda, afirmación, negación, reproche, satisfacción.

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