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LAS MISIONES Y EVANGELIZACIÓN A  LOS INDIOS MOTILONES.
Tomado del libro DEL ANTIGUO CÚCUTA de Luís Febres Cordero F.

Evangelización de los Indios Motilones:

Los dominicanos, que fundaron en 1563 un convento en Pamplona, son los primeros misioneros con quienes tropieza la historia de la reducción de nuestros aborígenes. Hacia este tiempo el Prior de aquel convento Fray Antonio de la Peña ordenó a los religiosos la catequización y enseñanza de indígenas y partieron en efecto, entre otros, Fray Juan de Aliaga a la tribu de los Capachos y Fray Francisco Cabeza a la de los Chinácotas y Ravichas. Esta misión fue frecuentemente interrumpida a largos intervalos, por las dificultades consiguientes:

Pasa en silencio en nuestros anales durante un siglo, hasta la época de la fundación de San Faustino, en que la vemos formalmente establecida en toda esa comarca. En 1661 el Padre Fray Esteban Santos, Superior General de la Orden en el Nuevo Reino, visitó todos sus establecimientos en las provincias de Ocaña y Pamplona, y encontró ya el proyecto de la nueva población de San Faustino, donde principalmente se detuvo por las perseverantes reducciones de los indios Chinatos, a cargo de los Padres Dominicanos.

Uno de los misioneros que por su espíritu de abnegación y sacrificio más se distinguieron en esta última región, fue el Padre Fray Luís Salgado, de aquella Orden, que acompañó al fundador de San Faustino en sus f recuentes y heroicas excursiones para reducir a los indios Chinatos. Su cofrade, el historiador Zamora, le dedica unas líneas justicieras:

«En todos los años que duró la Conquista no la desamparó el Padre Fray Luís Salgado, aunque padeció grandes trabajos y enfermedades, sin faltar a decirles misa, confesar a los soldados y enterrar a los muertos...

«Repetidas veces significó a los Padres Provinciales el Padre Fray Luís Salgado esta mala correspondencia (la del capitán Jimeno de los Ríos), como consta de sus cartas, que están en los Autos de esta Conquista. Pero animado, confortado y socorrido de los mismos Provinciales, prosiguió en ella sin descansar. Premióle Dios por intercesión de Nuestro Padre Santo Domingo, a quien se le había ofrecido; porque acabada la guerra y declarada la paz con los indios Chiflatos y Lobateras, se halló que tenía reducidas a nuestra santa fe católica y bautizadas más de seiscientas familias. El señor Arzobispo Fray Cristóbal Torres le despachó título de Cura Doctrinero de los que había bautizado y bautizare después, y con él formó el primer pueblo y erigió su iglesia parroquial el doctor don Lucas Fernández de Piedrahita, quien despachó orden para que el Gobernador de Mérida le señalase congrua...

«El Padre Fray Luís Salgado asistió a sus indios hasta la muerte, dejando su cuerpo en la iglesia que les erigió y en ella una perpetua memoria de su grande espíritu y perseverancia. Tiene esta provincia en señalar doctrineros, que llevan muy adelante esta reducción, aunque en ella murieron muchos religiosos, por ser tierra muy enferma».

En el año de 1793, cuando San José del Guasimal fue erigido en villa, se trató de establecer aquí un convento de religiosos de Santo Domingo, con el fin de fundar una escuela «de Primeras Letras, Moral, Filosofía y otros estudios», según reza el documento correspondiente. Suscribiéronse al efecto catorce mil pesos entre los vecinos pudientes, y entonces lo era la mayor parte, como base para las rentas del Instituto; pero ignoramos el motivo por qué no pudo llevarse a cabo dicha fundación. En 1817 existía todavía convento de dominicanos en Pamplona, y era su Prior el R. P. Fray José Tadeo Sánchez.

Los Franciscanos vienen en segundo término: la fundación de sus conventos en la Grita (1579), en Ocaña (1584) y en Pamplona (1590) por los padres Fray Francisco de Maqueda, Fray Francisco de Gaviria y Fray Antonio Jiménez, respectivamente, facilitó en gran manera sus trabajos, que alcanzaron algún impulso y adelanto. Respecto del de Pamplona dice el P. Simón: «Asignáronseles luego doctrinas donde los religiosos ejercitasen el santo celo que tenían de la conversión de los naturales, que comenzaron luego a ejercitar algunos, y otros a edificar el convento, en especial la iglesia, que es muy buena; tiene el Guardián de él a su cuidado tres doctrinas, donde están siempre tres religiosos, y más cuando se ofrece necesidad, que con los compañeros que tiene en el convento, hacen en número de seis u ocho a las veces».

Es curiosa la noticia de que el célebre historiador franciscano, cuyo es el dato precedente, llegado como novicio a Cartagena en 1604 y ordenado luego en Santa Fe, visitó estos conventos de la Grita y Pamplona por los años de 1612 y 1613. Detúvose entonces en la primera población, para observar los estragos del terremoto de 1610, y ha sido un gran vacío para nuestras crónicas que no nos hubiese dejado noticias particulares de los pueblos que recorriera, porque confiesa él mismo: «pasé por estas tierras... y a la ida y a la vuelta pude con atención considerar estos sucesos, aunque no con la advertencia que ahora lo hiciera, por no tener entonces intentos de escribir esta historia».

No ha de hablarse de los Franciscanos sin mencionar al P. Antonio de Vibar, primer representante conocido de las letras pamplonesas, de claro intelecto y atinado consejo, fallecido tempranamente, de quien da noticia el obispo Piedrahita. «Sus vecinos de presente (los de Pamplona en 1666) llegarán a trescientos, con general inclinación a la virtud y letras, en que se han señalado sujetos famosos nacidos en su recinto, y entre todos, Fray Antonio de Vibar, religioso franciscano, que supo juntar, cual otro Escoto, el ingenio con el estudio y virtud y que aún malogrado vivió larga edad, porque fue sabio desde muy pocos años».

Religiosos Agustinos también establecieron convento en Pamplona poco más o menos hacia la misma época, y el campo de su misión fueron las tribus de los Bochalemas y Chinácotas. El antiguo convento y templo de los Agustinos en Pamplona quedaba situado en el mismo local que hoy ocupa el Colegio de San José.

Es interesante la noticia de que en 1654 existía asimismo Convento de Religiosos Agustinos en la Villa de San Cristóbal, que era regido por el Prior Fray Roque de Vargas. Los Agustinos evangelizaron a los indios Táribas.

Aunque no pertenecen a la categoría de los misioneros, es el lugar de hacer constar que Hospitalarios de San Juan de Dios vinieron a Pamplona al final del siglo XVIII. Aquella ciudad les debe la organización de su nosocomio, fundado ya en 1776, al decir del historiador Groot. Hablando de este instituto, refiere Un autor moderno: «Está situado el hospital en el antiguo local de los hermanos de San Juan de Dios. Este convento, después de haber reunido gran número de religiosos, como lo comprueban los numerosos cadáveres encontrados en las nuevas construcciones, desapareció por falta de personal al promulgarse la ley de los conventos menores».

Entre estos religiosos, se ha salvado del olvido el nombre del P. Fray Tomás Bermúdez, que prestó importantes servicios a la causa de la Independencia, en su carácter de médico, habiendo ejercido este cargo en el Hospital de Cúcuta en 1830 y el P. Fray Vicente de Cortázar, distinguido por su virtud, que fue cura de San Cayetano en 1809.

Desde las primeras décadas del siglo XVIII tomaron a su cargo los Padres Capuchinos la misión de los indios Motilones, cuyo teatro ocupaba los lugares nombrados:

Puerto de los Cachos y de San Buenaventura (hoy Villa- mizar), a las orillas del río Zulia.. El período de esta misión abarca más de setenta años, y empieza antes de 1738 en que la dirigía el Padre Fray Andrés de los Arcos, hombre docto y de poderosa iniciativa, que escribió un largo y circunstanciado informe sobre el progreso de ella (al principio de este escrito mencionado), hasta la época de la Independencia. La crónica ha conservado los nombres de Fray Fidel Rodas, compañero de Guillén en la expedición de 1774; Fray Francisco de Catarroya, que enriqueció la lingüística americana con un vocabulario de voces del idioma Motilón; Fray Pedro Corella, cuyas no disimuladas opiniones realistas le acarrearon fin trágico en la guerra de la Independencia; Fray Joseph Otálora, cura interino de San José del Guasimal en 1742; Fray Ignacio de Cárdenas, que también lo fue algún tiempo después y Fray Gabriel de Estella, de gran virtud y prudencia, que se nos presenta como cura del extinguido e infortunado caserío de San Francisco de Limoncito por espacio de cuatro lustros (1788 a 1807).

Fuera del de Limencito, sobre cuyas vetustas ruinas entona hoy el bosque el poema triunfal de su luxuria, los Capuchinos fundaron los pueblos de San Francisco de la Arenosa y El Raizudo, cuyos nombres subsisten todavía, a la banda oriental del río Zulia. Un antiguo informe (1758) del P. Antonio de Narváez menciona estos dos puntos como aldeas humildes, de incipiente agricultura, y respecto de la última agrega que hacía dicho año «se estaba fundando».

Ruinas también de murallones de piedra descubiertas a la margen occidental del mismo río demuestran que allí se trató de construir o fue construido un convento de estos padres. Todavía se llaman Capuchinos y el Fraile, dos caños que entran en el no Zulia, aquel por la orilla oriental y éste por la occidental, que sin duda derivan su nombre de quienes residieron allí en épocas lejanas. Son los únicos vestigios que han eternizado la obra de los audaces misioneros.

Sin embargo, a cosa de un kilómetro del caserío de El Salado y a un lado de la línea férrea, descúbrense también las bases de un andén o atrio, al frente del cual se erguía en remotos remotos años la humilde ermita en que los Capuchinos adoctrinaban a los indios.

Son venerables esas ruinas; quizás esas piedras las amontonó la piedad de un pueblo sencillo, la superpuso la laboriosidad de los indígenas, las tallarían obreros indios, debió de regarlas el sudor de nuestros antiguos aborígenes; quizás muchos hombros de color cobrizo se doblaron a su peso, y muchos pies adornados de ajorcas se sangraron en su conducción….

El tiempo, que todo lo gasta, no ha desmoronado aún esos cimientos, y el sepulcro que “todo lo purifica” ha acrisolado la memoria de aquellos religiosos bajo la luz cariciosa de los tribunales de Clío.

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